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Ganándole al temor

agosto, 2015 No hay comentarios
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Ganándole al temor
La Voz de Victoria del Creyente agosto, 2015
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Los rayos solares matutinos se filtraban por la ventana al tiempo que Peggy Joyce Ruth tarareaba y alimentaba a su bebé de 6 meses. Levantado su mirada vio a  Jack, su esposo, de pie en la puerta de la habitación, con ojos como cuencos de amor líquido. Al entrar, se inclinó para besarlas. “Que tengas un buen día”,“Tú también. Ya te extrañamos”.

La mecedora chilló cuando Peggy Joyce reclinó su cabeza y cerró sus ojos. A sus 22 años no podía imaginar una vida mejor a la que llevaba. Ella no era ingenua como para pensar que todo el mundo había crecido en una familia tan maravillosa como la suya—o para casarse con un hombre tan maravilloso y amoroso como lo era Jack. Nunca habían tenido entre ellos ningún altercado durante todo el tiempo que habían salido y todavía mantenían ese record después de dos años y medio de matrimonio.

“Gracias Señor” murmuró, besando la suave cabecita de su bebé. Planeando su día, Peggy Joyce recordó la mujer budista que se había mudado al apartamento ubicado en la parte trasera. Ella nunca había ido a testificar acerca de Jesús de puerta a puerta, ¿pero, no se suponía que le compartiera acerca de Jesús?

Más tarde esa mañana, Peggy tocó a la puerta de la mujer. “Hola” le dijo, presentándose, “soy tu vecina y me gustaría hablarte de Jesús”.

“Entra” le respondió la mujer; “estaré feliz de escuchar lo que tengas para decirme, siempre y cuando tú me des la misma oportunidad a mí”.

Peggy Joyce sintió escalofríos en el cuello al entrar en el apartamento. Era oscuro, alumbrado únicamente por velas e incienso. Tropezando con sus palabras, le habló acerca de Jesús.

“Ahora es mi turno”, le dijo la mujer. Al instante en que su vecina comenzó, Peggy Joyce sintió la oscuridad recayendo sobre su mente. Se sentía como si su cerebro hubiera hecho un corto circuito, como si hubiera sido atacada por sorpresa. ¡Tengo que salir de aquí!.

De alguna manera salió del apartamento, y caminó por el parque, luchando para limpiar su mente y focalizarse, sin éxito alguno. Por primera vez en su vida, Peggy se sintió paralizada de temor.

Cayendo en la oscuridad

“Sentía enloquecerme allí parada en el apartamento de esa mujer y no recuerdo una sola palabra de lo que dijo”, Peggy Joyce recuerda. “En nuestra familia no existía ninguna historia de enfermedades mentales y yo esperaba que mi mente volviera a la normalidad, pero no fue así. Traté de ocultarle a Jack lo que estaba pasando e hice una cita con nuestro pastor. Él escuchó mi historia pero no tenía una explicación para lo que había experimentado. Simplemente me dijo que me mantuviera ocupada”.

“Hice lo que me dijo, pero eso no ayudó. Una semana más tarde llamé para hacer otra cita con él. Me dijeron que ya no regresaría ese día, pero yo vivía cerca de la iglesia y vi cómo más tarde salía por la puerta trasera de la iglesia, mirando en todas direcciones y corriendo hacia su auto. Estaba devastada. Si un pastor no podía ayudarme, ¿qué esperanza tenía? Amaba al Señor y sabía que mi salvación era real, pero las dudas bombardeaban mi mente. Me pregunté si estaba en la religión equivocada”.

“Mi confusa mente hizo un plan. Iría a la biblioteca y leería acerca de todas las religiones, desaprobándolas una por una, hasta que sólo quedara la cristiana. Yo debía estar actuando muy extraño, porque después de uno de mis viajes a la biblioteca, la encargada llamó a Jack y le dijo que algo estaba mal conmigo. Él me pidió que no regresara. No lo hice, pero cada vez que visitaba a mi mamá, escondía un libro de la enciclopedia en la pañalera. Me puse tan mal que no podían dejarme sola. Cada día antes de ir a trabajar, Jack nos llevaba a mí y a la bebe para que nos quedáramos con mi mamá. Ella hizo todo lo que pudo, pero nada ayudaba”.

