Cuando se trata de aprender a vivir por fe, no existe un capítulo en las escrituras más poderoso para estudiar que Marcos 11. Es allí donde comienzan y terminan todas las enseñanzas acerca de la fe. Es en ese pasaje donde Jesús trata con el problema de la higuera sin frutos al hacer una declaración de fe. También, es allí donde, después de hacerse evidente que Sus palabras se hacen una realidad, Él nos instruye a seguir Su ejemplo y dice:
«Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá» (versículos 22-23).
Estos son unos versículos para emocionarse. Si has estado rodeado de personas de fe por mucho tiempo, probablemente los conoces muy bien. También sabes que, si te has decidido a ponerlos en práctica, que leerlos es una cosa pero que actuar de acuerdo con ellos es algo muy distinto.
Aunque es fácil creer que Jesús podía hablarle a las higueras y a las montañas y que éstas lo obedecerían, parece mucho más difícil creer que tú puedes hacer lo mismo. Tu valentía en la fe algunas veces puede disminuir cuando es tu turno de hablarle a la montaña.
Aun así, de acuerdo con la Biblia, ¡no debiera ser así!
La Palabra nos asegura sin lugar a duda que, como creyentes, tenemos completa autoridad para hablar por medio de la fe en esa misma PALABRA y esperar que Él respalde nuestras palabras con Su poder. Nos dice que podemos seguir los pasos de Abraham y llamar: «las cosas que no existen, como si existieran» y ver nuestras palabras hacerse realidad (Romanos 4:17). También nos dice que podemos pedir cualquier cosa en el Nombre de Jesús, y como Él dijo en Juan 14:13: «todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo».
Alguien podría decir: “Sí hermano Copeland, pero el último versículo no tiene nada que ver con hablarle a las montañas. Simplemente es un versículo de oración”.
No, no lo es. En el griego original la palabra traducida como pedir literalmente significa demandar. Se refiere a la clase de mandato que Jesús le dio a la higuera. Habla acerca de la clase de cosas que Pedro hizo en Hechos 3, cuando le dijo al hombre cojo a la entrada del templo: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!» Esa fue una demanda de fe y produjo resultados. Inmediatamente los pies y los huesos de los tobillos del hombre recibieron fortaleza y «el cojo se puso en pie de un salto, y se echó a andar; luego entró con ellos en el templo, mientras saltaba y alababa a Dios» (versículos 6-8).
Algunos cristianos piensan que eso sucedió porque Pedro era un apóstol. Sin embargo, Pedro les dijo a todas las personas que ese día observaban sorprendidas, que eso no tenía nada que ver con su poder o santidad. «El Dios de Abraham ha glorificado a su Hijo Jesús» (versículo 13). «Y por la fe en su nombre, a este hombre que ustedes ven y conocen, Dios lo ha restablecido; por la fe en Jesús» (versículo 16).
Entonces, si lo que Pedro dijo allí es cierto (y obviamente lo es), si tú tienes fe en el Nombre de Jesús, tú puedes esperar la misma clase de resultados que Pedro obtuvo en esa situación. Puedes tener la misma confianza que él tuvo al declarar palabras de fe y que las mismas liberarán el poder de Dios y producirán resultados sobrenaturales.
¿Por qué?
¡Porque el mismo Jesús está respaldando esas palabras! Él personalmente está respaldando las demandas de fe que tú haces en Su Nombre, asegurándose de que sucedan.
Una revelación central, en primer lugar
Esto es algo que durante muchos años ha sido poco reconocido y aún ignorado entre los cristianos. Aun así, es una revelación que constantemente debería ocupar el primer lugar y estar en el centro de nuestro corazón y mente. En lugar de pensar tanto acerca del tamaño de las montañas en nuestra vida, deberíamos estar pensando acerca del Dios Todopoderoso que prometió que lo que les dijéramos, ocurriría. Deberíamos estar haciendo lo que Hebreos 3:1 dice: «Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el Apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos».
Observa nuevamente las palabras más importantes de ese versículo. La palabra Apóstol es una palabra griega que se refiere a uno que ha sido enviado a hacer algo. En las escrituras está en mayúscula porque se refiere a alguien que ha sido enviado por Dios.
Jesús ha sido enviado y ungido por Dios para ser nuestro Sumo Sacerdote. La palabra sacerdote significa “administrador”. Se refiere a alguien que cumple un oficio y lleva a cabo ciertas tareas; alguien que facilita que las cosas se hagan realidad en el área en la cual ha sido llamado.
