El Nombre de Jesús aterroriza al diablo. No tiene otra opción que huir despavorido cuando ese Nombre es pronunciado por un creyente que tiene fe en Él, porque conlleva toda la autoridad y el poder de Jesús Mismo.
Jesús y Su Nombre son uno solo. Su Nombre puede hacer todo lo que Él puede hacer. Puede hacer cualquier cosa que Él hizo mientras estuvo en la tierra y llevar a cabo cualquier cosa que Él haya dicho.
Siempre recordaré la primera vez que impuse mis manos sobre alguien en el Nombre de Jesús. Eran mis comienzos en el ministerio. A mis 30 años, era estudiante en la Universidad Oral Roberts y servía como copiloto en el avión del Hermano Roberts. Había viajado con él a una de sus reuniones de sanidad y me habían asignado ayudando a ministrar a la gente en la tienda de los inválidos.
¡Eran las personas más enfermas que había visto! Su enfermedad les impedía asistir a la reunión principal. Así que, mi trabajo consistía en resumirles los puntos principales del mensaje del Hermano Roberts cuando terminaba de predicar. Luego, una vez que estuvieran preparados para recibir ministración, el plan era que él entrara y les impusiera las manos.
Esa noche, sin embargo, el hermano Roberts no siguió el plan. En su lugar, cuando entró en la tienda, me tomó de las solapas y me acerco hacia él. Nariz contra nariz, me dijo: “Tú vas a orar y tú vas a imponer las manos.”
Atónito, sentí que la sangre se me escurría del rostro. Me vio empalidecer y se río. “No te preocupes”, me dijo. “Si cometes un error, lo solucionaré. Pero no los toques hasta que estés listo para liberar tu fe.”
Había estado estudiando el poder del Nombre de Jesús, así que supe inmediatamente lo que haría. Declararía ese Nombre y tocaría a la persona que necesitaba sanidad al mismo tiempo. Con el Hermano Roberts a mi lado, me acerqué a una mujer que yacía en una camilla. Tenía una enfermera a su lado y estaba tan demacrada que no parecía más que piel y huesos… excepto por su estómago. Estaba hinchada como si estuviera embarazada.
Momentos después me enteré de que tenía un tumor maligno. Estaba demasiado débil para sentarse, así que su enfermera la levantó un poco para que yo pudiera imponerle las manos. Me acerqué a ella y empecé a decir: “En el nombre de Jesús”, pero antes de que pudiera terminar, oí lo que parecía el rugido del León de Judá saliendo del hermano Roberts.
“Tú, asqueroso espíritu inmundo, en el Nombre de Jesús, a Quien pertenezco y a Quien sirvo, ¡quita tus manos de la propiedad de Dios, ahora mismo!”, exclamó.
De inmediato, la mujer escupió aquel tumor al suelo. Era feo, tenía tentáculos y me recordaba a una medusa. Cuando lo miré por primera vez, todavía se movía, pero no se movió durante mucho tiempo porque estaba muerto.
¿Qué lo mató? El todopoderoso y omnipotente Nombre de Jesús.
Más que una idea sagrada
Es hora de que nosotros, los creyentes, tengamos una mayor revelación de la verdadera grandeza de ese Nombre. Es hora de que se convierta en algo más que una idea sagrada. Necesitamos descubrir todo lo que hay detrás de ese Nombre, cómo le fue dado y de dónde provino. Necesitamos saber cómo medir su significado.
Incluso en lo natural, sabemos mucho sobre cómo hacerlo. Por ejemplo, una forma de medir el poder del nombre de una persona es por lo que posee. Por eso, en nuestra cultura, nombres como Rockefeller y Bill Gates tienen tanto peso. Representan riqueza masiva porque las personas detrás de esos nombres son muy ricas, y todo el mundo lo sabe.
¿Cómo se mide el Nombre de Jesús cuando se juzga con ese mismo estándar? No hay nombre en la tierra ni en el cielo con el que pueda compararse. Excepto uno: el Nombre de Dios Padre: en hebreo, YHWH. A veces se lo pronuncia en español como Yahvé: el Nombre de Dios.