Después de varios meses sin mejoría, Jack localizó a un Psiquiatra cristiano en Fort Worth, TX. Él le dio consejería a Peggy Joyce por algún tiempo antes de sugerirle un tratamiento de choque. No muy convencidos, accedieron. Los tratamientos de choque hicieron que perdiera su memoria a corto plazo. Pero cuando su memoria regresó, continuaba tan atormentada como siempre.

Momentos desesperados

La pesadilla continuó por dos años más, al tiempo que Peggy Joyce dio a luz a un hijo. El miedo y la depresión continuaban acechándola. Ahora sin saber que más hacer, Jack la llevó nuevamente a un psiquiatra y le dijo: “no me importa cuánto cueste—te pagaré. Sólo haz que se recupere”.

El doctor le explicó: “Nadie sabe la causa de su enfermedad mental así que todo lo que haremos es tratar los síntomas. Ella tendrá que usar antidepresivos por el resto de su vida y puede que termine internada en una clínica”.

Por primera vez, Jack sintió como el pánico crecía en su interior. Él había puesto su fe en los doctores y ellos no tenían respuestas. Pensando acerca de la situación de día y de noche, finalmente llegó a la única conclusión posible; se había casado para bien, y para mal. Los primeros años habían sido mejores de lo que alguna vez podría imaginar; ahora estaban atravesando lo malo. Su meta sería cuidarla por el resto de su vida y mantenerla por fuera de un manicomio.

Durante ocho largos años Peggy Joyce fue atormentada diariamente. Desesperada, sintió darse por vencida, y caminando una noche muy oscura, miró al cielo y clamó de corazón al Señor.

“Dios, te he buscado en cada lugar dónde se pueda buscar. Si todavía estás allí, encuéntrame y llévame de regreso”.

La luz del Señor

Dos días más tarde, Jack le informó que estaba yendo a Nueva Orleans para un seminario laboral. Peggy no se podía quedar sola, así que fue con él. La primera noche del viaje se quedaron en la casa del mejor amigo del bachillerato de Jack y su esposa.

“Tenemos mucho para contarles” les dijo la pareja. “Hemos recibido el bautismo en el Espíritu Santo”.

Jack y Peggy Joyce se sentaron la mitad de la noche escuchando y haciendo preguntas. Por primera vez en ocho años. Peggy Joyce se sintió emocionada.

La noche siguiente se quedaron en la casa del primo de Peggy. Tan pronto como llegaron, su esposa empezó a hablarles acerca del Espíritu Santo. Y al día siguiente, Jack y Peggy Joyce no pudieron hablar de nada más. Cuando llegaron a Nueva Orleans, buscaron una librería Cristiana y compraron un par de libros acerca del tópico.

Peggy Joyce recuerda: “No había leído nada por placer en ocho años, pero estábamos tan emocionados que leímos toda la noche y luego Jack se levantó y fue al seminario. Tan pronto como terminamos los libros, compramos más. Antes del final de la semana, los dos habíamos recibido el bautismo en el Espíritu Santo”.

“En el momento en el que recibí el Espíritu Santo, fui libre”. Peggy nos relata: “Tan pronto llegué a la casa, tiré todos mis medicamentos. Me di cuenta que todo lo que habíamos hecho hasta que clamé al Señor había sido mental. Durante los siguientes dos años, caminé en una burbuja de paz. Estaba tan feliz, ¡que lloraba de alegría! La vida con Jack era como vivir en una luna de miel”.

Después, un día, los miedos regresaron. Peggy nos dice: “Sabíamos un poco acerca del Espíritu Santo, pero nada acerca de la guerra espiritual. El tormento era peor de lo que había sido; corrí al botiquín buscando frenéticamente por algún antidepresivo. No había nada y me sentía como cayendo a un pozo. Me sentía tan loca que me olvidé de esos dos años de paz”.

Liberando a los cautivos

Alguien le sugirió a Peggy Joyce ir a ver un pastor que lidiara con liberaciones.

