El sol se escondió como un globo resplandeciente sobre Australia, arrojando rayos rojizos a través de las colinas exuberantes y los hermosos árboles del país de Victoria.
Al salir del trabajo después de un largo día administrando el negocio familiar, David Welsh se relajó al observar el atardecer. No cabían dudas del porqué sus antepasados irlandeses se habían quedado en este lugar: con seguridad les recordaba a su hogar.
Además de administrador de negocios, David era esposo y padre de cuatro niños, el director de una reconocida cooperativa de agricultura, el presidente del consejo del colegio y el presidente del club de cricket local.
Estaba muy ocupado, pero la vida era agradable. Su esposa, Jane, era el amor de su vida. Su matrimonio era un pedacito del cielo en la Tierra.
Todo estaba bien, excepto por una cosa.
Dios.
Ese era un tema complicado. Ellos habían estado de acuerdo en no criar sus hijos en la iglesia. Ninguno de los niños había escuchado alguna vez la historia de Jesús en Navidad.
David era el segundo hijo en una familia católica de nueve hermanos, se había criado en la iglesia y también asistido a un colegio católico. De niño, y para agradar al sacerdote, inventaba con frecuencia pecados que confesar: mentir por una causa mayor. Su penitencia por los pecados inventados era orar cinco avemarías. En su mente juvenil, la oración era equivalente a un castigo.
Cuando se fue de la casa a los 21 años, David le dijo la verdad a su mamá.
“No esperes verme en la misa”, le dijo. “Te honré mientras viví bajo el mismo techo, pero la iglesia no tiene ningún significado para mí.”
Después de graduarse con un título de Administración de Empresas, se había ido a trabajar al mundo corporativo de Melbourne. A los 24 años y ahora como católico no practicante, David se había casado con Jane, quien había sido bautista. Los dos tenían opiniones fuertes y muy diferentes acerca de Dios, la iglesia y la religión, así que se pusieron de acuerdo en no discutir del tema.
La semilla de la Sra. Naylor
“Una mujer a la que nunca conocí de apellido Naylor le dejó a Jane todo su material cristiano al tío de Jane cuando murió”, David relata. “Él lo compartió con su hermana, la madre de Jane. La madre de Jane compartió el material con Jane”.
“La primera cosa que trajo fue un ejemplar de la revista La Voz de Victoria del Creyente de la edición de abril de 1997. Jane era una lectora ávida, y se interesó en un artículo acerca del Espíritu Santo. Dentro de la revista estaba la agenda del programa televisivo. Ella empezó a grabar el programa LVVC”.
Era ya tarde para el momento en que David terminó con la reunión del consejo colegial y llegó a la casa como una de las tantas tardes. Los niños ya estaban en la cama y Jane tenía un video casete en sus manos.
“Mi mamá me dio un video casete de un televangelista americano”, le dijo a David. “¿Quieres mirarlo conmigo?”
David sintió que se ponía rojo de rabia.
“Ya era lo suficiente malo que ella quisiera que yo viera a alguien predicar”, recuerda, “pero este era un televangelista americano. Continué diciéndome que no debía enojarme. Sabía que debía ser importante para ella o Jane no habría roto nuestro acuerdo de no discutir este tema en especial”.
Jane comenzó el video. Era Kenneth Copeland predicando una serie llamada El Ungido y Su Unción. David nunca había escuchado algo similar. Después de los primeros 10 minutos, Kenneth Copeland cerró la Biblia y señaló a la televisión.
“No creas mi palabra”, dijo. “Búscalo tú mismo.”
David pausó el video y miró a Jane. “¿Tenemos una Biblia?”
“Déjame ver si encuentro una”, le respondió.
Unos minutos más tarde, ella volvió con una Biblia pequeña.
Cada vez que el hermano Copeland se refería a una escritura, David detenía el video y la buscaba. Él encontraba cada pasaje, leyendo el versículo anterior y posterior de la referencia. Cuando el video terminó, David y Jane se miraron maravillados.
