Cuando Gloria y yo descubrimos por primera vez lo que la Biblia enseña acerca del poder de las palabras, hicimos una decisión que, en algunas ocasiones, estuve tentando de arrepentirme: nos comprometimos a mantenernos mutuamente responsables por lo que decíamos. Le di permiso de corregirme cuando hablaba con incredulidad y decía cosas contrarias a la PALABRA de Dios, y ella me dio permiso de hacer lo mismo con ella.
El problemayacía en que yo no tenía que corregirla con frecuencia. Yo era el que siempre decía tonterías. Si me enojaba por alguna cosa, empezaba a decir cómo eso me “irritaba tanto hasta la muerte” o cómo estaba “matándome” o cualquier otra cosa; ella sonreía ampliamente y me respondía: “Si esa es tu confesión, creo cada palabra”.
Lo admito; en ese momento, no siempre lo aprecié. Pero eventualmente, su ayuda demostró ser invaluable. Y tampoco soy el único que se benefició con la situación. Nuestros hijos también lo hicieron. Ellos empezaron siendo muy niños a aprender a vivir por fe, y cuando decían algo que era contrario a la PALABRA de Dios, ella los corregía tanto como me corregía a mí.
A pesar de que trataron, nuestros niños nunca lograron nada con Gloria, llorisqueando cuando las cosas les salían mal o tratando de hacer que sintiera lástima por ellos. Ella no consentía su autocompasión, ni decía: “pobrecito”. ¡Todo lo contrario! Si ellos empezaban a quejarse a su alrededor, mostrando enojo o incredulidad, lo más probable es que les dijera algo como: “¡Mis amores, tomen el control!”
¡Toma el control! Gloria a dicho esa frase tantas veces con tal amor y sabiduría, que con el pasar de los años se a convertido en una de mis favoritas. A veces la uso cuando estoy predicando, porque estoy convencido que todos nosotros, los creyentes, necesitamos oírla de vez en cuando. Cuando nuestra alma está descontrolada salvajemente, y nuestros pensamientos están tratando de sumirse en alguna situación perturbadora o algún ataque del diablo, necesitamos que nos recuerden: toma el control.
¿De qué necesitas tomar control?
¡De la PALABRA de Dios!
Su PALABRA hará por nosotros lo que la simpatía humana no puede hacer. Ésta conseguirá en nosotros lo que nunca logrará alguien que se pone de acuerdo con nosotros acerca de lo difíciles que lucen las cosas. ¡La PALABRA de Dios nos traerá victoria en cada problema! Aferrado a ella ―sí, literalmente te estoy diciendo que tomes el libro― empieza a leerla en voz alta, y di: “Alma, tienes que callarte ahora mismo y escuchar”. La PALABRA de Dios nos mantendrá estables y nos dará el poder de triunfar sobre cada circunstancia.
¿Por qué?
¡Porque la PALABRA de Dios es Su inquebrantable, inmutable pacto con nosotros! Está llena de promesas de victoria que Él nos ha jurado en la preciosa Sangre de Jesús. Es un contrato divino que Dios toma tan en serio, que Hebreos 6:17-20 dice:
«Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que sus propósitos no cambian, les hizo un juramento, para que por estas dos cosas que no cambian, y en las que Dios no puede mentir, tengamos un sólido consuelo los que buscamos refugio y nos aferramos a la esperanza que se nos ha propuesto. Esta esperanza mantiene nuestra alma firme y segura, como un ancla, y penetra hasta detrás del velo, donde Jesús, nuestro precursor, entró por nosotros y llegó a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec».
Nota que de acuerdo con esos versículos, cuando “nos aferramos” a la PALABRA, ésta ancla nuestra alma. Asegura y afirma nuestra fe para que los vientos y las olas de la adversidad no puedan hacernos temblar.
Quizás digas: “Pero hermano Copeland, ¡lo que estoy pasando es abrumador! Estoy por declararme en quiebra, mi vida está en peligro. La gente me ha maltratado. No puedo hacer más que temblar”.
Puedes hacerlo si te aferras del ancla de la PALABRA de Dios. Sin importar contra qué estés peleando, esa ancla te mantendrá. Te removerá de esa sensación abrumadora y te hará vivir como un vencedor. Te hará tan valiente que le cambiarás el juego al diablo; en vez de estar aterrorizado por él, será todo lo contrario.
“¡Bueno, no puedo imaginarme al diablo sintiéndose aterrorizado por mí!”
Entonces necesitas leer Apocalipsis 12:10-11. Describe a los creyentes que verdaderamente entienden el poder de su pacto de sangre con Dios. Muestra una escena victoriosa de la que el apóstol Juan fue testigo: «¡Aquí están ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo! ¡Ya ha sido expulsado el que día y noche acusaba a nuestros hermanos delante de nuestro Dios! Ellos lo vencieron por la sangre del Cordero y por la palabra que ellos proclamaron; siempre estuvieron preparados a entregar sus vidas y morir».
