La estación del metro en Victoria Park, Toronto (Canadá), estaba llena de gente. En movimiento. Siempre en movimiento. Mirada hacia abajo, los cuerpos en movimiento se apartan del camino. Esquivándose, sin tocarse. Sin conexión.
A excepción de Marcus Martínez, quien estaba quieto.
Observando. Absorbiendo. Escuchando los diferentes idiomas. Observando los diferentes estilos de ropa y las diferentes culturas. De buena estatura, su presencia parecía sólida, inamovible. A sus ojos no le faltaba nada.
Observaba a la multitud hacer una amplia maniobra para esquivar a los miembros de la pandilla. Como reyes de su propia forma de crimen organizado, no transmitían una sensación de bienvenida.
Marcus caminó hacia donde el jefe y lo miró directo a los ojos.
“El niño”, le dijo Marcus, asintiendo con la cabeza hacia un niño al borde del grupo. “Déjalo en paz. No lo conviertas.”
Marcus Martínez tenía estabilidad. Gozaba de una autoridad tranquila y sus ojos color chocolate brillaban con vida.
Los dos hombres se miraron fijamente como cuando los toros fijan sus cuernos. Era un duelo lento, sin apartar la mirada. El narcotraficante levantó una ceja, resignándose silenciosamente.
Marcus asintió y luego se dirigió a otro grupo de chicos.
“Quiero que vengan esta noche…”
En ese momento, alguien gritó. Al volverse, Marcus vio a un niño que corría por las escaleras del metro, apuntándoles con un arma.
El grupo con el que Marcus había estado hablado se desvaneció gritando: “¡Corre! Pastor Marcus, ¡corre!”
Marcus no corrió. Se giró para enfrentar al muchacho con la pistola, mirándolo de la misma manera en que se había acercado al narcotraficante: inamovible. Los espectadores contuvieron la respiración colectiva mientras el pistolero se alistaba para disparar. De repente, bajó el arma, alejándose de Marcus y alertándolo con dos palabras: “¡Tienes suerte!”
Protección Divina
“La suerte no tuvo nada que ver”, comenta Marcus. “Oro cubriéndome con la sangre de Jesús todos los días. Cuando decidí ir en búsqueda de esos niños, me amenazaron mucho. Fue espantoso. No se parecía en nada a la vida que había experimentado en el Caribe.”
Marcus había sido criado en Trinidad y Tobago, dos islas soberanas en el extremo sur de las Indias Occidentales. El mayor de tres hijos criados en una familia católica, tenía 18 años cuando se mudaron a los EE. UU., estableciéndose en la Florida.
“Alguien le dio a mi mamá grabaciones de Kenneth Copeland, lo que cambió nuestras vidas”, recuerda Marcus. “Escuchamos las cintas y luego comenzamos a escuchar su transmisión. Toda mi familia volvió a nacer, fue llena del espíritu y comenzó a vivir por la fe. La herencia de mi madre era portuguesa y venezolana y la de mi padre era india y negra. Todo esto era nuevo para nosotros, pero mi abuelo había sido pentecostal. Escuchamos al hermano Copeland hablar sobre Kenneth E. Hagin, así que también empezamos a escucharlo. Fue así como nos familiarizamos con el Centro de Entrenamiento Bíblico Rhema.”
En 1994, Marcus se mudó a Tulsa, Oklahoma para asistir al Centro Rhema del hermano Hagin. Después de graduarse, su madre y sus hermanos se inscribieron en la escuela.
“Debido a que había nacido y crecido en el Caribe, asumí que el Señor quería que volviera allí y predicara”, recuerda Marcus, “y acepté un puesto como pastor de jóvenes en las Islas Caimán.”
Mientras se preparaba para viajar, Marcus escuchó al Señor decirle: El lugar al que vas, no es el lugar donde terminarás.
“Todo el tiempo que estuve en las Islas Caimán, supe que no estaba donde debía estar. Oré en el Espíritu Santo todo el tiempo por dirección. ¿Se suponía que fuera a Trinidad? No tenía paz. ¿Jamaica? No sentía paz. Sabía que el mensaje de fe se estaba enseñando en los EE. UU., así que quería predicar donde las personas no lo habían escuchado. Llamé a mi familia y les pedí que oraran.”
