La luz resplandecía en las bases de las lámparas del vestíbulo del hotel, el cual resonaba de actividad, mientras Deborah Bryan y su nuera empujaban el carrito del equipaje hacia los ascensores. Conversando acerca de la conferencia que estaba por comenzar, Deborah se detuvo con una sensación de debilidad.
Momentos más tarde, abría sus ojos para descubrir que estaba en el suelo, rodeada de rostros preocupados.
“Estoy bien” les dijo, luchando para levantarse.
“¿Qué pasó?”
“No lo sé, sentí que me desvanecía. Eso es lo último que recuerdo.”
Más tarde, Deborah descansaba en la habitación del hotel mientras su familia trataba de ayudarla acomodando almohadas detrás de su espalda.
“Creo que solamente estoy cansada”, les dijo. “No he estado descansando lo suficiente”.
Eso era cierto. Deborah, de profesión enfermera y con licencia, era dueña de un negocio de atención médica, dónde se dedicaba a cuidar de pacientes terminales y con Alzheimer. Ocupada con su carrera, sus hijos y sus nietos, no prestaba atención a sus propias necesidades. Sin embargo, ella sólo tenía 56 años y nunca se había enfermado. Se preguntaba si su presión arterial o su nivel de azúcar habían subido.
Lo que no podía manejar era el rostro de sus hijos, que la miraban con preocupación. Ellos ya habían perdido demasiado. En 1999 su papá, Ron, se había quejado de dolor de garganta. Como no sanaba, había ido al doctor y lo habían diagnosticado con cáncer.
A pesar de que Ron nunca había fumado, había desarrollado cáncer en la garganta debido a la exposición al humo de segunda mano en su lugar de trabajo. Seis meses después de recibir ese diagnóstico, murió en los brazos de Deborah.
Deborah observó la habitación del hotel y suspiró. Habían tantos recuerdos. Necesitaba levantarse de la cama y disipar la pesadez.
“Miren”, les dijo atravesando la habitación, “Ya estoy bien. Continuemos.”
Días más tarde, condujo hacia su casa sin una sola preocupación.
La rutina de siempre
“No tuve más síntomas y me sentía muy bien”, recuerda Deborah. “Volví al trabajo con mi energía habitual. Después de haberme desmayado, medité cuánto más conocíamos en ese entonces acerca de la Palabra, que cuando Ron se enfermó. Antes de que él muriera, comenzamos un negocio. Nuestros mentores eran colaboradores con los Ministerios Kenneth Copeland. Ellos habían empezado a enseñarnos las leyes de la prosperidad y la autoridad del creyente; sin embargo, no sabíamos lo suficiente como para mantenernos firmes por la sanidad de Ron”.
“Después de su muerte, mis hijos y yo empezamos a profundizar para aprender más. Mis hijos eran adultos y cada uno se suscribió a la revista LVVC. También asistíamos a las Campañas de Victoria en Woodbridge. Durante nueve 9 años, llevamos a personas con nosotros”.
“Casi un mes después de haberme desmayado en el hotel, a finales de mayo del 2009, llevé a mi nieto de 4 años (Jordan) a cenar a Joe’s Crab Shack. Era una tarde hermosa. Nos sentamos afuera, en una playa de mentiras, con la música de los Beach Boys sonando de fondo”.
“Nos divertimos a lo grande. Cuando salíamos, estaba tan acostumbrada a bajar los pacientes por la rampa de discapacitados en lugar de las escaleras, que salí por la rampa sin ni siquiera pensarlo. A la mitad de la rampa, perdí el conocimiento”.
Sin saber lo que sucedía, Deborah se precipitó cara al suelo. Al abrir los ojos, se dio cuenta que tenía el rostro cubierto de sangre, al tiempo que Jordan le hablaba.
“Estás sucia abuelita. Necesito conseguirte una servilleta.”
“No te vayas”, insistió Deborah, recordando que estaban cerca de la autopista. “Quédate aquí a mi lado.” El atardecer se había convertido en oscuridad y no había nadie alrededor.
“¡Veo tu teléfono!” le dijo Jordan, corriendo para alcanzarlo.
“¡Mira abuela, veo la foto de Jonathan! ¡Voy a llamarlo!”
Jonathan, el hijo menor de Deborah, se apresuró para llegar. Horrorizado por la apariencia de su mamá, insistió en llevarla a la sala de emergencias. Él se quedó con Jordan mientras Jodi, hija de Deborah, la llevó al hospital.
