Jamás pensé que tendría que decir esto, pero en los últimos años pareciera como si la santidad hubiese adquirido una mala reputación. Ha sido tan mal entendida que la gente frecuentemente se pone nerviosa con solo mencionarla. No sólo los no creyentes, sino también grupos cristianos tienen la idea incorrecta de que la santidad nos lastimará. Han llegado a pensar que es una clase de legalismo religioso que los pondrá en esclavitud y no les permitirá disfrutar de la vida.
Como resultado de esas malas interpretaciones, la santidad no es un tópico muy popular en estos días―lo cual también es malo porque la Biblia habla muchísimo de ella. No solo el Antiguo Testamento, sino también en el nuevo leemos cosas relacionadas a la santidad, una y otra vez, para nosotros los creyentes: «[Vivan] como hijos de la obediencia [de Dios]; no se conformen con los malos deseos [que los gobernaban] en su previa ignorancia [cuando no conocían los requerimientos del Evangelio]. Sino como quien los llamó que es Santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta y en toda su forma de vivir. Porque escrito está: Ustedes deben ser santos porque Yo soy santo» (1 Pedro 1:14-16, AMP).
Claramente, en lo que a Dios respecta, la santidad es un asunto importante. Para Él no está bien tan solo flotar a través de la vida haciendo la misma clase de cosas que los no creyentes hacen. Él no nos quiere corriendo de aquí para allá, actuando como lo hacíamos antes, como si nuestra vida nos perteneciera.
Nuestra vida no es nuestra. Le pertenecemos a nuestro Padre, quien es el Dios del universo. Él nos ha redimido para Él mismo con la preciosa Sangre de Jesús. Él nos ha reclamado como Sus hijos e hijas. Somos parte de Su familia y Él quiere que actuemos como tales. Él quiere que seamos santos, tal como Él lo es.
¿Por qué es tan importante?
Porque Dios ama tener una relación con nosotros.
Recibí una revelación acerca de este tema hace algunos años, cuando Billye Brim y yo estábamos haciendo juntas unos programas televisivos. Hablábamos acerca de la santidad, y ella explicó que en el hebreo la palabra que traduce como “Santo” significa: “separar, tomar algo y ponerlo en un lugar diferente”. Mientras pensaba en ello, me di cuenta que la razón por la que a Dios le importa mucho la santidad es porque Él quiere que seamos como Él.
Él quiere que estemos separados en el lugar en el que Él está, para que podamos estar juntos, y así poder manifestarse en nuestras vidas para que nosotros podamos caminar y hablar con Él y escuchar Su voz. Dios siempre ha querido hacer eso con Su familia. Es lo que quería en el Jardín del Edén con Adán y Eva.
En el comienzo, cuando Él los creó a Su imagen, ellos no tenían pecado en ellos, así que no había nada que los pudiera separar. Él podía bajar y tener una relación con ellos durante el frescor del día y podían hablarle cara a cara. Ellos podían estar cómodos con Él y disfrutar de Su presencia.
¡Imagínate toda la diversión que debían tener juntos! Todas sus conversaciones eran felices porque no había problemas que discutir. Ellos no tenían que hablar con Dios acerca de su escasez financiera para comprar comida, o acerca de que sus cultivos estaban muriendo debido a la sequía. Ellos no tenían que pedirle nada que necesitaran. El Jardín del Edén era perfecto, y podían compartir con Dios y disfrutar de Su bondad.
Ellos podrían haber continuado esa relación sin interrumpirla por siempre. Lo único que debían hacer era cumplir con el mandamiento que Dios les había dado de no comer del árbol del conocimiento del bien y el mal. «Excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás» (Génesis 2:17, NTV).
Dios no les dijo eso porque fuera un dictador. Tampoco se los dijo para privarlos de algo divertido. Se los dijo para que pudieran mantenerse conectados con Él, para que fueran bendecidos y continuaran viviendo en la luz y la vida del Jardín. Pero el diablo apareció y les mintió. Le dijo a Eva que Dios no tenía las mejores intenciones en Su corazón, que estaba privándolos de algo divertido. Ella creyó la mentira, y Adán y ella desobedecieron a Dios. En el instante en el que lo hicieron, murieron espiritualmente, tal como Dios dijo que lo harían.
Es más, ellos perdieron su cobertura lumínica. Hasta que pecaron, ellos habían estado vestidos con la radiante Gloria de Dios. Pero cuando esa gloria desapareció, se dieron cuenta que estaban desnudos. Pensaron ¿Qué pasó con mi vestido?