La multiplicación de la semilla
“Kenneth Copeland se convirtió en mi maestro de las cosas de Dios”, recuerda David. “Cada noche mirábamos un nuevo video con mi esposa. No sólo los escuchábamos. Cuando encontrábamos algo en la Biblia, lo poníamos en práctica. Pronto, la Palabra de Dios estaba transformando cada área de nuestras vidas. Poco después de un mes de haber comenzado, me pregunté si Jesús estaría vivo. De estarlo, ¿qué significaba eso para mí? ¿Qué significaba para mi familia?”
A solas en el auto en un viaje de negocios, David tuvo una epifanía: “Jesús” dijo en voz alta, “yo creo que estás vivo. Creo que resucitaste de entre los muertos. Sé lo que has hecho por mí. Desde hoy en adelante, viviré mi vida conforme a lo que dices en la Biblia. Y la próxima vez que hagan el censo nacional, voy a marcar que soy cristiano, porque eso es lo que soy”.
“No sabía lo que la expresión nacer de nuevo significaba, pero me di cuenta de que algo había cambiado en mí”, David recuerda. “Era distinto, pero no sabía por qué. En mi camino hacia el trabajo, escuché en las noticias una historia acerca del impacto del SIDA en la comunidad homosexual y lloré. Esa no hubiera sido mi respuesta habitual. Tenía un nivel de compasión que no reconocía”.
La madre de Jane continúo alimentándolos con revistas, libros y casetes. Todos los días durante el almuerzo con su mamá, David compartía lo que habían aprendido. Ella lo amaba. A pesar de que ella siempre había sido una mujer de oración, ella nunca había escuchado las cosas que él le enseñaba. El primer libro que David le compartió fue por Kenneth Hagin, titulado La autoridad del creyente, el cual había comprado de KCM.
La buena vida
Durante los tres meses siguientes, David y Jane pasaron prácticamente todo su tiempo libre leyendo la Biblia y devorando el material que la madre de Jame les compartía. David ponía su alarma más temprano para poder leer la Biblia y orar todos los días antes de ir a trabajar. Creciendo en fortaleza, pasaron el siguiente año en un estudio bíblico intenso.
“Estaba en un ritmo de aprendizaje y desarrollo de mi fe como nuevo creyente”, relata David. “Estaba aprendiendo a escuchar a Dios. Sentí una conexión muy fuerte con Kenneth Copeland. Me consideraba su hijo espiritual por fe”.
“Nuestras vidas eran felices y llenas de propósito. Hacía varios años, después de graduarme en administración de empresas y trabajar en el mundo corporativo de Melbourne, mi papá me había llamado para solicitarme que me mudara y lo ayudara con el negocio familiar, el cual venía funcionando desde la Segunda Guerra Mundial”.
“Jane y yo nos habíamos ido de Melbourne, volviendo a nuestro hogar en el país de Victoria. Mi papá estaba feliz con mi ayuda y se había pensionado a medias. Durante esos años, mientras llegué a conocerlo como adulto, me enamoré de él. El negocio creció hasta convertirse en una compañía multimillonaria. Jane y yo compramos 5 acres en el pueblo rural de Cudgee, un pequeño pueblo campestre, pero muy hermoso. Nuestro terreno tenía una suave pendiente que daba a un arroyo bordeado de sauces. No era la clase de lugar del que alguna vez quisieras irte”.
El llamado
“Por esa razón, cuando escuché al Señor decir: Quiero que vayas a la universidad bíblica en América, bloqueé las palabras. No quería escucharlo. Ni siquiera se lo dije a Jane”.
Un día, David estaba en la página web de KCM cuando vio un enlace a Jerry Savelle. David hizo clic en el enlace y leyó un artículo acerca del Instituto Bíblico de los Ministerios Jerry Savelle (JSMI, por sus siglas en inglés). Mientras leía, el Señor le habló otra vez.
Quiero que vayas allá.
David cerró la página en internet.
Durante varias semanas, el Señor continúo tratando con David acerca de asistir a JSMI. Finalmente, David respondió: “Iré el próximo año”.
No, quiero que vayas este año.
Mientras tanto, David escuchó que Kenneth Copeland estaba viniendo a Brisbane para hacer una convención en esa ciudad. Él quería ir, pero el Señor insistió que enviara a Jane y a sus padres. En abril de 1998, Jane y sus padres asistieron a la convención, Cuando Jane regresó, ella había traído material de los Ministerios Jerry Savelle.
