Un día hace muchos años, el Señor me dijo algo que desearía que cada creyente en la Tierra pudiera escuchar. Él me dijo: ¡Quiero que mi pueblo esté bien! En ese momento, Él estaba animándome a enseñar la Escuela de Sanidad. Así que yo ya sabía, gracias a la Biblia, que la sanidad era la voluntad de Dios
Nuestra familia había recibido sanidad de Su parte muchas veces. Aun así, cuando me habló, me golpeó con un nuevo ímpetu: Dios quiere que los creyentes en todas partes estén saludables y plenos. En ese momento vi como nunca la pasión que tiene por la sanidad de Su pueblo. Dios realmente tiene pasión al respecto. ¡Él quiere que estemos sanos más de lo que nosotros mismos lo queremos!
¿Por qué no lo querría? Él es nuestro Padre celestial. Nosotros somos sus hijos y nos ama. Aun como padres terrenales, nosotros amamos nuestros hijos tanto que, si están enfermos, haremos todo lo que esté en nuestras manos para que se mejoren. Haremos sacrificios e iremos tan lejos como sea necesario para aliviarles el dolor y hacer que estén en paz.
Dios se siente igual con cada uno de nosotros. Como un Dios bueno y un buen Padre, Él siempre provee sanidad para Su gente. Aun bajo el Antiguo Pacto, le enseñó a los Israelitas cómo escuchar diligentemente su Palabra para que ninguna enfermedad que vieran en Egipto pudiera venir sobre ellos. Él les dijo: «Pero me servirán a mí, el Señor su Dios, y yo bendeciré tu pan y tus aguas, y quitaré de en medio de ti toda enfermedad.» No habrá en tu tierra mujer que aborte, ni estéril. Yo haré que vivas los años que debes vivir» (Éxodo 23:25-26).
Ciertamente, si Dios proveyó sanidad para los Israelitas en el Antiguo Testamento. ¡Él la ha provisto para aquellos de nosotros en la Iglesia del Nuevo Testamento! Después de todo, nosotros somos sus hijos e hijas nacidos de nuevo. Hemos sido redimidos por la Sangre de Jesús.
No solamente calificamos para las promesas de Sanidad bajo el Pacto Antiguo, si no que tenemos «un pacto mejor, establecido sobre mejores promesas» (Hebreos 8:6). Y en ese pacto, Dios ha mostrado claramente su Su voluntad absoluta: «Amado, deseo que seas prosperado en todo, y que tengas salud, a la vez que tu alma prospera» (3 Juan 2).
¡La enfermedad no tiene derecho alguno en la Iglesia hoy en día!
Te podrías preguntar: ¿entonces, por qué hay tantos cristianos enfermos? ¿Por qué no hace Dios que Su voluntad se cumpla en sus vidas?
Porque encargarse de que Su voluntad se cumpla en nuestras vidas no es Su trabajo. Es el nuestro. Dios nos ha dado la autoridad en la Tierra, y Él únicamente puede hacer por nosotros lo que nosotros le permitimos hacer. Por consiguiente, Si nosotros queremos Su voluntad, tenemos que creer por ella. Nosotros tenemos que descubrir cuál es Su voluntad y ponernos de acuerdo con ella.
Nuestro Jardín, nuestra elección
En realidad, como creyentes estamos en la misma situación que estaban Adán y Eva en el Jardín del Edén. La voluntad de Dios para ellos era que estuvieran bendecidos de todas formas. Él quería que estuvieran llenos de vida y salud, y que experimentaran únicamente la abundancia. Cuando preparó el Jardín para que vivieran, Él no puso cosas malas en él, como la enfermedad y la pobreza, porque esas cosas no eran Su voluntad. Él quería que Adán y Eva únicamente experimentaran cosas buenas.
A pesar de que eso era lo que Dios quería, no fue algo que les impuso. Él les dio la autoridad en la Tierra y les dio la oportunidad de escoger. Ellos podían hacer las cosas a Su manera, y disfrutar la clase de vida de Dios o podrían desechar Su voluntad, y hacer las cosas a su manera, y experimentar la enfermedad y la muerte.
Ellos tomaron la decisión incorrecta. Cuando se enfrentaron con el desafío, desobedecieron a Dios. Ellos pecaron y le rindieron su autoridad al diablo. Ellos comieron del árbol del conocimiento del bien y el mal y le abrieron la puerta a la maldición para que viniera sobre la Tierra.
Como resultado, la voluntad de Dios no fue hecha en la Tierra.