Piensa lo alarmante que debió haber sido para Adán y Eva. Repentinamente, estaban viendo a su alrededor y se dieron cuenta que los pájaros tenían plumas que los protejían, las vacas tenían piel y los pescados escamas, pero ellos―las criaturas más altas de la creación de Dios―estaban completamente expuestos y sin protección. ¿Por qué? Porque perdieron sus vestiduras de luz.
Ya no eran más santos; ellos habían pecado y caído, «destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23).
No importa lo que el diablo diga, el pecado no es algo agradable
Por supuesto, tú y yo conocemos el final de la historia. Aun después de que Adán y Eva pecaron y se separaron de Dios, aun después de haber maltratado la BENDICIÓN y abrirle la puerta a la maldición sobre toda la humanidad, Dios no se dio por vencido en Su sueño de tener una familia. Él no encogió Sus hombros y dejó que la humanidad fuera arrastrada para siempre a la esclavitud del pecado.
Por el contrario, envió a Jesús a comprar nuestra libertad. Como Gálatas 3:13-14 dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abrahám alcanzara a los no judíos, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu».
¡Estas son buenas noticias! Como creyentes, ¡tú y yo somos los redimidos! Ya no le pertenecemos más al diablo. No estamos bajo la maldición del pecado y no tenemos que vivir como si lo estuviéramos. Podemos ser santos como nuestro Padre celestial es santo. Podemos vivir y actuar como Dios.
Vivir como Él es todo lo contrario a vivir en esclavitud―es vivir en libertad. Es un gozo y un privilegio. ¿Por qué los cristianos no pueden verlo de esa manera? Porque, tal como en el Jardín de Edén, el diablo nos ha mentido. El usa la voz del mundo para decirnos que todos los estilos de vida son correctos. Que es agradable y divertido dejarnos llevar por los placeres de la carne, y que realmente no existen consecuencias negativas por eso.
Me parece que entre más nos acercamos al final de los tiempos, más el mundo cree en esas mentiras, y el pecado se acepta más y más en la sociedad. Recuerdo cuando el adulterio era considerado un asunto serio, no sólo en la iglesia sino también en las sociedad en general. Recuerdo cuando las personas no cristianas admitían que la perversión sexual era algo malo y peligroso. Sin embargo, hoy en día la gente la aplaude.
Cada vez que prendes la televisión, pareciera como si los medios de comunicación empujaran los límites del pecado, glorificando algo que es inmoral y malo. Tratan de hacerlo lucir bien, o como algo no serio; pero en realidad lo es, porque a pesar de que sea aceptable socialmente, la verdad no cambia. Romanos 6:23 TODAVÍA se cumple: «Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor».
Sin embargo la mayoría de la gente del mundo no lo sabe. No han leído la Palabra, así que piensan que es normal. Pero nosotros como creyentes lo sabemos muy bien y estamos llamados a actuar de esa manera. Filipenses 2:1 dice: «estamos llamados a vivir como hijos de Dios sin mancha, inocentes y sin contaminar, (sin faltas, sin reproche) en medio de una generación maligna y perversa…como luces brillantes (estrellas o faros que brillan claramente) en el mundo [oscuro]» (AMP).
El mundo está loco
Podrías decir: “¿Pero Gloria, si vivimos de una manera diferente a la de la gente que no es salva, no los haremos sentir incómodos? ¿Si nos apegamos a lo que la Biblia dice, no nos acusarán de ser intolerantes y poco amorosos?”
Seguramente. Pero no podemos permitir que eso nos moleste. Tan solo tenemos que mantenernos siendo dulces y amables con ellos, y recordarnos a nosotros mismo que aunque amamos a todos y queremos ayudarlos, tenemos que aferrarnos a lo que Dios dice. No podemos cambiar lo que sabemos que está bien sólo porque el mundo nos dice que deberíamos. Si lo hacemos, estaremos en problemas porque este mundo está loco. Ellos viven engañados. Están siguiendo el dios equivocado y atrapados en un estilo de vida de pecado.
Como cristianos hemos sido liberados de esa trampa. Hemos sido separados del pecado. Y este ya no tiene más dominio sobre nosotros porque Jesús ha «asegurado redención completa (liberación eterna para nosotros)» (Hebreos 9:12, AMP). Él derramó Su Sangre para limpiar nuestra conciencia de las obras de la muerte para que «¡sirvamos al Dios vivo!» (Versículo 14). «Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios» (2 Corintios 5:21).
