Don West estaba recostado contra la barra, tomando una cerveza de pico largo. Era una noche de otoño de 1993, y la banda de Nashville, Tennessee, estaba tocando. Don sobresalía entre la multitud con sus 1,90 mts de altura, mientras observaba la pista de baile. La cerveza estaba fría y la música estaba “caliente”. Ese momento no podía ser mejor.
Entonces, ¿por qué sentía como si los muros estuvieran acorralándolo? ¿Qué estoy haciendo aquí? Algo parecía estar fuera de lugar. Limpiándose el sudor en la frente, Don sintió los pelos de la nuca erizándose, como si alguien lo estuviera mirando. Dándose la vuelta, su cara golpeó contra el pecho del hombre más grande que alguna vez había visto. Él era gigantesco. Don miró hacia arriba… y arriba… y arriba, hasta que se encontró con los ojos de la persona.
“No sé qué estoy haciendo aquí”, dijo Don. “Yo amo al Señor”.
El gigante le respondió: “Él lo sabe. Él también te ama. Él los ama a todos ellos” señalando con su brazo a las personas que estaban en la pista de baile. Por un instante, Don miró hacia donde el hombre señalaba antes de darse la vuelta.
El gigante había desaparecido.
Don salió del bar y se fue a su casa, donde se deslizó en un sueño profundo, soñando en tecnicolor. Una vez más estaba de fiesta con sus amigos en el lago. Las brasas de la fogata reventaban y crujían contra el cielo nocturno. Don estaba parado al final del muelle, con un pie sobre el borde y el otro en una barca con Jesús. Miró hacia atrás a las personas que estaban de fiesta alrededor de la fogata. Después Jesús le habló.
¿Vienes, o te quedas?
Don se sentó en la cama, totalmente despierto, sabiendo que Jesús le había hecho una pregunta y que quería una respuesta.
“Me voy contigo, Señor” respondió. “Pero, oro que me envíes a alguien que conozca Tu Palabra”.
Conexiones divinas
“Tres días después conocí a Jill” recuerda Don. “Ambos habíamos estado casados previamente y Jill no tenía intención alguna en casarse de nuevo; nos conocimos en octubre de 1993 y nos casamos en enero de 1994. Los dos amábamos al Señor, sin embargo, Jill había recibido algo más de parte de él. Ella había sido bautizada en el Espíritu Santo. Yo quería lo que ella tenía, pero el enemigo continuaba recordándome mis errores del pasado; me aseguraba que yo ya me había equivocado demasiado y que era demasiado tarde para mí”.
“Después de nuestra boda, sentí como alguien tocaba mi pie y la presencia del Espíritu Santo se movía por todo mi cuerpo. Mis brazos estaban levantados y traté de decirle al Señor que lo amaba, mas otro lenguaje salió de mi boca—fui bautizado en el Espíritu Santo. Aun mientras esto sucedía, yo sabía que el Señor quería que empezáramos nuestro matrimonio con yugos iguales.
Durante los años 70, mucho antes de que Don y Jill se conocieran, los padres de Jill habían compartido con ella algunos materiales de Kenneth E. Hagin y Kenneth y Gloria Copeland. ¡Sus enseñanzas la habían conmocionado! Ellos enseñaban acerca de la bondad de Dios, Su fidelidad y Sus promesas. Trabajando desde su casa, marcando trofeos a mano, Jill escuchaba los casetes por 8 o 10 horas diarias.
Ella pasó muchos años meditando en la Palabra de Dios, permitiendo que se formara tan profundamente en su interior de manera que cuando las circunstancias la presionaran, fuera la fe la que respondiera.
La vida de Jill había cambiado nuevamente cuando Nora Lam la llamó en medio de una audiencia y le dijo: “Se supone que vayas a China conmigo”. Antes de volar a Shanghai en 1958, Nora se había rehusado a negar a Cristo mientras era torturada bajo la Revolución Cultural de Mao Zedong. Su libro China Cry (China llora), fue llevado a la pantalla grande más adelante.
Dios en una caja
De camino a China en 1985, se detuvieron para ministrar en Taipei, Taiwán, donde cientos de personas se reunieron para escuchar la historia de Nora. Jill había estado entregando Biblias cuando Nora anunció: “¡Los americanos administrarán sanidad!”
“Estaba sorprendida”, recuerda Jill. “Después fue como si el gentío desapareciera y solo vi a una mujer. Pensé que estaba paralítica y estaba a punto de orar por ella, cuando, en el Espíritu, vi a Jesús acercándose y aclarando Su garganta”.
“Ella está ciega”, dijo Jesús.
Jill miró a la mujer a los ojos y trató de no retroceder. La mujer no tenía pupilas.
Escupe en sus ojos.
“¿Qué?”
¿Podrías tan solo escupir en sus ojos?
Jill escupió en sus manos y luego las impuso sobre los ojos cerrados de la mujer. “Libera a la mujer del espíritu de ceguera y de toda maldición intergeneracional”.
