El Nombre de Jesús es el arma más poderosa que Dios ha puesto en nuestras mano como creyentes, y nos la ha dado porque debemos tenerla. Sin el poder de ese Nombre, no podemos hacer lo que estamos llamados a hacer, a pesar de que hemos nacido de nuevo y nos hemos bautizado con el Espíritu Santo.
Aunque Dios: «nos ha librado del poder de la oscuridad y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo», todavía vivimos en un mundo que está dominado por el diablo. Todavía tenemos que lidiar con un adversario que vaga por esta Tierra: «como un león rugiente, buscando a quien devorar» (Colosenses 1:13, 1 Pedro 5:8).
Por supuesto, él es un adversario derrotado. Jesús lo azotó completamente hace 2.000 años y ganó la victoria para nosotros por siempre. Pero, para que caminemos en esa victoria, tenemos que imponerla. Tenemos que mantener al diablo bajo nuestros pies usando el poderoso Nombre de Jesús, el Nombre sobre todo nombre, contra él y todas sus obras.
En Marcos 16, Jesús nos dijo lo que ese Nombre puede hacer. En lo que llamamos la Gran Comisión, nos dijo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura… Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán en sus manos serpientes, y si beben algo venenoso, no les hará daño. Además, pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán.» (versículos 15, 17-18).
La autoridad del Nombre de Jesús es de vital importancia cuando se trata de avanzar en el reino de Dios. La fe en ese nombre es lo que nos permite anular las obras del reino de las tinieblas. El hermano Kenneth E. Hagin solía decir: “No hay fe en el Nombre de Jesús que no produzca resultados. Un poco de fe en Su Nombre equivale a pocos resultados. Mucha fe en Su Nombre equivale a resultados asombrosos”. Lo he comprobado a lo largo de los años en mi propia vida.
“Pero, hermano Copeland, ¿todos los cristianos tienen fe en el Nombre de Jesús? Para ser salvos, ¿no teníamos que tener fe en el nombre?”
Sí, pero ser salvo no es el final de la historia. La Biblia dice: «el justo vivirá por la fe» (Hebreos 10:38). Para mantener una fe viva en el Nombre de Jesús, debes seguir alimentándola con la PALABRA de Dios. Tienes que volver a lo que Él dijo acerca de ese Nombre, o tu fe se debilitará y se agotará. Continuarás diciendo “en el Nombre de Jesús” cuando oras, pero solo lo dirás de memoria. Lo dirás por consentimiento mental y familiaridad, sin ninguna fe real que lo sustente.
Para entender por qué es así, piensa en cómo funciona tu cuerpo físico. Hay que alimentarlo para que produzca energía. Si sigues usando esa energía, incluso si lo único que haces es levantar y bajar el brazo, eventualmente tendrás que comer para reponer fuerzas. De lo contrario, ya no podrás levantar el brazo.
Lo mismo ocurre con la fe porque, como tu cuerpo, la fe es algo vivo. Es la fortaleza espiritual que se obtiene al: «oír, y el oír… por la palabra de Dios (Romanos 10:17). Si sigues usándola y no la reabasteces volviendo y escuchando más PALABRA, tu fe llegará a donde no tiene ninguna fuerza.
Sin embargo, a diferencia de la debilidad física, cuando tu fe se debilita, no necesariamente lo notarás de inmediato. Debido a que no puedes sentirla, es posible que solo te des cuenta de que se está debilitando cuando deja de producir resultados: cuando oras por algo en el Nombre de Jesús, por ejemplo, y no sucede nada. O bien, ordenas que la sanidad venga con ese Nombre y, sin embargo, pasan días… semanas… y meses… y la enfermedad aún permanece.
Sí, no o ¿espera un poco?
Esto sucede demasiado en el Cuerpo de Cristo en la actualidad. Nos hemos acostumbrado a esperar largos períodos de tiempo para que nuestras oraciones produzcan resultados. En algunos círculos, los cristianos incluso han ideado doctrinas para explicar el retraso. “Dios siempre responde a la oración”, dicen. “A veces la respuesta es sí, a veces no, y a veces debes esperar un poco.”
Eso simplemente no es cierto. No hay un solo ejemplo en los evangelios donde Jesús alguna vez le haya dicho a alguien que acudió a Él para que lo sanara, que esperara un momento para recibirlo. No; Él siempre respondió como lo hizo al hombre que vino a Él en Mateo 8 para ser sanado de la lepra.
Jesús no le dijo a ese hombre: “Sí, te sanaré, pero tendrás que esperar unos cuatro años.” Él dijo: Quiero. ¡Sé limpio! (versículo 3, RVA-2015) y sanó al hombre inmediatamente.