David no le había dicho a Jane lo que el Señor le había dicho. En parte, porque él sabía que cuando dijera esas palabras, todo se pondría en movimiento. Además, él no podía imaginarse arrancar a su esposa y a sus cuatro hijos de su casa. ¿Cómo podía decirle a su papá que dejaría el negocio… y el continente?
Una tarde, David regresó a la casa del trabajo y encontró a Jane en la cocina. Respirando hondo le dijo: “El Señor quiere que vaya a JSMI”.
El gobernante joven y rico
“Lo sabía”, le contestó Jane, entregándole un papel. “Aquí está la lista de cosas que tenemos que arreglar en la casa antes de venderla”.
David sintió nauseas. El mes de abril estaba terminando y para obedecer a Dios, necesitaba estar en Texas en agosto. Las circunstancias parecían abrumadoras.
A solas con Dios, David dijo: “Si me quieres allá, entonces necesitas hacer que las cosas sucedan”.
“Lo más difícil para mí fue decírselo a mi papá”, relata David. “Al final, tres de mis hermanos decidieron ayudarlo. Yo no podía imaginarme cómo venderíamos la casa a tiempo. Una casa hermosa calle arriba había estado en el mercado por ocho meses y no se había vendido todavía”.
“Un agente de bienes raíces estaba programado para poner a la venta nuestra casa el fin de semana. Uno de sus amigos vio las fotos en el escritorio del agente y compró nuestra casa dos días más tarde. Nunca la publicaron en el periódico”.
“El Señor me dijo que yo era como el joven rico, excepto que yo había dejado todo para seguirlo. Dejé un negocio multimillonario. Vendimos todo, dejamos nuestra familia, nuestro país y viajamos a Texas. Había sido un cristiano por poco más de 12 meses”.
Ellos llegaron a Texas una semana antes de que empezaran las clases, pensando que sería fácil rentar un lugar para vivir. Comenzar en un país nuevo era mucho más difícil de lo que se había imaginado. Dejando su familia en el hotel Best Western, David llegó a la orientación sólo para descubrir que era el estudiante más viejo. Alguien lo tocó en el hombro.
“¡Buenos días compañero!”, sonó el saludo con un acento familiar.
David se dio la vuelta. ¡Alguien más de Australia!
“¿De dónde eres?” le preguntó el hombre. “¿Tienes un auto? ¿Un lugar donde vivir?”
Cuando David le explicó su situación, su nuevo amigo le dijo: “Es probable que pueda ayudarte”.
Otra familia australiana que se había mudado a Texas para asistir a JSMI y también de cuatro hijos, había rentando una casa por un año completamente amoblada. Luego, habían descubierto que no se suponía que estuvieran allí y habían regresado a Australia. Por consiguiente, necesitaban a alguien para que asumiera el contrato.
Fe para el futuro
Esa tarde, David, Jane y los niños se habían instalado en una casa amoblada. El cambio en la vida de David parecía surreal. Había pasado de manejar un negocio multimillonario a hacer un trabajo de jardinero como voluntario en el predio de los ministerios Jerry Savelle, en una temperatura de 100 ºF (38 ºC).
“Cuando llegó enero de 1999, estaba frustrado”, admite David. “La gente me continuaba preguntando a cuál de los cinco ministerios estaba llamado. Yo no lo sabía. Sabía que estaba llamado a algo, pero ¿a qué? Le dije al Señor que estaba preparado para ir a cualquier lugar al que me enviara, pero que no tenía idea cuál era ese lugar. Realmente quería saber qué vendría a continuación. Ayuné durante tres días y compartí mi frustración con Jane”.
“¿Qué te gustaría hacer?” me preguntó. “Si pudieras hacer cualquier cosa con tu vida, ¿qué harías?”
Eso era fácil. “Si pudiera hacer cualquier cosa, y por lo que ha hecho por nosotros, me gustaría servir a Kenneth Copeland”.
