Hace años, durante un servicio en la iglesia, conocí a un par de misioneros que necesitaban una camioneta pero que no tenían el dinero para comprarla. Al reconocer que eran personas de honra que la usarían para la gloria de Dios, les dije que quería comprarles la camioneta. No pensé mucho al respecto. Para mí, fue solo una forma de bendecir a un hermano y una hermana en Cristo.
Tiempo después, experimenté una cosecha significativa, pero no hice la conexión.
“Señor, ¿por qué hiciste eso?”, le pregunté.
Él me dijo: “Es por la semilla que sembraste en esos misioneros.”
“Pero, Señor, nunca te pedí una cosecha por esa semilla”, le respondí.
“No, no lo hiciste, pero nunca olvido una semilla sembrada.”
La Palabra dice que Dios recuerda todas nuestras ofrendas (Salmo 20:3). Nosotros podemos olvidarnos, pero el Señor nunca lo hace.
Tu cosecha vendrá
Cuando un granjero planta maíz en el hemisferio norte, lo planta entre abril y junio, y luego lo cosecha entre octubre y noviembre… año tras año. El granjero sabe cuándo vendrá su cosecha. Está operando con fe, porque debe confiar en la tierra y en esa semilla. Pero a él no le preocupa realmente la cosecha en sí, porque sabe que año tras año llega.
Nosotros sabemos, confiados en la Palabra de Dios, que nuestra cosecha vendrá. Pero, a diferencia de un agricultor, no siempre sabemos exactamente en qué estación llegará.
Entonces, ¿qué pasa mientras esperamos? ¿Nos mantenemos en la fe o nos rendimos?
La cosecha llega a su debido tiempo
En Gálatas 6:7-10, el apóstol Pablo arroja algo de luz al respecto:
No se engañen. Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará. El que siembra para sí mismo, de sí mismo cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos desanimamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (énfasis del autor)
Este pasaje trata sobre la siembra y la cosecha. Cosecharemos, pero Pablo dice que nuestra cosecha vendrá “a su debido tiempo” o, como algunos dirían, “en el tiempo de Dios”. La Biblia Amplificada, Edición Clásica, dice: «a su debido tiempo y en la estación designada o señalada». La palabra designada significa un “tiempo fijo, preestablecido, ordenado o asignado”.
En la Biblia, una “estación designada” es un tiempo predeterminado, establecido por Dios. En otras palabras, no podemos establecer el momento en que queremos que llegue nuestra cosecha. Es un tiempo que Dios, y sólo Dios, establece.
De la boca del profeta
Algunas veces nuestra cosecha viene más pronto de lo que imaginamos.
En 2 Reyes 7:1, el profeta Eliseo dijo: «¡Oigan la palabra del Señor! Así ha dicho el Señor: Mañana a esta hora diez kilos de flor de harina se venderán a las puertas de Samaria por una moneda de plata, y también por una moneda de plata se comprarán veinte kilos de cebada.»
Nota que Dios le dijo al profeta que dijera: «Mañana a esta hora.» En otras palabras, Dios puso una referencia de tiempo para la cosecha, y Su profeta la declaró. El Señor estableció el tiempo señalado, el tiempo designado, a través de una palabra decretada por la boca del profeta.
¿Qué pasaría si el hermano Copeland, como profeta del Señor, dijera: “Mañana todos los sembradores de semillas cosecharán una cosecha abundante”? Si Dios lo inspiró a decirlo, entonces probablemente ni siquiera me iría a dormir. ¡Estaría demasiado ocupado, preparándome para mi cosecha!
Eso es exactamente lo que Dios decretó a través del profeta Eliseo, y sucedió exactamente como Dios lo dijo. El Señor lo predestinó, y así sucedió, a pesar de que la ciudad de Samaria había sido sitiada y no había suministros ni comida para nadie. En medio de tales eventos, el profeta declaró: «mañana a esta hora».
¿Cómo hizo Dios para que se cumpliera esa palabra profética? Usó a unos leprosos, marginados, listos para morir en las afueras de la ciudad. Uno de ellos les dijo a los demás: «¿Para qué nos quedamos aquí, esperando la muerte?» (versículo 3). Pensaron que, si morirían de todos modos, bien podrían morir intentando hacer algo. Entonces se pusieron de pie y comenzaron a caminar hacia el campamento del enemigo.
¡Leprosos! ¿Qué podrían hacer para cambiar la situación en Samaria? Pero Dios es el Dios de las maravillas. Utilizó a los menos pensados para lograr Su cometido.
Esos leprosos comenzaron a marchar hacia el campamento del enemigo, y Dios magnificó el sonido de sus pasos. ¡Parecía un ejército entero! Los enemigos estaban tan asustados que salieron corriendo y dejaron todas sus pertenencias en el campamento. Dejaron toda la comida, todas las armas y todos los bienes. Cuando esos leprosos llegaron al campamento y no vieron a nadie allí, comenzaron a disfrutar de la cosecha.