¡Jesús sigue diciendo ese mismo “quiero” hoy, en la actualidad!
Él es «el mismo ayer, hoy, y por los siglos.» (Hebreos 13:8). «Porque todas las promesas de Dios son en él “sí” y, por tanto, también por medio de él decimos “amén”» (2 Corintios 1:20, RVA-2015). Entonces Él está listo para sanar y liberar a cualquier persona inmediatamente, en cualquier lugar, en cualquier momento.
Él solo está esperando que le demos la oportunidad de hacerlo. Él simplemente nos está esperando, como Sus representantes, para liberar Su maravilloso poder al salir con toda audacia por la fe en Su Nombre.
¿Cómo luce eso exactamente? Puedes verlo en Hechos 3. Nos habla de un tiempo después de la resurrección de Jesús, cuando Pedro y Juan iban al templo a orar y un hombre cojo les pidió limosna.
Entonces Pedro, que estaba con Juan, fijó la mirada en el cojo y le dijo: «¡Míranos!» El cojo se les quedó mirando, porque esperaba que ellos le dieran algo, pero Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero de lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!» Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó, ¡y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos! El cojo se puso en pie de un salto, y se echó a andar; luego entró con ellos en el templo, mientras saltaba y alababa a Dios. (versículos 4-8).
¡A eso le llamo yo resultados inmediatos! Pedro y Juan no solo oraron por ese hombre y se marcharon con la esperanza de que algún día Dios les respondiera. Acababan de dar la orden de fe en el Nombre de Jesús, tomaron de la mano al hombre y lo levantaron bruscamente. Creían que el nombre de Jesús haría la obra, y que el hombre se recuperaría de inmediato.
“Sí, pero Pedro y Juan podían hacer ese tipo de cosas”, podrías decir, “¡Porque ellos eran apóstoles!”
Es cierto, pero esa no fue la razón por la que el hombre fue sanado. Pedro mismo lo dijo. Le dijo a la multitud asombrada que se reunía para admirar el milagro. «¿Qué es lo que les asombra? ¿Por qué nos ven como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho que este hombre camine? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que es el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su Hijo Jesús
y por la fe en su nombre, a este hombre que ustedes ven y conocen, Dios lo ha restablecido; por la fe en Jesús, Dios lo ha sanado completamente en presencia de ustedes.» (versículos 12-13, 16).
Pedro no dijo nada en absoluto acerca de que él era un apóstol. Él habló sobre la fe en el Nombre de Jesús. Simplemente hizo eco de lo que Jesús dijo en Marcos 16: «Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi nombre pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán.» (versículos 17-18).
El nombre de Jesús no funcionó para Pedro porque era un apóstol. Le funcionó porque era un creyente. Funcionó porque él tenía fe en el poder del Nombre de Jesús.
Él lo dijo nuevamente en Hechos 4 cuando los líderes religiosos lo arrestaron a él y a Juan, y los interrogaron sobre la curación del hombre cojo. Cuando les preguntaron:
«¿Con qué autoridad, o en nombre de quién hacen ustedes esto?» Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Gobernantes y ancianos del pueblo: Ya que hoy se nos interroga acerca del beneficio otorgado a un hombre enfermo, y de cómo fue sanado, sepan todos ustedes, y todo el pueblo de Israel, que este hombre está sano en presencia de ustedes gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de los muertos.» (versículos 7-10).
El nombre es el que hace los milagros
¿Cómo reaccionaron los líderes religiosos a esa explicación?
Nada bien. No estaban entusiasmados con el hecho de que el Nombre de Jesús ahora estuviera haciendo los mismos milagros que Jesús mismo hizo antes de ser crucificado. Ellos estaban extremadamente perturbados por el hecho. Entonces, amenazaron a Pedro y a Juan y «les advirtieron que no debían volver a hablar ni enseñar acerca del nombre de Jesús.» (versículo 18).
Sin embargo, las amenazas no funcionaron. Por el contrario, cuando Pedro y Juan regresaron y les contaron a los otros creyentes lo que había sucedido, se volvieron más decididos que nunca. Ellos oraron de común acuerdo: «Ahora, Señor, toma en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos el proclamar tu palabra sin temor alguno. Por eso, extiende tu mano para sanar y hacer señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús» (versículos 29-30).
Fíjate: oraron para que se hicieran señales y maravillas, no solo en el Nombre de Jesús, sino mediante ese Nombre. En otras palabras, el Nombre es el que hace los milagros, y lo hace cuando se usa “sin temor alguno”.
