Dios ha seguido un plan a lo largo del tiempo. ¿Lo sabías? A través de la Biblia, Él estableció ciertas fechas en la que sucederían eventos importantes, y Él siempre cumplió con sus citas. Nunca llegó tarde.
Por ejemplo: Él liberó a los israelitas de Egipto exactamente cuando dijo que lo haría. Después de decirle a Abraham en generaciones pasadas que los libraría después de que hubieran estado afligidos allí durante 400 años, los sacó justo a tiempo. Tal como lo dice Éxodo 12:41: «y el mismo día en que se cumplieron esos cuatrocientos treinta años todo el pueblo del Señor salió de ese país».
Si estudias las profecías del Antiguo Testamento acerca de Jesús, verás que Dios tiene un calendario. No hay nada espurio acerca del tiempo de la primera y segunda venidas de Jesús. Él siempre sigue el calendario del Padre.
Nació en un día exacto.
Fue crucificado en un día exacto.
Resucitó en un día exacto. ¡Y Él regresará en un día exacto!
Él no está sentado en el cielo en este momento, pensando: me pregunto si este sería un buen momento para el Rapto. No, esa fecha ya se ha fijado. Dios la ha marcado en Su calendario y, cuando llegue ese día, Jesús se nos aparecerá en las nubes. Él respetará Su cita y regresará por Su iglesia.
Lo que sea que nos encuentre haciendo cuando llegue ese momento será nuestra elección. Sin embargo, el Nuevo Testamento nos deja muy claro que antes de que Él llegue, Jesús tendrá un grupo de personas en este planeta que se habrán consagrado a Él. Tendrá un grupo de personas obedientes y fieles que estén caminando en el poder de Dios, haciendo señales y maravillas, y recogiendo la gran cosecha de las almas de los últimos tiempos.
Intento formar parte de ese grupo, ¿y tú?
No quiero que Jesús regrese y me encuentre nacida de nuevo, pero todavía pensando, hablando y actuando como el mundo. Quiero que me encuentre separada del mundo y viviendo para Él: espíritu, alma y cuerpo. Quiero que me encuentre de acuerdo con la descripción de la Iglesia en Efesios 5:27: «…gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante.»
“Bueno”, podrías decir, “esa meta es muy loable, pero no es realista. Mientras vivamos en este mundo caído, ninguno de nosotros puede ser realmente santo.”
¡Sí podemos! De hecho, como creyentes, ya somos santos. Nuestro viejo y pecaminoso hombre interior ya ha muerto, y nos hemos convertido en partícipes de la naturaleza santa de Dios. Hemos sido separados del mundo, redimidos por Dios y apartados para Él.
Es por eso que el Nuevo Testamento se refiere a nosotros una y otra vez como santos. Traducido de la palabra griega hagios, la palabra santo significa “uno que está santificado o apartado para la deidad”. Literalmente significa: una persona santa.
No se trata de un título religioso que se les otorga a las personas después de fallecidas, porque un grupo de personas decide que esas personas eran digna y votan para así declararlas. Los santos son solo personas que han puesto su fe en Jesús y lo han recibido como Su Señor y Salvador. Son simplemente personas que han sido separadas para Dios a través del nuevo nacimiento.
¡Todos nosotros, como creyentes, somos santos! Ahora, tan solo necesitamos vivir de esa manera. Debemos dejar que todo lo que somos en el interior se refleje en el exterior, haciendo lo que Dios nos pide y obedeciendo las instrucciones que nos dio en la Biblia: instrucciones como las que están escritas en 1 Pedro 1:13-15: «Por lo tanto, preparen su mente para la acción, estén atentos y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando Jesucristo sea manifestado. Pórtense como hijos obedientes, y no sigan los dictados de sus anteriores malos deseos, de cuando vivían en la ignorancia. Al contrario, vivan una vida completamente santa, porque santo es aquel que los ha llamado.»
Su Tesoro especial
Dios siempre ha querido tener un pueblo que viva de esa manera. Siempre ha soñado con tener hijos e hijas que saldrían de entre la gente del mundo y serían su santo Tesoro; quienes obedecerían Su voz y le permitirían ser Dios en sus vidas.
Él les habló a los israelitas en el Antiguo Testamento acerca de este tema. Después de que los liberó del ejército de Faraón, Dios dijo: «Ustedes han visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo los he tomado a ustedes y los he traído hasta mí sobre alas de águila. Si ahora ustedes prestan oído a mi voz, y cumplen mi pacto, serán mi tesoro especial por encima de todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo. Estas mismas palabras les dirás a los hijos de Israel.» (Éxodo 19:4-6).
