Jennifer Adams temblaba de emoción mientras se preparaba para la ecografía que revelaría el sexo de su bebé. “Antes de empezar”, dijo Jennifer, “quiero que quede registrado que a pesar de que todo el mundo me dice que voy a tener una niña, yo creo que será un niño”.
Su esposo, David, se rió. “¡Bueno, lo sabremos muy pronto!”
Dos meses antes, Jennifer y David habían observado admirados cómo el corazón de su bebé latía dentro de un cuerpo que parecía un pequeño osito de goma. No podían esperar ver cuánto había crecido.
Durante la ecografía, Jennifer pensaba en el largo camino que habían recorrido. A la tierna de edad de 10 años, ella había empezado a ver el programa “La Voz de Victoria del Creyente”. A los 12, se había hecho colaboradora con los Ministerios Kenneth Copeland. Y desde que tenía 14 años su sueño había sido trabajar en KCM.
Jennifer tenía 23 años cuando voló a Fort Worth desde su casa en Wisconsin para tener una entrevista de trabajo con KCM. Una vez que fue contratada, empacó sus cosas y dejó su familia, amigos y la única vida que había conocido, y se mudó a Texas. Ahora, a los 35, trabajaba como productora en el departamento de televisión y se había casado con el chef de KCM, David Adams.
Al comienzo de su embarazo, un día Jennifer estaba sentada en su escritorio en el estudio televisivo cuando Kenneth Copeland entró y ella le compartió las noticias. Su rostro se llenó de gozo, recuerda Jennifer, y luego su voz se tornó grave y seria. Sus penetrantes ojos azules parecían estar viendo el interior de su alma, mientras dijo: “Embarazo perfecto. Parto perfecto. Bebé perfecto”.
“¡Eso suena maravilloso!” dijo Jennifer mientras Kenneth Copeland se iba del edificio. Mirando la ecografía, su obstetra frunció el ceño y Jennifer sintió una señal de alarma.
“Tenías razón, es un niño” dijo el doctor. “Pero hay algo mal. Él bebé no está creciendo correctamente; está dos semanas atrasado. Además, tienes placenta previa, lo que significa que la placenta se ha posicionado muy abajo sobre tu cérvix. Si entras en estado de parto con la placenta en esa posición, tú y tu bebé podrían morir desangrados. A menos de que la placenta se mueva, planearemos una cesárea. Mientras tanto, estoy transfiriéndote a un especialista”.
Jennifer sabía todo acerca de la placenta previa. Su hermana la había tenido y había estado reposando en la cama del hospital por 28 semanas. Pero lo que había disparado la señal de alarma no era la placenta, nos relata Jennifer. Era que el bebé no estuviera creciendo correctamente.
De repente, la impactaron todos esos años de ver el programa de TV, y todos los momentos en los que leía de tapa a contratapa la revista “La Voz de Victoria del Creyente”. Jennifer sabía que la vida y la muerte estaban en el poder de la lengua― ¡su lengua y la de David!
Ella se encontró con la mirada de David. No había necesidad de hablar acerca del asunto. Ambos sabían que Dios ya los había preparado para este momento. Y hasta les había dado las palabras que debía decir. Ellos estaban de acuerdo. Al unísono ambos dijeron las mismas palabras: “Nuestro bebé es perfecto”.
De alto riesgo
“Mi embarazo fue declarado de alto riesgo desde el primer momento que visité al doctor” nos comenta Jennifer. “Tenía más de 35 años, lo que ya me ponía en esa categoría. Además, era diabética e insulinodependiente, lo que también creaba un riesgo. A pesar de eso, el azúcar en mi sangre se mantuvo estable y me sentía muy bien. Y aunque no sufrí de mareos en la mañana, me sentía muy fatigada. Cuando volvía de trabajar, todos los días me quedaba dormida y dormía la tarde y toda la noche.
“A las 22 semanas visitamos un especialista, y se hizo otra ecografía. En vez de recibir mejores noticias, las noticias que nos dieron fueron peores. Ella dijo que el bebé mostraba señales de síndrome de Down. Y como si eso fuera poco, parecía que algo estaba mal con el flujo de sangre que pasaba de mi cuerpo a la placenta y al bebé.
