No siento la tentación a menudo de agarrar la guitarra de un músico y hacérsela comer. Pero una vez, hace muchos años, ese pensamiento se me cruzó por la mente. Fue durante una sesión de grabación para el álbum Jesus Country, lanzado en 1974.
La sesión se había prolongado durante un tiempo y habíamos registrado varias tomas en las diferentes pistas, tratando de hacerlas bien.
Decidido a finalizar la parte en la que aún estábamos trabajando, dije: “Muchachos, podemos mejorar todavía. Probemos al menos una vez más.”
El guitarrista se encogió de hombros, desinteresado.
“Oh, está lo suficientemente bueno para el evangelio”, exclamó.
¿Lo suficientemente bueno para el evangelio? (Todavía me irrito cuando pienso en esa frase.) ¡No hay nada que sea lo suficientemente bueno para el evangelio, excepto Jesús mismo!
No le di de comer su guitarra, pero tampoco le sonreí. Simplemente dije: “Está bien”, y actué como si él no hubiera dicho nada. Luego grabamos esa parte otra vez… y otra vez… y otra vez… hasta que lo conseguimos.
La razón por la que recuerdo ese incidente al detalle es porque nos muestra una actitud que aún prevalece hoy en día. Vivimos en un tiempo de “Oh, está lo suficientemente bueno”. Es una época en la que las personas tienden a querer hacer lo mínimo indispensable para sobrevivir. Es un tiempo en que, en lugar de valorar la diligencia y la excelencia, lo que importa es que sea rápido y fácil, y lo descuidado está bien.
Es comprensible que el mundo tenga esa actitud. Pero debería ser totalmente extraño para nosotros, como creyentes. No es compatible con nuestra identidad. ¡No es lo que somos!
Somos del mismo espíritu que había en Daniel en el Antiguo Testamento, y la Biblia dice que tenía exactamente lo opuesto a un espíritu de “oh, está lo suficientemente bueno”. Dice que, después de que los babilonios lo tomaran cautivo como un joven adolescente judío y lo reclutaran para el servicio gubernamental, «…Daniel mismo se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque en él había excelencia de espíritu. Y el rey pensaba constituirlo sobre todo el reino.» (Daniel 6:3).
¿Quién era este “espíritu de excelencia” en Daniel?
¡El Espíritu del Dios vivo! El mismo Espíritu que está en ti y en mí, como creyentes.
Hemos nacido de nuevo de la “grandeza excelente de Dios”. Hemos sido hechos coherederos con el Rey de Reyes. (¿Cuál es el título de un rey? ¡Su excelencia!) Hemos sido hechos reyes en Él, heredamos Su “excelente nombre” y Su “excelente gloria”. Tenemos una excelente herencia porque nuestro ADN espiritual es exactamente igual al suyo. (Lee el Salmo 150:2; Hebreos 1:4; 2 Pedro 1:17).
Una de las primeras personas que me ayudó a comprender esto fue el hermano Oral Roberts. Cuando yo era estudiante en la Universidad Oral Roberts y formaba parte de su equipo de ministerio, a menudo nos hablaba de la excelencia. Decía que, si íbamos a exigírselo a los estudiantes, debíamos exigírnoslo a nosotros mismos.
Una actitud descuidada podría costarte tu trabajo en el equipo del hermano Roberts. Pero, él no era injusto al respecto. Él nos modelaba el ejemplo viviendo y ministrando en la excelencia.
Podrías decir: “Bueno, esa era su personalidad. Simplemente era un perfeccionista.”
No, era porque sabía que la excelencia es un sello distintivo del poder de Dios, que está conectado a la manifestación de Su gloria y de Su Unción. Tuvo una revelación de lo que el apóstol Pablo dijo en 2 Corintios 4:7: «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que la excelencia del poder es de Dios, y no de nosotros.»
El hermano Roberts entendió que la excelencia del poder y la gloria de Dios ya está en cada uno de nosotros como creyentes, y es nuestra responsabilidad liberarla; que debemos animar ese excelente poder y ponerlo a trabajar en nuestras vidas.
¿Vasos de oro? o ¿Vasos de barro?
En Filipenses 3, el apóstol Pablo escribió sobre cómo lo practicó en su vida. Él dijo: «Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo.» (versículo 8, énfasis del autor).
La palabra Cristo traducida literalmente significa “el Ungido y Su Unción”. Entonces, lo que Pablo realmente dijo fue, que estimó todo como pérdida en comparación con conocer y ganar la excelencia de la Unción de Jesús.
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!» (Filipenses 3:13-14).