Jodi se posiciona
Deborah esperaba los resultados de las pruebas, con la seguridad de que el problema era algo simple. Poco tiempo después, el doctor y la enfermera entraron a la habitación.
“Acabamos de ver los resultados de tu resonancia magnética”, dijo el doctor. “Tienes un tumor cerebral.”
“Discúlpeme” le dijo Jodi, “¿le molestaría salir de la habitación por favor?”
Después de que salieron, Jodi miró a su mamá. Sus ojos azules brillaban con algo que parecía un relámpago durante una tormenta veraniega.
“¡No perderé a otro de mis padres!”
“Lo sé querida”, le respondió Deborah.
“¡Satanás, sal de esta habitación!” ordenó Jodi. “En el Nombre de Jesús, clamo la victoria de un milagro. Gracias Dios por la sanidad de mi mamá y por la fortaleza para pasar por esto. Y te recuerdo Satanás que, ¡no nos quitarás a otro padre!”
Deborah fue diagnosticada con meningioma, un tumor que crece en las membranas que rodean el cerebro y la espina vertebral. A pesar de que no era maligno, podría ser fatal—al destruir el cerebro a medida que crecía. La derivaron a un neurocirujano que ordenó una cirugía para el 6 de junio.
Los tumores de esta clase casi siempre vuelven a aparecer. Por lo tanto, le recomendaron radiación postcirugía. Los pelitos de detrás del cuello se le erizaron mientras escuchaba los efectos secundarios de la radiación. Ella trabajaba con pacientes afectados por el Alzheirmers todos los días. Ella no estaba interesada en vivir con demencia inducida por la radiación—u otra cosa aún peor.
De amigo a amigo
Ella necesitaba hablar con alguien en quien confiara, así que llamó al Dr. Ben Carson, neurólogo pediátrico catapultado a la fama mundial como el doctor que desarrolló la técnica quirúrgica para separar gemelos que nacían unidos por la cabeza. Deborah había asistido a la misma iglesia que Carson por muchos años. Ella había sido la líder del grupo de niños y había disfrutado cenas en su casa, hasta que ella y Ron decidieron mudarse a Fredricksburg, Virginia.
Música cristiana sonaba por los parlantes en un concierto cuando el celular de Deborah sonó. Era el Dr. Carson devolviéndole la llamada. Alejándose de la música, le explicó la situación.
“Deb”, le dijo el Dr. Carson, “esta clase de tumor regresa cuando no se hace radiación. Estás en una situación difícil. Recuerda que la fe sin obras está muerta. En esta situación, parte de la obra es lo que hemos aprendido acerca de cómo ayudar. Quiero hacerte una sugerencia: si decides hacerte la radiación, yo mismo recomendaré la dosis”.
“Trato hecho”, le respondió ella.
Las semanas previas a la cirugía, Deborah experimentó temblores, náuseas y pérdida de conocimiento. Jodi quería llevarla de nuevo a emergencia, pero Deborah no aprobó la idea. “No, esperemos.”
El día en que Deborah comenzó a tener ataques, Jodi la subió al auto y la llevó al hospital. Después de un examen minucioso, el médico dijo: “Tendremos que adelantar la cirugía. De lo contrario, no lo lograrás”.
Con optimismo eterno, Deborah fue a la cirugía esperando lo mejor.
Un ajuste de actitud
“La cirugía fue exitosa”, explicó el neurocirujano cuando Deborah despertó de la anestesia. “Removimos lo máximo del tumor como nos fue posible sin dejarte lisiada. La radicación tendrá que detener los residuos para que no crezca de nuevo.”
Deborah estaba sorprendida al darse cuenta de que había perdido la movilidad en sus piernas. “¿Podré volver a caminar?”, preguntó.
“No lo sabemos, solo el tiempo lo dirá.”
“La severidad de mi situación me golpeó cuando me transfirieron a rehabilitación”, recuerda Deborah. “Había sido gimnasta cuando era niña y todavía tenía un torso fuerte. Pero no podía ir a comer a menos de que yo misma me subiera en la silla de ruedas. El comedor estaba al otro lado del edificio. Estaba tan débil, que a veces me desesperaba tener que hacerlo”.
“Durante la hora de las comidas me habían asignado para que me sentara con los pacientes que habían sufrido derrames porque no podía comer sólidos. La destreza para hacerlo era otra de las cosas que había perdido durante la cirugía. Al igual que los pacientes con derrames, corría el riesgo de atorarme”.