“Nos guardábamos todas estas noticias. Las únicas personas que sabían lo que estábamos atravesando eran los pastores George y Terri Pearsons, mi hermana y dos amigos. Cuando las personas nos preguntaban cómo iban las cosas, respondíamos “¡Todo está bien! ¡Nuestro bebé es perfecto!”
“Uno de nuestros amigos le dijo al hermano Copeland. La próxima vez que él estuvo en el estudio, oró por mí y el bebé. Oró específicamente por los problemas con el flujo de sangre. La siguiente ecografía mostró que el flujo sanguíneo era perfecto, pero el bebé aún estaba atrasado en su crecimiento”.
Jennifer y David estaban consultando un especialista cada dos o tres semanas, y los reportes negativos los estaban agotando. Ahora, las ecografías indicaban que el bebé podría sufrir de más anormalidades que se sumaban al síndrome de Down.
“Quiero hacer un cita para hacerte una amniocentesis para revisar específicamente si hay síndrome de Down”, nos explicó el doctor.
“No”, le respondieron David y Jennifer al mismo tiempo. “Nuestro bebé es perfecto”.
El doctor los miró como si estuvieran locos.
Sin miedo
Durante el día Jennifer declaraba docenas de veces “Embarazo perfecto. Parto perfecto. Bebé perfecto”. Ella entendía que esas eran las palabras con las que tenía que batallar. Y aunque declaraba palabras de fe durante el día, algunas veces durante la noche se despertaba sudando frío. Cuando eso sucedía, abría su Biblia en los versículos que ella y David habían elegido para batallar. Y parafraseaba el Salmo 112:7, diciendo: “Viviré sin temor a las malas noticias, mi corazón está firme y confiando en el Señor”. En otras ocasiones, meditaba en el Salmo 112:2: “Mis hijos tendrán poder en la Tierra, y serán bendecidos por su rectitud”.
Física y emocionalmente fatigados, David y Jennifer tomaron dos semanas de vacaciones, pasando tiempo de calidad juntos, descansando y meditando en la Palabra de Dios. Juntos citaron Hechos 20:24: «Pero eso a mí no me preocupa, pues no considero mi vida de mucho valor, con tal de que pueda terminar con gozo mi carrera y el ministerio que el Señor Jesús me encomendó, de hablar del evangelio y de la gracia de Dios».
Confesaron Romanos 4:20-21, declarando: «Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido».
De regreso de sus vacaciones, Jennifer y David fueron a ver al especialista. Estudiando la ecografía, el doctor parecía sorprendido. “¡Oh. Sólo está una semana atrasado!”
Jennifer le dijo: “Ayúdeme a comprender… ¿eso significa que el bebé creció en dos semanas tanto como se suponía que creciera en tres? ¿Casi duplicó el peso que se suponía que ganara?
“Así es”, dijo el doctor. “No necesito verlos hasta dentro de cuatro semanas”.
Perfección Pura
Un mes después, cuando Jennifer y David regresaron, el especialista a cargo de su seguimiento no estaba. Así que un doctor distinto hizo la ecografía, pidiéndole a Jennifer que resumiera todos los problemas. Jennifer le explicó la situación y finalizó diciendo que ahora el bebé solo estaba una semana atrasado en tamaño.
“No, su bebé está perfecto” declaró el doctor. “No está atrasado en lo absoluto. Los estoy refiriendo a su doctor de rutina. Ya no necesitan ver a un especialista”.
El 28 de Julio del 2014, Austin Adams nació por cesárea con un peso de 3,76 kgs. “Es más grande de lo que pensábamos” dijo el doctor. “Es un bebé perfecto”.
Jennifer abrazó a su bebé, besando su suave cabecita. Unos minutos más tarde, sin indicios, empezó a temblar y se sintió tan débil que no pudo cargarlo por más tiempo. Casi al mismo tiempo, una enfermera notó que la respiración de Austin estaba lenta, y se lo llevó a la sala de bebés. David la siguió.
Durante el tiempo de recuperación, las enfermeras observaron que el útero de Jennifer no estaba contrayéndose con la fuerza necesaria para detener la hemorragia. Le pusieron medicamentos potentes intravenosos y por vía oral para incrementar las contracciones. Les tomó 3 horas para estabilizarla, tres veces más que lo normal.
