Una noche Gloria y yo estábamos con la televisión prendida y un comercial llamó mi atención. Es probable que lo hayas visto. Es la publicidad para una compañía de remodelaciones. Este comienza con la imagen de una casa que ha sido destruida por una inundación o un incendio. Los gabinetes de la cocina están destruidos. Las alfombras y los muebles están arruinados. Toda la casa es un desorden.
Después, la escena cambia. Los equipos de remodelación en uniformes de color verde aparecen en la casa en autos y camiones verdes, y empiezan a trabajar logrando que todo quede restaurado. En la escena final, la casa luce como nueva en su interior, y el locutor dice: “¡Como si nada hubiera pasado!”
Los comerciales de TV usualmente no me emocionan. Pero este en particular me hizo saltar de emoción. Me recordó lo que el Señor me dijo hace algunos años cuando le pedí que me diera una demostración práctica de la definición de la palabra gracia. La Gracia, me dijo, es Mi deseo abrumador de tratarte como si nunca hubieras pecado.
Cuando vi ese comercial, recordé esas palabras como si fueran fuegos pirotécnicos. Apunte al televisor con mi dedo y le dije a Gloria: “¡Esa es la imagen de la gracia!”
La gracia nos redime completamente de la destrucción que el diablo y el pecado nos han ocasionado. Su alcance no sólo cubre el pecado para ponernos bajo algunas leyes legales. Tampoco nos redime a medias. Nos convierte en nuevas criaturas y nos hace la Justicia Divina de Dios en Jesucristo. Nos abre la puerta para que vivamos completamente en la BENDICIÓN de Dios a tal punto, que es como si nunca hubiéramos pecado.
“Hermano Copeland, eso suena como una manera maravillosa de vivir la vida. Pero si esa clase de gracia está disponible, ¿cómo es posible que yo no esté experimentando en totalidad sus efectos?”
Porque la gracia no cae sobre nosotros automáticamente, como si fuera la manzana madura de un árbol. A pesar de que ha sido provista en abundancia y en forma gratuita para nosotros a través del plan de redención, la gracia únicamente funciona en nuestra vida cuando la recibimos. ¿Cómo la recibo? ¡Por fe! Como Romanos 5:2 dice: «tenemos también, por la fe, acceso a esta gracia en la cual estamos firmes».
¡La fe es el secreto para caminar en la gracia de Dios! La Biblia nos confirma una y otra vez acerca de lo vital que es la fe para la vida del creyente. Leemos un versículo tras otro:
› «Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe» (Efesios 2:8).
› «Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: «El justo por la fe vivirá.» (Romanos 1:17).
› «Por lo tanto, no pierdan la confianza, que lleva consigo una gran recompensa» (Hebreos 10:35).
› «De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abrahán» (Gálatas 3:9).
› «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abrahán alcanzara a los no judíos, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu» (Gálatas 3:13-14).
Mira nuevamente los dos últimos versículos. A pesar de que en realidad no usan la palabra gracia, nos dan una descripción excelente de la misma. La gracia nos redime de la maldición que está en este mundo a través del pecado y nos da el poder para vivir en la BENDICIÓN de Abrahán. Eso significa que cuando estamos viviendo por fe bíblica, realmente podemos ser BENDECIDOS sin importar lo que esté sucediendo a nuestro alrededor.
Nosotros no tenemos que cambiar nuestro estilo de vida cuando el mundo está atravesando por malos momentos, porque nosotros no estamos atados a este mundo. Nosotros somos ciudadanos del cielo. Somos ciudadanos del reino de Dios, y Su PALABRA escrita es la Constitución de nuestro gobierno. Su PALABRA—no el mundo—nos dice quiénes somos, lo que tenemos, y lo que podemos hacer.
Caminando en los pasos de Abrahán
¿Qué nos dice la PALABRA acerca de vivir por fe? La Biblia nos dice que nosotros debemos ser aquellos que «siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abrahán» (Romanos 4:12). Nos dice que, si operamos en fe de la misma manera que él lo hizo, seremos BENDECIDOS como él.
Porque la promesa dada a Abrahán y a su descendencia en cuanto a que recibiría el mundo como herencia, no le fue dada por la ley sino por la justicia que se basa en la fe… Por lo tanto, la promesa se recibe por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia, tanto para los que son de la ley como para los que son de la fe de Abrahán, el cual es padre de todos nosotros. Como está escrito: «Te he puesto por padre de muchas naciones.» Y lo es delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no existen, como si existieran. Contra toda esperanza, Abrahán creyó para llegar a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» Además, su fe no flaqueó al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (pues ya tenía casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido» (versículos 13,16-21).
