Si hoy necesitas un milagro, Dios quiere que tengas la confianza de que puedes tenerlo. Él no quiere que te preguntes al respecto, no quiere que pienses como mucha gente, que los milagros no tienen explicación—que les suceden a algunas personas, pero a otras no, debido a razones misteriosas que nadie puede ni podrá entender.
No, Dios quiere que tengas el milagro que necesitas, y quiere que entiendas exactamente como recibirlo. Él quiere lo mismo para cada creyente nacido de nuevo. Por esa razón nos ha revelado en la Biblia todo lo que necesitamos saber. Él nos mostró claramente lo que provoca un milagro, y las cosas que podemos hacer para asegurarnos que nos sucedan a nosotros.
Mira Hechos 8:5 y verás lo que quiero decir. Este versículo nos comparte el primer requisito para activar un milagro. Describiendo la explosión de sanidades y milagros que ocurrieron en Samaria entre la gente de la iglesia, vemos que los milagros empezaron cuando: «Felipe llegó a la ciudad de Samaria, y allí les predicaba a Cristo».
Te podrías preguntar: ¿Qué significa exactamente predicar a Cristo?
La palabra Cristo en el griego es la palabra unción. De acuerdo con Isaías 10:27, se refiere al poder de Dios para remover las cargas y destruir cadenas. Ese poder está en Jesús, y cuando brotó en Samaria, ese era el tema del que Felipe estaba predicando. Él estaba predicando básicamente el mismo mensaje que Pedro predicó y que está registrado en Hechos 10:38-40: «Ese mensaje dice que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que Jesús hizo en Judea y en Jerusalén. Pero lo mataron, colgándolo de un madero. Sin embargo, Dios lo resucitó al tercer día, y permitió que muchos lo vieran».
Este es, y siempre ha sido, el mensaje que trae el poder de Dios para obrar milagros a la escena. Son las buenas noticias de que Jesús está ungido—de que Él estaba ungido durante el comienzo de su ministerio; que fue crucificado, que Dios lo resucitó de entre los muertos, ¡y de que hoy todavía está vivo y ungido!
Cuando la gente de Samaria escuchó ese mensaje, ellos no discutieron al respecto. Ellos no encogieron sus hombros como si no fuera algo importante. Por el contrario: «Toda la gente escuchaba con atención lo que les decía Felipe, y oían y veían los milagros que hacía» (Hechos 8:6).
Nota que esas personas no solo vieron los milagros; ellos también los escucharon. ¿Cómo escucharon los milagros? Felipe fue un testigo presencial del ministerio de Jesús, y les contó acerca de las cosas maravillosas que Jesús hizo. Les contó acerca de su propia vida y como Jesús la había transformado. Les dijo acerca del ciego Bartimeo que recibió la vista, y de la mujer con el flujo de sangre que tocó el borde de su manto y fue sana.
Felipe les compartió a las multitudes en Samaria un milagro tras otro—y ellos escucharon con atención lo que les decía. ¡Ellos eligieron creer que Jesús estaba ungido, y como resultado, el Jesús Ungido y que está vivo, se manifestó a Sí mismo en medio de ellos!
El día que Jesús no pudo hacer un milagro
“Sí hermano Copeland, pero los milagros no siempre suceden en esas situaciones. Yo he estado en servicios donde el evangelio es predicado y el ministro habla acerca de milagros y aun así, según mi experiencia, nadie ha recibido nada”
Entonces te encuentras en buena compañía. Jesús tuvo la misma experiencia en su ciudad, Nazaret. Cuando predicó en la sinagoga de la ciudad, no ocurrió ningún milagro grandioso, a pesar de que el poder del Espíritu Santo estaba sobre Él y de que anunció uno de los más grandes sermones que algún grupo de personas pudiera alguna vez esperado escuchar. Leyendo de Isaías 61, Él dijo:
«El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor.» Enrolló luego el libro… Todos en la sinagoga lo miraban fijamente. Entonces él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes» (Lucas 4:18-21).
Si piensas que ese mensaje suena muy parecido a lo que Felipe predicó, estás en lo cierto. ¡Felipe recibió ese mensaje de parte de Jesús! Él escuchó a Jesús predicarlo una y otra vez.
