Hacerse exámenes regularmente es una buena idea. Ken y yo tenemos el hábito de hacerlo. A pesar de que estamos formidablemente saludables, llenos de energía y nos sentimos bien, vamos al doctor por exámenes de rutina porque es algo sabio que debemos hacer. Nos ayuda a asegurarnos que estamos físicamente en línea.
Espiritualmente, seguimos un protocolo muy parecido. Aun cuando en nuestras vidas todo vaya bien, examinamos nuestra fe de manera regular. No esperamos a que aparezca un gran problema para luego correr a buscar nuestras Biblias. Nosotros pasamos tiempo en la Palabra a diario, y nos autoexaminamos rutinariamente a la luz de la misma para asegurarnos que estamos caminando en fe en cada área de nuestra vida.
Es una práctica que recomiendo con ahínco. Es más, me atrevo a decir que es esencial para cada creyente que quiera permanecer en línea.
Ésta no es solamente mi opinión; 2 Corintios 13:5 nos lo confirma. Nos dice a cada uno de nosotros: «Examínense, pruébense y evalúense para ver si están manteniendo su fe y mostrando los frutos propios de ella» (Biblia Amplificada).
Nota que, de acuerdo a ese versículo, es a nosotros mismos a quienes debemos examinar. Somos nosotros los que necesitamos examinarnos, no a Dios. No tenemos que evaluarlo y ver si Él está haciendo las cosas bien. Él nunca se equivoca. Si le hemos estado pidiendo algo y pareciera como que no hay progreso, o si no estamos viendo Sus promesas manifestarse en nuestras vidas, Él no es el problema.
El problema está de nuestro lado.
Quizás digas: “Bueno, no sé si estoy de acuerdo. Creo que estaría haciéndolo mejor si la gente de mi iglesia fuera de mayor apoyo. Ellos no están orando y manteniéndose conmigo como deberían. Así que en mi caso, ellos son el problema”.
No, no lo son. Si lo fueran, la Biblia te diría que examines su fe. Pero no lo hace. Nos dice que nos evaluemos a nosotros mismos.
Primera de Juan 5:4 dice: «Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe». Así que cuando se trata de vivir en victoria, nuestra fe —no la de alguien más—es el problema. Las otras personas no pueden creer por nosotros. A pesar de que en algunos momentos podemos y deberíamos ayudarnos los unos a los otros, finalmente nuestra fe es nuestra responsabilidad. Somos nosotros los que debemos mantenerla avanzando y operando de la manera correcta—y esto requiere que hagamos un esfuerzo. Requiere que seamos atentos a las cosas de Dios, y apliquemos diligencia, disciplina y determinación.
La vida de fe no es para gente blanda. No es para los perezosos que solamente quieren hacer lo que es fácil para su carne. La fe es para ese corazón fuerte que tomará la Palabra de Dios y actuará basado en ella sin importar las circunstancias. Es para los creyentes que operarán de acuerdo a lo que Jesús enseñó en Marcos 11:22-24, cuando les dijo a Sus discípulos: «Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: —¡Quítate de ahí y échate en el mar—, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá».
Se proactivo: Ten fe en Dios
Cuando se trata de vivir por fe, esos versículos son armas muy grandes. ¡Ken y yo podemos dar testimonio de ello! Hemos dependido y vivido de ellos por 48 años. Una y otra vez nos han ayudado a hacer sobrenaturalmente lo que nunca podríamos haber hecho en nuestras propias fuerzas.
Así que, hagamos ahora un examen de fe rápido al revisar lo que dicen.
La primera cosa que nos dice es que: “tengamos fe en Dios” ¿Qué significa eso exactamente? Es creer lo que dice la Palabra sin importar lo que está pasando en el ámbito natural. Es creer que por las llagas de Jesús “estás sano” a pesar de que tengas los síntomas de la enfermedad en tu cuerpo (1 Pedro 2:24). Es creer que “Dios suplirá todo lo que te falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”, a pesar de que tú arrume de cuentas luzca más grande que tu cuenta bancaria (Filipenses 9:19).
¿Cómo conseguimos esa clase de fe? Es muy simple. De acuerdo a Romanos 10:1: «la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios».
¡Puedes creerle a Dios por cualquier cosa que quieras que esté de acuerdo con Su Palabra! No importa cuán grande sea ni cuán imposible parezca, «para Dios todo es posible» (Mateo 19:26). «Para quien cree, todo es posible» (Marcos 9:23), así que, con fe puedes tener todo lo que Dios ha prometido.