Un área en la que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, ha sido llamado para administrar es nuestra profesión, o nuestra confesión de fe. Él respalda lo que nosotros decimos en Su Nombre, con el cumplimiento de Su poder porque nosotros somos Sus hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial. Él es nuestro hermano mayor y nosotros somos sus coherederos en el reino de Dios. Ese reino, junto a todo en el cielo y en la Tierra le ha sido entregado a Él por el Padre, y Jesús, como El SEÑOR Abogado General de ese reino, ¡nos lo ha dado a nosotros!
De eso estaba hablando Él en Juan 14:12 cuando dijo: «El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aún mayores obras hará, porque yo voy al Padre». Él estaba diciendo: “¡Hermanos y hermanas, ustedes puedes operar de la misma manera que yo lo hago! Ustedes pueden creer la PALABRA de Dios, hablarle a la montaña ¡y yo estaré con ustedes con todo mi poder de la resurrección y gloria, asegurándome que esa montaña se mueva!”
Hace poco pensaba al respecto, cuando el SEÑOR me recordó de un incidente que les he compartido ya muchas veces. Sucedió hace muchos años, cuando era un estudiante en la Universidad de Oral Roberts, trabajando para el hermano Roberts como parte de su flotilla de vuelo. Yo había viajado con él a una de sus grandes reuniones de sanidad, y al llegar, el jefe del equipo ministerial me asignó una tarea que yo no esperaba en lo absoluto.
“Tenemos un nuevo trabajo para ti”, me dijo. “Queremos que escuches el mensaje del hermano Roberts, y luego vayas al salón de los inválidos donde se encuentran las personas más enfermas y que no pueden ir al auditorio principal, a la espera de que oren por ellas. Tendrás más o menos cinco minutos para resumir los puntos principales del mensaje. Después, el hermano Roberts vendrá y les impondrá las manos”.
¡Esa era la primera vez que yo haría algo por el estilo! No me sentía calificado, pero hice lo mejor que pude para cumplir las órdenes. Le resumí a las personas lo que el hermano Roberts había predicado, y mientras finalizaba, él entró al lugar. Le abrí camino al tiempo que él examinaba el lugar, y después me acercó a él con sus manos.
“Orarás e impondrás manos a las personas”, me dijo.
Mientras palidecía, pensé: Debe estar bromeando.
El hermano Roberts vio mi rostro y se rio. “No te preocupes”, me dijo. “Yo estaré aquí. Si te equivocas, lo arreglaré”.
La primera mujer a la que ministramos estaba muriendo de cáncer estomacal. Ella tenía un tumor maligno tan grande que había deformado su vientre a tal punto que parecía como si estuviera embarazada. Externamente era solamente piel y huesos. Estaba tan débil que su enfermera tenía que ayudarla a incorporarse para que pudiéramos imponerle las manos.
El hermano Roberts había predicado acerca del punto de contacto y específicamente me dijo: “No toques a las personas hasta que estés listo para liberar tu fe.” Yo también había estado estudiando acera del poder y la autoridad del Nombre de Jesús, así que sentí en mi espíritu que mi punto de contacto debía ser ese Nombre. Pensé: voy a liberar mi fe y a tocarlos en el momento que declare el Nombre de Jesús.
Eso era lo que yo había tratado de hacer con la primera mujer. Pero en el momento en el que dije: “En el Nombre de Je…”, escuché un sonido sobrenatural que nunca había escuchado antes, y provenía detrás de mí. Sonó como el rugir del León de Judá; sin embargo, era el hermano Roberts. “¡Espíritu inmundo y tonto!” le dijo. “¡En el Nombre de Jesús, a quien le pertenezco y le sirvo, quita tus manos de la propiedad de Dios!”
Instantáneamente, la mujer tosió ese tumor y lo escupió en el suelo. Luego, saltó de la camilla gritando: “¡¡Estoy sana! ¡Estoy sana!” Y corría por todo el salón con la enfermera que la perseguía, pensando que moriría en cualquier momento.
Haz tu tarea y pregúntale al Señor
Hace poco, esta experiencia me impactó de una nueva manera mientras meditaba en ella. Me di cuenta de que yo tuve confianza en orar por esa mujer porque el hermano Roberts estaba detrás mío. Pero en la realidad, todos nosotros, los creyentes, tenemos a Alguien detrás nuestro ─ y no es Oral Roberts. ¡Es Jesús!