“Visité Toronto y de golpe estaba en el metro, Biblia en mano. De pie, escuché a personas que hablaban chino, indio, africano, italiano y español. Me di cuenta de que, si estas personas internacionales recibieran el Evangelio, irían a sus casas para visitar a sus familiares y amigos y compartirlo con ellos. ¡Un campo misionero de oportunidades!”
Puertas abiertas de oportunidad
En 1999, Marcus se mudó a Toronto, donde trabajó para una pequeña iglesia que no podía pagarle un salario. Eso no lo detuvo.
Comenzó a celebrar una reunión de jóvenes los viernes por la noche llamada Youth Jam. Las reuniones crecieron tan rápido que pronto tenía una concurrencia de más de 100 jóvenes. A veces, hasta los pandilleros llegaban. Pero tenían un motivo diferente: habían marcado a Marcus.
Ganar a esos niños pequeños para el Señor a veces significaba, para Marcus, que le dispararan. Algunos de los mismos que trató de alcanzar intentaron matarlo. En verdad, Marcus entendió que este ministerio no era para los débiles de corazón. Se requería estar inmerso en la Palabra de Dios, operar por fe y por amor. Más que nada, fue necesario suplicar la sangre de Jesús y orar y confesar continuamente el Salmo 91. Marcos descubrió que hacerlo no era opcional. Era una cuestión de supervivencia.
Cuando jugaba baloncesto con los niños, Marcus les hablaba. Más importante aún, los escuchaba. Pronto se dio cuenta de que las figuras paternas en sus vidas nunca hablaron vida sobre ellos. Sólo hablaron muerte.
“No, no eres estúpido”, les decía Marcus. “Dios tiene un plan para tu vida. Tienes un destino, un propósito en la Tierra. Dios te conocía antes de que fueras formado en el vientre de tu madre. Él te ama.”
Ellos lo escuchaban. Y uno por uno, estuvieron a la altura de lo que él creía de ellos. Sus vidas fueron transformadas. Sucedía tan a menudo que, en poco tiempo, los funcionarios del Ministerio de Seguridad Comunitaria y de Servicios Correccionales comenzaron a tomar nota, comenta Marcus.
Una posición paga
“Los funcionarios de las instituciones correccionales vieron un cambio en los niños con los que trabajaba”, recuerda Marcus, “y en el 2000, me ofrecieron un puesto remunerado como miembro principal del personal que trabaja con jóvenes delincuentes. En lugar de ponerlos en una celda, los enviaban a una casona. No había nadie con armas. Solo un trabajador social y uno juvenil.”
“Fui el subdirector de una de esas instalaciones de custodia abierta. Si a un delincuente joven le iba bien, solicitaba que él formara parte del programa de liberación temporal, lo que les permitía volver al colegio. Todo lo que tenían que hacer era llamar y reportarse cada dos horas. No sólo obtenían una educación, sino que también facilitaba la reintegración del delincuente a la sociedad.”
Pero esta posición tenía un gran inconveniente para Marcus.
“Debido a que trabajaba para el gobierno, no se me permitía predicar el evangelio”, comenta. “Aun así, sabía que mis palabras tendrían un impacto real en sus vidas. Tenía que hacer que creyeran algo diferente a lo que habían escuchado toda su vida.”
“No, no eres un gánster”, les diría. “No, no morirás antes de los 20 años. Hay un destino en ti. Todas estas fuerzas intentan derribarte, pero no funcionará. Creo en algo mejor para ti.”
Un joven con el que Marcus se había conectado había estado en la universidad cuando se metió con el grupo equivocado y terminó en la cárcel.
“Quería que él terminara su educación, así que trabajé con él durante meses y lo metí en el programa de liberación temporal”, recuerda Marcus.
Hace un par de años, un hombre bien vestido y de aspecto exitoso se acercó a Marcus, le tendió la mano y le dijo: “Hola, señor Martínez.”
“No sabes quién soy, ¿verdad?”, prosiguió el hombre.
“Señor, me disculpo, pero no lo recuerdo”, respondió Marcus.
Era el joven al que Marcus había ayudado a ingresar en el programa de liberación.
Hoy es un abogado.
Fundando una iglesia
A partir del 2001, Marcus trabajó con jóvenes delincuentes durante 10 años. Ese mismo año, también comenzó una iglesia. En cierto modo, era como ministrar a dos rebaños diferentes. Sin embargo, el objetivo del juego era el mismo: vidas victoriosas para cada persona.
