¡Los cincuenta años de cualquier cosa despiertan muchos recuerdos! Durante 50 años he estado sentada en primera fila, viendo a mis padres buscar fielmente la dirección del Señor, con una fe cruda y determinada para llevar a cabo con precisión lo que Él diga, sin importar el costo. Jesús siempre les ha respondido con un sin número de milagros de toda clase. ¡Qué aventura tan maravillosa! Pero para mí, recordar ese primer milagro, me toca en lo más profundo, como si fuera la primera vez que escuchara a mi papá predicar en vivo. Caminando por ese pasillo de la Iglesia Templo de la Gracia, donde frecuentemente había asistido con mis abuelos, noté que la atmósfera lucía inusualmente saturada, llena de expectativa. No recuerdo el mensaje, pero sí recuerdo salir de allí hambrienta por más. A mis 10 años, el mensaje de fe me atrapó.
Después llegó mi primera reunión fuera de la ciudad, en el Tabernáculo de Vida en la ciudad de Shreveport, Luisiana, donde el hermano Jerry Savelle había sido salvo a comienzos de ese mismo año. Estaba sentada en un servicio matutino; primero vi a mi papá usando su fe y autoridad en el medio de una crisis ─ la primera de muchas por llegar. Mientras él hablaba, una de las trabajadoras de la guardería de niños entró corriendo con una bebé en brazos que gritaba, cubierta de sangre. Sin dudarlo, él se acercó con calma, tomó a la bebé y con compasión firme, declaró paz sobre la niña. Inmediatamente, ella dejó de llorar y se relajó para dormirse. Después, recuerdo a mi papá mirando hacia lo alto y con confianza pedirle a Jesús que la sanara. Él le entregó la bebé a la trabajadora y continuó con su mensaje. Esa bebé era nada más y nada menos que Terri Savelle Foy, la hija del hermano Jerry. Después, el hermano Jerry se acercó y escuché con atención mientras mi papá le daba instrucciones de cómo orar, mantenerse en fe y rehusarse a temer, porque el reporte del doctor decía que ella perdería la última falange de sus dedos y las uñas. El hermano Jerry se fue totalmente convencido, esperando un milagro… ¡y lo recibió!
Escuchar y ver a mi papá ese fin de semana me hizo reconocer que quería hacer lo que él estaba haciendo y de la misma manera que él lo hacía. Así que, sentada en la misma casa, oré con mi papá y acepté el llamado al ministerio. Lo que vi en esa reunión y en un sin número de reuniones era tan real y tangible, que nunca dejé de presenciar como Kenneth y Gloria Copeland usan su fe, el amor, la obediencia, la valentía y la integridad. ¡Y Jesús siempre responde!