A todos los estudiantes de JSMI se les había pedido escribir un currículum vitae. David escribió el suyo y se rio. Todo lo que había allí era lo que él había hecho en los negocios. No había nada ministerial. Al final del año escolar, les pidieron que lo actualizaran y así fue como agregó un último reglón: “1999: Graduado del Instituto Bíblico Jerry Savelle”.
Para ese momento el Señor le había dicho que regresara a Australia, y cuando partían desde Fort Worth, su pastor había profetizado que comenzarían a trabajar en el ministerio cuando volvieran a casa.
Confiar y obedecer
Quiero que envíes esto a KCM, le dijo el Señor hablando acerca del currículum vitae.
David obedeció, agregando una carta introductoria que decía: “Volveré a Australia en junio de 1999. Sé que tienen una oficina allí. Si hay algo que pueda hacer para ayudar, por favor comuníquense conmigo”.
La puso en el correo y se olvidó de ella.
David no podía saber que, en marzo de 1999, mientras él todavía estaba en JSMI, el director de KCM Australia se había ido a casa con el Señor. Derek Turner, el director internacional de KCM en ese entonces, había viajado a Australia donde había estado las últimas 12 semanas ayudando y entrevistando candidatos para la posición de director.
Cuando Derek regresó a su oficina en Texas, encontró el currículum de David en su escritorio. Mientras lo leía, el Señor le dijo: Esta es la persona que has estado buscando.
Derek le pidió a su asistente que contactara a David y agendara una entrevista. Enterándose de que él ya se había ido de Texas y estaba de regreso en Australia, ella localizó a la familia en donde se estaba quedando, llamó y dejó tres mensajes para David.
Una conexión divina
“Estábamos a punto de salir del país cuando hable con Derek Tuner”, recuerda David. “Decidimos encontrarnos en Sydney en Julio. Durante la entrevista, me enteré de que el director había fallecido en marzo. De repente, la insistencia del Señor para que abandonara JSMI en el momento que lo solicitó cobró sentido”.
“Me contrataron como director, en la ciudad de Brisbane, a unas 1200 millas (1920 Km) de nuestra familia y nuestra tierra. Mi primer día de trabajo fue en Fort Worth, Texas, en la Convención de Creyentes del Suroeste”.
“He sido el director de la oficina de Australia durante 18 años maravillosos”, comenta David. “Uno de los cumplidos más grandes que el hermano Copeland alguna vez me haya hecho es que él nunca se preocupa acerca de cómo manejo la oficina. Soy un líder en el reino con un don, llamado y cualidades distintas que otras personas. No hemos construido la casa de nuestros sueños todavía, pero Su promesa de la cosecha todavía está viva, y lo más importante es que todos nuestros hijos están sirviendo al Señor”.
“He pensado con frecuencia en la Sra. Naylor ─ una mujer a la que nunca conocí. Ella ha estado en el cielo durante ya 20 años. Su semilla hizo que toda mi familia y yo fuéramos salvos; ésta impactó cada área de nuestra vida: nuestra salvación, nuestros dones, nuestros llamados y nuestras finanzas. Y todavía continúa multiplicándose exponencialmente hasta la eternidad”.
“Isaías 9:7 dice: «La extensión de su imperio y la paz en él no tendrán límite». Nosotros sabemos que el reino de Dios siempre está incrementando y creciendo. Sin embargo, nosotros no entendimos lo que la Sra. Naylor entendió: que lo mismo es cierto cuando plantamos la semilla de la Palabra. Ésta nunca deja de multiplicarse”.
“Ella entendió que colaborar con la Palabra que Kenneth Copeland predicaba tenía un impacto eterno fenomenal. La semilla produjo en la Sra. Naylor. Ella la sembró en la vida del tío de Jane y ésta produjo en él. Produjo en la vida de la mamá de Jane. Y produjo en mí, nuestros hijos y toda nuestra familia. Y aún continúa produciendo en miles y miles de vidas que han sido tocadas a través de KCM Australia”.
“Estoy recibiendo una multiplicación en las vidas que nosotros influenciamos para Jesús. Todo en el reino de Dios tiene un impacto eterno. La semilla de la Sra. Naylor todavía está produciendo”.