Sin embargo no lo recibes tan solo sentándote a esperar que caiga como las cerezas maduras del árbol. Tienes que ser proactivo; tienes que hacer tus tareas espirituales. Si quieres algo, debes buscar la Palabra y encontrar lo que Dios dice al respecto.
Personalmente, me gusta hacer lista de promesas de las escrituras que conciernen a todos los diferentes aspectos de mi vida. Tengo una lista de versículos acerca de sanidad y también sobre asuntos familiares. También tengo una lista de promesas de prosperidad. Estas listas me ayudan muchísimo.
Si todavía no lo has hecho, te animo a que hagas una. De esa manera cuando enfrentes algún problema, sabrás a dónde ir. Cuando la gripe empiece a rondar por la oficina, podrás decir: “déjame sacar mi lista de escrituras de sanidad”, e inmediatamente apuntalar tu fe.
Mejor aún, puedes usar esa lista todo el tiempo. Puedes mantenerte fuerte y listo al alimentar tu espíritu todos los días en las promesas de Dios. Si las cosas no están moviéndose en algún área como a ti te gustaría, puedes redoblar tu consumo de la Palaba en esa área y deshacerte de cualquier duda que esté tratando de aferrarse en tu corazón.
Eso es lo que Kenneth y yo hemos hecho desde que empezamos a escuchar acerca de la fe. Como resultado, nos hemos hecho absolutamente adictos a la Palabra de Dios. Hemos aprendido por experiencia que sin importar lo que venga en contra nuestra, podemos salir victoriosos al mantenernos apoyados sobre la Palabra.
No salgas de tu lugar secreto sin Él
La siguiente cosa que quiero que examines durante esta revisión espiritual es lo que Jesús enseñó acerca de recibir en Marcos 11:24: «Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá». La Palabra traducida como recibir literalmente significa “tomar” o “arrebatar”, así que este versículo está diciéndonos que tendremos que tomar las cosas en oración.
¿Cómo tomamos algo cuando oramos? ¡Con las palabras de nuestra boca!
Le decimos al Señor, después de que hemos hecho nuestra petición: “Gracias, Padre Celestial, por darme lo que te he pedido. Creo que lo recibo. De acuerdo a Tu Palabra, es mío. Lo recibo ahora, en el Nombre de Jesús”.
Muchos creyentes descuidan este aspecto. Oran muy bien por lo que desean, pero luego dejan el lugar de oración, sin tomarlo. Digamos, por ejemplo, que necesitan sanidad. En vez de decir: “Señor, ahora tomo mi sanidad. Te agradezco porque estoy sano”, ellos hacen lo contrario. Tan pronto como terminan de orar, llaman a su primo por teléfono y le dicen: “¡estoy tan enfermo, no me puedo ni levantar! Me siento terrible”.
Sé que probablemente te estés preguntando: ¿Qué se supone que diga en momentos como esos? Si oro por sanidad, y alguien me llama antes de que se manifieste y me pregunta cómo estoy, ¿Qué les digo?
Tan solo di algo como: “Creo que recibí mi sanidad”. No necesitas empezar a enumerar los síntomas que estás experimentando. Si la persona insiste con sus preguntas, tan solo empieza a alabar y a declarar la Palabra. Lo más seguro es que, sin importar con quien estés hablando, termine alabando a Dios contigo y encontrará una manera rápida de terminar la conversación.
“Pero Gloria, ¿es realmente tan importante lo que digo?”
¡De acuerdo con Jesús, lo es! Él dijo: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34) y recibiremos lo que digamos (Marcos 11:23). Así que obviamente, nuestras palabras son vitales. Ellas determinan lo que pasa en nuestras vidas. Proverbios lo expresa de esta manera:
«El que ama la lengua comerá de sus frutos; ella tiene poder sobre la vida y la muerte» (Proverbios 18:21).
«Te has enlazado con las palabras de tu boca, Y has quedado preso en los dichos de tus labios» (Proverbios 6:2, RVR1960).
«El que cuida su boca y su lengua se libra de muchos problemas» (Proverbios 21:23).
El punto es el siguiente: si no lo quieres, no lo digas. Si lo quieres, tómalo y no te desvíes. Si te desanimas y te metes en problemas, arrepiéntete en el instante y ponte en línea. Mantente creyendo y declarando la Palabra de Dios.