En cualquier lugar que Jesús visitaba, predicaba el mismo mensaje: “El Espíritu del SEÑOR está sobre mí. Estoy aquí con la unción de Dios sobre mí para remover todas las cargas y yugos que el diablo ha puesto sobre ti a través de la maldición. ¡Hombre pobre, no tienes que ser más pobre! ¡Enfermo, no tienes que estar más enfermo! ¡Hombre ciego, no tienes que estar ciego por más tiempo! ¡YO SOY LA BENDICIÓN del SEÑOR, y estoy aquí!
Sin embargo, en Nazaret, al contrario que en Samaria, la gente no le prestó atención al mensaje. En vez de hacerlo, se ofendieron. Ellos conocían a Jesús desde que era un niño y no les gustó lo que estaba diciendo. Dijeron: “¿Quién se cree que es andando por todos lados diciendo que es el Ungido de Dios?”
Como resultado: «Jesús no pudo realizar allí ningún milagro» (Marcos 6:5).
Mira ese versículo nuevamente: no dice que Jesús no quiso hacer ningún milagro entre la gente de Nazaret. Dice que no pudo.
Esto va en contra de la teología de mucha gente. Ellos creen que Dios puede hacer cualquier cosa que quiera, en cualquier momento. Creen que si reciben un milagro o no, depende totalmente de Él. Pero no es así. Una vez que hemos escuchado el evangelio, recibir nuestro milagro depende de nosotros.
“Pero hermano Copeland, ¿qué pasa si yo escucho el evangelio y lo creo, pero no es la voluntad de Dios sanarme?”
¿Por qué no habría de serlo? ¿Eres tan especial como para que Él no lo haga? Multitudes de personas vinieron a Jesús para recibir sanidad cuando Él estaba en la Tierra «y él los sanó a todos» (Mateo 12:15). Ni una sola vez le dijo a alguien que no era su voluntad sanarlo. No importaba quieres eran o en que condición estaban; Jesús estaba dispuesto a obrar milagros para lo peor de lo peor.
Por ejemplo, observa el hombre leproso de Lucas 5. De acuerdo a Lucas, quien era un médico, el cuerpo del hombre estaba «lleno de lepra» (versículo 12), lo que significa que este hombre se encontraba en la última fase de la enfermedad; tenía heridas abiertas en todo su cuerpo, y estaba listo para morir.
Totalmente apartado de sus amigos y familia, rechazado por la sociedad, si alguna vez existió alguien con buenas razones para preguntarse si Dios lo sanaría, ese era este hombre. Sin embargo, él fue a Jesús de todas formas. Habiendo escuchado acerca de la unción de Jesús, cayó sobre su rostro frente a Jesús y dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (versículo 12).
¿Cómo respondió Jesús?
«Entonces Jesús extendió la mano, y lo tocó» (versículo 13).
Imagínate. A este hombre probablemente nadie lo había tocado durante muchos años. Su enfermedad era contagiosa. Estaba desfigurado y en descomposición. Nadie quería estar cerca suyo. Y aun así, Jesús no solo se le acercó, sino que lo tocó diciendo: «Quiero. Ya has quedado limpio. Y al instante se le quitó la lepra».
¡A eso es lo que yo llamo un milagro! Repentinamente, la enfermedad mortal que había estado consumiendo a ese hombre desapareció, junto con cada demonio que estaba detrás de ella, y todo rastro físico. Su vida entera cambió en un instante.
¿Por qué sucedió? Por la misma razón por la que los milagros sucedieron entre la gente de Samaria. Debido a la unción. El hombre prestó atención a lo que había escuchado, y escogió creerlo.
Tu milagro, tu elección
“Pero hermano Copeland, ¡eso sucedió hace miles de años!”
¿Y qué importa? Jesús es: «el mismo ayer, hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8).
Hoy Él es tan amoroso y ungido como alguna vez lo ha sido. Él todavía tiene el mismo poder y todavía está declarando la misa palabra a quien lo busca con fe por un milagro. Él todavía está diciendo: “Lo haré…”
Por esa misma razón no tienes que preguntarte si Él hará un milagro para ti. Él ya tomó su decisión. ¡Él te ha escogido! Ha escogido amarte, redimirte, sanarte y BENDECIRTE con la BENDICIÓN de Abraham. Él ha escogido hacer que Su Unción esté totalmente disponible para ti.