¡Prosigo a la meta, al premio! Eso es lo que todos nosotros, como creyentes, deberíamos estar diciendo. Debemos tener la actitud de que ésa es la única cosa que hacemos, sobre todo: nos esforzamos por alcanzar todo lo que hay en nosotros para captar la excelencia de la unción que es nuestra en Jesús.
No queremos tener una mentalidad descuidada de segundo lugar en lo que respecta a caminar en el poder y la Unción de Dios. Pablo ciertamente no lo hizo. Él no se acercó a su carrera espiritual diciendo: “Bueno, ganas unos y pierdes otros”. No; su actitud era la de “correr de tal manera para ganar”. (Lee 1 Corintios 9:24, Nueva Traducción Viviente.)
Eso es lo que nos decía que hiciéramos en 2 Timoteo 2. Refiriéndose a nosotros como recipientes en la casa de Dios, dijo: «En una casa grande hay no sólo utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, quien se limpia de estas cosas será un instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.» (versículos 20-21).
Ahora veamos esos versículos en la Nueva Traducción Viviente: «En una casa de ricos, algunos utensilios son de oro y plata, y otros son de madera y barro. Los utensilios costosos se usan en ocasiones especiales, mientras que los baratos son para el uso diario. Si te mantienes puro, serás un utensilio especial para uso honorable. Tu vida será limpia, y estarás listo para que el Maestro te use en toda buena obra.»
Los utensilios de oro o plata son excelentes vasijas. Son los más caros y los que pules y utilizas para ocasiones especiales. También son una imagen de lo que cada hijo de Dios nacido de nuevo y lleno del Espíritu está creado para ser.
No estamos destinados a cojear por la vida como humildes ollas de barro. Dios todavía nos amará si lo hacemos. Pero ese no es Su plan, y Él tampoco quiere que sea el nuestro. Dios quiere que vivamos como vasos honorables de oro en manos del Maestro, y que nos limpiemos de la deshonra para que Su excelente Espíritu pueda brillar a través de nosotros.
¿Cómo lo hacemos?
Simplemente toma una decisión de calidad. (Esa es una decisión sobre la cual no hay más discusión y de la cual no te retraerás). Tú decides: soy una vasija de oro, una persona con un espíritu excelente, y eso es lo que seguiré siendo.
Luego, una vez que hayas tomado esa decisión, actúas en consecuencia. Crees en Dios y haces lo que Él te dice que hagas. Lo tomas en serio y obedeces todos sus mandatos.
Tal obediencia es vital porque no existe tal cosa como un mandato ligero de parte de Dios. Cuando Él te dice que hagas algo, incluso si no te parece tan importante, tiene una razón para hacerlo. Por lo tanto, ignorarlo te costará.
Tomemos, por ejemplo, lo que Él me dijo que hiciera hace muchos años sobre el ejercicio. Cuando comencé en el ministerio por primera vez, me ordenó que “comenzara a caminar y no renunciara”.
Lo entendí perfectamente. Incluso sabía por qué me lo había dicho. En aquel entonces tenía un sobrepeso significativo, y no había manera de que pudiera hacer todo lo que Dios me había llamado a hacer si seguía cargando unos 15 a 20 kg adicionales.
Pero no quería hacer ejercicio. Lo había odiado desde la escuela secundaria. Por lo tanto, no tomé una decisión de calidad para obedecer al SEÑOR en esa área. Caminaría por unos días, luego lo dejaría y me olvidaría. Logré controlar mi peso con programas de dieta y demás. Pero, aun así, durante años el porcentaje de grasa en mi cuerpo se mantuvo en alrededor del 35 por ciento.
Eventualmente lo reduje a un 20 por ciento y soñé con lograr el ideal, que es del 15 por ciento. Incluso lo reclamé. Pero, cuando se trataba de ejercitar, después de estar en el ministerio durante décadas, todavía no estaba haciendo lo que Dios me había dicho.
Metiéndose de lleno en el programa
Luego, hace un par de años, el SEÑOR trató fuertemente conmigo. Me llamó la atención sobre algunas áreas de mi vida y ministerio en las que me había vuelto descuidado y me habló de ellas. Será mejor que pongas tu casa en orden, me dijo.
Una por una, me dirigí a esas áreas hasta que finalmente llegamos al tema del ejercicio.
¿Qué vas a hacer al respecto?, me preguntó.
“No estaba planeando hacer nada al respecto”, le contesté.
Bueno, vas a tener que hacerlo, respondió.
Ya me había enviado uno de los mejores entrenadores del país. Pero, hasta ese momento, en lugar de enfocarme en mi entrenamiento con excelencia, solo me había limitado y había hecho lo menos que podía. Entonces, hice un cambio. Me arrepentí allí mismo y tomé una decisión de calidad para meterme de lleno en el programa.