“Nuestra iglesia era muy multicultural”, dice Marcus. “Teníamos representadas a 65 nacionalidades diferentes. Tuve que aprender la forma correcta de tratar con personas de cada cultura. Por ejemplo, te acercas a una mujer de la India de manera muy diferente a un hombre de África.”
“La parte más difícil para mí no era que la gente me hiciera daño. Amo a la gente. Realmente los amo, y me gusta que les agrade. Entonces, cuando la gente se iba de la iglesia, me sentía herido. Escuchar las enseñanzas del hermano Copeland sobre el amor a través de mensajes como: Cómo escuchar tu corazón, Cómo ser guiado por el Espíritu Santo y Cómo vivir por la fe, fue de gran ayuda.
Como iglesia, el ministerio de Marcus creció lentamente con la congregación mudándose a instalaciones más grandes cinco veces a lo largo de los años. Después de ocho años, se mudaron a una instalación de 3.150 m2 en el corazón de Toronto. También establecieron escuelas de formación bíblica en Toronto, África y el Caribe. Además de pastorear, Marcus comenzó a viajar alrededor del mundo, enseñando a las personas a vivir por fe. Mientras tanto, Marcus mantuvo un proyecto de fe personal que no había compartido con nadie, sino con el Señor.
Durante años, había estado orando por la esposa que Dios tenía para él. Año tras año, él continuó en fe, creyendo en lo mejor de Dios. Un día, Marcus recibió una llamada de un amigo que le decía que había una mujer joven con la que quería que Marcus se conociera. Solo había un pequeño problema: la mujer vivía en República Dominicana.
“Yo era una chica de ciudad que vino a conocer a Cristo a los 19 años”, dice Evelyn Martínez. Obtuve un título en negocios y mercadeo. Después, fui a trabajar para una compañía petrolera, que requería una gran cantidad de viajes internacionales. Siempre que estuve en casa, serví fielmente en mi iglesia.”
“Marcus y yo teníamos un amigo común que decidió que deberíamos encontrarnos. Marcus también viajaba internacionalmente, así que teníamos que coordinar nuestros horarios tan solo para reunirnos. Tuvimos una relación a larga distancia hasta que nos casamos en el 2011.”
Hoy, Marcus y Evelyn tienen un hijo de 3 años, Nathaniel, y su hija de 6 meses, Nathalia. La madre de Marcus trabaja y dirige tiempo completo su propio ministerio, Victorious Transformation (Transformación Victoriosa), donde trabaja con prostitutas y mujeres que salen de la cárcel. Su grupo de jóvenes y adultos jóvenes trabajan con personas que salen de las calles.
Inmigración Masiva
“Hemos visto un aumento masivo de la inmigración aquí en Toronto”, comenta Marcus. “Aquí hay representadas unas 180 naciones diferentes. Hemos tenido 20.000 inmigrantes sirios que llegaron, y estamos creyéndole a Dios también por experimentar un evangelismo igualmente masivo. Aquí hay un espíritu de mamón que crea problemas”, dice Marcus. “Mucha gente se muda aquí ardiendo por Dios. Luego, experimentan el costo de vida que es tan alto que se enfocan en trabajar lo suficiente para sobrevivir financieramente. Quedan atrapados en ese ciclo.”
“A lo largo de los años, cada vez que la iglesia ha enfrentado problemas financieros, mi solución siempre ha sido la misma: ‘Escríbanle un cheque a KCM.’ Las cosas se destraban para nosotros todo el tiempo. Así de buena es la tierra en este ministerio. Un cheque, y todas las finanzas entran. Eso es poderoso.”
Durante los últimos 10 años, Marcus ha presentado la transmisión televisiva de It´s Your Destiny (Es tu Destino) en Daystar. Además de mantener centros de capacitación bíblica en otras naciones, la iglesia Destiny & Dominion (Dominio y Destino) tiene campus en cuatro cuadrantes diferentes de la ciudad, separados a unos 50 km entre ellos. Mientras sigue ocupado con una familia en crecimiento, una iglesia en crecimiento y un ministerio mundial, cuando Marcus mira hacia atrás a lo largo de los años, una cosa despierta alegría en sus ojos: “Algunos de los niños que fueron más difíciles de alcanzar nacieron de nuevo, tienen familias y sirven en la iglesia hoy en día.”