¡Habla acerca de una de las peores pesadillas del diablo! En las manos de los creyentes nacidos de nuevo como tú y yo, esos versículos son como un arma espiritual bien cargada. Nosotros tenemos que usarla todo el tiempo en su contra.
No es tan solo un eslogan religioso
Sin embargo para usarlo efectivamente, no podemos tan solo ir por ahí repitiendo esos versículos como un eslogan religioso. No podemos tan solo repetir como loros sin entender realmente lo que significan. Pero, eso es lo que muchos cristianos hacen. He escuchado a alguien decir: “me cubro con la sangre de Jesús” y en lugar de encontrar lo que la Biblia dice al respecto, tan solo agregan esta frase a su vocabulario. Cuando se enfrentan a algo peligroso o amenazador, ellos gritan casi en pánico: “¡Me cubro con la Sangre! ¡Me cubro con la Sangre!”
A pesar de que esas palabras son muy poderosas, decirlas de esa manera—llenos de miedo y tradición—logrará poco y nada. Para producir los resultados deseados, deben ser dichas en fe, y para que tengan fe debemos entender la Verdad que las respalda. Debemos saber lo que la Biblia dice acerca de lo que la Sangre de Jesús ha hecho por nosotros.
Muchos cristianos nunca han escuchado la historia completa. Todo lo que les han dicho es que Jesús murió e hizo posible que vayan al cielo. Sin embargo, Él hizo mucho más que eso.
En la Cruz, Jesús tomó en Su mismo espíritu, alma y cuerpo la condición perdida de toda la humanidad. Él fue hecho pecado con nuestro pecado, Él cargó todas nuestras enfermedades y dolencias. A pesar de que Jesús no tenía pecado y era perfecto, Él usó su fe para “tomar” en Sí mismo la maldición completa que había sido liberada sobre la raza humana por medio de Adán. Esa maldición lo devastó con tanta furia, que durante la crucifixión, Su apariencia estaba tan desfigurada y ya no lucía más como un ser humano (Isaías 52:14).
Adicionalmente, Jesús no sólo sufrió y murió físicamente; Él también murió espiritualmente. Habiendo entregado cada gota de Su sangre en la Cruz, entregó Su vida y descendió al infierno. Allí, sufrió hasta satisfacer todos los requerimientos de la justicia divina.
Una vez que pagó el precio total por la deuda del pecado de toda la raza humana y los libros legales del cielo fueron cerrados, Dios Padre se levantó en el cielo y declaró sobre Él las palabras escritas en el primer capítulo de Hebreos. Con una voz que resonó a través de todo el ámbito espiritual, le dijo a Jesús: “Mi hijo eres tú, Hoy yo te he engendrado… Y otra vez: Yo seré á él Padre, Y él me será a mí hijo… Y adórenle todos los ángeles de Dios… Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Vara de equidad la vara de tu reino” (Versículos 5-6,8, RVA).
Aun en las profundidades del infierno, Jesús escuchó las Palabras de Padre y las creyó. Él dijo: “¡Sí, Amen!” y se convirtió en el primer hombre que alguna vez haya nacido de la muerte espiritual a la vida espiritual. Los demonios que se había apilado sobre Él, tratando de aniquilarlo, salieron a correr llenos de temor en todas las direcciones. Ellos no pensaron que existiera una manera en la que Él pudiera salir de allí—pero estaban equivocados.
¡Jesús, operando como un creyente lleno del Espíritu Santo, le arrancó las llaves al diablo, perforó al infierno y resucitó de entre los muertos!
El evangelio de Juan nos dice que sólo unos momentos después de la resurrección, mientras Jesús salía de la tumba, se cruzó con María, una de sus amigas y seguidores. Cuando ella lo reconoció, estaba tan emocionada de verlo que trató de tocarlo para no dejarlo ir, pero Él no la dejó. «Jesús le dijo: «No me toques, porque aún no he subido a dónde está mi Padre; pero ve a donde están mis hermanos, y diles de mi parte que subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes» (Juan 20:17).
Con esas palabras, Jesús comenzó Su ministerio como nuestro Sumo Sacerdote. Ascendió al cielo en Su cuerpo recién resucitado, se presentó delante de Padre, y puso Su propia Sangre en el propiciatorio, delante del trono mismo de Dios, donde por siempre asegurará —legalmente— nuestra redención.
El libro de Hebreos lo describe en detalle. Este dice que una vez que Jesús ofreció su Sangre ante el Padre, Dios le hizo una juramento con promesa. Prometió cada PALABRA del Nuevo Pacto y LA BENDICIÓN del Antiguo, no solamente para Jesús sino también para todos aquellos que fueran: “limpiados completamente para siempre y perfeccionados… y hechos santos” por Su Sangre (Hebreos 10:14, La Biblia Amplificada).
