Comencé a decirlo a comienzos del 2012, y seguiré diciéndolo porque lo escuché de parte del SEÑOR y son muy buenas noticias: ¡Este será el mejor año, el más sobresaliente que hayamos experimentado! Es una época de gran riqueza y de grandes oportunidades. Es un momento para gloriosos “de repentes”, para la recuperación completa de todo lo que se ha perdido y una liberación del incremento celestial.
Este año será tan emocionante y tan lleno de bendiciones que te alcanzarán que, cuando haya terminado, en lugar de alegrarte como lo hemos hecho demasiado frecuentemente en el pasado, ¡no querremos dejarlo ir!
“Oh, hermano Copeland, me gustaría creerlo”, podrías decir. “Pero las cosas no lucen muy bien todavía. Mis circunstancias son tan malas como lo fueron a estas alturas el año pasado y no veo cómo cambiarán. ¿Crees que lo que dijo el SEÑOR sobre el 2012 realmente aplica en mi situación en particular?
Lo que yo crea realmente no importa. Por el contrario, lo que tú crees es lo que cuenta. Todo lo que puedo decirte es que el día que el SEÑOR me dio esa palabra, me dijo específicamente que no era solo para mí y mi familia. Me dijo que era extensiva para todos aquellos que la creyeran y se aferraran a ella. Entonces, si no estás disfrutando su cumplimiento, no es porque Dios no te haya incluido.
“Bueno, ¿cuál es el problema entonces, hermano Copeland?”
Ya lo has identificado. Dijiste: “no veo” el 2012 como un gran año.
¡La visualización es de vital importancia! Es por eso que, al mismo tiempo que el SEÑOR me dijo lo maravilloso que sería este año para Su pueblo, también me advirtió: Diles que enfoquen su mirada en Mí. Tengo un plan… ¡y ellos pueden formar parte!
Aunque esas instrucciones me las dio el Espíritu Santo para este año, no son nada nuevo. Las encontramos en la Biblia repetidas con frecuencia. Por ejemplo, mira lo que Dios le dijo a Josué cuando estaba a punto de guiar a los israelitas a la Tierra Prometida: «Procura que nunca se aparte de tus labios este libro de la ley. Medita en él de día y de noche, para que actúes de acuerdo con todo lo que está escrito en él. Así harás que prospere tu camino, y todo te saldrá bien.» (Josué 1:8).
De acuerdo con ese versículo, debes “meditar” (o poder visualizar en tu mente) conforme lo que Dios dice sobre tu prosperidad y éxito antes de poder experimentar los resultados. No podrás tenerlo sin antes verlo.
Piensa en la situación a la que se enfrentaba Josué cuando el SEÑOR le dio esas instrucciones y podrás entender cuán cierto es. Estaba a punto de ingresar a Canaán y luchar contra un enemigo que no había visto en unos 40 años. Recordaba los gigantes de esa tierra de tal tamaño que casi no parecían humanos. Vivían en ciudades amuralladas que parecían imposibles de conquistar.
¡Se trataba de un asunto serio! En camino hacia la batalla, cada fragmento de inteligencia militar que Josué tenía representaba malas noticias. El único equipo de reconocimiento del que había recibido noticias había descrito al enemigo como absolutamente invencible. ¿Qué haría?
Si hubiese actuado como la mayoría de las personas, Josué se habría enfocado en sus imágenes mentales negativas. Habría examinado los problemas que presentaban las murallas de la ciudad y pensado: ¡No veo cómo alguna vez lo lograremos! Habría sido derrotado antes de comenzar.
Pero Dios se apodero de él y redirigió su mirada. Él dijo: “Josué, mírame! No mires al enemigo. No mires las circunstancias. Yo Soy a Quien debes prestarle atención. Pon tus ojos en Mí y medita día y noche en Mi PALABRA. Ponla en tu boca y no digas nada más. No pienses en nada más. Mírame hasta que puedas visualizar qué hacer.”
