Oh, Santa Noche. Las estrellas brillan relucientes. Es la noche del nacimiento de nuestro amado salvador. El mundo estaba sumido en pecado y errores, hasta que Él apareció y el alma sintió que era valiosa.
En nuestra familia y en nuestra iglesia tenemos algunas tradiciones navideñas maravillosas. Quizás mi tradición favorita en la iglesia sea cantar Oh Santa Noche durante el servicio de las velas en la Víspera de Navidad.
Todas las ocupaciones de la Navidad se desvanecen en la oscuridad mientras nos reunimos con nuestras familias y escuchamos esa canción tan gloriosa. Mi hija, Aubrey Oaks, usualmente protagoniza el canto, haciendo que sea aun más especial para mí. Las Palabras Oh Santa Noche siempre me han impactado, aun desde niña. Recuerdo un libro de cantos que vino incluído con el piano familiar. Después de buscar una canción que pudiera tocar, “Oh Santa Noche” fue la que llamó mi atención. Estudié minuciosamente las palabras: “Y el alma sintió que era valiosa”. No estaba segura de su signficado, pero parecía como si el compositor estuviera describiendo una sensación de valor que no existía antes del nacimiento de Jesús. De alguna manera, Su nacimiento le dio un valor al alma humana que podía percibirse. ¡Que gran calidez vino con esa frase!
¿Cuál es el valor del alma? De hecho, ¿qué es el alma? La mayoría de las personas usan la palabra “alma” como un sinónimo de la palabra “espíritu”, aunque existe una diferencia entre ellas. «Que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que guarde irreprensible todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonisenses 5:23).
Este versículo indica que hay una diferencia entre ambas al nombrarlas por separado. Mientras que el “verdadero Yo” es el hombre espiritual, el alma está compuesta por la mente, la voluntad y las emociones; es tu personalidad. Ambos, el espíritu y el alma, forman parte del cuerpo. Tu espíritu fue soplado de las entrañas mismas de Dios, con un plan para tu vida que es pleno―sin que te falte nada y sin que nada esté roto.
La voluntad de Dios es la prosperidad y el bienestar
3 Juan 1:2 dice: «Amado, deseo que seas prosperado en todo, y que tengas salud, a la vez que tu alma prospera». Es como que Dios está diciendo: “Quiero esto por sobre todas las cosas. Todo lo que he hecho, todo lo que creé, fue para tu bienestar. Quiero que tu prosperidad sea un reflejo de la fortaleza de tu alma. También quiero que tu salud sea un reflejo de que tan fuerte es tu alma. Quiero que todo en tu vida refleje un alma en estado pleno”. Sin embargo, muchas cosas pueden pasarle a nuestra alma, tal como las cosas le pasan a nuestro cuerpo. A todos nos afectan las heridas, las decepciones y los rechazos. Por alguna razón, el rechazo comienza aun antes de nuestro nacimiento. Sin conocimiento del amor del Padre, esas heridas pueden retrasar, distraer o aun destruir el plan que Dios tiene para nuestras vidas.
Con frecuencia vamos a Isaías 53:4-5 para ver lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz. Sabemos que nuestros pecados y enfermedades fueron cargados en ese árbol maldito. Pero Isaías también nos dice (parafraseándolo) que «Ciertamente, él llevo sobre sí nuestros males, y sufrió nuestros dolores, mientras nosotros creíamos que Dios lo había azotado, lo había herido y humillado. Pero él era herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vino el castigo de nuestra paz, y por su llaga somos sanados».
El llevó cada uno y todos los dolores que nos roban la paz. El llevó el dolor del rechazo, los males, la tristeza y la decepción. Piensa acerca de las decepciones que Él enfrentó. Toda Su familia lo rechazó, Sus discípulos lo abandonaron en el momento más dificil de Su vida. Ese momento fue tan intenso que Él dijo que lo había acercado a la muerte. Si Jesús se hubiera dejado llevar, podría haber muerto en el huerto de Getsemaní. Sin embargo, Él atravesó por todo eso para liberarnos, «y por su llaga somos sanados». La plenitud que necesitamos en el espíritu, alma y cuerpo es provista por Su muerte y por Su triunfante resurrección.
¿Cuánto vale tu alma para Dios? ¡La vida y la sangre de Jesús!
Alma vs. Cuerpo
Entonces, ¿cómo tomamos posesión del bienestar de nuestra alma? En Juan 5:6, Jesús le dijo al paralítico en el estanque: «¿Quieres ser sano?» Nota que Jesús no le preguntó si quería estar bien. Claro que el hombre quería, pero Jesús demandó que el hombre hiciera la decisión de abandonar su estilo de vida de estar enfermo. Algunas veces las heridas parecen muy dolorosas como para confrontarlas, pero debemos determinarnos que vamos a darle toda nuestra alma a Jesús, y dejar que la obra de la cruz haga lo que está diseñada para hacer. En Mateo 9, la mujer con el flujo de sangre dijo: «Si alcanzo a tocar tan sólo su manto, me sanaré». Ella estaba decidida a ser plena. La Biblia dice que había perdido todo. Debido a la enfermedad que tenía, podemos asumir que había perdido todo desde las finanzas hasta su posición social, cualquier posibilidad de tener una familia y la vergüenza de ser un experimento médico. Seguramente habían pasado muchos años sin que ella hubiera sentido el toque de un ser humano. ¿En qué condición podía haber estado su alma? Su fe y su determinación alcanzaron a Jesús y ejercieron una demanda en Su amor sanador. Jesús reconoció el toque de la fe y declaró que su fe la había hecho totalmente sana―plena. No sólo su flujo de sangre se secó, sino que todo su ser―espíritu, alma y cuerpo―fue renovado por completo. ¡Qué libertad!
La salud del alma requiere un proceso continuo de cercanía con Jesús. En esta vida siempre existirán pruebas que lastimarán. Sin embargo, al caminar con Él, quién ES la plenitud, puede llevarte a un lugar donde éstas hieren muchísimo menos que antes. Cuando las heridas llegan, sanan tan rápido que difícilmente notarás que alguna vez estuvieron allí. Dios quiere que tengas tal paz en tu alma con el fin de que no lleves la cuenta del dolor, para que éste no tenga oportunidad de controlar tu vida y redirigir tus pensamientos, tus decisiones o tu forma de ver la vida.
A través de la comunión con Jesús, alrededor de Su Palabra y en oración, podemos permitirle que nos ministre y finalmente permitirle que, amorosamente, nos revele cuánto realmente vale nuestra alma.