“No seré un cazador de demonios”, declaró Jack.

Pero a medida que el tormento continuó, finalmente dijo: “haré cualquier cosa”.

El pastor ejerció su autoridad espiritual para romper el poder de opresión que estaba sobre Peggy Joyce, y todo el miedo y la confusión se fueron.

Ya de regreso en sus cinco sentidos, Peggy Joyce escuchó mientras el pastor les explicaba cómo podía mantenerse libre. Y la envió a casa con pilas de casetes de enseñanzas de Kenneth Copeland y otros ministros. Los dos devoraron los casetes y luego pidieron más.

Peggy Joyce invirtió varios meses con su Biblia y una libreta mientras el Señor le enseñaba acerca de la guerra espiritual. Se dio cuenta que el enemigo había continuado atándola porque ella no sabía cómo llevar sus pensamientos cautivos, y porque no había hecho una decisión firme acerca de hacer la Palabra de Dios su autoridad final.

“Antes de ir al apartamento de esa mujer, jamás había sido una persona negativa o miedosa” continúa Peggy Joyce. “Pero desde ese día, había sido bombardeada con miedo, negatividad y pensamientos confusos. Mi mente había sido llena con espíritus hostigadores, dudas y miedos—día y noche”.

Dirigiéndola a meditar en 2 Corintios 10:5: «Y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo», el Señor le dijo a Peggy Joyce que intercambiara cada pensamiento negativo y miedo que viniera a su mente con Su Palabra.

Ella nos comparte: “Gracias a Dios por ese pastor que nos dio los casetes de Kenneth Copeland. Nunca habíamos oído acerca de él. Exactamente cuando Dios me dijo que intercambiara mis pensamientos negativos y de miedo, el hermano Copeland vino y me enseñó cómo hacerlo. También aprendí de él acerca de la autoridad del creyente y cómo resistir al diablo. Él fue la primera persona a la que escuché enseñar acerca de que Dios es bueno. Recuerdo que me arrodillaba y le agradecía a Dios por la liberación. Sabía que Dios estaba usando al hermano Copeland para ayudarme”.

Manteniendo la Victoria

“Jack y yo no podíamos esperar a recibir la revista cada mes. Lo escuchábamos en el radio y fuimos a la Convención de Creyentes del Suroeste en Fort Worth. A medida que aprendía a vivir por fe y llevar cautivos mis pensamientos, la montaña rusa en la que había estado se detuvo. Fui liberada a través de la autoridad de otro hombre, pero el hermano Copeland me ayudó a aprender a mantener esa victoria.

Por 10 largos años, desde 1962 hasta 1972, Peggy Joyce estuvo atormentada. En 1976, Dios llamó a Jack y a Peggy Joyce a comenzar una iglesia en Brownwood, Tx. Durante 30 años fueron pastores en Living Word (Palabra Viva). Peggy Joyce enseñó cada miércoles en la noche, ayudando a que otros cautivos fueran libres.

En el 2000, Dios la guió a escribir un libro, “Psalm 91: God´s umbrella of protection” (El Salmo 91: la sombrilla de protección de Dios). El libro fue publicado simultáneamente con los ataques terroristas de las torres gemelas y el Pentágono, el 11 de Septiembre de 2011. Desde entonces, ha publicado más de ocho libros, la mayoría de ellos acerca del Salmo 91 y muchos de ellos contando su testimonio. Hoy, más de dos millones de copias de sus libros han sido impresos por todo el mundo.

Un día, Peggy Joyce constestó el teléfono de su casa; había estática en la línea telefónica mientras un hombre gritaba para que lo escuchara: “No tenemos libros suficientes para llevar a todas partes, ¡necesitamos más!”, le dijo. Él era un soldado peleando en Irak. Feliz, Peggy Joyce organizó el envío de libros a soldados en la línea de fuego.

En su nuevo rol de abuela, y aparentemente con la suavidad de un santo, Peggy se ha vuelto una especie de Clark Kent—el personaje de Superman. Ya libre y sin miedo, Peggy Joyce Ruth le ha ganado la batalla al temor.  


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