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Kenneth Copeland

Su Excelsa Gloria

agosto, 2021 No hay comentarios
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Su Excelsa Gloria
La Voz de Victoria del Creyente agosto, 2021
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Vivimos en una época en la que la mayoría de la gente hace el mínimo esfuerzo para sobrevivir. En lugar de tomarse el tiempo para hacer las cosas bien, optan por lo más fácil y rápido. Adoptan una actitud de “Oh, está bien así” y, cuanto más rápido van, menor la excelencia que exhiben en sus vidas.

Pero, como creyentes, eso no nos describe y tampoco a nuestra identidad. No es nuestra hechura.

¡La excelencia está en nuestro ADN espiritual!

Somos hijos del Dios Todopoderoso y «excelso es su poder.» (Job 37:23, NVI).

Nacimos de una semilla incorruptible «por la palabra de Dios» (1 Pedro 1:23).

Hemos sido resucitados con Jesús, Su Excelencia, por la misma «imponente gloria» que lo levantó de entre los muertos y lo sentó en los lugares celestiales (2 Pedro 1:17, NBV; Romanos 6:4, NVI).

Estamos poseídos y ungidos con el mismo excelente Espíritu Santo (Hechos 1:8), somos coherederos con Jesús y colaboradores en Su ministerio, que siempre fue y sigue siendo un ministerio de excelencia (Romanos 8:17; 2 Corintios 5:18).

Además, ¡tenemos una herencia de excelencia! Nuestro árbol genealógico espiritual suma entre sus antepasados a personas ​​como Daniel. ¡Era sin duda un hombre de Dios que no estaba satisfecho con hacer lo mínimo para salir adelante! Aun en su cautiverio en Babilonia, Daniel hizo un trabajo de tal excelencia en todo lo que se le pidió que hiciera, que la Biblia dice: «Daniel mismo se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque en él había excelencia de espíritu. Y el rey pensaba constituirlo sobre todo el reino… (y) Daniel fue prosperado» (Daniel 6:3, 28).

Una de las acepciones de la palabra prosperar es “sobresalir en el lugar más alto disponible”, y eso es exactamente lo que hizo Daniel. Enfrentado a circunstancias extremadamente negativas, siguió ascendiendo hasta que llegó a convertirse en el segundo al mando del reino.

Si Daniel pudo hacer todo eso bajo el Antiguo Pacto, ¿qué podríamos hacer nosotros bajo el Nuevo Pacto? ¿No deberíamos, como creyentes, también prosperar y ser promovidos a los lugares más altos disponibles en cualquier esfera de influencia a la que Dios nos haya llamado?

Seguro que deberíamos y, además, podemos hacerlo. Tan solo necesitamos vivir en la excelencia de nuestra verdadera identidad.

Recibí una revelación sobre este tema hace años cuando asistía a la Universidad Oral Roberts y trabajaba para el hermano Roberts. Él compartió con los que conformábamos parte de su personal que: “Si queremos exigir la excelencia de nuestros estudiantes, debemos exigirla primeramente de nosotros mismos”. Él se mantuvo firme en esta convicción, y descubrí que tenía la razón. Entonces, a partir de ese momento, especialmente en lo referente al ministerio, seguí su ejemplo y lo adopté como mi propio estándar.

Recuerdo una vez, en los primeros años de este ministerio, cuando estábamos grabando con unos músicos un álbum de estudio. Habíamos hecho varias tomas de las distintas pistas, pero todavía no estaba satisfecho con la última canción. Les dije: “Podemos mejorar. Intentémoslo al menos una vez más.”

El hombre que había estado tocando la guitarra metálica no estaba interesado. “Oh, está bien así para el estilo gospel”, respondió.

¿Estaba bien así para el estilo gospel?

Tan solo escucharlo me dio la idea de hacerle tragar la guitarra… pero no lo hice. Tampoco le sonreí. Simplemente lo ignoré y tocamos la canción una y otra vez hasta que quedó como debía.

Más adelante, el SEÑOR nos envió músicos como Steve Ingram y Phil Driscoll y ellos tenían una actitud completamente diferente. No tenían problema repitiendo la misma canción el tiempo que fuera necesario. Seguían grabando una toma tras otra hasta que todos decíamos: “¡Sí, ahora está bien!”

Algunas personas podrían definirlo como perfeccionismo. Pero no es que buscáramos la perfección musical. Estábamos esperando que la unción recayera sobre la música, y la experiencia es por demás interesante: la unción y la perfección van de la mano.

La excelencia y la gloria fluyen juntas.

