Un veneno espiritual ha inmovilizado a muchos creyentes hoy en día. Obra de manera tan sutil, que la mayoría ni siquiera sabe qué es lo que está sucediendo. Este veneno es más que peligroso. Es mortal. De hecho, es el arma número uno que Satanás usa para bloquear la efectividad de nuestra vida y ministerio.
Se trata de la decepción.
La Biblia se refiere a este veneno como: «una esperanza frustrada» (Proverbios 13:12, NIV) y nos dice cómo opera: «La esperanza frustrada aflige al corazón». Une esa escritura con Proverbios 4:23: «Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente de la vida», y entenderás porqué la decepción es tan devastadora. Ésta golpea en el centro de tu ser y poluciona la fuente de las que emanan tus fuerzas vitales.
La decepción socava nuestra fe
El diccionario Webster’s New World define a la decepción como una “expectativa frustrada”. A medida que he estudiado y orado al respecto, he sido testigo de cómo las expectativas frustradas producen o perpetúan aquellos venenos que manchan la calidad de vida que Jesús murió para darnos. La decepción socava nuestra fe, se roba nuestra visión y bloquea nuestra habilidad de impartir la vida de Dios a los demás. Ésta hará que nos quedemos estancados en el lugar en el que estamos.
Solamente piensa en lo que la decepción puede hacerles a las relaciones y entenderás lo que quiero decir. Los venenos en las relaciones tales como el resentimiento, la amargura, la falta de perdón, los celos y la envidia, todos y cada uno de ellos provienen de la decepción.
Es verdad. ¿No tiendes a amargarte o resentirte con alguien cuando te decepciona profundamente la manera en la que esa persona te trató? Si te quedas atrapado en la decepción y te rehúsas a olvidarlo, se convertirá en falta de perdón. Y ¿qué acerca de la envidia? ¿No es la decepción de no tener algo que alguien más ya tiene?
El diablo usa la fuerza insidiosa de la decepción para envenenar nuestras relaciones y ahogar nuestra línea de provisión de parte de Dios. Las relaciones son los canales que Dios más frecuentemente usa para traer provisión y refresco a nuestras vidas. En lugar de aparecérsenos en una nube pequeña y decirnos con suavidad: “Anímate, mi hijo(a)”, Dios nos animará con frecuencia a través de una de nuestras relaciones. Él hará que alguien nos dé un golpecito en el hombro y nos comparta una palabra de aliento. Sin embargo, cuando nuestras relaciones se llenan de polución, ese canal particular de refresco se cierra.
En 2 Reyes 5 puedes ver lo costoso que esto puede ser. Allí, la Palabra de Dios nos dice que un oficial de alto rango llamado Namán fue a donde el profeta Eliseo para ser sanado de lepra:
«Y Namán fue a ver a Eliseo, y al llegar a la puerta de su casa se detuvo, con sus caballos y con su carro de guerra. Entonces Eliseo mandó un mensajero a que le dijera:
«Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne volverá a ser como antes era, y quedarás limpio de tu lepra.» Pero Namán se enojó y se fue, mientras decía: «¿Cómo? Yo pensaba que ese profeta saldría a verme, y que de pie invocaría el nombre del Señor, su Dios, y luego alzaría la mano y tocaría la parte enferma, y me sanaría de la lepra» (versículos 9-11).
En vez de alegrarse al saber que podría ser sano tan solo lavándose en el Rio Jordán, Namán estaba enojando. Mas bien, estaba furioso. Él esperaba que Eliseo saliera y le impusiera las manos. Sus expectativas fueron frustradas.
La decepción de Namán casi le costó su sanidad. Si sus siervos no lo hubieran convencido de seguir las instrucciones de Eliseo, Namán se hubiera ido a su casa en Siria ese día, no solamente con su decepción y enojo, sino también con su lepra.
Es en los momentos de grandes victorias delante de Dios, que con frecuencia la decepción viene a robarnos lo que Él está a punto de hacer. En los momentos posteriores a esas victorias, la decepción vendrá a robarte el triunfo. Eso fue lo que le pasó al profeta Elías.
Él experimentó una de las victorias más magníficas registradas en el Antiguo Testamento. Puedes leer al respecto en 1 Reyes 18. Allí, la Biblia nos dice cómo Dios, en respuesta a la oración de Elías, envió fuego desde el cielo y demostró a los Israelitas que Él era Dios, destruyendo con espada a 400 profetas de Baal en un solo día. ¡Gloria a Dios; qué milagro!
Aun así, al día siguiente la reina le envió una carta a Elías en la que le informaba que lo mataría. ¿Qué hizo el profeta? Salió corriendo despavorido, se recostó bajo un árbol de enebro y dijo: «Señor, ¡ya no puedo más! ¡Quítame la vida»! Esto sucedió tan solo un día después de que Dios sobrenatural y espectacularmente interviniera en su vida; la decepción convenció a Elías de que su ministerio estaba fallando.