Por supuesto, Josué obedeció. Siguió escuchando y escuchando La PALABRA. Siguió meditando sobre el hecho de que Dios le había dicho:
• «…Voy a darles cada lugar donde pongan los pies.» (Josué 1:3).
• «Mientras vivas, nadie podrá hacerte frente, porque yo estaré contigo como antes estuve con Moisés. No te dejaré, ni te desampararé.» (versículo 5).
• «Esfuérzate y sé valiente, porque tú serás quien reparta a este pueblo, como herencia, la tierra que juré a sus padres que les daría.» (versículo 6).
• «Escucha lo que te mando: Esfuérzate y sé valiente. No temas ni desmayes, que yo soy el Señor tu Dios, y estaré contigo por dondequiera que vayas.» (versículo 9).
A medida que enfocó su atención en esas palabras, Josué comenzó a verlas materializarse, no con sus ojos físicos, sino con su mente. Él llenó sus ojos de Dios. Él llenó su boca de Dios. Él llenó su corazón de Dios. Luego, salió y conquistó a los cananeos de izquierda a derecha. Se enfrentó a todas las batallas sin miedo porque ya había visualizado la victoria. ¡La había ganado dentro de sí mismo antes de ir a pelear!
Si Jesús puede hacerlo, tú también
Aunque no todos tenemos exactamente la misma tarea que Josué, Dios nos ha dado a todos esencialmente las mismas instrucciones. Nos dice en Proverbios 4:20-22 «Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo».
Hebreos 12:1-2 lo dice de esta manera: «Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.»
Debido a que Jesús es la PALABRA hecha carne, cuando enfocamos nuestros ojos en Él, estamos enfocados en La PALABRA; y cuando mantenemos nuestros ojos en La PALABRA, los estamos enfocando en Él. Entonces, déjame preguntarte algo:
¿Qué estás visualizando este año? ¿Qué estás viendo?
¿Estás viendo tus fracasos pasados? ¿Estás viendo tus circunstancias actuales? ¿Estás viendo tus miedos del futuro? ¿O están tus ojos enfocados en Jesús y la PALABRA de Dios?
“Bueno, trato de mantener mi atención en Jesús, pero mis circunstancias me distraen demasiado. Simplemente, no puedo hacerlo.”
¡Sí, sí puedes! La biblia dice: «Pero el que se une al Señor, es un espíritu con él.» (1 Corintios 6:17), así que tienes el espíritu de Jesús dentro de ti. Cuando naciste de nuevo, recibiste Su fe en la misma medida. Él ha enviado el mismo Espíritu Santo que lo empoderó a Él a empoderarte. Entonces, si Jesús pudo menospreciar, es decir, “no prestarle atención o no delegar autoridad en”, el oprobio y mantener el foco en el gozo de Dios, entonces tú puedes hacer lo mismo con las circunstancias contrarias que vienen en tu contra.
“Pero hermano Copeland, ese era Jesús, ¡Él era Dios!”
Lo sé, pero Él no hizo esas cosas como Dios. Cuando vino a la Tierra, se despojó de sus privilegios divinos y actuó como el Hijo del Hombre. Se sujetó a todo lo que tú y yo estamos sujetos y dijo:
«…el Padre, que vive en mí, es quien hace las obras.» (Juan 5:19).
A veces leemos esas escrituras y pensamos que Jesús veía al Padre de una manera diferente a como lo hacemos nosotros. Creemos que Él podía ver a Dios con sus ojos físicos. Sin embargo, eso no es cierto. El Padre era tan invisible para Jesús en el mundo natural y físico como lo es para nosotros.
Entonces, Jesús tuvo que hacer lo mismo que Josué hizo. Él tuvo que hacer lo que nosotros tenemos que hacer. Tenía que permanecer en La PALABRA de Dios, escucharla y meditar en ella, hasta que pudiera “ver” algo.
