Una de mis cosas favoritas acerca de la fe en la Palabra de Dios es que siempre funciona. Ésta no produce resultado una vez y después no lo hace una próxima. Es tan confiable como la gravedad: «Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá». (Marcos 11:24). Jesús lo dijo en Mateo 9:29 de esta manera: «Que se haga con ustedes conforme a su fe».
Estas frases son leyes espirituales, las cuáles rigen todas las cosas. Cuando ponemos la Palabra en nuestro corazón, la creemos, la declaramos y actuamos conforme a ella, recibimos lo que Dios ha prometido.
Por otro lado, si no tomamos tiempo para alimentarnos de la Palabra y mantenernos firmes en fe en ella, no la creemos y entonces no recibiremos.
“Pero Gloria”, podrías decir, “¡han habido momentos en los que sé que he orado por algo en fe y aun así no lo recibí!”
Eso también puede ser cierto; sin embargo, no es porque la ley de la fe no haya funcionado. Simplemente es porque en algún momento, dejaste de creer. En algún momento después de que oraste, mientras esperabas por la manifestación de la respuesta, permitiste que la duda minara tu confianza en la Palabra.
El momento más crucial en tu vida de fe es ese tiempo de espera entre el momento en el que oras y el momento en el que recibes aquello que has creído—y es allí donde la mayoría de los creyentes que saben cómo orar se equivocan. Cuando no ven resultados instantáneos (y esto no es algo inusual; de no ser así, no tendríamos que caminar por fe en vez de por vista) ellos empiezan a dudar. Comienzan a decir cosas como: ¿ME PREGUNTO POR QUÉ el Señor todavía no me ha sanado? ¿ME PREGUNTO POR QUÉ Él no ha suplido esa necesidad por la que oré?
Santiago 1:6-7 dice que cuando empezamos a pensar de esa manera, somos como olas movidas por el viento. Vamos de un lado para el otro creyendo y dudando. Somos inestables en nuestra fe y como resultado no podemos recibir nada de parte del Señor. ¡AHORA SABEMOS EL PORQUÉ!
¿Cómo nos aseguramos de no caer en esa condición?
Le agregamos a nuestra fe la fuerza que no se da por vencida: ¡la fuerza espiritual de la paciencia!
La paciencia es un fruto del espíritu que Dios puso en nuestro interior cuando nacimos de nuevo, el ingrediente clave de nuestro éxito espiritual. Nos ayuda a mantener nuestra fe funcionando mientras esperamos por la manifestación de aquello por lo que estamos creyendo en nuestras vidas.
De la misma manera que la fe es la victoria que vence al mundo, la paciencia es el poder que nos hace permanecer espiritualmente estables cuando estamos bajo presión, definida en el diccionario como “una cualidad que no se da por vencida por las circunstancias o sucumbe bajo la prueba”. Es lo opuesto al abatimiento y está asociada con la esperanza. Significa: “Sufrir mucho; ceñirse bajo presión, persecución, angustia y problemas; permanecer firmes; e incluye la idea de tolerancia y resistencia”.
¡Ken llama a la fe y a la paciencia las gemelas poderosas! Cuando tenemos a ambas presentes y operando, siempre logran el objetivo. Por esa razón, el Nuevo Testamento frecuentemente habla de ellas al mismo tiempo. Nos dice una y otra vez:
«y para que no se hagan perezosos, sino que sigan el ejemplo de quienes por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas» (Hebreos 6:12).
«Bien saben que, cuando su fe es puesta a prueba, produce paciencia. Pero procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada» (Santiago 1:3-4).
«corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:1-2).
Fe + Paciencia = Victoria
Nota que, de acuerdo con esos versículos, la paciencia no solamente te ayuda pasivamente a soportar las circunstancias negativas de la vida. Ésta te ayuda sobrenaturalmente a cambiar esas condiciones al sostenerte durante el recorrido completo del proceso de fe.
Ya hemos visto en Marcos 11:24 cómo comienza ese proceso. Encuentras lo que dice la Palabra de Dios y oras de acuerdo por lo que deseas. Mientras estás orando, al creer que recibes, tomas una posición de fe. Tomas la decisión de hablar y actuar de acuerdo con lo que has creído y sales de tu lugar de oración diciendo: “Es mío, lo tengo, ¡AHORA MISMO!”
Desde ese momento en adelante, la paciencia entra en escena y te ayuda a mantener esa actitud. Si pasa el tiempo y nada parece estar cambiando, la paciencia hace que perseveres en tu posición de fe. Te da el poder necesario, aun cuando estés pasando por problemas y dificultades para permanecer gozoso y lleno de expectativa.