¡Medita en eso! El SEÑOR Abogado General de la Iglesia, el Administrador más alto del universo, está aquí con nosotros en cada momento del día. Cada vez que damos un mandato de fe, Él está parado a nuestras espaldas. Necesitamos edificar eso en nuestra conciencia. Necesitamos estar más conscientes de Él ─ ¡hasta que lleguemos al punto de darnos cuenta de que Jesús está en nosotros, en nuestro interior!
¡Él está con nosotros!
¡Él está a nuestro alrededor!
¡Él está aquí todo el tiempo!
Por esa razón Él pudo decirnos lo que dijo en Marcos 11:22-23. Por esa razón Él puede decirnos que tengamos fe en Dios y creamos que lo que decimos, sucederá. Cuando nosotros hablamos en Su Nombre, no estamos solos. No estamos ahí parados en soledad, tratando de mover las montañas de nuestra vida y convencer al diablo que las colocó allí, de que tiene que hacer lo que nosotros decimos. No; el diablo sabe Quién está con nosotros, y tiene miedo de ambos. Todo este tiempo, ¡él ha estado asustado de que lo descubramos, y ahora que lo hemos hecho, no podrá callarnos!
“Pero hermano Copeland, algunas veces cuando me enfrento a una montaña que necesita moverse, no sé qué decir.”
Entonces haz tu tarea. Descubre lo que Dios dice acerca de esa montaña en Su PALABRA escrita, y medita en eso hasta que estés completamente convencido y la fe crezca en tu corazón. Después pregúntale al SEÑOR, y como tu Sumo Sacerdote, Él te dirá exactamente qué decir. Él te recordará escrituras y las moldeará para que se ajusten a tu situación, para que cuando le hables a esa montaña, te sorprendas cuán parecidas suenan tus palabras a las de Él. Pero, no solamente hagas esto cuando estés lidiando con situaciones grandes. Ponlo en práctica mientras lidias con los problemas comunes y corrientes de la vida diaria. Haz que declarar la palabra de fe se convierta en un estilo de vida… todo el tiempo.
Por ejemplo, hace algunos años me tocó hablarle por fe a la puerta del avión del ministerio. En ese momento acaba de predicar unas reuniones en Columbia, S.C., e iba camino al aeropuerto, cuando me informaron que tenía que esperar para despegar porque la puerta del avión no abría y nadie sabía el porqué.
No quería esperar para despegar. Quería irme a casa. Así que llamé a mi Jefe de Pilotos. “Duane” le dije, “¿qué le pasa a la puerta?”
“No lo sé”, me respondió. “No importa lo que hagamos, no abre. Me comuniqué con Cessna y me dijeron que con gusto enviarían un equipo para abrirla pero que tendrían que agujerearla”.
“No” le respondí, “nadie abrirá un hueco en ese avión”. Le indiqué que los llamara de nuevo, y me senté en el auto a orar.
“SEÑOR, te pido que me des las palabras para hablarle a esa puerta. De acuerdo con Marcos 11:22-23, deseo en mi corazón que esa puerta funcione correctamente. Ahora te pido que me muestres cómo orar y qué decir, para que pueda hablarle a esta situación y creer que recibo”.
Inmediatamente, escuché la voz del SEÑOR en mi espíritu. Él dijo: ¿Recuerdas que en Romanos 8:28 dije: Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos? Esa puerta es una cosa. Así que di esto: “Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios ─ yo amo a Dios ─ así que, puerta ábrete ahora, dice el Señor”.
Suavemente declare esas Palabras. Unos segundos más tarde, Duane me llamó para informarme que había intentado nuevamente abrir la puerta. “Jefe, ¡abrió perfectamente!” me dijo. “Ven al aeropuerto. Nos vamos a casa”.
A través de los años, he recibido toda clase de cosas de esa manera. He declarado palabra de fe y recibido de todo, desde sanidad y finanzas, hasta soluciones para problemas que en lo natural parecían insolucionables.
Tú también puedes hacerlo. Sin importar qué clase de problema estés enfrentado, cuando sabes que cuentas con La PALABRA y con Jesús, ese problema y todos los demonios en el infierno que lo han incitado, tienen que enderezarse y escuchar lo que estés diciendo, porque tu Sumo Sacerdote está allí respaldándote. Él es el comandante de los ejércitos celestiales y tiene suficientes ángeles como para poner las montañas de tu vida en la misma luna si así lo desea.
Entonces, declara lo que Él dice acerca de ellos. ¡Después, alábalo y agradécele en fe, sabiendo que todas esas montañas no han oído sólo tu voz, sino que han oído la voz del León de la Tribu de Judá… y se están moviendo!