Nosotros ya no estamos bajo la garra del diablo. No tenemos porque qué hacer lo que Él dice. ¡Tenemos la naturaleza de nuestro Padre celestial y Él nos ha liberado para que caminemos, hablemos, y actuemos como Él!
Sin embargo, para hacer eso, tenemos que ser diligentes para guiarnos por nuestro espíritu y no por nuestra carne. Tenemos que buscar al Señor todos los días en Su Palabra y reentrenar nuestras mentes para que piensen como Él piensa, no como el mundo. De otra manera seremos superados por la oscuridad que está a nuestro alrededor. No estoy diciendo que perderemos nuestra salvación y que no iremos al cielo, pero nos encontraremos atrapados en las trampas del diablo mientras estemos en la Tierra.
¡No permitas que eso te pase! En vez de eso, sigue las instrucciones del Nuevo Testamento:
«Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto» (Romanos 12:2).
«…[Deja de lado y descarta tu viejo y no renovado yo] el cual caracterizaba tu previa manera de vivir, corrompido a través de la lujuria y los deseos que brotan del engaño; y se constantemente renovado en el espíritu de tu mente [teniendo una actitud mental y espiritual fresca], y revístete de la nueva naturaleza (tu ser regenerado) creado a la imagen de Dios [como Dios] en la justicia verdadera y la santidad» (Efesios 4:22-24, AMP).
Tú no eres como todo el mundo
Si vivir de esa manera te hace lucir peculiar desde el punto de vista del mundo, eso está bien. Es exactamente como debería ser. Como cristiano, no eres como el resto del mundo. Eres parte de un «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien los hechos maravillosos de aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 Pedro 2:9).
En el programa de televisión al que me refería al comienzo, Billye Brim explicaba que la gente del sacerdocio en el Antiguo Testamento era muy peculiar, y ellos no hacían todo lo que la gente hacía. Por ejemplo: el Sumo Sacerdote no podía ir a ningún funeral, aun si la persona que había muerto era miembro de su familia.
Bajo el Antiguo Pacto, la muerte física representaba pecado y la muerte espiritual que resultaba de ella. El Sumo Sacerdote tenía que mantenerse alejado de ésta para que así pudiera estar delante del Santo de los Santos, haciendo expiación por la gente. En otras palabras, el Sumo Sacerdote tenía que vivir una vida separada para que el poder de Dios pudiera manifestarse a través suyo en nombre de la nación.
Eso es lo que Dios quiere que nosotros como creyentes también hagamos. Él quiere que nos separemos del pecado para así manifestarse a Sí mismo a través de nosotros en el nombre del mundo que nos rodea―ese mundo que Él ama profundamente, el mundo por el cual Jesús derramó Su Sangre para su salvación.
¡Dios quiere a ese mundo! Él quiere a todos los que están en él. Por eso dice en Marcos 16:15: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura». Él no quiere que nadie se quede por fuera. Él quiere que la Palabra de Su salvación sea predicada a toda la gente —los buenos, los malos— porque Jesús dio Su vida por todos ellos. Él pagó el precio más alto para que todos nosotros pudiéramos nacer de nuevo y ser restaurados a la familia de Dios.
Sólo piensa en esto: Jesús no dejó de hacer nada de lo que Dios le pidió que hiciera por la humanidad. Cuando Dios le pidió que fuera a la Cruz y cargara el pecado de toda la humanidad para que «nos hiciera santos» (Hebreos 10:10, NLT) al creer en Él, lo hizo. Él dijo: «Pero me has dado un cuerpo para ofrecer. Aquí estoy, oh Dios; he venido a hacer tu voluntad como está escrito acerca de mí en las Escrituras—» (versículos 5,7, NLT).
Como sus discípulos, tenemos que tener la misma actitud hermosa de obediencia hacia nuestro Padre. Nosotros debemos decirle tal como Jesús lo hizo: “Señor, aquí estoy, quiero hacer lo que está escrito en Tu Libro. Quiero obedecer lo que la Biblia dice y hacer las cosas a tu manera y no a la manera del mundo. Quiero ser Santo tal como Tu eres Santo”.
Esa no es la actitud que nos pone en esclavitud. Es la actitud que nos hace verdaderamente libres.