¿Has experimentado algo más que la excelencia de parte de Dios? Por ejemplo ¿Has acudido a Dios alguna vez con un problema, y esperado algo distinto a lo correcto—el cien por ciento de las veces?
Por supuesto que no. Dios es Dios. Siempre puedes contar con que Él estará en lo correcto. La Biblia está llena de Su excelencia inquebrantable, revelada a la humanidad a través de los siglos.
Adicionalmente, cuando Jesús bajó del cielo a este ámbito natural, Él no fue menos excelente que Su Padre. El nuevo testamento nos narra cómo Su vida y ministerio en esta Tierra fue uno de excelencia.
Entonces, ¿que se supone que tú y yo hagamos?
Después de todo, nosotros también somos los hijos de Dios. Somos hijos e hijas del Dios Altísimo… el Dios más excelente.
¿No debería también existir alguna marca de excelencia en nuestras vidas?
La excelencia requiere de valentía
A lo largo de las escrituras, hay muchos relatos de hombres y mujeres temerosos de Dios que demostraron excelencia en sus vidas. Uno de ellos fue Daniel.
En Daniel 6:1-3, se nos recuerda el favor que Daniel recibió durante su vida de diferentes reyes de Babilonia, y por qué: «[El rey] Darío tomó la decisión de constituir sobre su reino ciento veinte sátrapas que se encargaran del gobierno. Sobre ellos puso a tres gobernadores, a quienes los sátrapas debían rendir cuentas, para que los intereses del rey no se vieran afectados. Uno de los tres gobernadores era Daniel, aunque Daniel estaba por encima de los sátrapas y los gobernadores…».
Aquí estaba Daniel, un esclavo exiliado hebreo, básicamente gobernando al Imperio Babilónico. De hecho, el rey Darío confiaba más en el que en las otras personas que tenían autoridad política en la tierra.
¿Qué hacía a Daniel tan especial?
El versículo 3 continúa diciéndonos que era: «porque en él radicaba un espíritu superior».
Daniel tenía un espíritu de excelencia.
Al estudiar la vida de Daniel y otros como él, es obvio que ese espíritu de excelencia no viene tan fácilmente, y no viene por ser perezoso. Caminar en el espíritu de excelencia—caminar en excelencia de pensamiento, excelencia de acción, excelencia al hablar—únicamente viene con diligencia.
El apóstol Pablo nos da una buena idea de lo que se requiere para tomar ese espíritu de excelencia cuando dijo: «¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!» (Filipenses 3:14)
La excelencia en el espíritu requiere presionar hacia la meta, presionar hacer la línea final por el premio de un llamando más alto—o en forma más simple: «Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia» y mientras lo haces todas las cosas te serán añadidas (Mateo 6:33).
Ser excelente en algo, o sobresalir, significa “ir al lugar más alto”. Sobresalir también puede ser definido como “prosperar”.
Así que cuando hablamos de un espíritu de excelencia, estamos hablando acerca de prosperar en las cosas de Dios, deseando y caminando en un lugar más alto, ese ambiente de poder más alto en Dios, Su Palabra, Su bondad, Su gracia y Su misericordia.
El Salmo 66:12 habla de un lugar de riqueza en Dios, un lugar de abundancia en Él. Es un lugar de favor divino (como el que Daniel conoció), de salud divina y protección divina. Esto incluye riquezas materiales, propiedades, bienes, influencia y mucho más.
Jesús se refirió a ese lugar de riqueza cuando dijo: «yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10).
Más adelante, el apóstol Pablo expandió la revelación de esta vida de abundancia cuando escribió: «Porque nosotros somos la mano de obra de Dios [su hechura], recreados en [el ungido] Jesús [y su unción], [nacidos de nuevo] para que podamos hacer esas buenas obras que Dios predestinó [planeo por adelantado] para nosotros [tomando caminos que el preparó con antelación], para que nosotros camináramos en ellos [viviendo la buena vida que el predestinó y alistó para que viviéramos» (Efesios 2:10, AMP).
Nota que Pablo dijo que nosotros viviremos una buena vida—«una vida predestinada y alistada para nosotros».
¿Cuándo fueron hechos todos esos arreglos?
Antes de la fundación del mundo.
Dios prometió vida eterna antes de la fundación del mundo (Tito 1:2). Él ordenó a Jesús antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20). El cordero fue inmolado antes de la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8). Aun nosotros fuimos escogidos en Él antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4).
Dios declaró todas las promesas contenidas en Su PALABRA mucho antes de que el pecado existiera, antes de que Satanás tentara a Adán, aun mucho antes de que el universo fuera creado. Entonces, Él selló esas promesas para que no pudiéramos perderlas.