 

Ejerce presión sobre el diablo

El apóstol Pablo había comprendido el concepto. Él nunca tuvo una actitud descuidada para salir del paso. Incluso antes de nacer de nuevo, su celo como fariseo era insuperable y, como creyente, se volvió aún más celoso por seguir a Jesús. Después de encontrarse con Él y Su gloria en el camino a Damasco, Pablo fue tras Él con todas sus fuerzas.

Como escribió en Filipenses 3:

 

«Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.” (Recuerda que la palabra Cristo significa “el Ungido y Su unción”). “Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo… por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!»  (versículos 8, 12-14).

 

Pablo dice que prosiguió. No solo esperó a que su herencia espiritual recayera sobre él como una manzana desde un árbol. No se limitó a sentarse cuando se encontró con dificultades y dijo: “Creo que me daré por vencido. El diablo me está presionando demasiado.”

Por el contrario, en lugar de darse por vencido, cuando las presiones del diablo lo golpearon (y nos golpean a todos), Pablo cambió de estrategia. Él presionó al diablo al continuar buscando la excelencia del conocimiento del Ungido y Su Unción.

¡El diablo no tiene respuesta alguna para la Unción de Dios! Él puede tratar de presionarnos para que retrocedamos pero, si continuamos avanzando con fe para comprender aquello por lo que Jesús ya nos ha alcanzado, nuestra presión vencerá a la del diablo en toda oportunidad. Si tomamos la misma actitud de Pablo y decimos: “Olvídate de los fracasos de ayer. Estoy avanzando hacia el premio de mi llamado en Jesús. ¡Estoy buscando el premio de la Unción de mi Rey!”, el diablo no tendrá ninguna posibilidad.

Es por eso que él lucha con fuerza para convencernos de que no sigamos adelante. Es por eso que quiere que adoptemos la misma actitud de la ley del menor esfuerzo que él le ha vendido al mundo. Como el dios de este mundo, «les ha cegado el entendimiento para que no resplandezca en ellos la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.» (2 Corintios 4:4), y ahora quiere cegar a la Iglesia. Quiere evitar que veamos la excelencia de la gloria de Dios, la cual nos pertenece a través del nuevo nacimiento porque sabe lo que sucederá cuando lo hagamos:

¡La manifestación de esa excelente gloria aumentará en nosotros y entre nosotros! La gente lo verá, lo oirá y vendrá en masa para escuchar acerca de Jesús. Eso es lo que sucedió en el ministerio de Jesús. Es lo que sucedió en el ministerio de Pedro y en el ministerio de Pablo. Y será lo mismo con nosotros.

Cuando pasemos a la plenitud de la gloria que Dios ha planeado para la Iglesia, nuestro único problema será encontrar el espacio suficiente para toda la gente. Recogeremos la gran cosecha final del reino de Dios, concluiremos esta época y el tiempo del diablo habrá acabado.

“Hermano Copeland, ¿está diciendo que el diablo nos tiene miedo?”

Absolutamente. Él sabe (incluso mejor que la mayoría de los cristianos) que somos más de lo que parecemos en lo natural. Sabe que no somos solo seres humanos de carne y hueso. En nuestro interior, en nuestro espíritu, somos exactamente como Jesús. Somos portadores de la luz y la vida de Dios.

«Porque Dios, que mandó que de las tinieblas surgiera la luz, es quien brilló en nuestros corazones para que se revelara el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que la excelencia del poder es de Dios, y no de nosotros». (2 Corintios 4:6-7).

Al leer esos versículos, solía pensar que decían que la gloria de Dios es nuestro tesoro. Pero en este contexto, el tesoro al que se hace referencia es en realidad el conocimiento de la gloria de Dios.

La palabra griega traducida como conocimiento significa “conocimiento práctico”. ¿Qué es un conocimiento práctico? Lo comparo con el tipo de conocimiento que, como piloto, tengo sobre los aviones.

Cualquiera puede viajar en un avión, pero yo sé cómo operarlo. Tengo suficiente conocimiento práctico de la aviación para que, en lugar de ser solo un pasajero, pueda subirme a la cabina del piloto y volar el avión a donde quiera ir.

¡Así debería ser con nosotros, como creyentes, en lo que respecta a la gloria de Dios!

Cada uno de nosotros porta la gloria dentro de nosotros. Entonces, el potencial para que podamos operar en ella reside allí mismo. Sin embargo, la mayoría de los cristianos no han hecho mucho con ese potencial. Se parecen más a pasajeros espirituales que a pilotos porque no comprenden los principios por los que funciona la gloria. No saben qué hacer con ella, qué la alimenta o qué la obstaculiza.

Sin embargo, la buena noticia es que ese conocimiento está disponible. Dios ya nos lo ha dado. Solo tenemos que esforzarnos por alcanzar la excelencia al tomar una decisión de calidad para ascender a un lugar más alto en nuestro andar con Dios.