Así debes estar después de orar por algo. ¡Debes estar gozoso y libre de preocupaciones!
NO PUEDES ESTAR PREOCUPADO, DEPRIMIDO Y EN FE AL MISMO TIEMPO. No puedes estar lleno de preocupaciones y simultáneamente estar creyéndole a Dios. Para que tu fe se mantenga fuerte, debes mantener tu mente focalizada en la Palabra de Dios: «Descarguen en él todas sus angustias» (1 Pedro 5:7).
De lo contrario, antes de que te puedas percatar, estarás pensando malos pensamientos y desanimándote. Llamarás a tus amigos y les dirás: “No sé lo que voy a hacer con respecto a eso”. Te olvidarás de lo que has creído que recibirás y de que se supone que te mantengas firme en fe en la Palabra de Dios.
¿Qué hacer si caes en esa trampa? Te arrepientes y regresas a la fe y a la paciencia. Vuelves a leer las escrituras sobre las que te mantuviste firme cuando oraste, y restableces tu confesión de fe. A continuación, te mantienes creyendo hasta que tu fe se materializa y aquello por lo que has estado creyéndole a Dios se hace una realidad en tu vida.
Es un proceso sencillo, pero no necesariamente fácil, porque el diablo siempre trata de involucrarse. Como la única manera en la que puede derrotarte es si te das por vencido y dejas de creer, constantemente te bombardea con dudas e incredulidad. Él provoca circunstancias contrarias y trata de convencerte que la Palabra de Dios no funcionará para ti.
Te dirá que esta vez no recibirás tu sanidad, o que te irás a la bancarrota, o que tus hijos se irán al infierno. Te dirá que Dios no te librará de los problemas que estás enfrentando. Te presentará pensamientos negativos, contrarios a la Palabra y tratará de que los aceptes.
Lo único que el diablo realmente puede hacer es ofrecerte algo. La forma en la que decides responder depende estrictamente de ti.
Hace varios años, antes de que Ken estuviera en el ministerio, trabajó por un periodo muy corto en una compañía de seguros. Su trabajo era hacer presentaciones para clientes potenciales acerca de las distintas pólizas que se ofrecían. Su meta era convencerlos de firmar alguna de esas pólizas; sin embargo, la última decisión era siempre de la persona. Ellos podían decir sí o no al ofrecimiento (y la mayoría de las veces decían que no, lo cual era su derecho).
Así es como opera Satanás. Él puede hacerte una presentación, pero no puede obligarte a comprar lo que está vendiendo. Él puede tratar y poner a prueba tu fe, pero no puede arrancarte la victoria a menos de que primero te convenza de que se la des. Por ello es que trata de hacer todo lo que puede.
Además, tampoco se da por vencido la primera vez que le dices que no. Él es persistente. Se mantiene haciendo su trabajo. Si no puede presionarte para que te des por vencido de una manera, intentará una nueva. Se mantendrá molestándote hasta que demuestras tu fe y tu paciencia, derrotándolo.
Por esa razón, 1 Pedro 5:8-9 (RVA-2015) dice: «Sean sobrios y velen. Su adversario, el diablo, como león rugiente anda alrededor buscando a quién devorar. Resistan al tal estando firmes en la fe » Se requiere entonces estar firmes (o tener paciencia) para tratar con el diablo. Tendrás que continuar diciéndole que no, una y otra vez. Tendrás que responderle a cada pensamiento de duda que te implante, diciéndole: ìYo sé lo que Dios dijo y sé que Él es fiel a Su Palabra. ¡He creído que recibiré y será hecho de acuerdo con mi fe!”
Si lo haces, el diablo eventualmente se desanimará. Se dará cuenta que no ira a ningún lado contigo y «huirá de ustedes» (Santiago 4:7).
Ya tienes lo necesario
“Pero Gloria, yo no tengo esa clase de paciencia”.
Sí, ¡la tienes! Como hijo de Dios nacido de nuevo, has sido participante de Su naturaleza divina y Él es extraordinariamente paciente. Por lo tanto, tú también lo eres.
Tú ya tienes en tu espíritu todo lo necesario para creer lo que Dios dice, y mantenerte firme por eso. Tienes en ti no solamente Su fe, sino también Su perseverancia sobrenatural. ¡Simplemente necesitas practicar y dejarla fluir, en vez de fluir en la duda y la incredulidad!
