¿Sabías que, si has recibido a Jesús como tu SEÑOR y Salvador, nunca más tendrás que estar enfermo en tu vida?
Es verdad. Si estás enfermo, puedes ser sanado hoy porque la sanidad te pertenece. Si estás bien, puedes permanecer así porque la salud divina te pertenece. No tienes que esperar a que Dios se mueva de alguna manera especial. Creyendo en Su PALABRA y haciendo lo que Él te dice que hagas, puedes ser sanado de cualquier cosa –
en cualquier momento, en cualquier lugar – y vivir una vida larga y saludable.
¿Por qué? Por lo que Jesús hizo por ti y por todos nosotros cuando fue a la cruz. No sólo cargó con nuestros pecados y pagó el precio para que fuéramos perdonados, sino que también pagó el precio para que nuestros cuerpos fueran sanados. Isaías 53:4-5 dice:
Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades (dolencias, debilidades y angustias) y cargó con nuestros pesares y dolores… Él fue herido por nuestras transgresiones, Él fue magullado por nuestra culpa e iniquidades; el castigo [necesario para obtener] paz y bienestar para nosotros fue sobre Él, y con las llagas [que lo hirieron] somos sanados y hechos plenos (Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Primera de Pedro 2:24 cita esa última frase en tiempo pasado. Nos dice a nosotros, los creyentes del Nuevo Pacto, que por las heridas de Jesús «fueron ustedes sanados». Si fuiste sanado, entonces la sanidad te pertenece ahora mismo. Ya ha sido provista. Es tu responsabilidad apropiártela por fe cada vez que la necesites para que puedas vivir los 120 años que Dios te prometió en Génesis 6:3, y luego partir hacia el cielo, no porque estés enfermo, sino porque has terminado tu carrera y estás listo para partir.
“Me gustaría creerlo”, podrías decir, “pero suena demasiado bueno para ser verdad. Es decir, si realmente es posible vivir una vida libre de enfermedades, ¿por qué no lo han hecho más cristianos?”
La mayoría de los creyentes no tienen ni idea de que pueden hacerlo. O no se les ha enseñado mucho sobre su derecho bíblico a la sanidad y salud divinas, o se les ha enseñado mal. A innumerables cristianos maravillosos se les ha dicho a lo largo de los años, por ejemplo, que la sanidad no es siempre la voluntad de Dios. Incluso lo han oído decir en la iglesia: “A veces Él sana y a veces no. Nunca se sabe lo que Dios va a hacer.”
Esa afirmación es totalmente antibíblica. Cuando se trata de sanidad, ¡sí sabemos lo que Dios va a hacer! ¿Cómo? Mirando a Jesús. Él siempre hizo la voluntad de Dios y, cuando estuvo en la tierra, ministró sanidad a todos los que vinieron a Él esperando recibirla. Nunca se negó a sanar a nadie. En algunos casos, multitudes de enfermos acudían a Él, y Jesús «los sanó a todos» (Mateo 12:15; Lucas 6:19).
Es más, envió a Sus discípulos a hacer lo mismo. Les dio: «poder para expulsar a los espíritus impuros y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Vayan y prediquen: “El reino de los cielos se ha acercado.” Sanen enfermos, limpien leprosos, resuciten muertos y expulsen demonios. Den gratuitamente lo que gratuitamente recibieron» (Mateo 10:1, 7-8).
Al igual que Su Padre celestial, Jesús estaba (y sigue estando) totalmente en contra de la enfermedad. Lo único que le impidió sanar a alguien durante Su ministerio terrenal fue la incredulidad. Eso fue lo que le impidió en Nazaret. Él quería sanar a todos allí. Al fin y al cabo, era Su ciudad natal. Había crecido con esa gente. Pero aparte de lograr sanar a algunos con dolencias menores, no pudo hacer ninguna obra poderosa allí «a causa de la incredulidad de ellos» (Marcos 6:6, RVA-2015).
Este Mismo Jesús
No dejes que nadie te convenza de que la sanidad no es la voluntad de Dios para ti. «Jesucristo [es] el mismo ayer, hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8). Por lo tanto, si Él sanaba a todos los que iban a Él con fe cuando ministraba en la tierra, todavía lo hace hoy.
“Pero hermano Copeland, tengo el mismo problema que la gente de Nazaret. Cuando se trata de sanidad, simplemente no tengo fe.”
¡Entonces abre tu Biblia y consigue un poco!
