En 1947, la Corte Suprema declaró: “La Primera Enmienda ha erigido un muro entre la iglesia y el estado. Ese muro debe mantenerse alto e inexpugnable. No podemos aprobar la más mínima violación.” En realidad, la frase de “separación de iglesia y estado” que invocaron en su fallo no se encuentra en ninguno de nuestros documentos oficiales de gobierno. Fue tomada de cartas entre el presidente Thomas Jefferson y la Asociación Bautista de Danbury, Connecticut.
El 7 de octubre de 1801, los bautistas de Danbury le escribieron una carta al nuevo presidente en la que expresaban su preocupación por la Primera Enmienda y su garantía para el “ejercicio libre” de la religión. La enmienda sugería, según los autores de la carta, que el derecho de expresión religiosa era otorgado por el gobierno (por lo tanto, enajenable) en lugar de otorgado por Dios (por lo tanto, inajenable) y que, por lo tanto, el gobierno podría algún día intentar regular la expresión religiosa. Se opusieron enérgicamente a esta posibilidad a menos que la práctica religiosa de alguien provocara el “mal del prójimo”.
Thomas Jefferson entendió su preocupación. Estas son varias de las numerosas declaraciones que hizo sobre la incapacidad constitucional del gobierno federal para regular, restringir o interferir con la expresión religiosa.
[Ningún] poder sobre la libertad de religión… [es] delegado a los Estados Unidos por la Constitución.—Resolución de Kentucky, 1798
En cuestiones de religión, he considerado que su libre ejercicio lo establece la Constitución, independientemente de los poderes del gobierno general [federal].—Segundo discurso inaugural, 1805.
Considero que el gobierno de los Estados Unidos está imposibilitado (prohibido) por la Constitución para interferir con instituciones religiosas… o su ejercicio.—Carta a Samuel Millar, 1808
Como testigo de la tendencia del gobierno a invadir el libre ejercicio de la religión, Jefferson le escribió a Noah Webster en 1790, declarando que no tenía intención de permitir que el gobierno limite, restrinja, regule o interfiera con las prácticas religiosas públicas. Él creía, junto con los otros fundadores, que la Primera Enmienda había sido promulgada sólo para evitar el establecimiento federal de una denominación nacional oficial. En su respuesta a los Bautistas de Danbury el 1 de enero de 1802, les aseguró que el gobierno federal nunca interferiría en el libre ejercicio de la religión.
Compartiendo la misma creencia de que la religión es un asunto privado entre el hombre y su Dios; que no debe rendir cuentas a nadie más por su fe o su adoración; que los poderes legislativos del gobierno solo alcanzan acciones y no opiniones, contemplo con soberana reverencia ese acto de todo el pueblo estadounidense que declaró que su legislatura no debería “hacer ninguna ley que respete un establecimiento de religión o que prohíba el libre ejercicio de la misma”, construyendo un muro de separación entre Iglesia y Estado. Adhiriéndome a esta expresión de la voluntad suprema de la nación en favor de los derechos de conciencia, veré con sincera satisfacción el progreso de esos sentimientos que tienden a restaurar al hombre todos sus derechos naturales, convencido de que no tiene ningún derecho natural en oposición a sus deberes sociales.
La referencia del presidente a los “derechos naturales” reafirma su creencia personal de que las libertades religiosas eran derechos inajenables. Los “derechos naturales” incluían “lo que contienen los Libros de la Ley y el Evangelio”. Es decir, lo que Dios mismo había garantizado al hombre en las Escrituras.
Cuando el presidente les aseguró a los bautistas que al seguir sus “derechos naturales” no violarían ningún deber social, les estaba afirmando que el libre ejercicio de la religión era su derecho inajenable, otorgado por Dios y que, por lo tanto, estaba protegido de la regulación o interferencia federal.
Poniendo en duda si los Estados Unidos podría sobrevivir alguna vez si perdiera el conocimiento de la fuente de nuestros derechos inajenables, preguntó: “¿Se puede pensar de las libertades de una nación como seguras si hemos perdido la única base firme, una convicción en la mente de las personas, de que estas libertades son el don de Dios? ¿Que no deben ser violadas sino con Su ira?”