¡No era Su voluntad que la maldición fuera liberada en la humanidad! Él no quería que Adán y Eva, y sus descendientes, murieran espiritualmente. Él no quería que la enfermedad corrompiera sus cuerpos. Él no quería que el pecado hiciera estragos en la Tierra. Sin embargo, Él le dio a Adán y Eva libre albedrío: les permitió hacer lo que ellos querían.
Hoy, Dios todavía les permite a las personas hacer lo que ellos quieren. Él los deja tomar sus propias decisiones. Muchos de ellos toman decisiones equivocadas y luego lo culpan a Él por los resultados. Dicen cosas tontas como: “Si Dios está dirigiendo el mundo, verdaderamente que tiene todo hecho un desorden”.
¡Dios no está dirigiendo el mundo!
Si Él lo estuviera haciendo, habría lidiado de manera diferente con Adán y Eva en el Jardín. Hubiera agarrado a Eva por la oreja, y le hubiera dicho: “¡Apártate de esa serpiente! ¡Te prohíbo que le hables! Le habría arrancado de las manos la fruta prohibida a Adán y le hubiera dicho: “¡Detente! No me interesa lo que quieres hacer, no voy a permitirte que peques y traigas la maldición sobre Mi familia. Yo he preparado este Jardín con cosas buenas y no voy a permitirte que lo arruines”.
Sin embargo, eso no fue lo que Dios hizo.
Habiendo creado a Adán y Eva a Su semejanza y dándoles libre albedrío, les permitió usarlo. Él no irrumpió corriendo en el Jardín para buscarlos. Él les permitió tomar su decisión acerca de lo que iban a hacer.
Él hace lo mismo contigo y conmigo. A pesar de que nos ama y somos Sus hijos, el no ejecuta nuestras vidas por nosotros. Dios no corre y toma el control cuando el diablo trata de empezar a atraparnos con enfermedades o alguna otra parte de la maldición. Lidiar con los ataques del diablo en nuestras vidas no es la responsabilidad de Dios. Es nuestra. Dios nos dijo en Santiago 4:7: «opongan resistencia al diablo, y él huirá de ustedes».
Quizás te preguntes: ¿Pero, quien soy yo para resistir al diablo? Aun si soy un creyente, ¿Por qué razón huiría el de mí?
Huirá de ti porque tú eres un coheredero con Jesús, y hace 2000 años Jesús lo derrotó por completo a través de Su muerte y resurrección. Él desarmó al diablo y a todos sus secuaces y «desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:15).
El diablo no se recuperará jamás de la paliza que Jesús le dio. Esta fue su última pesadilla—y lo tomó totalmente por sorpresa. Cuando vio a Jesús clavado en la cruz, él pensó que había ganado. Él pensó que finalmente había tomado el control y que ahora tenía dominio sobre Su Hijo.
Pero estaba equivocado. Después de que el precio por la humanidad fue completamente pagado, Dios resucitó a Jesús de la muerte y despojó al diablo de toda su armadura y autoridad. Él lo redujo a nada, lo dejó sin efectividad, le quitó las llaves de la muerte y el infierno, e hizo una declaración absoluta de su derrota.
De acuerdo con la Biblia, si el diablo hubiera sabido lo que sucedería como resultado de la cruz: «nunca habrían crucificado al Señor de la gloria» (1 Corintios 2:8). Pero él no sabía, y para el momento en que lo descubrió, Jesús ya lo había conquistado y las personas estaban naciendo de nuevo.
De repente, en lugar de tener a un Jesús en la Tierra gobernando sobre él, el diablo se enfrentó con miles de creyentes multiplicados (y ahora millones) recreados en la imagen de Jesús. El diablo estaba escuchando a Jesús decirles: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones… Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi nombre expulsarán demonios…» (Mateo 28:18-19; Marcos 16:17).
Lidiando con un criminal
¡El diablo está derrotado y él lo sabe! Jesús le quitó todo lo que le había robado a Adán y Eva en el Jardín del Edén. ¡Satanás ya no es el propietario de nada! No tiene ninguna autoridad. No tiene ningún poder real. Con nada más que mentiras sin fundamento y engaño, es un total perdedor.
Tú, por otra parte, eres en Jesucristo un total vencedor. Nacido de nuevo en Su imagen, en tu interior luces como Dios. Tienes Su naturaleza y Su autoridad.
¡El diablo no está ni siquiera en tu equipo!
Te podrías preguntar entonces, ¿Por qué todavía tengo problemas con él?