Mientras más dejas fluir la paciencia que está en tu interior, más fuerte te harás. Mientras más «le permites hacer su obra perfecta», más profundizará tu fe y te llevará al lugar donde estarás «perfectamente y completamente [sin defectos], sin que te falte nada» (Santiago 1:4, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Por supuesto, para continuar fluyendo en la paciencia tendrás que mantenerte espiritualmente fuerte. No puedes pasarte todo el tiempo enfocado en las cosas naturales, mirando TV. Tienes que mantenerte alimentándote de la Palabra, porque la Palabra es comida para la fe: nutrirá a tu hombre interior al igual que la comida física nutre a tu cuerpo.
Necesitas de mucha nutrición espiritual cuando estás manteniéndote firme en fe por algo. Eres como un corredor entrenando para una maratón, a dieta estricta.
Así que, ¡asegúrate de hacerlo! Una vez que has creído que recibes, regresa a las escrituras en las que basaste tu posición de fe. Mantente renovado en lo que la Biblia dice acerca de creerle a Dios. Aun si has sido una persona de fe durante muchas décadas como Ken y yo, mantente al día al leer las cosas básicas. Busca tus enseñanzas de audio viejas y escucha los mensajes que te animaron hace 20 años acerca de creerle a Dios.
¡Esos mensajes tienes una larga vida! Te animarán de nuevo. Fortalecerán tu fe de la misma manera que lo hicieron en el pasado. Aun si no aprendes nada nuevo de ellos, te recordarán que debes continuar haciendo lo que ya sabes hacer—y eso es lo más importante que puedes aprender acerca de la victoria. Esta última llega cuando activas los principios básicos que aprendiste en tus comienzos de la vida de fe. La experimentarás cuando actúas en la Palabra que ya conoces y continúas manteniendo Palabra fresca en tus ojos y tus oídos.
Ciertamente ese ha sido el caso con Ken y conmigo. A pesar de que siempre estamos buscando recibir más luz de parte de la Palabra de Dios, a través de los años, cuando hemos enfrentado pruebas mayores, no siempre ha sido una revelación grande y nueva la que nos ha sacado adelante. Por el contrario, ha sido algo que hemos olvidado levemente lo que ha resultado ser la clave de nuestra victoria.
Una y otra vez lo que nos ha permitido vencer fueron las cosas básicas y sencillas de creerle a Dios. Una y otra vez, en situaciones que parecían imposibles, lo que ha hecho que venzamos es lo que aprendimos a hacer hace ya 50 años: declarar la Palabra, ejercitar la fe y la paciencia, resistir la duda y la incredulidad y mantenernos firmes en la verdad que ya conocíamos.
Recuerdo una prueba financiera por la que atravesamos que amenazó con terminar nuestro ministerio. Nos golpeó no mucho tiempo después de que lanzamos nuestro programa de TV diario, y nos puso casi $6 millones de dólares en rojo. En lo natural, la única manera en la posiblemente podríamos obtener todo ese dinero era vendiendo todo—las oficinas del ministerio y todo el equipo incluido—y aun así solo habríamos logrado pagarla.
¡Era una situación muy delicada!
Entonces, ¿qué hicimos? Tomamos nuestras viejas cintas de enseñanzas que solíamos escuchar cuando comenzamos a vivir por fe. Volvimos a escuchar al hermano Kenneth E. Hagin enseñar los mismos mensajes que nos sacaron de las ataduras financieras en 1967: mensajes aparentemente elementales como: Puedes tener lo que dices, La confesión trae la posesión y La duda: el ladrón de las grandes bendiciones de Dios.
¡No importa si necesitas $100 dólares o $6 millones, la Palabra funciona! Cuando la pones en tu corazón y tu boca, produce fe. Y la fe basada en la Palabra y mezclada con paciencia, siempre obtiene resultados. Obviamente, eso fue lo que sucedió.
No solamente vino el dinero y todas nuestras cuentas fueron pagadas, sino que terminamos con un testimonio maravillosos. ¡Nunca más hemos estado en esa clase de situación financiera!
A eso es a lo que el diablo se expone cuando empuja a los creyentes demasiado lejos. Se arriesga a que la prueba a la que nos somete acabe haciéndonos más fuertes. Corre el riesgo de que ejercitemos nuestra paciencia a tal punto que, en lugar de ser derrotados por esa prueba, salgamos perfectos y plenos, sin que nada nos falte.
Esa es la peor pesadilla del diablo. Así que adelante, haz que suceda.
Toma tu posición firme en la Palabra de Dios. Ora la oración de fe, cree que recibes y mezcla tu fe con la fuerza que nunca se da por vencida. Conviértete en uno de esos que «por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas» (Hebreos 6:12)… ¡y haz que el diablo se arrepienta de haberse metido contigo!