El Nombre de Jesús no es sólo comparable al Nombre de Dios. Los dos son sinónimos porque Jesús heredó el Nombre de Dios después de resucitar de entre los muertos. «Después de llevar a cabo la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo», dice Hebreos 1, Dios lo nombró «heredero de todo», y Él «se sentó a la derecha de la Majestad, en las alturas, y ha llegado a ser superior a los ángeles, pues ha recibido un nombre más sublime que el de ellos.» (versículos 2-4).
Ya que Jesús heredó el Nombre de Dios, la única manera de medir Su Nombre es midiendo el poder, la propiedad y la autoridad de Dios Mismo. ¡A eso le llamo riqueza! Dios creó todo lo que existe. Él no solo es dueño de algo; Él es dueño de todo.
Los nombres de las personas más ricas y poderosas que han caminado en esta tierra no están ni siquiera en la misma liga que el Nombre de Jesús. Tampoco los nombres de los ángeles. En Hebreos 1:5-7 (RVA-2015) se pregunta: Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y otra vez: Yo seré para él, Padre; y él será para mí, Hijo? Otra vez, al introducir al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios».
“Hermano Copeland, no entiendo esos versículos”, podrías decir. “Jesús ha sido el Hijo de Dios por siempre. ¿Por qué le diría Dios: «Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy» ¿Por qué iba a decir de Jesús, otra vez, «Yo seré para Él un Padre»?».
Porque, tres días y tres noches antes de que Dios lo dijera, ¡Su Hijo había muerto!
Esta es una verdad bíblica que muchos cristianos no han comprendido del todo: Jesús realmente murió cuando fue a la cruz. No solo murió físicamente, sino que también espiritualmente. Él tomó sobre Sí Mismo el pecado de toda la humanidad, permitió ser separado completamente del Padre, y fue al infierno para sufrir allí en nuestro lugar.
Luego, una vez que pagó el precio de nuestra redención, la voz de Dios resonó desde el cielo. Pronunció las palabras registradas en Hebreos 1 y volvió a llamar a Jesús Su Hijo. Cuando lo hizo, su poder abrió de par en par el infierno. Jesús nació de nuevo, resucitó de entre los muertos, ascendió a lo alto, «llevó cautiva la cautividad» (Efesios 4:8 RVA-2015), y el Nombre de Dios Mismo le fue otorgado en honor de lo que había hecho.
Elevado a la máxima honra
En otras palabras, Jesús no sólo obtuvo Su Nombre por herencia, sino que le fue conferido porque, como dice Filipenses 2:5-11 (RVA-2015):
Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual, también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor.
¡Es hora de que descubramos esta verdad! Jesús se humilló hasta la muerte. Probó la muerte física por nosotros para que nosotros no tuviéramos que probarla (Juan 8:52). Murió espiritualmente para que pudiéramos nacer de nuevo. Él fue al lugar más bajo en el pozo del infierno para que pudiéramos ser resucitados juntamente con Él y sentarnos con Él en los lugares celestiales.
¿Dónde está sentado en el cielo? A la derecha de Dios.
A causa de Su sacrificio, Dios lo elevó al lugar de máxima honra. No le confirió un nombre, sino EL Nombre. El Nombre del Omnipotente. El Nombre sobre todo nombre.
Cuando recibimos a Jesús como nuestro SEÑOR y Salvador, ese Nombre se convierte en el nuestro. Nos convertimos en coherederos con Él (Romanos 8:17) y el lugar de honor que Él ocupa también se convierte en nuestro lugar. Aunque Él siempre será el Primogénito, ahora nosotros también somos hijos e hijas «del Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien recibe su nombre toda familia en los cielos y en la tierra» (Efesios 3:14-15).
Puedes visualizar el peso que tiene ese Nombre en el cielo leyendo en Hebreos 1 la declaración que Dios le hizo a Jesús cuando le confirió Su Nombre. Dijo: «Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; el cetro de tu reino es un cetro de justicia.» (versículo 8). En una corte real, cuando el rey señala a alguien con su cetro, le confiere el derecho a hablar. Un momento antes podría haber sido un plebeyo sin capacidad legal para expresarse, pero el reconocimiento del rey lo convierte en su igual.
Eso es lo que nos pasó a ti y a mí en el reino del espíritu. Cuando dijimos: “¡Jesús, ven a mi corazón!”, el cetro de la justicia nos apuntó, y Jesús nos hizo Sus pares. Ahora, nuestras palabras cuentan en la corte del cielo porque hemos sido nombrados con Su Nombre. Él Mismo lo dijo:
«Y todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo piden en mi nombre, yo lo haré.» (Juan 14:13-14).