Resumiendo: Dios terminó toda Su obra antes de la fundación del mundo (Hebreos 4:3). Es más, todo lo que Dios hizo, lo hizo para llevarnos a nuestro lugar de abundancia en Él.
Sin embargo, para alcanzar ese lugar de abundancia, debemos tener un espíritu de excelencia.
La excelencia requiere de pasión
Para el apóstol Pablo, la excelencia en la vida y el ministerio era algo mucho más que un deseo. Era el aire que respiraba; era lo que motorizaba su existencia las 24 horas del día.
En Filipenses 3:13-14 escribió: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!».
Si removemos la palabra en itálica hago, agregada por los traductores de la Biblia, la verdad de lo que Pablo dijo se hace aún más poderosa.
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás…»
“Lo que ha quedado atrás”. Pablo escogió olvidar sus credenciales del mundo.
Después de todo, si alguna vez existió un nombre con proyección y renombre para lo que el mundo define como una vida abundante, era Saulo—el Pablo que todavía no había nacido de nuevo.
Él había nacido en la familia correcta. Había recibido la educación más fina. Se había convertido en un Fariseo y era un ciudadano Romano. Su vida entera había sido planeada y acomodada para guiarlo a una vida próspera en su camino (Filipenses 3:4-6). Sin embargo, el único problema era que él estaba muy bien en su camino, a su lugar de abundancia en el mundo—no en Dios.
Luego Saulo se encontró con Jesús—y después de que eso sucedió, el Pablo nacido de nuevo escribió esto: «Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida, por amor de Cristo. Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo» (Filipenses 3:7-8).
Para Pablo, todos sus esfuerzos en la carne y sus triunfos del pasado eran pérdida si los comparaba con el llamado más alto que tenía de parte de Dios. Consecuentemente, él hizo lo que nosotros debemos hacer si queremos vivir una vida de excelencia. Escogió buscar un espíritu de excelencia.
Pablo decidió continuar hacia la meta por el premio del llamado más alto, olvidando lo que quedaba atrás.
Así que la excelencia en la vida comienza con una decisión.
Fue Pablo el que escribió: «En una casa grande hay no sólo utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles» (2 Timoteo 2:20).
Su mensaje era el siguiente: existen vasijas de oro y vasijas de barro, vasijas de honor y vasijas para usos viles. Nosotros tenemos el derecho de elegir cuál queremos ser.
Sí, Dios ama las pequeñas vasijas de barro; pero cada vez que llueve, las tiene que hacer de nuevo. Por el contrario, las vasijas de oro no se romperán con la lluvia. La lluvia ni siquiera puede mancharlas.
La excelencia requiere de trabajo
Una vez que hemos tomado la decisión de ser vasijas de honor—vasijas de excelencia—debemos dar el siguiente paso, el cual encontramos en 2 Timoteo 2:21: «Así que, quien se limpia de estas cosas será un instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra».
Nota que Pablo no le dijo a Timoteo: “Si lloras lo suficiente, Dios te limpiará”. No, él le dijo: “quien se limpia”.
Para alcanzar nuestro lugar de abundancia, nuestro llamado más alto, en Dios y caminar en las buenas obras que Él ordenó para nosotros antes de la fundación del mundo, hay cierta limpieza que nosotros tenemos que hacer.
Llevando este principio un paso más allá y aplicándolo a su propio ministerio, Pablo escribió: «Por lo tanto, puesto que por la misericordia de Dios hemos recibido este ministerio, no nos desanimamos; por el contrario, renunciamos a lo oculto y vergonzoso, y no andamos con engaños [manipulando a la gente para que hagan lo que queremos], ni falseamos la palabra de Dios…» (2 Corintios 4:1-2).
El punto es: la única manera de caminar en excelencia en cualquier área de la vida es que seamos brutalmente honestos con Dios, brutalmente honestos con nosotros mismos y brutalmente honestos con las otras personas.
Estoy seguro que puedes imaginarte que a nuestra carne no le gusta esa parte del proceso. Pero ésa es la única cosa que hace que limpiarnos sea difícil, ya que no es difícil limpiarse cuando seguimos la PALABRA de Dios y lo hacemos en el poder del Espíritu Santo.
De hecho, es cuando tratamos de limpiarnos nosotros mismos por la fortaleza de nuestra carne y lo ideamos con muestras mentes cuando no funciona, y parece como una ruta muy difícil de navegar.