 

¿Vasijas de oro o vasijas de barro?

“Bueno, hermano Copeland, creo que cuán alto pueda alcanzar espiritualmente depende de Dios. Como dice la Biblia, «En una casa grande hay no sólo utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles.» Entonces, si Dios decide hacerme una pequeña olla de barro, eso es lo que seré.”

Dios no es quien toma la decisión. Eres tú quien lo hace. El versículo que sigue al que acabas de citar lo deja muy claro. Dice: «… Así que, quien se limpia de estas cosas será un instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.» (2 Timoteo 2: 20-21).

Cada hijo de Dios es un vaso de oro, si tan solo lo supiera. Sin embargo, la elección de si vivimos como tal depende estrictamente de nosotros. Podemos derramarnos como pequeñas vasijas de barro, o podemos limpiarnos de actitudes y acciones deshonrosas y servir a Dios con gloria y excelencia.

Parte de servirle con excelencia es hacer lo que Él nos dice que hagamos, al detalle y cuándo Él nos diga que lo hagamos. Es obedecer Su PALABRA escrita y la voz de Su Espíritu, incluso sobre cuestiones que a nosotros nos pueden parecer pequeñas. ¡No existe un mandato ligero de parte de Dios! Cualquier cosa que Él nos diga que hagamos, hay una razón para ello, y siempre es grande.

Déjame darte un ejemplo de mi propia vida. En los primeros días de este ministerio, el Señor me dijo que comenzara a hacer ejercicio. Kenneth, empieza a caminar y no te rindas, me dijo. No quería escuchar al respecto. Odiaba hacer ejercicio desde que jugué al fútbol americano en la secundaria. Además, no podía reconocerle ninguna clase de valor. Así que, aunque había entendido perfectamente las instrucciones de Dios, caminaba unos días, luego dejaba de hacerlo y pronto lo olvidaba.

Sabía que tenía que perder peso para cumplir con mi llamado ministerial; para lograrlo, en lugar de hacer ejercicio, utilicé diferentes programas de dieta para deshacerme de 15 o 20 kilos extra que cargaba. Esperaba que eso fuera lo mínimo indispensable. Sin embargo, comer de manera más saludable no ayudó a que mi porcentaje de grasa corporal bajara a donde debería estar. La mayor parte del tiempo se mantuvo alrededor del 30-35%.

Luego, hace unos tres años, el SEÑOR me estaba hablando nuevamente sobre la excelencia y, mientras me señalaba algunas áreas en las que me había vuelto descuidado, volvió a mencionar el tema del ejercicio. ¿Qué vas a hacer al respecto?, me preguntó.

“No estaba planeando hacer nada al respecto”, le respondí.

Bueno, vas a tener que hacerlo, prosiguió. Entonces, a los 80 años, finalmente comencé con el programa. Tomé una decisión de calidad: comenzaría a hacer ejercicio, no dejaría de hacerlo, y reduciría mi grasa corporal al 18% (3% por encima del óptimo), algo que siempre había sido mi sueño.

¿Por qué me fijé un objetivo tan alto? Porque mi cuerpo físico es parte de la excelencia de Dios. Afecta la cantidad de gloria en la que puedo moverme. Ahora sé que, si hubiera hecho lo que Él me dijo hace cinco décadas, habría evitado gran parte del dolor de espalda con el que me he enfrentado a lo largo de los años.

El SEÑOR ya me había enviado a uno de los mejores entrenadores del país. Todo lo que necesitaba hacer ya estaba organizado y el entrenador había estado haciendo su parte; tan solo tenía que empezar a hacer mi parte. Lo hice… y una vez que liberé la excelencia de la gloria de Dios en esa área de mi vida, lo que había parecido imposible durante 20 años de repente comenzó a suceder. Mi grasa corporal comenzó a disminuir, y en dos meses y medio estaba al 15%.

Ahora, a los 83 años, estoy cumpliendo un nuevo mandato de Dios. En lugar de relajarme, estoy presionando con energía renovada hacia el objetivo del premio del supremo llamamiento de la Unción y la gloria de Dios.

Te lo digo: Dios está listo para que esa gloria se manifieste plenamente en nosotros y a través de nosotros. Está listo para que fluya a través de la Iglesia hasta que cubra la tierra como las aguas cubren el mar. Él solo está esperando a que tú y yo comencemos nuestros actos.

Hagámoslo. Exijámonos, movámonos en obediencia hacia Él y regresemos a nuestro primer amor. ¡Vivamos como las personas de excelencia para las que fuimos nacidos de nuevo! V


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