Puedes ver en la experiencia de Eliseo lo peligrosa que puede ser la fuerza de la decepción. Ésta paralizará una persona en el ministerio. Traerá opresión y hará que quieras darte por vencido.
¿Cómo deberías lidiar con esa fuerza tan sutil y devastadora? Podemos empezar examinando lo que Jesús hizo. Él lidió con uno de los grupos de personas más decepcionadas de todos los tiempos—sus propios discípulos. Ellos habían visto la esperanza de su vida colgada, desangrada y muerta en la cruz.
Ciertamente Jesús ya les había dicho que resucitaría de entre los Muertos, pero ellos no lo habían comprendido. Ellos habían esperado que Él estableciera Su reinado terrenal durante la época de sus vidas. Ellos habían entregado sus vidas para eso. Luego, de repente, Él estaba muerto… y sus sueños derrumbados.
En Juan 20 puedes ver el efecto que tuvo en ellos el veneno de la decepción. Los persiguió hasta encerrarlos en un cuarto llenos de temor—temor a los hombres y temor al futuro. Éste inmovilizó sus vidas por completo. Su ministerio se había terminado.
¿Qué hizo Jesús? El versículo 19 nos lo revela. «La noche de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada en un lugar, por miedo a los judíos. En eso llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz sea con ustedes».
Jesús llegó a donde estaban. En el medio de su decepción, se les apareció. Les habló, e hizo que Su resurrección fuera real para ellos.
Muchos creyentes que están sufriendo de decepción hoy en día necesitan esa misma clase de experiencia. No literalmente que Jesús se les aparezca, sino tan solo una demostración fresca de Su poder y presencia en sus vidas. En otras palabras, necesitan pasar tiempo con Él.
Existe muchísima exhortación acerca de proteger nuestro tiempo con el Señor que casi no quisiera mencionarlo. Es algo tan básico y, aun así, el antídoto más poderoso contra el veneno de la decepción. Cuando sales de tu lugar de oración, animado y lleno de poder por la presencia de Jesús, y con una convicción de que puedes hacer todas las cosas a través de Cristo que te fortalece, la decepción simplemente no puede mantenerte atrapado.
Venciendo la decepción
El apóstol Pablo revela otra clave importante para vencer la decepción. Pablo probablemente tuvo más oportunidades de sentirse decepcionado que cualquier otra persona en el Nuevo Testamento. Fue apedreado, se hundió en una barca, fue acusado falsamente y traicionado; estuvo en la cárcel, y aun así no se dio por vencido. En Filipenses 3:13-14 escribió: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!»
Si te quedas en el pasado, te paralizarás. Sin importar cuántas veces te hayas decepcionado o cuantas derrotas hayas experimentado, debes estar dispuesto a olvidarlas. Olvídate de las heridas. También olvídate de tus éxitos pasados. No vivas el hoy en el telón del ayer. ¡Da vuelta la página!
Después, continúa hacia adelante. Prosigue—en las palabras de Pablo. Si alguien alguna vez te dijo que caminar con Dios es fácil, te engañó. Se requiere de enfoque, determinación y de energía para hacerlo. Continuamente debes proseguir hacia la meta del llamado más alto de Dios.
¿Cómo lo haces? Prosigues renovando tu mente con la Palabra de Dios. No te permites pensar de la manera que solías pensar. Al contario, enmarcas tu mundo con Su Palabra, aun cuando las circunstancias parecen contrarias. Y sin importar lo que suceda, no te das por vencido.
No te das por vencido porque nunca estás terminado. Pablo dijo: «yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya». Siempre tienes más por aprender de la Palabra, más conocimiento espiritual que ganar y más victorias por alcanzar. Sin importar cuán lejos hayas llegado, solamente has empezado.
Cuando el desánimo trate de decirte que tu vida se ha terminado, que has alcanzado tan lejos como puedes y que las cosas no saldrán bien, responde: “No, alabado sea Dios, hay más cosas por alcanzar”. Después, prosigue.
Mi amigo, Dios tiene un sueño, un llamado más alto para tu vida. Es tan único para ti como tu personalidad lo es para el Cuerpo de Cristo. Y la Palabra dice que hay un premio guardado para ti, si tan solo alcanzas ese sueño. Yo creo que el premio es la experiencia de Zoé, la vida de Dios fluyendo en ti y a través tuyo. ¿Qué puede ser más precioso?
No permitas que la decepción te robe ese premio. No dejes que envenene la vida abundante por la que Jesús murió. Protege tu corazón al hacer que ese antídoto poderoso obre. Pasa tiempo con Jesús. Olvídate del pasado. Prosigue. Pronto, estarás experimentado el premio glorioso y la promesa de Dios, una vez más.