¡Esta es la razón por cual clamar por la Sangre de Jesús es tan poderosa!
Cuando lo hacemos por fe, accionamos sobre el pacto completo para que cargue con nuestra situación. Dejamos al diablo sin ninguna opción, porque la sangre cancela todas sus demandas sobre nosotros. Nos declara perdonados por siempre, justos por siempre, liberados por siempre de la maldición del pecado y del dominio de Satanás, por siempre victoriosos, ¡y por siempre BENDECIDOS!
Una parte importante de activar nuestro pacto
“¿Pero, hermano Copeland, que hay acerca de la parte de Apocalipsis 12:11 que dice que los creyentes vencedores siempre estuvieron preparados a entregar sus vidas y morir?¿Qué significa eso?”
Eso significa que ellos no hablaron tan solo de su pacto de sangre con Dios—ellos lo vivieron. Ellos se comprometieron a Él y a Su plan. En vez de vivir como si sus vidas les pertenecieran y como si pudieran hacer cualquier cosa que quisieran, ellos se dedicaron a sí mismos completamente—espíritu, alma y cuerpo—al SEÑOR.
Tú estás llamado a hacer lo mismo. Nosotros debemos comenzar cada día diciendo: “¡SEÑOR, estoy a tu disposición y me estoy reportando a tus órdenes!” Después, debemos hacer cualquier cosa que nos pida. Debemos caminar en amor, perdonar a cualquier persona que nos lastime, obedecer a Dios, y seguir la guía del Espíritu Santo—sin importar lo que pase.
A pesar de que algunas veces puede ser difícil para nuestra carne, es lo que el Nuevo testamento nos instruye claramente. Éste dice: «Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios! Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto» (Romanos 12:1-2).
«¿Acaso ignoran que el cuerpo de ustedes es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y que recibieron de parte de Dios, y que ustedes no son dueños de sí mismos? Porque ustedes han sido comprados; el precio de ustedes ya ha sido pagado. Por lo tanto, den gloria a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios» (1 Corintios 6:19-20).
Desprenderte de tu vida y dedicarte al servicio del Maestro es una parte vital para activar tu pacto con Él. Aun si Él te envía a algún lugar peligroso, estarás mucho más seguro de lo que estarías en cualquier otro lugar porque solo Él tiene el poder de protegerte. Y cuando dejas de tomar tus propias decisiones y las pones en Sus manos, Él asume la total responsabilidad de cuidarte.
Alguien podría preguntar: “¿No se supone que Jesús sea responsable por todo el mundo? ¿No ama Jesús a cada persona en el mundo?”
El los ama a todos, pero, Él no es responsable por cada uno de ellos. Él es responsable únicamente por aquellos que han aceptado Su oferta del pacto de sangre.
Para entender el porqué de esto, piensa cómo funciona un seguro. Cuando una tormenta azota una cuadra completa, las únicas casas que están cubiertas por la compañía de seguros son aquellas de las personas que tenían una póliza con la aseguradora. Si alguien que no tiene una póliza los llama y les dice: “hola, mi casa también fue destruida, y no han hecho nada al respecto”, esa persona no logrará nada en lo absoluto.
El representante de la compañía simplemente le preguntará: “¿Has firmado algún contrato con nosotros?”
“Bueno, no, pero voy a llevarte a juicio de todas formas, porque tu compañía tiene mucho dinero. Y puede darse el lujo de reconstruir mi casa”.
“Cuánto dinero tenemos es totalmente irrelevante”, le responderá el representante. “No tenemos ningún pacto contigo. No firmaste una póliza con nosotros y no hemos acordamos cubrir tu casa”.
Con eso, el problema queda solucionado, y todo los juicios, llantos, gritos o amenazas del mundo no harán diferencia alguna.
El mismo principio aplica al pacto de la BENDICIÓN de Dios. A pesar de que Él se lo ofrece a toda la humanidad, sus beneficios solo se prometen a aquellos que lo aceptan—y como creyente tú eres parte de ese grupo. Eso significa que si el diablo viene a nuestro alrededor a molestarnos con alguna clase de tormenta, no tenemos que llorar, gritar ni sobrellevarla en nuestras propias fuerzas para que así Dios sienta tanta lástima y haga algo para ayudarnos.
Podemos aferrarnos a la PALABRA de Dios y al pacto que Él ratificó con nosotros en la preciosa sangre de Jesús. Podemos dedicar nuestras vidas a Él por completo, hacer cualquier cosa que nos pida, y por la sangre del Cordero y la palabra de nuestro testimonio, venceremos al diablo en cada oportunidad.