Nota que Abrahán no trató de sobrevivir con una fe que era débil ni dudaba. El edificó una fe que era fuerte y no vacilaba. Así que, para caminar en sus pisadas, nosotros necesitamos desarrollar también esa clase de fe—y podemos hacerlo si hacemos lo mismo que él hizo.
Primero, el basó su fe en la PALABRA de Dios; la fundamentó en la promesa que Dios le había dado de que Sara tendría un hijo. En nuestras vidas, como en la vida de Abrahán, la fe que no vacila siempre está basada en lo que Dios dice. Siempre está conectada a la PALABRA.
Segundo, Abrahán se rehusó a enfocarse en las condiciones naturales y las circunstancias adversas. Él se rehusó a poner su atención en su cuerpo de 99 años y en el de su esposa de 90, quien había sido estéril toda su vida. En lugar de eso, puso los ojos de su espíritu en la promesa de Dios y caminó: «por la fe, no por la vista [natural/física]» (2 Corintios 5:7).
Tercero, llamó las cosas que no eran como si fueran. Le dio la gloria a Dios y se llamó a sí mismo: “el padre de muchas naciones” hasta que estuvo “completamente convencido” de que Dios podía y haría lo que había prometido.
Estar completamente convencido es algo poderoso. Es mucho más que tan solo asentir mentalmente con la PALABRA de Dios o saberse un montón de versículos bíblicos acerca de la situación. Es algo que sucede en el espíritu. Te convences completamente cuando meditas en la PALABRA y tienes comunión con Dios al respecto con alabanza y oración hasta que una luz se prende en tu interior, y dices: “¡Oh, sí! ¡Lo tengo! ¡Es mío!”
En adición a la promesa de Dios de darle un hijo, una de las cosas que ayudaron a que se prendiera una luz de fe en la vida de Abrahán fue el pacto de sangre que Dios hizo con él. Antes de que fuera establecido, su fe se mantenía vacilando. Pero después de que Dios se apareció con toda Su gloria de fuego, y caminó de un lado a otro en la sangre de los animales sacrificados, haciendo pacto con él, diciendo: «A tu descendencia le daré esta tierra» (Génesis 15:18), ¡la fe de Abrahán creció totalmente a un nuevo nivel!
¡Si un pacto ratificado en la sangre de toros y cabras pudo hacer eso por Abrahán, imagínate lo que el Nuevo Pacto puede hacer por tu fe! Nuestro pacto esta ratificado en la sangre de Jesucristo de Nazaret. Cada marca que dejó el látigo sobre Su cuerpo fue una marca del pacto. Cada gota de sangre que Él derramó fue la sangre del pacto derramada por nosotros. ¡Piénsalo! Pasa un tiempo meditando en el hecho de que tú tienes un pacto de sangre con el Dios Todopoderoso y como Abraham, ¡tú puedes tener una fe fuerte, que no vacila!
Saliendo de las cenizas
¿Exactamente cuán fuerte era la fe de Abrahán?
Era tan fuerte que muchos años después de que Isaac nació, cuando Dios le dijo a Abrahán que se lo ofreciera como un sacrificio, Abrahán estaba dispuesto a hacerlo. Él tenía tanta confianza en que Dios cumpliría la promesa de que: «por medio de Isaac te vendrá descendencia», que fue capaz de atar a Isaac y ponerlo en el altar, ya que «…Abrahán sabía que Dios tiene poder incluso para levantar a los muertos; y en sentido figurado, de entre los muertos lo volvió a recibir» (Hebreos 11:18-19).
¡No existe evidencia escrita de que Dios hubiera resucitado alguna vez a nadie en ese tiempo! Y, aun así, Abrahán estaba seguro de que Dios resucitaría a Isaac. Él ya lo había visto suceder “en una imagen” en su interior. ¿Por qué pudo verla? Porque todavía estaba caminando por fe y no por vista. Él todavía estaba haciendo la misma cosa que hizo cuando se convenció totalmente la primera vez de que él y Sara tendrían un hijo.
Él estaba meditando en la promesa de Dios y en Su pacto de BENDICIÓN. Estaba hablando de ella. Estaba criando a su hijo para que la creyera (Isaac debía tener fe por resurrección también, porque el casi era un adulto cuando Abrahán accedió al plan, y aparentemente él también aceptó hacerlo).
¡Abrahán había meditado algún tiempo en esto! Con el ojo de fe, él ya sabía cómo terminaría la situación. Él ya había visto a Isaac salir de las cenizas. Él ya lo había visto resucitar de entre los muertos.