“La experiencia fue tan deprimente que me acostaba en la cama en la noche mirando por la ventana. Nunca había querido depender de mis hijos. Ahora, ni siquiera sabía si volvería a caminar o si podría trabajar de nuevo. Jodi estaba embarazada con mi nuevo nieto y no podía estar ahí para su nacimiento”.
“La desesperanza amenazaba con vencerme. Me di cuenta de que tenía que dejar de temer al futuro y comenzar a celebrar las cosas que Dios ya había hecho por mí. Tome la decisión firme de no ser pesimista ni deprimirme”.
En lugar de pasar las noches sin dormir preguntándome qué sería de mí, pensé en los recuerdos de los 25 años maravillosos en los que estuve casada con Ron. Recordé mis años de gimnasta. Pensé en lo mucho que me gustaba nadar. Recapitulé mis años como líder de jóvenes”.
“Evoqué mis experiencias de adolescente al viajar por ocho países europeos. Le agradecí a Dios por esas experiencias maravillosas. Le agradecí por no haberme enfermado nunca durante 56 años, hasta ese momento. Le agradecí por haber sobrevivido la cirugía. Sé que haber celebrado esas victorias en mi vida durante esas largas noches fue una parte importante de mi recuperación.”
Ronda número dos
Por las noches, Deborah trabajaba en su gratitud. Durante el día, aprendía a caminar. El día que dio tres pasos, el lugar completo explotó en aplausos; celebró cada pequeño paso como un hito y una victoria.
Después de la rehabilitación, Deborah todavía no podía vivir sola. Sus hijos la mudaron a vivir con Dave y Jodi. La madre de Dave se mudó para ayudar durante el verano. En el otoño de ese año, cuando regresó a su casa, Jared (su otro hijo) se mudó para ayudar. Fue una recuperación larga y despaciosa.
En la primavera del 2010, casi un año después de que Deborah perdiera la conciencia por primera vez, ella llegó para someterse al último examen en el que la darían de alta. Estaba lista para retomar su vida.
“Palpé una bolita en tu pecho”, le dijo el doctor.
“Mi tía tiene quistes”, Deborah le explicó. “Estoy segura de que solamente es eso.”
Estaba equivocada.
“Es cáncer de pecho”, le informó el doctor después de hacer una biopsia. “Estado 3. Crece rápido.”
Nuevamente sus hijos la rodearon, afirmando su declaración: “¡no nos quitarás otro padre por culpa del cáncer!”
“Estaba sorprendida”, nos comenta Deborah. “Había pasado 56 años con una salud perfecta. Ahora, en cuestión de un año, había tenido un tumor cerebral y cáncer en el pecho. Revisé mi vida y mi nivel de obediencia. ¿Había estado poniendo a Dios en primer lugar en todo? ¿Había sido descuidada con mis palabras?”
“Hice las correcciones necesarias y me sometí a una lumpectomía. Ordené los DVDs de la Escuela de Sanidad de Gloria y los estudié de nuevo mientras recibía la quimioterapia. Mis hijos escribieron escrituras de sanidad y las pegaron en cada pared. También hicieron un paquete de cartas de 7 por 12 centímetros para que las pusiera en mi cartera. Dia tras día, mi fe se acrecentó”.
“La gente con frecuencia me pregunta si estoy en remisión. Siempre respondo: ‘No, no lo estoy. Estoy sana.” Esa fue mi última palabra al respecto”.
Después del último tratamiento de quimioterapia, Deborah fue de nuevo al cirujano. “No tenemos que extraer la sonda”, le dijo. “Muchas personas lo dejan en su lugar en caso de que lo necesiten otra vez.”
“Remuévalo”, le dijo Deborah.
“¿Por qué?”
“Porque no lo voy a necesitar de nuevo. Estoy sana en el Nombre de Jesús. Me verá dentro de seis meses y me dirá: “Oye, ¡estás muy bien!”
Seis meses más tarde, Deborah visitó al cirujano. Después de examinarla, el Dr. sonrió y le dijo: “Oye” y ella le respondió. “¡Estás muy bien!”
Ya han pasado siete años desde que Deborah Bryan enfrentó el tumor cerebral y el cáncer de pecho en el mismo año. Desde entonces, ella ha gozado de buena salud.
“Me gustan las hogueras, los parches de calabaza y los viajes de esquí”, comenta. “Estoy disfrutando de esas experiencias con mis nietos. Tiemblo al pensar lo que me hubiera pasado si nunca hubiera estado expuesta a la verdad sobre la sanidad. Gracias a KCM, tres generaciones de mi familia saben, sin lugar a dudas, que la sanidad nos pertenece”.