En nuestros días, a menudo ha faltado tal valentía. Esa es una de las razones por las que hemos estado imponiendo nuestras manos a tantas personas y algunas de ellas han recibido algo y otras no. Hemos estado cometiendo el mismo error que el Hermano Hagin solía advertirnos, uno que él mismo admitió libremente a veces cometer.
Recuerdo una historia que solía contar de sí mismo con bastante frecuencia. Era acerca de un momento en que estaba ministrando a un hombre que había venido a la línea de oración para recibir sanidad. El cuerpo del hombre estaba rígido como una tabla del cuello hacia abajo, y cuando el Hermano Hagin le impuso las manos, no sucedió nada. La unción solo saltó de un lado a otro entre las manos del hermano Hagin en lugar de ir hacia el hombre.
Jesús le había enseñado previamente al Hermano Hagin que, cuando la unción saltaba de esa manera, eso significaba que había un espíritu maligno involucrado, y que debía arrojarlo en el Nombre de Jesús y luego ministrar la sanidad. Así que eso es lo que hizo el hermano Hagin. Le ordenó al espíritu maligno que se fuera, volvió a imponer las manos sobre el hombre y luego le dijo: “Ahora, ve si puedes agacharte”.
El hombre lo intentó, pero no pudo. Todavía estaba completamente rígido.
El hermano Hagin pasó por el mismo proceso tres veces diferentes, y aún no obtuvo resultados. Entonces, de repente, vio a Jesús parado allí.
“Señor, hice lo que me dijiste”, le dijo. “Eché ese espíritu en Tu nombre, pero no se fue. ¿Qué tengo que hacer?”
“En mi nombre échalo fuera, y se irá”, respondió Jesús.
“Sí señor, eso es lo que hice. Pero no se fue. ¿Qué tengo que hacer?”
“En Mi Nombre échalo fuera, y se irá”, repitió Jesús.
“Señor, lo hice. Pero no se fue.”
“¡Dije que lo haría!”, le respondió Jesús con fuego brillando en sus ojos. Luego desapareció.
Al instante, el hermano Hagin se dio cuenta de su error. Volvió al hombre, le impuso las manos y le dijo al demonio: “En el Nombre de Jesús, sal del cuerpo de este hombre”. Luego le dijo al hombre: “¡Ahora, agáchate!” El hombre se agachó y se tocó los dedos de los pies.
Cual fue la diferencia: ¡Valentía! En lugar de decir: “Mira si puedes…”, le dio la orden de fe en el Nombre de Jesús: “¡Agáchate!”
Recuerdo una historia similar sobre Aimee Semple McPherson. Ella estaba en una reunión una vez ministrando a los enfermos con otros predicadores y ellos estaban orando por un niño que estaba tan lisiado que sus piernas simplemente colgaban flojas, como fideos. Los predicadores le impusieron las manos y oraron; luego lo pusieron a prueba para ver si estaba mejor. No resultaba, así que oraron por él nuevamente.
Finalmente, la hermana McPherson, que había estado observando de cerca, se acercó. Tomó al niño y le dijo: “¡En el Nombre de Jesús, sé sano!” Luego lo arrojó al suelo y él salió corriendo.
“Pero hermano Copeland, eso realmente es riesgoso.”
No, no lo es. Eso es dar un paso por fe con toda valentía en el Nombre de Jesús. Es creer y actuar como si lo que Él dijo en Juan 14 es verdadero: «De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aun mayores obras hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.» (versículos 12-13).
La palabra griega traducida pedir también significa “demandar o exigir”. Puede referirse a una solicitud hecha en oración o al tipo de cosas que tanto la hermana McPherson como el apóstol Pedro hicieron para sanar a los lisiados que encontraron. Ambos hicieron una demanda en el Nombre de Jesús. No le exigieron a Jesús; exigieron en Su nombre que la obra del diablo fuera anulada y que la voluntad de Dios se hiciera.
Ese es el tipo de cosas que Jesús nos dijo a todos, como creyentes, que hiciéramos. Nos dijo que fuéramos a todas partes, compartiéramos el evangelio y usáramos Su Nombre como si nos perteneciera… porque nos pertenece.
¡El nombre de Jesús es nuestro nombre! Es nuestro por pacto. También es nuestro por Nacimiento. Lo heredamos cuando nacimos de nuevo.
«El Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien recibe su nombre toda familia en los cielos y en la tierra.» (Efesios 3:14-15).
Entonces, pongamos ese Nombre a trabajar y avancemos en el reino de Dios. Ejerzamos la derrota del demonio y mostrémosle a las personas que nos rodean que pueden ser sanados, librados y liberados por el poderoso Nombre de Jesús. ¡Verdaderamente es el Nombre sobre todo Nombre!