«Así que la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios». (Romanos 10:17), y la PALABRA de Dios está llena de escrituras acerca de la sanidad. Por ejemplo, además de los versículos que ya he citado, Él dijo:
– «Si escuchas con atención la voz del SEÑOR tu Dios, y haces lo que es recto delante de sus ojos, y prestas oído a sus mandamientos y cumples todos sus estatutos, jamás te enviaré ninguna de las enfermedades que les envié a los egipcios. Yo soy el Señor, tu sanador.» (Éxodo 15:26).
– «Hijo mío, atiende a mis palabras; consiente y sométete a mis dichos. Que no se aparten de tu vista; guárdalas en el centro de tu corazón. Porque son vida para quienes las encuentran, sanidad y salud para toda su carne» (Proverbios 4:20-22, AMPC).
– Hijo mío, no te olvides de mi ley ni de mi enseñanza, sino que tu corazón guarde mis mandamientos; porque te añadirán largura de días y años de vida [que valga la pena vivir] y tranquilidad [interior y exterior y que continúe durante la vejez hasta la muerte]” (Proverbios 3:1-2, AMPC).
La palabra sanidad no se menciona en esos dos últimos versículos, pero está allí implícita. Cuando piensas en una vida que vale la pena vivir, no piensas en una vida plagada de enfermedades. Piensas en una vida de salud y bienestar vibrantes, y eso es lo que nos prometen esos versículos. Sin embargo, nota que hay condiciones involucradas. No debes olvidar la PALABRA de Dios. Debes tenerla ante tus ojos, en tus oídos y en tu corazón, dándole el primer lugar en tu vida. Y debes guardar los mandamientos de Dios.
¿Qué mandamientos nos ha dado Dios como creyentes del Nuevo Pacto? Primera de Juan 3:23 dice: «Éste es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como Dios nos lo ha mandado».
Realmente, eso es un mandamiento con dos partes. Ambas partes trabajan juntas, y ambas son importantes. Pero, aunque todos los cristianos entienden la importancia de la primera parte, muchos no han entendido lo importante que es la segunda. Jesús sí lo hizo. Cuando los fariseos le preguntaron: “¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?”. Él respondió sin vacilar:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” Éste es el primero y más importante mandamiento. Y el segundo es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.» (Mateo 22:37-40).
Más tarde, durante la última cena de Pascua con Sus discípulos, Jesús lo expresó de forma aún más personal. Después de anunciarles el Nuevo Pacto que estaba a punto de ser ratificado con Su sangre, les dijo: «Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros. En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros.» (Juan 13:34-35).
No es una sugerencia. Es un mandamiento. Se nos ordena creer en Jesús y caminar en el Amor. Ambos están unidos, y uno no funciona sin el otro porque la fe obra por el Amor (Gálatas 5:6).
Por eso todas las noches declaro esos versículos en voz alta. Después de acostarme, antes de cerrar los ojos, digo: ‘Amo al SEÑOR mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas. Y amo a mi prójimo como a mí mismo, cumpliendo toda la ley y los profetas.’ Luego, cito Juan 13:34-35, y me duermo.
Esa es la rutina que el Señor puso en mi corazón. Lo hago todas las noches, dondequiera que esté, en todo el mundo. Y es una de las razones por las que vivo en salud divina.
Tú Puedes Hacerlo
¿Por qué es tan vital caminar en el Amor? Porque Dios ES Amor.
La gente a menudo lo equipara a Él con el poder. Pero en ninguna parte de la Biblia dice que Dios es poder. No, Él es Amor y usa Su poder a favor de Su familia y de cualquiera que lo reciba.
Le he visto hacerlo una y otra vez en mis 56 años de ministerio, incluso en situaciones aparentemente imposibles.
Tomemos por ejemplo la vez que fui llamado para ministrar a un hombre que estaba sufriendo de gangrena como resultado de la diabetes. Su estado era tan grave que parecía que los médicos tendrían que cortarle la pierna para salvarle la vida. Mientras estaba al pie de su cama orando en el espíritu y escuchando al Señor dentro de mí, Él dijo: Tócale el dedo del pie. Cuando toqué su dedo del pie y dije, “En el Nombre de Jesús,” el hombre me gruñó. Entonces, yo eche ese demonio fuera de él, y él fue sanado.