Fíjate que Dios dice que liberó a los israelitas de la esclavitud egipcia para poder atraerlos hacia Sí Mismo. Él no solo los sacó para llevarlos a la Tierra Prometida. Quería que pudieran adorarlo libremente, caminar y hablar con Él y experimentar Su presencia manifiesta.
Ese ha sido siempre el deseo del corazón de Dios. En las palabras de Andrew Murray: “El Padre anhela tener nuevamente al hombre que perdió en el Paraíso”. Anhela disfrutar una vez más de la relación que tuvo con Su familia en el Jardín del Edén. ¡La Biblia entera se trata de la restauración de esa relación! Se trata de que Dios recupere a Su familia. Se trata de que Él redima a Su pueblo para que pueda tener comunión con ellos en toda Su santa gloria sin que esa gloria entre en contacto con su naturaleza caída y los aniquile en consecuencia.
En la medida en que eso fue posible conforme el Antiguo Pacto, eso es lo que Dios había planeado todos esos miles de años para los israelitas. ¡Planeaba venir a visitarlos en persona! Como le dijo a Moisés: «Voy a venir en medio de una nube espesa, y desde allí hablaré para que el pueblo me oiga… Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana, y haz que laven sus vestidos y se preparen para el tercer día, porque al tercer día yo, el Señor, descenderé sobre el monte Sinaí, a la vista de todo el pueblo.» (versículos 9-11).
Para mí, esas instrucciones son paralelas a lo que Dios nos está diciendo hoy en la iglesia. Él nos está diciendo a nosotros como creyentes del Nuevo Pacto: “¡Estén listos! Porque estoy descendiendo con gran gloria para manifestarme entre ustedes y a través de ustedes en señales y maravillas.”
Ya lo hemos visto hacerlo en cierta medida. Solo en el último par de años hemos estado viendo más milagros y muestras más grandes de la presencia de Dios. A medida que nos acercamos al regreso de Jesús, la frecuencia de esas señales aumentará. El poder y la gloria manifestados de Dios en la iglesia se intensificarán, y necesitamos estar listos para ello.
No necesitamos estar jugando con el pecado, hablando y actuando a la manera del mundo. Necesitamos vivir un estilo de vida santificado y mantener nuestras ropas espirituales limpias. Necesitamos vivir por fe en Jesús, y caminar en la luz como Él está en la luz (1 Juan 1:7).
De lo contrario, seremos como los israelitas que estaban en el Monte Sinaí. Se perdieron la maravillosa experiencia que Dios había planeado para ellos. Debido a que no estaban listos para reunirse con Él, no pudieron ver Su gloria y escuchar Su maravillosa voz. En su lugar, se escaparon de Él. Se asustaron porque, cuando comenzó a manifestarse en este reino natural: «…hubo truenos y relámpagos, y una espesa nube se posó sobre el monte, y hubo un fuerte sonido de bocina, y todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció… Todo el monte Sinaí humeaba porque el Señor había descendido sobre él en fuego y el humo subía como de un horno, y todo el monte se estremecía en extremo.» (Éxodo 19:16, 18).
Quita los límites
“Gloria, ¿estás diciendo que Dios está a punto de manifestarse de esa manera en nuestros días?”
No, estoy diciendo que está a punto de terminar lo que comenzó en Hechos 2: «Haré prodigios en el cielo, y en la tierra se verán señales» Él está a punto de derramar Su Espíritu sobre toda carne en el mover de Dios más grande que este mundo haya visto alguna vez. Cuando ese derramamiento del Espíritu llegue a su punto culmine, la gente se encontrará con Dios de una manera que no había experimentado antes. Lo sentirán, lo verán y lo experimentarán, incluso con sus cuerpos naturales, y las multitudes vendrán a Jesús.
Creo que llegará el momento en el que algunas iglesias tendrán que permanecer abiertas las 24 horas del día porque las personas vendrán constantemente para nacer de nuevo, ser sanadas y liberadas. Creo que vendrá un tiempo en el que la gloria de Dios entrará en muchas iglesias como una nube (2 Crónicas 5:13), y será tan espesa que la gente ni siquiera podrá verse las caras. La gente se enterará y acudirá a las iglesias de todo el mundo solo para ver qué sucede.
¡Oh, solo piensa en lo que Dios tiene para nosotros en estos últimos días! Será emocionante, y quiero estar en medio de la acción. Quiero ser parte de ese grupo que Hechos 2 dice que estará profetizando, viendo visiones, soñando sueños y caminando en el poder de Dios.