«Pero luego se dijeron el uno al otro: «Lo que estamos haciendo no está bien. Éste es un día de buenas noticias, y nosotros nos las estamos callando. Si no las anunciamos antes de que amanezca, vamos a resultar culpables. Es mejor que vayamos al palacio ahora mismo y le demos la noticia al rey.» (versículo 9).
Fueron y le dijeron a la ciudad de Samaria. Y la promesa de Dios de “a esta hora mañana” se cumplió. Era la temporada asignada que Dios había preestablecido.
Prepárate para tu cosecha
Por supuesto, si creemos que Dios nos traerá una cosecha, pronto o a su debido tiempo, entonces tenemos que actuar de la misma manera. La fe sin acción que la corresponda no tiene poder. Lo aprendí en 1975. En ese entonces, estaba rechazando invitaciones para predicar en todo el país porque el único medio de transporte a mi disposición era un automóvil. Estaba manteniéndome en fe por un avión (o eso pensaba), cuando el Señor me preguntó: ¿Realmente crees que tienes un avión?
La pregunta me detuvo.
“Sí, lo creo”, le dije.
Entonces, ¿por qué no estás actuando como si lo tuvieras?
No entendí.
“Señor, ¿cómo actúa uno cuando pretende tener un avión? ¿Debería ir y pararme en medio de la pista?”
Bueno, podrías aceptar más de las invitaciones que has rechazado, me respondió.
Entonces le dije al hombre que coordinaba mi agenda que aceptara cada invitación que recibiéramos en la oficina. Le dije que llenara mi horario de una forma tan compacta que no hubiera forma de que pudiera hacerlo manejando un automóvil.
Esperaba que apareciera un avión esa misma noche, pero no fue así. Para cumplir con mis compromisos, tuve que comenzar a volar desde un pequeño aeropuerto en Dallas y aterrizar lo más cerca posible de mis conferencias. Luego alquilaba un auto para conducir el resto del camino. Fue un tiempo brutal. Llegaba a casa a las 2 a.m., besaba a mi esposa, besaba a mis hijas, dejaba una maleta, recogía otra y salía por la puerta solo para llevar a cabo todas las reuniones.
Finalmente volví al Señor respecto al mismo tema.
“Señor, me dijiste que necesitaba actuar como si tuviera un avión. Yo lo hice. ¿Dónde está el avión?”
Él me respondió la pregunta con una de las suyas: Hijo, ¿dónde lo guardarás?
“Voy a guardarlo en el aeropuerto”, le dije.
¿Tienes un hangar?
No, no lo tengo.
Pensé que habías dicho que creías que tenías un avión.
Traté de discutir con Él al respecto.
“Estoy esperando que el avión se manifieste”, le respondí.
Pensé que habías dicho que YA tenías un avión, repitió.
Claramente, estaba perdiendo la discusión. Entonces, fui a un aeropuerto local para alquilar un hangar. Llené una solicitud con mi nombre, el nombre de mi ministerio, mi dirección y mi número de teléfono. Dejé los espacios para el “tipo de avión” y el “Número de identificación” en blanco.
Cuando el gerente me preguntó al respecto, le dije que había respondido todo lo que podía responder al momento. Él me preguntó: “¿Tienes un avión?”
“Oh sí, lo tengo”, le dije.
El gerente me dijo que había una lista de espera y que regresara cuando supiera qué tipo de avión tenía. Pero no me rendí. Le dije que alquilar un hangar para mi avión era el plan de Dios. Le leí las Escrituras y le dije que necesitaba un hangar ese día. No podía esperar. Al final, me dio su hangar. En dos semanas, se manifestó mi primer avión, libre de deudas.
Nunca te rindas
Cuando Pablo escribió: “si no nos desanimamos”, estaba diciéndonos: “Nunca te rindas”. Me he vuelto un experto a la hora de defender mis cosechas. Me gusta decir: “Mi nombre es Jerry ‘quien hizo todo lo posible para mantenerse firme, y se mantiene firme’ Savelle”.
Así es como siempre me funciona. A veces solo me he tenido que mantener firme por unas horas. A veces me toma todo el día. Otras veces, semanas. Otras, meses. A veces, incluso, 20 años.
Santiago 5:7-8 dice que debemos ser como el agricultor que espera que una semilla germine y crezca hasta que llegue el momento de la cosecha. El agricultor debe ser paciente, aunque sepa de antemano cuándo llegará el momento de la cosecha. No puede salir el día después de sembrar la semilla y decir: “Esto no funciona”, desenterrarla y nunca volver a intentar sembrar; tiene que ser paciente.
A veces tienes que estar dispuesto a mantenerte en la fe, incluso cuando las cosas parecen desesperantes, como lo hizo la gente de Samaria. Si eres ese individuo único que siempre le creyó a Dios por todo y lo recibió después de solo unos instantes, entonces la persona equivocada está escribiendo este artículo. ¡Deberías ser tú!
Sin embargo, esa no es la forma en que funciona. Hay que esperar, ser paciente, permanecer en la fe, no darse por vencido y, habiendo hecho todo lo posible por mantenerse firme, permanecer firme, sabiendo que el Señor cumplirá Su Palabra… todas las veces.