Al día siguiente, entré en la sala de ejercicios con una actitud completamente diferente. Me alegré de estar allí y estaba listo para dar lo mejor de mí. Sin embargo, cuando alcancé la barra para trabajar mis tríceps, estas palabras salieron de mi boca antes de que pudiera siquiera pensar en detenerlas: “¡Dios, lo odio!”
¿Por qué lo dije? Porque había estado diciendo eso sobre el ejercicio durante años. Lo había dicho hasta que se me había “hecho carne”.
Cuando digas algo lo suficiente, entrará en tu corazón y controlará tu vida. Al darme cuenta de que eso es lo que me había pasado, inmediatamente me golpeé la boca con la mano. “Dios, perdóname”, le dije. “En el Nombre del Señor Jesucristo, me arrepiento con todo mi corazón. Señor, amo esto porque te amo. Me dedico a esto porque he dedicado mi vida a ti”.
Tan pronto como declaré esas palabras con mi boca, sentí físicamente que el odio por el ejercicio me abandonaba. A partir de entonces, me enamoré de la sala de pesas. Comencé a disfrutar al hacer ejercicio. ¡Menos de tres meses después, estaba en un 15 por ciento de grasa corporal!
Luché y fracasé durante 20 años para alcanzar esa meta porque consideré el mandamiento de Dios como algo sin importancia. No me parecía mucho, así que no me había dado cuenta de que provenía de Su excelente gloria.
Ahora, sin embargo, he hecho el ajuste. Con 82 años de edad y un 15 por ciento de grasa corporal, tengo un nuevo mandato de parte de Dios y estoy entusiasmado. ¿Qué marcó la diferencia? Liberé la excelencia de Dios en esa área de mi vida.
¡Puedes hacer lo mismo! Puedes liberar la excelencia de Dios en cualquier área y ver Su gloria trabajar a tu favor. Todo lo que se necesita es una decisión de calidad para hacer estas cinco cosas:
1. Decide vivir siempre y solo por la PALABRA de Dios. Haz que sea tu autoridad final absoluta. Determina que no tendrás otra fuente en tu vida; si la PALABRA no lo consigue, no lo tendrás.
2. Decide vivir una vida de amor, para creer el amor que Dios tiene por ti, y para amar a los demás como Él te ama.
3. Decide vivir por una fe inquebrantable que no le da lugar a la carne.
4. Vive una vida de honor ante Dios. Siempre sé totalmente honesto con Él. No te condenes, pero no esquives Sus preguntas, no inventes excusas ni trates de encubrir cosas. Si hubiera sido honesto con Dios y no hubiera puesto excusas para no hacer ejercicio durante todos esos años, podría haber evitado muchos dolores y problemas en mi cuerpo. Eso es lo que Dios estaba tratando de ayudarme a hacer, pero era demasiado tonto para darme cuenta. Entonces, aprende de mi error. No esperes hasta que tengas más de 80 años para contarle a Dios la verdad sobre las cosas con las que ha estado tratando contigo. No sigas pateándolo afuera del camino año tras año. Deja de mentirle a Él sobre eso y deja que te enderece. Mientras lo haces, sé honesto con otras personas también. No mientas sobre nada. No hagas excusas. Trata a las personas con honor y diles la verdad.
5. Determina sobresalir más en cada aspecto de tu vida. Comprométete a aumentar espiritualmente en la excelencia, a mejorar la calidad de tu alma (que incluye tu mente, voluntad, emociones) y la condición de tu cuerpo. Busca al SEÑOR sobre cómo mejorar tu matrimonio. (No importa cuán bueno sea tu matrimonio, siempre puedes encontrar maneras extras para divertirse más juntos) y aspirar a una mayor excelencia en lo que respecta a tu negocio, tu prosperidad y tus activos.
Por supuesto: mejorar esas áreas requerirá una cierta inversión. Tomará oración, esfuerzo, dinero y tiempo. Los cambios que he hecho en mi cuerpo me obligaron a invertir en todas esas áreas. Pero los dividendos bien valían el costo. No solo me han afectado físicamente, han aumentado la excelencia de la unción en mi ministerio y en mi vida.
¡Esto es lo que estamos buscando! Estamos presionando hacia el premio de esa unción. No estamos siendo exigentes o perfeccionistas. Estamos entrenando, aprendiendo cómo activar y liberar la excelente gloria que está dentro de nosotros.
Ha llegado el momento de que esa gloria se manifieste como nunca. Entonces, pongámonos de acuerdo y preparemos el barco. Dejemos que el mundo vea en nosotros lo que el rey de Babilonia vio en Daniel: ¡el excelente Espíritu de Dios!