¡Así es como recibes todo—sanidad, provisión financiera, protección divina y el resto de las BENDICIONES de Dios!
Aun así es cómo recibes que tus hijos lleguen al reino de Dios. Reclamas su salvación de acuerdo con las promesas en la Palabra (Isaías 54:13, 59:21); luego le agradeces al Señor por atraerlos hacia Él. Dices: “Satanás, no vas a tener a mis hijos. Rompo tu poder sobre ellos en el Nombre de Jesús”.
A pesar de que por un tiempo es posible que no veas ningún cambio en ellos, mantente declarando: “Creo y recibo. Mis hijos están entrando al reino de Dios. Lo tengo, no me moveré por lo que ellos dicen o hacen, aunque sea contrario”. Tú continúa creyéndole a Dios y no dudes.
Si tus hijos son adultos y están por ahí afuera actuando alocadamente, cuando sepas de ellos mantente firme. Di: “Satanás, desato a mis hijos, no te pertenecen. Son míos, Y se los he entregado al Señor y Su voluntad será hecha en sus vidas”. Luego mantente firme en fe hasta que se haga realidad.
Las gemelas ponderosas ganan siempre
“¿Qué pasa si toma mucho tiempo?” “¿Qué debo hacer mientras espero?”
Obedece Santiago 1:4 y Hebreos 6:12: «Y para que no se hagan perezosos, sino que sigan el ejemplo de quienes por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas».
La paciencia es una fuerza poderosa. Te mantiene cuando estás bajo presión. Te apuntala para que no dejes ir tu fe en tiempos de prueba. Y aun cuando estas enfrentando situaciones contrarias, la paciencia no se da por vencida. Te mantiene creyendo la Palabra de Dios, diciendo lo correcto.
¡La fe y la paciencia trabajan juntas; son las gemelas poderosas! Así que cuando estés haciendo un examen de fe, es importante que también examines tu paciencia.
Seré franca al respecto: me gustaría que eso no fuera necesario. Desearía que todo por lo que oramos pasara instantáneamente. Eso sería maravilloso. Pero generalmente no es lo que pasa. Aunque algunas de las cosas por las que creemos vienen rápido, otras toman más tiempo.
Y esto fue verdad aun durante la época de Jesús. Lee en Marcos 11 acerca de Su encuentro con la higuera y verás a lo que me refiero. Cuando Él maldijo la higuera al decir: «¡Que nadie vuelva a comer fruto de ti!» (versículo 14), no ocurrió un cambio que fuera visible inmediatamente. El árbol lucía igual que antes después de que Él le habló.
Pero Jesús no permitió que eso lo molestara. Él ejercitó su paciencia y se mantuvo creyendo que lo que había declarado sucedería. Ciertamente, al día siguiente, cuando Él y Sus discípulos caminaron nuevamente cerca de la higuera: «vieron que ésta se había secado de raíz» (versículo 20).
¿Qué hubiera pasado si Jesús no hubiera sido paciente ese día? ¿Qué hubiera pasado si se hubiera desanimado porque la higuera no se desplomó en el momento en que le habló? ¿Qué si hubiera dicho: “Bueno, parece que Mis palabras no hacen ninguna diferencia”?
¿Qué hubiera pasado? ¡Nada! Si Jesús hubiera desconectado su fe, la higuera hubiera sobrevivido.
Ese mismo principio es verdad en nuestras vidas. Si no dejamos que la paciencia haga su obra perfecta, si desconectamos nuestra fe y nos damos por vencidos cuando no vemos resultados instantáneos, interrumpiremos nuestra capacidad de recibir sobrenaturalmente. Nos perderemos aquello por lo que hayamos estado creyendo.
Sin embargo, si nosotros ponemos la Palabra de Dios en primer lugar en nuestras vidas, y regularmente examinamos nuestra fe, sucederá exactamente lo contrario. Pelearemos la buena pelea de la fe al tomar lo que Dios nos ha prometido y nos mantendremos hasta que se manifieste en nuestras vidas. La fe con la paciencia siempre gana la pelea.
¡Así que… permanece del lado ganador! Sin importar cuánto tome, manténte creyendo hasta que la higuera se sequeo los síntomas desaparezcan de tu cuerpo o llegue el dinero o la situación cambie. Manténte diciendo con confianza «¡Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe!»