Porque él es un ladrón que no viene: «sino para hurtar, matar y destruir» (Juan 10:10).
Él está por fuera de la ley y es un criminal. Tu ya sabes cómo son los criminales; hacen cualquier cosa que pueden. No les importa si robar, vender drogas o matar es ilegal. Ellos continúan haciéndolo hasta que alguien los atrapa y ejerce la ley sobre ellos.
Así sucede también con el diablo. Él no tiene ningún derecho legal de robarte tu salud, no tiene ningún derecho de hacer que te enfermes. Sin embargo, continúa haciéndolo hasta que te levanta y lo enfrentas y ejerces la Palabra de Dios en tu vida.
Por supuesto, para ejercer la Palabra referente a la sanidad, primero tienes que descubrir lo que la Palabra dice al respecto. Tienes que construir tu fe con versículos como:
«¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias» (Salmo 103:2-3).
«Pero él [Jesús] será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados». (Isaías 53:5).
«Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10:38).
«Con el poder de su palabra los sanó, y los libró de caer en el sepulcro. ¡Alabemos la misericordia del Señor, y sus grandes hechos en favor de los mortales!» (Salmo 107:20-21).
Te recomiendo hacer una lista de escrituras como esta y leerla todos los días. Medita en ellas y aprende a pensar acerca de la sanidad de la misma manera que Dios lo hace. Mantén Su Palabra frente a tus ojos y oídos hasta que creas que lo que Él dice es más de lo que le crees a cualquier otra persona—aún más de lo que tus sentidos físicos te dicen como cierto.
Luego, cuando el diablo ataque tu cuerpo con síntomas de enfermedad, tendrás la fortaleza espiritual para resistirlo. Tendrás la fe que necesitas para mantenerte firme en la Palabra de Dios. Sin importar como tu cuerpo se esté sintiendo, podrás decir: “Diablo, agarra tus síntomas y vete de aquí. Dios dice “por Sus llagas he sido sanada” y yo estoy de acuerdo con Él. ¡Yo soy Sana por el Señor y tú tienes que volar!”
Cuando te plantas en contra del diablo de esa manera, rehusándote a retroceder, sin importar cuál sea el problema que esté tratando de causar en tu cuerpo, tendrá que irse.
“Pero Gloria”, podrías decir, “¡no sabes lo grave que es mi diagnóstico! El doctor dijo que no existe una cura para lo que yo tengo”.
Entonces no dejes que sea el doctor el que tenga la última palabra acerca del asunto. Deja que Dios sea el que la tiene. La Palabra de Dios es más grande que cualquier enfermedad o dolencia que el diablo pueda inventarse. ¡Su Palabra es tan poderosa que todo lo que tienes que hacer para recibir sanidad es creerla y tomarla! Todo lo que necesitas hacer es lo que dice Dios en Proverbios 4:20-22: «Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo».
¡De esta manera es como ejerces la voluntad de Dios en tu vida! Atiendes a la Palabra de Dios por encima de cualquier otra cosa. La recibes como si estuviera escrita específicamente para ti. En vez de aproximarla con escepticismo, como muchas personas lo hacen, pensando: “esto suena muy bueno para ser verdad. Puede que funcione para otra persona, pero no para mí”, tú toma la perspectiva opuesta. Piensa: ¡Este es Dios hablándome! ¡No es para nadie más! ¡Es para mí!
Juan 8:32 dice: «y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». La Palabra de Dios es verdad y te hace libre del dominio de Satanás. Así que, sumérgete en la Palabra. Deja de creerle las mentiras al diablo como Adán y Eva lo hicieron en el Jardín de Edén. Renueva tu mente a lo que Dios dice acerca de la sanidad y ejecuta Su Palabra en tu vida. Usa la autoridad que Él te ha dado, saca corriendo al diablo de tu jardín, y rehúsate a dejarlo poner enfermedad en tu vida.
Puedo decirte por experiencia propia: una vez que empiezas a caminar en esa clase de victoria, no te conformarás con tan solo recibir sanidad para ti. Irás un paso más allá y le añadirás otro capítulo a la pesadilla del diablo. Empezarás a hablarle del poder sanador de Dios a otras personas.
De acuerdo con Jesús: «Y estas señales acompañarán a los que crean: …pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán» (Marcos 16:17-18). Cuando das un paso por fe en esa promesa, Jesús mismo te respaldará. Su poder fluirá a través tuyo para las otras personas de manera milagrosa, porque Él es un apasionado acerca de la sanidad.
¡Él quiere que su gente esté bien!