En otra ocasión, hace unos años en la Convención de Creyentes del Suroeste, sentada al frente cerca de donde yo estaba, había una mujer en silla de ruedas y con lentes oscuros. “¿Puedo hacer contigo lo que Jesús hizo cuando estuvo en la tierra?”, le pregunté.
“Por supuesto”, respondió.
Le quité las gafas, me escupí en las manos y se las puse en los ojos. Las mantuve allí hasta que SEÑOR me lo indicó. Entonces aparté las manos y dije: “Dime lo que ves”. De repente, la expresión sombría que había en su cara desapareció y se iluminó.
“Te veo”, me respondió.
El domingo siguiente por la mañana, vino a la iglesia y declaró que había sufrido tanto de visión doble que no podía ver. Estaba tan emocionada y entusiasmada por haber sido sanada, que empezó a predicar a la congregación, y todos lo pasamos muy bien. ¡La sanidad es divertida! ¡La salud divina es maravillosa! Y nos pertenecen a nosotros, como creyentes. Podemos disfrutarlas cada día de nuestras vidas creyendo en la PALABRA de Dios y caminando en Amor.
“Pero, hermano Copeland, no estoy seguro de poder hacerlo.”
Ciertamente puedes. Dios ya te ha dado todo lo necesario. Él te dio la medida de la fe cuando naciste de nuevo, así que (asumiendo que tienes una Biblia) ciertamente puedes creer la PALABRA de Dios. Y estás completamente equipado para amar a otros porque Dios te amó primero y ahora Su Amor está derramado en tu corazón por el Espíritu Santo.
Como dice 1 Juan 4: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amarnos unos a otros… Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros» (versículos 10-12).
La Biblia Amplificada, Edición Clásica, traduce el último versículo de ese pasaje de la siguiente manera: «¡Si nos amamos unos a otros, Dios habita (vive y permanece) en nosotros y su amor (ese amor que es esencialmente suyo) se completa (llega a su plena madurez, sigue su curso completo, se perfecciona) en nosotros!»
“Pero hermano Copeland, ¿qué hay del diablo?”
¿Bueno, qué de él? Es un enemigo totalmente derrotado. Jesús lo azotó completamente y te dio la victoria. El diablo no tiene poder sobre ti a menos que se lo dés al soltar tu fe o quebrantando el mandato del Amor. Y como creyente nacido de nuevo no tienes que hacer ninguna de las dos. Porque como 1 Juan 5:18 (AMPC) dice:
Todo aquel que es nacido de Dios no practica [deliberadamente y a sabiendas] el cometer pecado, sino que el que fue engendrado de Dios cuidadosamente lo vigila y lo protege [la presencia divina de Cristo dentro de él lo preserva contra el mal], y el maligno no se apodera (se apodera) de él ni lo toca [a él].
Si el diablo trata de ponerte enfermedad, puedes resistirle, y huirá de ti (Santiago 4:7). Puedes decir: “Diablo, ¡quítame las manos de encima! No tienes derecho a tocarme. Jesús ya cargó con todas mis enfermedades y dolores, así que no tengo por qué cargar con ellos. La sanidad es mía. La salud divina es mía. Lo creo y camino en el Amor. Soy rápido para perdonar a los demás, y cuando me paso de la raya, soy rápido para arrepentirme. Así que lárgate de aquí, Diablo. No puedes tocarme.”
Romanos 10:10 dice: «Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación». La palabra griega para salvación también puede ser traducida como sanidad. Así que, una vez que hayas lidiado con el diablo, conéctate al poder sanador de Dios creyendo en tu corazón y confesando lo que la Biblia dice al respecto. Levanta tus manos y tu voz y declara:
He sido vivificado en Cristo. Él resucitó de entre los muertos y yo resucité con Él. Estoy sentado con Él en los lugares celestiales. He recibido Su vida de resurrección y está energizando mi espíritu, alma y cuerpo ahora mismo. Mis ojos, oídos, huesos, órganos, nervios, ligamentos, articulaciones, cerebro y sangre están siendo energizados con la vida de resurrección de Dios. Cada día estoy más fuerte. Ninguna enfermedad puede tocarme. Ninguna enfermedad puede entrar en mi cuerpo. El mismo Espíritu que derrotó a la muerte, al infierno y a la tumba, y que resucitó a Jesús de entre los muertos, está ahora en mí y manifiesta la vida de resurrección en mi cuerpo. Jesús está vivo y sano hoy, ¡y yo también! V