Unos momentos más tarde la mujer gritó. Ella le describió todo lo que veía a un intérprete; sin embargo, todavía no tenía pupilas. Mientras Jill observaba, un punto apareció en el centro de cada ojo, dando vueltas como un computador procesando datos, hasta que se formó una pupila.
No lo entiendo, pensó Jill. Soy la misma persona de Henrietta, Texas, pero todo lo que he hecho allá es orar por dolores de cabeza.
Todos ustedes son tan civilizados, le dijo Jesús. Me tienen adentro de una cajita pequeña que, si no hago las cosas a la manera que ustedes piensan que deben hacerse, dicen que no soy Yo. No me permiten hacer lo que Yo quiero.
“¡Te dejaré salir de la caja!” insistió Jill. No soy quisquillosa, sin embargo, si me dejas saber que eres Tú, ¡diré y haré cualquier cosa que me digas!”
Jill ministró en Manila a un hombre anciano cuyos ojos estaban cubiertos por cataratas muy gruesas. Después de que ella oró, las cataratas se derritieron y corrieron por su cara como si fuera cera caliente. Esos milagros eran tan comunes que cuando alguien del equipo veía a una persona con cataratas, decían: “Jill, aquí tenemos otro para ti”.
Cuando regresó a su casa en Texas, Jill se sentó en la mesa de su cocina y estudió la Biblia. “Aquí dice que estas señales seguirán a aquellos que creen. ¡Yo creo que, a través de Dios, puedo sanar al enfermo y resucitar a los muertos! ¡Yo camino en autoridad y unción!”
Reversión divina
Jill continuó orando por aquellos que el Señor puso en su camino hasta 1998, cuando ella y otras dos mujeres formaron un equipo para ministrar. Ellas se reunían todos los lunes y oraban en el espíritu hasta que recibían dirección del Señor para la semana. En marzo de ese año, les pidieron que oraran por Carolyn, una mujer de su iglesia. Carolyn había estado en el hospital en Dallas por ocho meses, y los últimos cuatro meses había caído en coma. Ahora, el equipo médico estaba preparando a su esposo para que la desconectaran.
El Señor instruyó a Jill y a las otras dos mujeres a que fueran a la unidad de cuidados intensivos y declararan una reversión divina. También les instruyó que no se dejaran mover por lo que vieran. Eso era más fácil de decir que hacer. Carolyn, una mujer pequeña, que antes había pesado 42 kgs, parecía un mamut. “Nunca había visto una cabeza humana tan grande” recuerda Jill. “Parecía como si pesara 225 kgs. Tuve que desconectar mi mente por completo para poder operar totalmente en el espíritu”.
En la Unidad de Cuidados Intensivos, las mujeres oraron siguiendo las instrucciones del Señor por la reversión divina sobre Carolyn. Todo el tiempo su doctor estuvo parado en el corredor, de brazos cruzados.
“Nos fuimos sin ver una sola manifestación en lo natural” nos relata Jill, “sin embargo, esa noche sus riñones y otros órganos comenzaron a funcionar. ¡Perdió 30 kgs de la noche a la mañana! Dos semanas más tarde regresamos al hospital y el doctor me llevó a su oficina”.
El doctor me dijo: “Tú no lo entiendes, pero la muerte había progresado hasta un punto que era irreversible”.
“Correcto”, respondió Jill. “Dios nos ordenó que declaráramos una reversión divina”.
“He hecho obligatorio que todos los estudiantes de enfermería vayan a su habitación para que vean un milagro documentado”, agregó.
Sin embargo, la sanidad de Carolyn no es el único milagro que ha ocurrido.
“Yo era un ateo”, le dijo el doctor. “pero ahora creo”.
Carolyn todavía está bien hoy en día.
La muerte golpea de nuevo
Don y Jill eran dueños de un negocio pequeño de camiones, y transportaban materiales de construcción. Sin importar la hora a la que Don se fuera a trabajar, él y Jill hacían todas las mañanas sus declaraciones de fe. El 31 de enero del 2014, Don estaba listo para irse a las 2:00 am.
“Nuestra bendición más grande llegará a nosotros hoy, porque gran gracia reposa sobre nosotros” exclamó Don. “¡Este es el año de victoria sobre la muerte!” ¡Todo por lo que hemos estado creyendo llegará a nosotros hoy, en el Nombre de Jesús!”
Jill también exclamó la misma confesión en respuesta.
Esa tarde alrededor, de las 3:30pm, Don llamó por teléfono y sonaba como si no pudiera respirar muy bien.
“Algo está mal”.
“¿Dónde estás?”
“Estoy en el negocio de Jim”. A continuación, todo lo que ella pudo escuchar fue un gorgoteo.
“¡Don!”
Una voz quebrantada le respondió por el teléfono. “¿Jill?, Es algo malo, realmente malo”.
Lo encontraron desplomado sobre el volante… muerto.
