Espero que no pases demasiado tiempo escuchando la negatividad de las noticias que se transmiten en la actualidad. Está tan saturado de reportes acerca de las cosas malas que la gente hace y del mal que se propaga desenfrenadamente en el mundo, que puede hacerte sacudir la cabeza en desaliento. Es posible que te tiente decir: “¿En qué época vivimos?”
¿Alguna vez te has hecho esa pregunta?
Yo ciertamente me la he hecho. Sin embargo, me alegra informarte que he descubierto la respuesta… y es buena. Se trata de una respuesta que no proviene de los noticieros y su negatividad sino de alguien mucho más confiable y sabio: ¡El Señor Jesucristo!
Él nos dijo cuando caminó en esta Tierra en qué tipo de época vivíamos. Lo anunció una y otra vez durante Su ministerio terrenal:
«El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor.» (Lucas 4:18-19).
La frase “el año de la buena voluntad del Señor” se identifica en la Biblia Amplificada, Edición Clásica, como el día en que la salvación y los favores gratuitos de Dios abundan profusamente. Ese es el día en que vivimos; se trata de esa época.
¡Vivimos en el día en el que sobreabundan profusamente la salvación y los favores gratuitos de Dios! Vivimos en el día de la gracia de Dios, cuando Su reino se manifiesta en la Tierra, y todos los que crean podrán disfrutar de Sus maravillosos beneficios, no sólo en pequeña medida, sino también en abundancia.
La palabra profusa es maravillosa. Según el diccionario, se refiere a “aquello que se da libremente y en gran cantidad, a menudo en exceso”. Significa “lujoso, excesivo o abundante”. En otras palabras, nos describe el tipo de vida que Jesús vino a darnos.
Él dijo en Juan 10:10 que vino para que «tengan vida, y para que la tengan en abundancia.» y vemos en los Evangelios que Él siempre ministró esa vida con generosidad a las personas. Nunca dejó ni a un ciego ni a una persona enferma sin sanarla cuando acudían a Él en búsqueda de sanidad. Nunca dejó a un leproso con lepra. Cada vez que alguien sufría a causa de algún yugo de esclavitud, de recibirla, Su unción siempre destruiría ese yugo y los libraría.
Jesús nunca retuvo la BENDICIÓN de Dios de las personas. Nunca les hizo difícil recibir. Por el contrario, ¡era fácil recibir de parte de Jesús!
Cuando visitó la casa de Simón Pedro y descubrió que la suegra de Pedro estaba enferma, oró por ella y ella se levantó sanada (Lucas 4:38-39). Cuando Jairo se acercó a Él a la orilla del mar y le pidió que fuera a su casa e impusiera las manos sobre su hija moribunda, Jesús lo hizo. Y aunque la niña murió antes de que llegaran, la tocó y la pequeña resucitó (Marcos 5:22-42).
Cuando la mujer con el problema del flujo de sangre presionó para atravesar la multitud que lo rodeaba y dijo: «Si alcanzo a tocar aunque sea su manto, me sanaré.», la Unción fluía desde Él tan profusamente que en el instante en que ella lo tocó, se sanó de inmediato. (Marcos 5:28-34).
Cuando bajaba de la montaña con multitudes que le seguían, el leproso se postró ante él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.» Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio.» Y al instante, su lepra desapareció.» (Mateo 8:1-3).
Hechos 10:38 dice: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo
» ¿Por qué los sanó a TODOS? Porque, como dice el final del versículo, “Dios estaba con Él”. ¡Y Dios es, y siempre ha sido, profusamente BUENO!
El tiempo se está acabando
“Pero Gloria”, podrías decir, “Jesús hizo todas esas cosas hace 2.000 años. Ocurrieron cuando estuvo físicamente aquí en la Tierra.”
Sí, es correcto. ¿Pero, qué diferencia tiene? Según Hebreos 13:8: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos.» Él no cambió después de finalizar con Su ministerio terrenal y ascender al cielo. Él no redujo Su bondad tan generosa.
¡Por el contrario! En el día de Pentecostés, en Hechos 2, Él derramó la BENDICIÓN de Dios con más abundancia que nunca. Envió un derramamiento del Espíritu Santo tan prolífico que recayó en el aposento alto en Jerusalén y se apoderó de todas las personas en la calle.
Desde entonces, Él ha expandido Su ministerio exponencialmente, enviándonos a todos nosotros al mundo, como creyentes, para que seamos Sus testigos. Nos ha equipado con la misma Unción del Espíritu Santo en la que confió en Su ministerio. Él nos ha comisionado y nos ha dado el poder de hacer lo mismo que Él, haciendo el bien y manifestando el reino de Dios. Como dijo en Mateo 28:18-20: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.»