Si eso te suena extraño, como si fuera una habilidad súper espiritual con la que no puedes relacionarte, déjame asegurarte que lo haces todos los días. Y yo también.
Por ejemplo, puedo cerrar los ojos ahora mismo y ver con perfecta claridad la casita que Gloria y yo compramos en 1986 en las montañas de Colorado. Puedo ver el camino de entrada serpenteando en frente. Puedo visualizar la ventana panorámica en la sala, la cual enmarcaba a la perfección la montaña de esquí al lado opuesto del valle. Puedo ver el patio desde el porche delantero y las baldosas color anaranjado oscuro en el área de ingreso de la puerta lateral, donde te quitas tus botas sucias y otros accesorios.
Estoy visualizando esa pequeña casa en este momento y, en cierta medida, tú también lo estás haciendo al escuchar mi descripción. ¿Pero, sabes qué? ¡La casa ya no existe! La vendimos en 1999, y el muchacho que la compró la demolió con una retroexcavadora.
Pero, todavía podemos verla, ¿verdad? Podemos convertir las palabras en imágenes internas y ver con los ojos de nuestra mente… lo cual no es gran cosa cuando todo lo que estamos viendo es una pequeña casa montañesa en Colorado. Pero, cuando miramos a Jesús y la verdad de Su Palabra, todo cambia.
Soy una prueba viviente de ello.
De pobre a próspero
Hace unos 45 años, cuando El Señor comenzó a prepararme para predicar y me dijo que fuera a la Universidad Oral Roberts (ORU por sus siglas en inglés), me veía como un fracaso total. Había fallado en todo lo que había intentado hacer, grandiosa y miserablemente. Cuando me casé con Gloria, estaba tan endeudado, tan quebrado y tan desprovisto de perspectivas que había creado mi propia economía personal del tercer mundo.
Después de haber perdido dinero en todas las empresas que había emprendido, realmente no quería probar nada nuevo porque sabía de antemano que fracasaría. Tan solo agregaría un nuevo problema que necesitaría solucionarse.
Sabía que así sería porque podía visualizarlo. Tenía mi mirada en el fracaso y me enfocaba en éste todo el tiempo.
Como resultado, cuando comencé las clases en ORU, nuestra familia lo necesitaba todo. Nuestro auto estaba completamente desgastado. Tenía un traje que había sido alterado tantas veces que ya no se veía bien. Acabábamos de mudarnos a una casa tan destruida, que Gloria se negó a desempacar durante dos semanas. Teníamos dos niños pequeños que criar y no teníamos dinero en el banco.
Entonces, un día, oí al hermano Kenneth E. Hagin predicar Gálatas 3:13-14: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los no judíos…»
En ese momento no sabía qué era LA BENDICIÓN de Abraham, pero decidí que, si me pertenecía, sería mejor que lo comprobara. Así que abrí mi Biblia y comencé a leer acerca de ella. Lo que encontré me sobresaltó tanto que no tuve el valor para terminarlo. Cuanto más leía, más rico se volvía Abraham.
¡Oh Señor, esto no puede ser correcto! Pensé. Yo soy el mismo Señor Fracaso. ¿Cómo puedo vivir en ese tipo de BENDICIÓN?
Por un tiempo, repetía eso cada vez que lo leía. Luego, volvía y leía lo mismo otra vez. Seguí enfocando mi mirada en ese texto.
También lo puse en mis oídos. Fui a la sede del hermano Hagin, recogí todas las cintas de enseñanza que tenía disponibles en ese momento y pasé siete días en el garaje escuchándolas. Estaba tan concentrado en LA PALABRA que le había dicho a Gloria: “Cuando la cena esté lista, avísame. Si no estoy allí en cinco minutos, tú y los niños coman.”
Por la noche me iba a dormir y a la mañana siguiente volvía al garaje y encendía de nuevo la grabadora. Cuando el hermano Hagin citaba una escritura, detenía la máquina, buscaba el versículo y lo leía. Tampoco leía solamente un versículo; leía todo el libro en la Biblia.
