Estoy a favor de orar por el derramamiento total de la gloria de Dios que nos ha sido prometido como Iglesia en estos últimos tiempos.
Pero, a diferencia de muchas personas, no creo que solo estemos esperando que Dios nos lo entregue. Creo que Él está esperando que nos posicionemos para recibirlo.
Dios está esperando que dejemos de lado los pesos carnales y el pecado para que haya espacio en nuestras vidas para más de Él. Está esperando que nos separemos más de los caminos impíos de este mundo caído y que caminemos en los lugares altos y santos del espíritu con Él.
El Señor me dijo hace años: la santidad es la última frontera. Nuestra separación completa en dedicación a Dios es el siguiente paso, y el único paso mediante entre donde nos encontramos ahora y la máxima manifestación de gloria que se haya visto en la Tierra.
Dios no nos lo está ocultando. Él está tan dispuesto a atraernos hacia la misma como deseaba llevar a los israelitas a la Tierra Prometida, y nos está diciendo lo mismo que les dijo en ese entonces: «Purifíquense, porque mañana el Señor hará maravillas en medio de ustedes.» (Josué 3:5).
La diferencia es que Dios no nos está prometiendo que hará maravillas mañana. Bajo el Nuevo Pacto, Sus maravillas y Su llamado a santificarnos ante Él son siempre para hoy. Como el apóstol Pablo escribió a los corintios:
«En el momento oportuno te escuché; en el día de salvación te ayudé.»
Y éste es el momento oportuno; éste es el día de salvación… No se unan con los incrédulos en un yugo desigual. Pues ¿qué tiene en común la justicia con la injusticia? ¿O qué relación puede haber entre la luz y las tinieblas? … Por lo tanto, el Señor dice: «Salgan de en medio de ellos, y apártense; y no toquen lo inmundo; y yo los recibiré. Y seré un Padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas.» Lo ha dicho el Señor Todopoderoso. Amados míos, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, y perfeccionémonos en la santidad y en el temor de Dios.» (2 Corintios 6:2, 14, 17-18; 7:1).
Pareciera que para algunos cristianos no importara si caminamos en santidad o no. Pero, de acuerdo con estos versículos, ¡sí importa! Separarnos de lo mundano y vivir en obediencia a Dios nos posiciona para recibir el cumplimiento de Sus promesas. Le abre la puerta a Dios para que Él sea el Padre que desea ser.
¡Dios es un buen, buen padre! Uno de sus nombres en hebreo es El Shaddai, que significa “el todo Suficiente”. Eso es lo que Dios quiere ser para nosotros. Él quiere ser todo aquello que necesitemos y cuidarnos por completo. Él quiere tratarnos como Sus hijos e hijas. Desea moverse en nuestras vidas y cambiar las cosas. Dios quiere revelar en y a través de nosotros cuán maravilloso, poderoso y amoroso realmente es como Padre.
¡El plan de Dios es hacernos vasos de Su gloria para que todo el mundo lo vea! Pero, para que ese plan se cumpla, debemos cooperar con Él. Debemos desechar las obras de la oscuridad y caminar a la luz de lo que el apóstol Pablo escribió en 1 Tesalonicenses 4:
Por lo demás, hermanos, les rogamos y animamos en el Señor Jesús a que cada día su comportamiento sea más y más agradable a Dios, que es como debe ser, de acuerdo con lo que han aprendido de nosotros. Ustedes ya conocen las instrucciones que les dimos de parte del Señor Jesús. La voluntad de Dios es que ustedes sean santificados, que se aparten de toda inmoralidad sexual, que cada uno de ustedes sepa tener su propio cuerpo en santidad y honor y no en pasiones desordenadas, como la gente que no conoce a Dios… Pues Dios no nos ha llamado a vivir en la inmundicia, sino a vivir en santidad (versículos 1-5, 7).
¡Libertad, sin ataduras!
“Pero Gloria, ¿no es la santidad la esclavitud religiosa?”
¡No, la santidad es libertad!
Cuanto más complazcamos a Dios y caminemos en Sus caminos, más libre será Él para manifestarse en nuestras circunstancias, nuestra salud, nuestras finanzas y nuestro ministerio a los demás. Cuanto más nos separemos para Él y le digamos que no al pecado, más libre será Dios para proveernos abundantemente, protegernos y derramar Su gloria a través de nosotros para que brillemos como estrellas en este mundo oscurecido por el pecado.
La santidad incluso nos ayuda a mantenernos libres de las trampas del demonio. Como Proverbios 16:7 lo expresa: «Si el Señor aprueba los caminos del hombre, hasta sus enemigos hacen la paz con él.», y el demonio es nuestro acérrimo enemigo. Él es el responsable de todo aquello que viene en nuestra contra.