Si lees en Marcos 5 acerca de la mujer con el flujo de sangre, descubrirás que ella hizo prácticamente lo mismo para recibir su sanidad. Ella pasó tiempo meditando en lo que había escuchado decir acerca de Jesús—acerca de lo que Él predicaba, y los milagros que había hecho. Ella pasó tiempo pensando: Si Él ha sanado a esas otras personas, Él puede sanarme a mí. Después, empezó a decirlo una y otra vez: “Si tan solo toco su manto, sé que sería sana… Si tan solo toco su manto, sé que sería sana”.
Mientras más lo dijo, más lo vio, hasta que finalmente no pudo quedarse allí sentada en su casa por más tiempo. Sin importarle el hecho de que en los últimos años había ido de un doctor a otro sólo para empeorarse; sin importar el hecho de que según la ley ella no podía salir a ningún lugar debido a su condición; ella salió a la calle y fue a buscar a Jesús.
Ella trató de acercársele sin que nadie lo notara, al colarse en medio de la multitud silenciosamente para recibir su sanidad. Pero, eso no fue lo que sucedió. Cuando tocó el borde de su manto, Él se detuvo y dijo: “¿Quién me tocó?”
«Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién había hecho eso. Entonces la mujer, que sabía lo que en ella había ocurrido, con temor y temblor se acercó y, arrodillándose delante de él, le dijo toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, por tu fe has sido sanada. Ve en paz, y queda sana de tu enfermedad» (Versículos 32-34).
Asciende más alto y piensa los pensamientos de Dios
¡Es así como se vive en la gracia abundante de Dios! ¡Es así como caminas en tal victoria y dominio en este mundo como si el pecado nunca hubiera sucedido! Focalizas los ojos de tu corazón en lo que dice la PALABRA de Dios. Te mantienes pensado, hablando al respecto y viéndolo “en una imagen” en tu interior, hasta que la PALABRA de Dios sucede en tu vida tal como lo hizo en Abrahán y en la mujer del flujo de sangre.
No hace mucho que estaba predicando al respecto, y la palabra del SEÑOR vino a mí diciendo:
¿No recuerdas que dije en Mi PALABRA que Mis caminos son más altos que tus caminos, que Mis pensamientos son más altos que los tuyos? Yo quiero que llegues a ese lugar en el que tú y Yo pensamos y hablamos en el mismo plano. Mis pensamientos son sanos y buenos. Mis caminos son de una prosperidad que va más allá que tu imaginación más audaz.
Ven a lo alto y piensa Mis pensamientos conmigo. Ven y actúa en Mi PALABRA conmigo. He planeado todo esto para que tú y yo podamos caminar y hacer juntos las cosas en esta Tierra, que hasta ahora la gente había pensado que era imposible.
No le estoy diciendo esto solamente a los predicadores de tiempo completo; estoy hablándole a los creyentes. Estoy hablándole a la persona que tomará y creerá Mi palabra: «Y estas señales acompañarán a los que crean: pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán» (Marcos 16:17-18). Yo estoy buscando a las personas que se atrevan a decir: “Sí, todos a los que impongo mis manos son sanados”.
Ahora mismo puedes estar preguntándote: ¿De veras el SEÑOR me está diciendo algo así?
Déjame asegurártelo: ¡Él te lo está diciendo!
Cada creyente, incluyéndote, tiene la fe de Jesús en su interior. Cada hijo de Dios nacido de nuevo, incluyéndote, tiene Su Nombre, Su PALABRA y Su Espíritu. Así que deja de vacilar en tu fe y de dudar al respecto. Edifica una fe fuerte al pensar como el piensa. Practica diciendo: “Reclamo lo que Dios dice en Su PALABRA escrita respecto a mí. Él dice que soy BENDECIDO(A) y que soy una BENDICIÓN, y lo creo. ¡Él dice que los enfermos se sanarán cuando imponga mis manos sobre ellos, y yo lo creo!”
Mientras más pienses en esas cosas y las digas, las verás con mayor claridad en tu interior. Sin que pase mucho tiempo, tu fe será tan fuerte que no podrás esperar para imponer tus manos sobre los enfermos. Caminarás tan libre de la maldición y tan rodeado de la BENDICIÓN de Dios que serás como una publicidad del programa de remodelación de Dios.
Cuando la gente te vea, saltará de la misma manera que yo lo hice cuando vi ese comercial de televisión. Ellos dirán: “¡Esa es una imagen de la Gracia de Dios!”