¡Ahora es nuestro turno de ser aquellos a través de quienes el reino de los cielos irrumpe generosamente en las vidas de las personas! Ahora estamos ungidos para sanar a los enfermos, llevar la liberación a los cautivos y proclamar el día en que abundan profusamente la salvación y los favores de Dios.
Estas son las buenas noticias: ¡todavía estamos viviendo en ese día! A pesar de toda la oscuridad que vemos en el mundo que nos rodea, el reino de Dios está en nosotros y entre nosotros (Lucas 17:21, AMPC), y la puerta está abierta de par en par. Dios todavía está diciéndoles a través de nosotros a todos los hombres que “cualquiera que lo desee” puede creer en Jesús, entrar y ser BENDITO.
Sin embargo, este día no durará por siempre. Como dijo Jesús, esta era llegará a su fin, y ahora ese final está más cerca que nunca. Jesús vendrá pronto para raptar a Su Iglesia y, cuando lo haga, después de más de 2.000 años de favores que abundan profusamente de Dios, esta época finalizará.
Antes de que eso suceda, queremos asegurarnos de que todos en el mundo hayan escuchado el Evangelio. Queremos recoger la totalidad de la cosecha del fruto de la Tierra. Cuando salgamos de aquí hacia el cielo, queremos llevarnos a todos los que deseen ir.
¡Pero no nos queda mucho tiempo para hacer ese trabajo!
Estamos en la etapa final de los últimos días. El fin de este mundo se está acercando rápidamente, y todavía tenemos muchas personas por alcanzar.
¿Cómo las alcanzaremos?
Bueno, ciertamente no podremos hacerlo en nuestras propias fuerzas. La tarea es demasiado grande. Incluso con las posibilidades grandiosas que nos ofrece la tecnología en la actualidad, la radio, la televisión, los satélites y los aviones que pueden transportarnos por todo el mundo para predicarle a las personas, si tuviéramos que ganar este mundo de forma natural, nunca podríamos lograrlo.
Pero, alabado sea Dios, no estamos limitados sólo a lo natural. Podemos operar en lo sobrenatural. Debido a que hemos sido resucitados junto con Cristo y sentados con Él en lugares celestiales (Efesios 2:6), podemos cumplir nuestra misión en la Tierra al operar en la autoridad que Él nos ha dado en el reino celestial.
De la Oficina Oval a la Sala del Trono de Dios
¡Tan solo piensa en el gran poder que tenemos disponible como creyentes! Formamos parte del gobierno celestial de Dios. Podemos permanecer en Él, dejar que Su Palabra permanezca en nosotros, y pedir lo que queramos y así se hará por nosotros (Juan 15:7). Podemos acudir confiadamente al trono de la gracia de Dios en cualquier momento que deseemos y recibir lo que necesitemos para llevar a cabo lo que Él nos ha encomendado (Hebreos 4:16).
¡Una vez estaba meditando al respecto y me di cuenta de que no puedo acercarme a ese tipo de poder en lo natural! No puedo entrar a la Casa Blanca cuando se me antoje. No puedo simplemente entrar confiadamente en la Oficina Oval, y esperar que el presidente haga lo que le pida.
Visité la Casa Blanca hace unos años con Billye Brim, pero no nos permitieron entrar a la Oficina Oval. Aunque era de noche y no había nadie, había una cuerda que atravesaba la puerta indicando que el acceso estaba restringido.
Sin embargo, lo que pudimos hacer fue tomar nuestro lugar en la sala del trono de Dios. Pudimos ponernos de acuerdo en que se haga Su voluntad en esa oficina en la Tierra como en el cielo. Y eso es lo que hicimos. Nos arrodillamos y subimos a una oficina superior en autoridad. Pusimos nuestras manos bajo la cuerda sobre la alfombra de la Oficina Oval y oramos… y oramos… y oramos.
“¿Realmente crees que lograron algo bueno?” podrías preguntar.
¡Ciertamente! Como creyentes somos coherederos con Jesús. Nos sentamos juntos con Él en el reino de Dios, y Él nos dijo en Mateo 18:18-19: «De cierto les digo que todo lo que aten en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo. Una vez más les digo que, si en este mundo dos de ustedes se ponen de acuerdo en lo que piden, mi Padre, que está en los cielos, se lo concederá.»