Cuanto más caminamos en obediencia a Dios, menos espacio le damos al diablo para llevar a cabo su obra. A medida que obedecemos la instrucción de: «limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, y perfeccionémonos en la santidad y en el temor de Dios.» (2 Corintios 7:1), más difícil será para el diablo encontrar puertas abiertas que pueda usar para entrar en nuestras vidas.
“Bueno”, podrías decir, “he orado y orado para que Dios me haga más santo, pero no he experimentado ningún cambio.”
Eso es porque Dios ya ha hecho Su parte. Él te hizo nacer de nuevo y recreó tu espíritu «en la justicia y santidad de la verdad.» (Efesios 4:24). Él te dio Su santa Palabra escrita y te llenó del Espíritu Santo. Lo que suceda después, depende de ti. Puedes limpiarte y vivir para Dios o puedes someterte a tu carne y seguir pensando, hablando y actuando como el mundo.
Lamentablemente, muchos cristianos eligen lo último y terminan en problemas. Luego, como el hombre en Proverbios 19:3 que “desvió su camino”, se resienten y pelean contra el Señor (Biblia Amplificada, Edición Clásica).
“¿Por qué Dios me hizo esto?”, dirán. ¡Dios no les hizo nada! Eligieron caminar por los caminos del mundo y obtuvieron los resultados del mundo. Eligieron pecar y no se arrepintieron, por lo que sufrieron las consecuencias.
Esa no es la voluntad de Dios para nosotros. Él no quiere que vivamos como la gente del mundo. Ellos no saben nada sobre los caminos de Dios o las consecuencias del pecado. «La paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23); sin embargo, las personas en el mundo pecan con todas sus fuerzas. Continúan pencando lo más que puedan sin ser arrestados, y muchos de ellos aún van más allá y son arrestados.
Este mundo está loco, y no puedes dejar que dicte tus estándares y esperar caminar en la gloria de Dios. Disfrutarás de una vida gloriosa haciendo lo que Dios diga, y nos dijo que: «no nos ha llamado a vivir en la inmundicia, sino a vivir en santidad.» (1 Tesalonicenses 4:7).
Algunos creyentes oran repetidamente: “Señor, ¿cuál es mi llamado? ¿Qué estoy llamado a hacer?” Intentan una y otra vez que Dios les diga si serán profetas, maestros, evangelistas o si harán algún otro trabajo específico en el Cuerpo de Cristo. Pero no están en posición de escuchar la respuesta porque todavía no han hecho lo que ya les dijo que hicieran en Su Palabra escrita.
Es posible que no sepas todo acerca de tu llamado, pero, al leer la Biblia, puedes leer algunas cosas que debes hacer. Entonces, comienza con esas. No te adelantes y comiences tratando de ser un profeta. Nadie está listo para ser profeta hasta que esté obedeciendo el llamado que Dios escribió para nosotros en blanco y negro: el llamado a la santidad.
No estoy diciendo que debemos ser perfectos para que Dios nos promueva, o que para ser vasos de Su gloria debemos llegar al punto en que nunca nos equivoquemos. Eso no es lo que significa ser santo. La santidad es simplemente honrar a Dios en tu corazón, caminar en la luz que ya posees y seguir buscando más luz. Es obedecer a Dios lo mejor que puedes, en tus pensamientos, tu conversación y conducta, y mantenerte en contacto con Él.
La santidad del Nuevo Testamento no guarda perfectamente un conjunto de reglas y regulaciones religiosas. Es comportarse por fuera como la nueva creación justa que Él ya te hizo por dentro. Es el resultado de la comunión con Dios en la Palabra y en la oración y del caminar en el espíritu con Él.
¡Esa es la manera fácil de caminar en libertad! Respetar las reglas legalistas es difícil, pero: «Anden en el Espíritu, y así jamás satisfarán los malos deseos de la carne.» (Gálatas 5:16).
No comulgues con las tinieblas
Cuando pones en primer lugar tu tiempo diario con Dios, ni siquiera querrás pecar. Su Palabra y Su presencia te separarán de tu deseo por pecar. Ya no querrás ir al bar y emborracharte con tus viejos amigos no salvos. En cambio, ¡querrás salir de entre ellos y estar limpio!
“Pero Gloria, pensé que se suponía que debíamos amar a los pecadores.”
Sí, se supone. Pero amarlos y ministrarles es una cosa; el compañerismo a su mismo nivel es otra. Queremos ayudar a las personas cuyas vidas están en mal estado, pero no queremos enredarnos con ellas. Queremos atraerlos hacia la luz, sin pasar el rato con ellos en la oscuridad.