Estoy segura de que tú también, ¡y puedes hacerlo! Todo lo que tienes que hacer es dedicarte 100% al Señor. Todo lo que tienes que hacer es colocarlo en primer lugar en tu vida.
En pocas palabras, eso es lo que Él les dijo a los israelitas que hicieran en el Monte Sinaí. Cuando Él les habló sobre cómo caminar en Su presencia y Sus BENDICIONES, el primer mandato que les dio fue: «No tendrás otros dioses delante de mí.» (Éxodo 20:3, RVA-2015).
Los israelitas nunca pudieron mantener ese mandato de manera consistente en ese entonces, porque no habían nacido de nuevo como nosotros, los creyentes de hoy en día. Todavía estaban bajo el dominio del pecado, por lo que seguían alejándose de Dios y adorando a otros dioses. Aun así, Dios todavía abrió un camino para que regresaran a él. Incluso bajo el Antiguo Pacto, Él estableció un sistema de sacrificios de animales para expiar sus pecados y les permitió acercarse a Él una vez más.
Dios no estableció esos sacrificios porque quería castigar a los israelitas. Él no lo hizo porque quería que renunciaran a algo por Él o porque pensó que deberían sufrir algún tipo de pérdida. Ese concepto surge de la definición occidental de la palabra sacrificio. La palabra hebrea korban, que se traduce como sacrificio en la Biblia, significa algo muy diferente. Simplemente significa: “acercarse”.
¡Dios siempre ha querido que Su pueblo se acerque a Él! Es por eso que envió a Jesús a ofrecerse en la cruz como «un solo sacrificio por los pecados» (Hebreos 10:12). Es por eso que, cuando hicimos a Jesús el Señor de nuestras vidas, Él lavó nuestros pecados con Su sangre preciosa, y nos hizo justos con Su propia justicia.
Él quería que pudiéramos vivir en comunión ininterrumpida con Él y que fuéramos Sus personas especiales. Quería que pudiéramos amarlo por encima de todo, caminar con Él y obedecer Su voz. Quería que nos acercáramos a Él para entonces poder acercarse a nosotros (Santiago 4:8).
No hay límites para lo que Dios puede hacer a través de nosotros si lo hacemos. Lo único que limita el flujo de Su poder y gloria en nuestras vidas es nuestro nivel de entrega hacia Él. Por eso nos dice lo que dijo a los israelitas: «No tendrás otros dioses delante de mí.»
Tener otros dioses no es solo adorar ídolos. No se trata solo de cometer grandes pecados como el adulterio o el asesinato. Es cualquier cosa que se interponga en el camino de obedecer a Dios.
Por ejemplo, podría significar simplemente dejarte llevar por tus propias preferencias carnales. Puede que simplemente dejes de hacer algo que Dios ha puesto en tu corazón porque no deseas hacerlo.
Recuerdo que hace algunos años me metí en esa situación cuando el Señor me habló acerca de cerrar la transmisión y orar por la gente al final de nuestros programas de televisión rusos. Le había delegado esa responsabilidad a uno de nuestros ministros de oración, ¡pero el Espíritu Santo me informó que me lo estaba delegando a mí! No me gustaba la idea de pasar más tiempo en el estudio de televisión, así que continué postergándolo. Diría: “Señor, voy a hacerlo”, pero luego no lo cumpliría.
Después de unos seis meses realmente sentí la convicción de obedecer. Me di cuenta de que estaba poniendo mis propios deseos ante los de Dios, así que me arrepentí y grabé esos cierres. ¡Después, me sentí tan bien! No puedo decirte lo feliz que estaba de librarme de esa desobediencia. Había obstaculizado mi comunión con Dios.
Por eso Dios nos dice que seamos santos en nuestra conducta y modo de vivir. Para aquellos de nosotros que lo amamos, caminar en santidad significa caminar en felicidad. No es una carga; es una BENDICIÓN. Incluso cuando parezca en lo natural que ponerlo en primer lugar nos costará, al final, siempre valdrá la pena.
Entonces, ¡vamos por el 100 por ciento! Removamos de nuestras vidas todo lo que sabemos que le disgusta al Señor. Hagamos esas cosas de las que Él nos habló en nuestros corazones y hagámoslas rápidamente porque el tiempo se está acabando.
Jesús vendrá pronto y, cuando regrese, no queremos que nos encuentre deambulando por el mundo. Queremos que Él nos encuentre acercándonos a Él y haciendo nuestra parte en este último gran derramamiento del Espíritu Santo. ¡Queremos que Él nos encuentre brillando con Su poder y ocupando nuestro lugar en Su gloriosa Iglesia!