Somos los embajadores del reino de Dios. Estamos autorizados a operar en Su reino mientras estamos aquí en la Tierra para liberar a las personas, hacer que la voluntad de Dios se cumpla y declarar palabras ungidas que cambiarán los gobiernos y las naciones, y librarán a las personas.
En realidad, ¡ese es nuestro llamado!
Hemos sido llamados por Dios para cambiar las cosas en este mundo. Hemos sido enviados por Él para sacar a las personas del dominio de las tinieblas y llevarlas al reino de Dios. Para darles las buenas noticias y decirles: “No tienes que quedarte donde estás. No tienes que vivir esclavo del pecado y del sistema de este mundo. No tienes que vivir en la pobreza, la enfermedad y la derrota. ¡Puedes vivir en el reino de Dios!”
Obviamente, ninguno de nosotros como individuos puede alcanzar a todo el mundo con ese mensaje. Pero, todos nosotros podemos cooperar con Dios y cumplir nuestra parte de la misión. Todos podemos hacer lo que Él nos diga que hagamos, aunque a veces parezca imposible en lo natural.
¡He aprendido tanto de la lectura de la Biblia como de la experiencia personal, de que Dios con frecuencia le dice a Su pueblo que haga cosas imposibles!
Le dijo a Moisés, por ejemplo, que emprendiera la tarea (aparentemente imposible) de ordenarle a Faraón que librara a los israelitas. Recordando al soldado egipcio que había asesinado y los 40 años que había pasado escondido en el desierto, Moisés preguntó: “Señor, ¿quién soy para ir ante Faraón?”
«Ciertamente yo estaré contigo.» le respondió El Señor. (Éxodo 3:12, RVA-2015).
Dios le dijo lo mismo a Gedeón después de haberlo llamado a asumir la tarea (aparentemente imposible) de conquistar a los enemigos de Israel. Cuando Gedeón dijo: “¿Quién soy yo para hacer esto?” Él respondió: «Ciertamente yo estaré contigo» (Jueces 6:16, RVA-2015).
¿Qué quiere decir Dios cuando dice: “Estaré contigo”?
¡Significa que Su Unción estará presente en ti y sobre ti, y te dará el poder de hacer lo que Él te diga que hagas! Quiere decir que no te dejará solo. Él trabajará en ti y a través de ti para que puedas decir, como lo hizo Jesús cuando estuvo en la Tierra: «El Padre, que vive en mí, es quien hace las obras.» (Juan 14:10).
Por supuesto, para poder decir eso, debes desconectarte del reino del mundo y conectarte con el reino de Dios. No puedes vivir en la cornisa, caminando un poco en un reino y un poco en el otro. Eso no funciona.
Sin embargo, es lo que muchos creyentes intentan hacer. Ellos nacen de nuevo en el reino de Dios y luego siguen viviendo la vida en lo natural. Siguen pensando como piensa el mundo y dependiendo del sistema del mundo.
Si queremos operar en el reino de los cielos y ver el poder de Dios manifestado en nosotros y a través de nosotros, no podemos hacerlo de esa manera. Debemos renovar nuestras mentes para pensar como Dios piensa. Debemos descubrir lo que Él dijo en Su Palabra y obedecerlo.
Por ejemplo: cuando se trata de finanzas, si queremos prosperar de manera sobrenatural, debemos obtener el programa de Dios. Debemos sembrar al espíritu diezmando y ofrendando. En lugar de ponernos a nosotros mismos primero y enfocarnos solo en nuestras propias necesidades, debemos poner a Dios primero en nuestras finanzas, apoyarnos en Sus promesas de prosperidad y operar por medio de la fe.
¡Dios tiene un plan financiero para esta época que es mayor que cualquier cosa que hayamos visto! Él sabe cuánto dinero nos costará predicar el evangelio a cada criatura en este mundo, y lo tiene todo listo para nosotros. Él dijo en la Biblia: «las riquezas del pecador las hereda el hombre justo… Habéis acumulado tesoros para los días finales.” (Proverbios 13:22 RVC; Santiago 5:3, RVR 1995).
¡Los últimos días están aquí, ahora, y la transferencia de riqueza del final de los tiempos ha comenzado! Asegúrate de recibir tu parte. Opera de acuerdo con los principios de prosperidad del reino de Dios, ayudando a financiar esta última gran cosecha de almas y aprovecha cada oportunidad para decirle a todos qué clase de día pueden vivir. Proclama la buena noticia: ¡este es el día en que la salvación y los favores gratuitos de Dios abundan profusamente!