Mientras más leía, escuchaba y veía lo que había en esas cintas y en las Escrituras, más se acrecentaba su imagen en mí. Comencé a ver las cosas como Dios las ve, mirando a través de Sus ojos. Comencé a escuchar a través de Sus oídos.
Un día lo capté. Salí corriendo a la casa con mi Biblia abierta en Gálatas 3, gritando: “¡Gloria, mira! ¡Mira esto! ¡Somos ricos! ¡Somos ricos! Dios mío, mujer, ¿entiendes esto? Según esta PALABRA, somos ricos ahora. ¡Es solo cuestión de tiempo!”
De repente, ya no me vi como un hombre pobre. No me vi a mí mismo como un fracaso camino a otro fracaso. ¡Me vi BENDECIDO!
Por supuesto, ese no fue el final del asunto. Tendríamos que permanecer en esa revelación. La fe proviene del escuchar La PALABRA, así que tuvimos que seguir meditando La PALABRA y dejar que nuestra fe se hiciera más fuerte. Mientras lo hicimos, Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, siguió desarrollándonos.
Una vez que comenzamos en el ministerio, yo estaba predicando casi siete días a la semana, a veces dos o tres veces al día; Dios me dijo que empezara a salir en la radio. ¿Sabes cuál fue mi primera respuesta? “SEÑOR, ¡simplemente no veo cómo lo haré!” (¿Te suena familiar?) “Estoy ocupado día y noche con lo que ya tengo. terminaré grabando cintas de radio en medio de la noche.”
Por un tiempo, eso es exactamente lo que hice… porque era todo lo que podía visualizar.
También luché con el aspecto financiero. El presupuesto de nuestro ministerio para todo el año en ese momento era de $ 350.000. Si seguía las instrucciones de Dios (lo que hice) y si saliera en todas las estaciones de radio del evangelio en América del Norte (lo que hice), mi factura de radio sólo sería de $400.000 (y lo fue). Le había prometido al Señor que no usaría mi tiempo al aire para pedir dinero. ¿Cómo pagaría la factura?
Yo no sabía. Así que permanecí en las Escrituras y medité un poco más la Palabra de Dios. Mientras lo hacía, aprendí a concentrarme en mis propias ofrendas y comencé a visualizar cómo llegaría el dinero. Pensaría: ¡Sí! Así es, tal cual. ¡Puedo verlo!
Entonces el SEÑOR me dijo que saliera por televisión. Al principio, tampoco podía imaginarme cómo lo haría. Pero puse mi mirada de nuevo en La PALABRA y en poco tiempo pude verlo, y desde entonces hemos estado en ese medio.
Tú puedes hacer lo mismo en tu vida. Si no has visto las cosas gloriosas que Dios prometió para el 2012, puedes cambiar el rumbo. Puedes comenzar ahora mismo declarando esta confesión de todo corazón:
SEÑOR, creo que este es un año de grandes oportunidades para mí. Creo que es un momento de grandes bendiciones y de gloriosos “de repente”. Creo que la Bendición de Abraham es mía a través de Jesucristo y que la Bendición me hace rico en todos los sentidos. Te abro mi corazón, Señor Jesús. Déjame saber cómo cambiar y qué cambiar en mi vida. Estoy esperando tus órdenes. He puesto Tu Palabra en primer lugar. Yo le presto atención. Inclino mi oído a tus palabras. Es mi voluntad, Señor, decir solo lo que te oigo decir y hacer solo lo que te veo hacer. Me regocijo ahora, sabiendo que al meditar Tu PALABRA de día y de noche, comenzaré a ver este año como el mejor que haya tenido: un año de prosperidad y éxito que te glorificará.
Lo recibo y te agradezco ahora en el Nombre de Jesús. ¡Amén y amén!