Como creyente, ¡no debes desear pasar el rato en la oscuridad! Si lo haces, te animo a comenzar a ayunar y orar. Pasa tiempo extra con el Señor. Participa en cada reunión del Espíritu Santo que puedas encontrar hasta que tengas suficiente de la Palabra de Dios en ti para separarte de ese deseo impío. Si no haces esas cosas y dejas que tu corazón se enfríe hacia el Señor, la atracción gravitacional del mundo se hará más fuerte en tu vida. Comenzarás a jugar con pensamientos pecaminosos, les darás lugar en tu mente y, eventualmente, comenzarás a actuar de acuerdo con ellos.
Así es como los espíritus demoníacos hacen su trabajo sucio. No se precipitan de la nada y dominan nuestras vidas. No tienen ese tipo de poder y autoridad. Antes deben convencernos de que cooperemos con ellos.
Tomemos por ejemplo a creyentes que se enganchan a la pornografía. Ese demonio de la pornografía no solo saltó sobre ellos mientras estaban en la iglesia o caminando por la acera sin pensar en nada raro. Entró porque le abrieron la puerta al prestarle su atención. Entró al poner la basura inmoral del mundo frente a sus ojos y oídos; luego lo pensaron y meditaron, hasta que llegó a sus corazones.
Proverbios 4:21-22 dice que nuestros ojos y oídos son avenidas hacia nuestros corazones, y lo que entra en nuestros corazones nos moverá en esa dirección. Si dejamos que la basura del mundo entre allí, nos volveremos más mundanos. Sin embargo, lo contrario también es cierto. Si alimentamos más nuestros corazones en las cosas de Dios, nos llenaremos más de Él. Nos levantaremos en santidad, desecharemos las impurezas del diablo y nos convertiremos en su peor pesadilla.
Eso es lo que hicieron los creyentes que ayudaron a introducir los grandes movimientos de Dios a principios del siglo XX. No estaban sentados mirando películas clasificadas como “R” cuando esas grandes efusiones espirituales impactaron. No pasaban su tiempo entreteniéndose con comedias en la televisión que aligeran el pecado y desensibilizan a las personas a comportarse incorrectamente.
¡Por el contrario! Pusieron tanto sus corazones en Dios y se separaron para Él tan completamente que fueron conocidos como “personas de la santidad”. Literalmente, así es como se les llamaban.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos han llamado de esa manera? Yo diría que ha pasado demasiado tiempo. A pesar de que hay creyentes individuales en la Iglesia que viven vidas santas, como grupo no se nos conoce como los santos en fuego del pasado.
Por supuesto, en su búsqueda de ser santos, pueden haberse excedido en algunas áreas. Es posible que se hayan vuelto demasiado estrictos a veces cuando se trata de cosas como formas aceptables de vestirse. Pero, aun así, si lo hicieron porque querían más de Dios, no tengo nada más que respeto por ellos. Estaban dispuestos a hacer lo que creyeran necesario para vivir una vida santa y, seamos sinceros… ¡tenían un mover de Dios!
Por ejemplo, piensa en la Unción de Dios que reposaba en Smith Wigglesworth. Él caminó con tanto poder divino que la gente no solo fue sanada y resucitada de entre los muertos a través de su ministerio, sino que fueron convencidos por el pecado tan solo por su presencia.
“¡Pero no podemos ser como Smith Wigglesworth!”
¿Por qué no? Somos ciudadanos del reino de Dios tan seguramente como él. Solo necesitamos creerlo y actuar como tales. Separarnos para Dios y dejar de lado los pecados y las obras de la carne sobre los cuales Gálatas 5:21 dice: “Los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios” (AMPC).
La palabra traducida heredar en ese versículo significa “obtener o poseer”. No se refiere solamente a que vayamos al cielo cuando morimos. Se trata de que poseemos y obtenemos el poder y las BENDICIONES del reino de Dios en este momento, mientras estamos aquí en la tierra. Se trata de nosotros caminando en la gloria de Dios, librando a los cautivos, haciendo que los ciegos vean y sanando a los quebrantados de corazón.
¡Iglesia, es hora de que crucemos hacia la plenitud de esa gloria! Dios está listo para llevarnos a la misma, y Jesús vendrá pronto. Entonces, pongamos nuestra carne bajo el dominio de nuestro espíritu, como aquellos que «son de Cristo [y] han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.» (Gálatas 5:24). ¡Obtengamos más espiritualmente de lo que la Iglesia ha obtenido antes, para que todo el mundo pueda ver la gloria de Dios!