Finalmente, ya en una habitación normal, Jennifer no se sentía todavía del todo bien. Algo se sentía mal mientras la enfermera masajeaba su útero. Poco tiempo después, un río de sangre corría sobre la cama. Al tiempo que Jennifer perdía el conocimiento, la mitad de su sangre se derramaba mientras los doctores luchaban para salvarla.
Entre la vida y la muerte
Jennifer relata: “No recuerdo mucho lo que pasó después de ese momento. Perdía y recobraba mi conciencia mientras los doctores detuvieron la hemorragia y empezaron transfusiones sanguíneas”. David se quedó conmigo toda la noche. A la mañana siguiente, el pediatra de Austin vino a hablar con nosotros. Debido a la placenta previa, Austin había nacido antes de lo esperado. Y además, por mi diabetes, sus pulmones se habían desarrollado más lentamente. No solo estaba teniendo problemas para respirar, sino que no podía respirar por sí mismo. Habían decidido transferirlo a un hospital en la ciudad de Lewisville que tenía equipos más sofisticados para su condición”.
Cuando el doctor se fue, David y Jennifer reafirmaron su posición de fe. No vivirían con temor de malas noticias. Y dijeron: “Ninguna de estas cosas nos moverá. Nuestro bebé es perfecto”.
Jennifer estaba determinada a ver a su hijo antes de que lo transfirieran, y a pesar de que le tomó media hora salir de la cama para sentarse en la silla de ruedas, tan pálida como el invierno de Alaska, la llevaron hasta la sala neonatal. Estaba demasiado débil para cargarlo, pero las enfermeras lo pusieron en sus piernas entre almohadones.
“Eres perfecto”, Jennifer le dijo. “Estás sano y pleno: no te falta nada, nada está roto y no tienes necesidad alguna. Te veré muy pronto”. Besando su cabecita para decirle hasta luego, se sentía como si sus emociones hubieran sido noqueadas por un peso pesado. Y recibió un nuevo golpe cuando su doctor le dijo: “has sufrido un trauma tan grande, que no te recomiendo que tengas más hijos”.
David dividía su tiempo entre asistir a su esposa en el hospital en Denton y las horas de visita en la unidad neonatal de cuidados intensivos en Lewisville, donde un respirador artificial forzaba aire en los pulmones de su hijo.
“No esperes que tu hijo deje esta unidad antes de 14 días”, le dijo el doctor que estaba a cargo del cuidado de Austin.
Un niño ha nacido
La mañana siguiente, cuando regresó para la hora de las visitas, David encontró a Austin con oxígeno, respirando por sí solo. Ya no estaba conectado a la máquina. El pediatra le dijo: “Estamos sorprendidos, maravillados”.
La mañana siguiente, David llamó a Jennifer desde la unidad neonatal, y le dijo: “¡Le sacaron el oxígeno!”
Esa misma mañana Jennifer fue dada de alta y una amiga la llevó hasta Lewisville. “Estaba preparada para dormir en la sala de espera” recuerda Jennifer, “pero cuando llegamos, nos asignaron un cuarto para que pudiéramos estar cerca de Austin. La mañana siguiente, el viernes, Austin fue dado de alta de cuidados intensivos y fue transferido al mismo cuarto con nosotros. Lo cuidábamos entre ambos, excepto en los momentos en los que tenía que regresar a la unidad especial por sus medicamentos. El lunes, una semana después de su nacimiento, lo llevamos a casa”.
Seis semanas después del nacimiento de Austin, Jennifer regresó para una visita de control médico. Después de examinarla completamente, el doctor le sonrió. “Hago cesáreas todo el tiempo, y nunca he visto a nadie sanar con tanta rapidez. Tu cicatriz no debería lucir así en este momento. Tu sanidad se ha acelerado seis meses. Rectifico lo que les dije. Te sugiero esperar un año, pero si quieres tener más hijos, adelante”.
Hoy, Austin Adams es un bebé saludable y feliz de un año de edad.
“Austin nació seis días antes de mi cumpleaños número 36”, Jennifer explica. “He sido colaboradora de KCM por 25 años y David lo ha sido por 15. Si no fuera por lo que aprendimos acerca de la fe, Austin y yo podríamos haber muerto. Todos esos años leyendo las historias de la gente en la revista edificaron nuestra fe. Sabíamos que lo que Dios hizo por ellos, lo haría por nosotros”.
Lo que Dios hizo por David, Jennifer y Austin Adams, lo hará por ti. Y esas son buenas noticias.