El significado de la separación
Thomas Jefferson creía que Dios, no el gobierno, era el autor y la fuente de nuestros derechos y que debía evitarse que el gobierno interfiriera con esos derechos. El “muro” al que se refería en la carta de Danbury no debía limitar las actividades religiosas en público. Su función era la de limitar el poder del gobierno para prohibir o interferir con esas expresiones.
Los tribunales que dictaron sentencia previa entendieron por mucho tiempo la intención del presidente Jefferson. Cuando el Tribunal Supremo invocó su carta de Danbury en 1878, a diferencia de los tribunales de hoy que publican solo su frase de separación de ocho palabras, publicó un gran segmento de su carta y concluyó:
Proveniente de un reconocido líder de los defensores de la medida, [la carta del Sr. Jefferson] puede aceptarse casi como una declaración autoritativa del alcance y el efecto de la Enmienda, y por lo tanto, asegurada. El Congreso se vio privado de todo poder legislativo sobre la mera opinión [religiosa]; sin embargo, quedó habilitado para legislar contra medidas que violaran los deberes sociales o subversivas del buen orden.
Luego, el tribunal resumió la intención de Thomas Jefferson de “separación de la iglesia y el estado”: “[L]os propósitos legítimos del gobierno civil son que sus oficiales interfieran cuando los principios se convierten en actos abiertos contra la paz y el buen orden. En esto… yace la verdadera distinción entre lo que le pertenece propiamente a la iglesia y lo que le pertenece al Estado.”
Ese mismo tribunal identificó ciertas acciones en las que el gobierno sí tenía razones legítimas de intromisión. Esas actividades incluían sacrificios humanos, poligamia, infanticidio, promoción de la inmoralidad, etc. Tales actos, incluso en nombre de la religión, serían detenidos por el gobierno ya que eran “subversivos al buen orden” y “actos abiertos contra la paz”.
Sin embargo, el gobierno nunca interferiría con las prácticas religiosas tradicionales (oración pública, uso de las Escrituras, reconocimiento público de Dios, etc.) descritas en “los Libros de la Ley y el Evangelio.”
El Intento Original
Si la carta de Thomas Jefferson se va a usar hoy, debemos demandar que su contexto se manifieste claramente. Los tribunales del pasado entendieron la carta de Danbury por lo que realmente era: una carta personal y privada a un grupo específico. Probablemente no haya otra instancia en la historia de Estados Unidos en la que las palabras de un individuo en una carta privada, palabras claramente divorciadas de su contexto, se hayan convertido en la única autorización para una política de estado. Un análisis adecuado de los puntos de vista del Sr. Jefferson debe incluir sus numerosas otras declaraciones sobre la Primera Enmienda, no solo la de la carta de Danbury.
Por ejemplo, además de las declaraciones mencionadas anteriormente, también declaró que “el poder de prescribir cualquier ejercicio religioso…es jurisprudencia de los Estados”. Los tribunales federales ignoran esta declaración y prefieren hacer un mal uso de su frase de separación para anular decenas de leyes estatales que alientan o facilitan las expresiones religiosas públicas. Tales fallos son una violación directa de las palabras de la persona de quien los tribunales afirman derivar su política.
Ellos deberían considerar la intención de los padres fundadores que enmarcaron la Primera Enmienda. Sus meses de discusiones y debates se registran en el Registro del Congreso, y la frase “separación de la iglesia y el estado” nunca ocurrió. Parece lógico que, si ésta hubiera sido la intención de la Primera Enmienda, al menos uno de esos 90 lo hubiera mencionado. Ninguno lo hizo.
La “separación de la iglesia y el estado” ha sido descrita como una “metáfora engañosa” por el juez de la Corte Suprema William Rehnquist, ya que el significado actual es casi exactamente lo contrario de lo que se pretendía originalmente.
Como cristianos necesitamos orar por nuestro país y por aquellos con autoridad para llegan al conocimiento de la verdad. Únete a nosotros para difundir el mensaje de la intención original de los fundadores de la Primera Enmienda.