Sin embargo, recordamos que la PALABRA de Dios es una lámpara para nuestros pies y luz para nuestro caminar (Salmo 119-105). No tenemos que tropezarnos en la oscuridad cuando Dios nos ha dado Su PALABRA. Todo lo que tenemos que hacer es encenderla.
El apóstol Pedro lo dijo así: «Además, contamos con la muy confiable palabra profética, a la cual ustedes hacen bien en atender, que es como una antorcha que alumbra en la oscuridad, hasta que aclare el día y el lucero de la mañana salga en el corazón de ustedes» (2 Pedro 1:19).
La revelación de parte de Dios y de Su PALABRA viene como una pequeña luz en medio de un lugar muy oscuro.
¿Has estado alguna vez en un hotel, y cuando te levantas de tu cama en el medio de la noche, te tropiezas con todo en la oscuridad? Bueno, en un lugar desconocido como ese, es siempre una buena idea dejar que nuestros ojos se adapten a la oscuridad por unos instantes, y luego buscar por ese destello de luz proveniente de la puerta o de las cortinas. Una vez que localizas la más pequeña de las luces, puedes orientarte en la habitación, haciendo que sea más fácil—y seguro—encontrar el interruptor para encender la luz.
De la misma manera, sin importar cuán oscura y ajena luzca cualquier situación, la PALABRA de Dios está a tu alcance. Está siempre disponible. Te hablará y te guiará—pero solo si tú se lo permites.
La excelencia requiere de compromiso
La decisión de convertirte en un vaso de honra y vivir una vida de excelencia y abundancia en Dios es una decisión de vivir por la PALABRA de Dios. En otras palabras, tenemos que comprometernos a poner la PALABRA de Dios en primer lugar en nuestra vida. Cualquier cosa que la PALABRA dice, la haremos, aun cuando eso significa hacer ajustes en nuestras palabras, acciones o pensamientos.
Si queremos ser como Daniel y otros hombres y mujeres de excelencia, debemos dejarnos enseñar, entrenar y corregir por Dios. Debemos caminar en el amor de Dios. Debemos caminar en la fe de Dios. Debemos ser vasos de honor para Dios, preparados y listos para Su uso.
Una vez que tomamos la decisión de vivir en excelencia, de limpiarnos de nuestros viejos hábitos carnales y decidimos vivir por la PALABRA de Dios, le abrimos la puerta al camino de nuestro lugar de abundancia.
Pablo describió el resultado final de esta vida de excelencia, cuando escribió: «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas surgiera la luz, es quien brilló en nuestros corazones para que se revelara el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo [El Ungido y en frente de Su Unción]» (2 Corintios 4:6).
¿Cuándo fue que Dios brilló en nuestros corazones para darnos la luz del conocimiento de Su Gloria? Nuevamente, fue antes de la fundación del mundo.
La gloria de Dios es la Unción de Dios. Y fue la misma gloria que levantó a Jesús de entre los muertos (Romanos 6:4).
Así que al haber recibido la luz del conocimiento de la gloria de Dios—Su Unción—ahora tenemos el conocimiento que obra disponible para nosotros. Eso significa que tenemos el conocimiento que obra de Su PALABRA. Tenemos el conocimiento que obra de Su amor. Tenemos el conocimiento que obra de Su fe. Tenemos el conocimiento que obra de Su honor. Tenemos el acceso directo a las operaciones del reino de Dios en su totalidad.
Pablo dijo en 2 Corintios 4: «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que la excelencia del poder es de Dios, y no de nosotros» (Versículo 7).
El tesoro que tú y yo tenemos es el conocimiento de la gloria de Dios. Y, sí, lo tenemos en vasos de barro. Pero, a pesar de que es posible empezar como un montón de vasos de barro, Dios nos ha tratado como vasos de honor. Él está tratándonos como vasos de Su gloria. Para Él, nosotros somos del oro más puro.
¿Por qué?
Porque estamos permitiendo que Su PALABRA arranque la vieja carne y los malos hábitos almáticos, todo el desperdicio.
Mientras tanto, Dios nos ve como lo hizo antes de la fundación del mundo. Él nos ve como vasos de honra en camino a nuestro lugar de abundancia en Él.
Aun antes de la fundación del universo, Dios hizo a cada hombre y mujer que alguna vez nacería en esta Tierra ricos, más allá de sus sueños e imaginaciones. Él lo hizo al crear un lugar de abundancia—un lugar de amor, un lugar de fe, un lugar de honor, un lugar de Su PALABRA.
Mi amigo, Dios está llamándonos hoy a un lugar en Él. Nos está llamando más alto, a Su excelencia.