Ahora, la elección es tuya. Como dice en Deuteronomio 30:19: «Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan».
El poder para liberar la unción en tu vida está en la palabra escoger. Es cuando escoges creer en la unción de Jesús que la conexión es establecida.
Siempre recordaré la primera vez que lo experimenté. Fue hace muchos años, antes de que Gloria y yo entráramos en el ministerio. Un día me dieron los síntomas de la gripe y me dolía todo el cuerpo. Había llevado a Gloria al centro comercial, y estaba sentado en el auto esperándola; me sentía tan enfermo que no sabía si podría manejar de regreso a la casa.
Mi Biblia estaba sobre el asiento del acompañante. La abrí en 1 Pedro 2:24: «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas fueron ustedes sanados». En ese momento no hacía mucho que había nacido de nuevo y no sabía nada acerca de vivir por fe. Pero estaba alabando a Dios porque Él podía ayudarme.
Mientras oraba, sentí cómo el Espíritu Santo me guiaba. Tomé mi Biblia, puse mi dedo sobre ese versículo, levanté mis ojos hacia el cielo y dije: “SEÑOR, escojo creer esto. Escojo creer que por las llagas de Jesús estoy sano”.
Inmediatamente, pude sentir que algo tangible había ocurrido en mi interior cuando dije esas palabras. Todavía tenía los síntomas de la gripe, pero sabía que estaba en el lado de la victoria. Algo había tomado control de mi espíritu, y a los pocos minutos empecé a sentirme un poco mejor.
Para el momento en el que Gloria había finalizado con las compras, me sentía lo suficientemente bien como para manejar de regreso, y cuando llegamos a la casa me estaba sintiendo bastante bien. Esa noche dormí bien, y para la mañana siguiente ya me había recuperado.
A pesar de que fue una sanidad relativamente sencilla, el impacto ha durado por años porque me enseñó cuán importantes son nuestras elecciones. Me ayudó a darme cuenta que puedo elegir creer la PALABRA de Dios. Puedo elegir la vida. Puedo elegir creer en el poder de Su Unción, y que ese poder se manifestará.
Si quieres ver un ejemplo más dramático de lo que puede pasar como resultado de tal elección, lee en Mateo 14 acerca de lo que le pasó a Pedro en una noche tormentosa en el mar de Galilea. ¿Recuerdas la historia? Él estaba con los otros discípulos en una barca y Jesús vino caminando sobre el agua hacia ellos. Inicialmente, los discípulos estaban asustados y pensaron que había visto un fantasma. «Pero enseguida Jesús les dijo: «¡Ánimo! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo!» Pedro le dijo: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya hacia ti sobre las aguas.» Y él le dijo: «Ven.» Entonces Pedro salió de la barca y comenzó a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús» (versículos 27-29).
Nota que en esta ocasión, Jesús no fue quien inició el milagro. Pedro lo hizo. Él lo activó al decir: «manda que yo vaya» Jesús dijo: «Ven» y el poder de caminar sobre el agua estaba en esa palabra. Pedro eligió conectarse con ese poder por fe y salir de la barca.
Sin embargo, como probablemente lo sabes, ese no fue el final de la historia. El paseo sobre el agua de Pedro no terminó con la misma gloria. Mientras estaba allí caminando sobre el agua, haciendo lo que ningún otro hombre excepto Jesús había hecho, se encontró con un problema: «al sentir la fuerza del viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «¡Señor, sálvame!» Al momento, Jesús extendió la mano y, mientras lo sostenía, le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?»». (versículos 30-31).
Déjame preguntarte algo. ¿Qué tenía que ver la fuerza del viento en ese momento? Sin la Unción de Dios, Pedro no podría haber caminado sobre el agua aun si hubiera estado lisa como un vidrio. Así que ¿qué lo llevó a preocuparse por las condiciones climáticas? Pedro quitó sus ojos de Jesús y empezó a focalizarse en las imposibilidades naturales.
No permitas que eso te suceda.
Haz la elección de creer la PALABRA de Dios. Conéctate por fe con el poder de Su Unción. Y luego, rehúsate a retroceder.
Sin importar la insistencia con la que el diablo trate de distraerte, mantén tus ojos en Jesús; mantente creyendo y caminando, porque Dios quiere obrar un milagro en tu vida.