Jill manejó hasta el lugar sin un solo rastro de temor. Se subió al camión, vio a Don, morado, negro… muerto.
“¡Vivirás y no morirás!” exclamó Jill. “¡Declararás la obra del Señor en la Tierra de los vivos! ¡Ningún arma forjada en contra tuyo prosperará! ¡El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en tu cuerpo mortal! ¡El profeta de Dios ha hablado! ¡Este es año de victoria sobre la muerte!”
Cuando el camión de bomberos y la ambulancia llegaron, Jill dijo: “Te veré en el hospital”. Desde su auto marcó al departamento de oración de KCM; cuando un hombre le contestó, ella gritó: “¡Escúchame! ¡Ponte de acuerdo conmigo! ¡Kenneth Copeland profetizó que este es el año de victoria sobre la muerte! ¡Mi esposo no morirá!” El operador la había puesto en el altavoz y ella escuchó como la gente gritaba alabanzas a Dios!
Amy, la nuera de Jill, llegó primero al hospital y vio el cuerpo de Don en una camilla doblada en contra de una pared. Sus pies estaban morados. Su brazo colgaba a un lado de la camilla, negro y morado. Pero eso no fue lo que hizo que su corazón casi se detuviera.
No había ningún proceso de resucitación en progreso.
Don había estado sin oxígeno por 44 minutos.
Ellos se habían dado por vencidos.
Cuando Jill llegó al hospital, también lo hizo el cardiólogo más reconocido de la zona. “Señora West, le dijo: ‘Voy a entrar allí y tratar de salvarlo’ ”.
“Me sentí como si Jesús me estuviera envolviendo” relata Jill. “Me senté en la sala de espera y usé la espada del Espíritu, la Palabra de Dios, para rebanar y cortar el espíritu de la muerte. Estaba en tal lugar con Dios que me pareció como si sólo hubieran pasado 15 minutos, cuando la puerta de ascensor se abrió y el cardiólogo salió”.
“¡Esta vivo, está vivo!”
La arteria coronaria más importante de Don estaba bloqueada ciento por ciento, la cual el cardiólogo abrió con stents. Don estuvo en el hospital por tres días y todas las pruebas dieron negativas. Sin daño cerebral. Sin daño al corazón. Sin muerte.
Era un milagro.
La fe por finanzas
La Palabra de Dios regresó a la vida a Don West y Jill nunca padeció un solo momento de miedo. Si su fe iba a hacer tambalear algo, iban a ser las cuentas del hospital por $64.000 dólares, las cuales no incluían los gastos por aparte del doctor, el costo de las resonancias magnéticas, ni la rehabilitación. Jill y Don recordaron las palabras de su confesión de esa mañana fatal, cuando habían estado creyendo por lo que les pertenecía. Estaban creyendo por ser libres de deudas. En obediencia a la Palabra de Dios, se rehusaron a preocuparse o estar ansiosos. Se rehusaron a dejar que eso les robara la paz.
Dieciocho meses más tarde, Don y Jill acababan de regresar de la Convención de Creyentes del Suroeste 2015 cuando recibieron una llamada del hospital.
“¡Alguien ha pagado $50.000 de su deuda con el hospital!”
Con gritos de gloria a Dios, Jill les envió un correo electrónico a los pastores George y Terri Pearsons para darles el testimonio. La mañana del domingo, ellos hicieron su viaje usual de 40 minutos desde Wichita Falls hasta la Iglesia Eagle Mountain. Pastor George comenzó el servicio leyendo el correo electrónico. ¡Una alabanza espontánea hizo erupción por todo el santuario!
“Quiero que todos los que se sientan guiados les arrojen dinero a ellos” continuó pastor George. Antes de que se terminara, habían arrojado la suma de $6.400. Al finalizar el servicio, Pastor Terri tomó el micrófono. “Recibí un mensaje de texto de alguien que está viendo el servicio en línea y también quiere ofrendar”, explicó. “¡Ellos han arrojado otros $10.000!”
Así fue como la cuenta del hospital fue pagada en su totalidad; además, también fueron eliminadas las cuentas del cardiólogo, la rehabilitación y todas las deudas asociadas.
“Yo asistí a la primera convención que KCM hizo” recuerda Jill. “Y en todos estos años desde entonces, la única vez que me perdí una Convención de Creyentes de Suroeste, fue cuando hubo una muerte en la familia. Y, aun así, la vi en línea. Mi fe es fuerte porque continué sembrando la Palabra en mi corazón. ¿Qué significa la colaboración con este ministerio para mí? ¡KCM me enseñó cómo traer a mi esposo de regreso de la muerte, a la vida!”
Don y Jill West no están descansando sobre sus laureles en la fe de ayer. Ellos se mantienen sembrando la Palabra viva, abasteciéndose y afilando su espada de la fe. Esta es una manifestación vibrante y tangible del poder de Dios. Y se trata de una fe que incrementa cada vez más.