«De cierto, de cierto les digo, que todo lo que pidan al Padre, en mi nombre, él se lo concederá. Hasta ahora nada han pedido en mi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría se vea cumplida.» (Juan 16:23-24).
Jesús también nos enseñó que, mientras vivamos en la tierra, Su Nombre nos proporcionará protección. Cuando oraba por Sus discípulos justo antes de ir a la cruz, dijo: «…Padre santo, a los que me has dado, cuídalos en tu nombre, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los cuidaba en tu nombre…» (Juan 17:11-12).
Proverbios 18:10 (RVA-2015) lo expresa de esta manera: «Torre fortificada es el nombre del SEÑOR; el justo correrá a ella y estará a salvo».
No tan sólo por encima
El Nombre de Jesús se eleva sobre cualquier otro. No es sólo elevado, ¡es el lugar más alto que exista! Como escribió el apóstol Pablo en Efesios 1, «muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y por encima de todo nombre que se nombra, no sólo en este tiempo, sino también en el venidero.» (versículo 21) y, porque estamos en Él, estamos allí también. No estamos apenas por encima de todas las cosas diabólicas que suceden en este mundo. No estamos solo un poco por encima de Satanás y todos sus secuaces. Estamos muy por encima de ellos en el Nombre que es sobre todo nombre.
¡Necesitamos aferrarnos a esta revelación! Necesitamos tomarla, porque cuando lo hagamos, actuaremos más y más como Pedro y Juan lo hicieron en Hechos 3 en la puerta del Templo. ¿Recuerdas lo que hicieron? Causaron un gran revuelo al ministrar en el Nombre de Jesús a un hombre cojo que les pidió dinero.
Fue algo audaz porque, en lo natural, el hombre era un caso perdido. Era cojo de nacimiento y, como casi todos los que frecuentaban el Templo de Jerusalén, Pedro y Juan lo sabían. Sin embargo, Pedro fijó sus ojos en el hombre y le dijo:
«No tengo oro ni plata, pero de lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!» Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó, ¡y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos! El cojo se puso en pie de un salto, y se echó a andar; luego entró con ellos en el templo, mientras saltaba y alababa a Dios.» (Hechos 3:6-8).
Cuando la gente en el Templo vio aquel día que el hombre había sido sanado, se llenaron de asombro y admiración. También cometieron el mismo error que mucha gente comete hoy. Asumieron que Pedro y Juan habían hecho el milagro. Pensaron que Dios les había dado algún tipo de poder especial porque eran súper santos o algo así.
Podrías decir: “Pedro y Juan tenían un poder especial. Al fin y al cabo, eran apóstoles”.
Sí, pero el hecho de que fueran apóstoles no tuvo nada que ver con este acontecimiento. ¿Cómo lo sabemos? Pedro lo dijo. Cuando todo el mundo empezó a hacer alboroto sobre él y Juan, le dijo a la gente: «Varones israelitas, ¿qué es lo que les asombra? ¿Por qué nos ven como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho que este hombre camine? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, que es el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien ustedes entregaron y negaron delante de Pilato, cuando éste ya había resuelto ponerlo en libertad… Fue así como mataron al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos. De eso nosotros somos testigos, y por la fe en su nombre, a este hombre que ustedes ven y conocen, Dios lo ha restablecido; por la fe en Jesús, Dios lo ha sanado completamente en presencia de ustedes. (versículos 12-13, 15-16).
No era su apostolado lo que Pedro y Juan tenían en mente aquel día. Era el Nombre de Jesús. Fue por la fe en ese Nombre que ellos ministraron el poder milagroso de Dios al hombre cojo en la puerta del Templo. Pudieron resucitarlo porque sabían y creían lo que nosotros todavía estamos descubriendo:
El Nombre de Jesús puede hacer cualquier cosa que Él hizo cuando estuvo en la tierra.
Su Nombre puede hacer cualquier cosa que Él pueda hacer ahora.
Su Nombre puede hacer realidad cualquier cosa que Él haya dicho.
La fe en el Nombre de Jesús es fe en Él. ¡Ten fe en Su Nombre! V