Jamás olvidaré mi primera experiencia de lo que llamo “la unción de la carpa”.
Era el año 1967, y yo era un estudiante nuevo en la Universidad de Oral Roberts. Tenía 30 años, trabajaba como copiloto para el hermano Roberts en sus reuniones de sanidad… y estaba parado a su lado en un cuarto lleno de la gente más enferma que alguna vez había visto. Lo que se suponía que hiciera ese día, inicialmente sonó simple.
Fui asignado a trabajar en la carpa de los inválidos, un lugar en el que permanecían las personas que estaban demasiado enfermas o débiles para estar entre las multitudes de la gran carpa. Mi trabajo era escuchar el mensaje del hermano Roberts por los parlantes, resumirlo, y luego mientras esperábamos que él viniera, yo debía explicarles a las personas los puntos principales del mensaje que había sido predicado y prepararlos para que les fueran impuestas las manos para recibir sanidad. La primera noche en la que hice ese trabajo, cuando él arribó, yo terminé con los puntos que había seleccionado y di un paso hacia atrás para permitirle que pudiera imponer manos sobre los enfermos y orar.
Al menos, eso fue lo que me dijeron que sucedería.
Sin embargo, el hermano Roberts tenía un plan diferente; mientras yo daba la vuelta para salir, me tocó en el hombro y me dijo: “tú vas orar e imponer las manos sobre ellos”.
Mirándolo, sentí como me ponía pálido. Pensé: ¿Qué? Nunca he orado por alguien que está en una situación como esta.
El observó mi reacción, se rió y me dijo: “no te preocupes, si cometes algún error, yo estaré allí para solucionarlo”.
A continuación añadió: “no los toques hasta que estés listo para liberar tu fe”.
Sin estar seguro de lo que eso significaba, pensé en lo que había estado estudiando acerca del poder y la autoridad del Nombre de Jesús. Así que decidí que en el momento de liberar mi fe, diría: “¡en el Nombre de Jesús!” y luego los tocaría.
La primera mujer por la que ore estaba acostaba en una camilla pequeña del ejército. Básicamente ella no era más que piel y huesos; pesaba unos 35 o 40 kilos y su estómago estaba inflamado con un tumor cancerígeno. Estaba demasiado débil hasta para sentarse. Cuando me acerqué para ministrarla, la enfermera que había ido con ella la levantó un poco poniéndola de lado.
Empecé a orar por ella y dije: “En el Nombre de Jesús”, pero antes de que pudiera finalizar mi frase, escuché un rugir detrás de mí que parecía el León de la tribu de Judá. Era el hermano Roberts: “¡Tú, tonto espíritu inmundo, quita tus manos de la propiedad de Dios!” Con esas palabras, una unción inundó todo el auditorio, la cual literalmente me quitó el aliento. Ésta cambió la atmósfera con el poder de Dios y allí, en frente a mis ojos, esta mujer expulsó el tumor que había estado creciendo en su estómago por su boca. Nunca olvidaré el aspecto de ese tumor. Tenía el tamaño de mi puño y largos tentáculos; parecía una medusa.
Ella saltó de la camilla y empezó a correr por todo el lugar, gritando: “¡Estoy sana!, ¡Estoy sana! mientras su enfermera corría detrás de ella, asustada de que en cualquier momento falleciera.
Esto fue un gran espectáculo. Pronto me di cuenta, ¡que sólo era el comienzo! ¡Ese día vi milagro tras milagro, y de reunión en reunión, cuarto de inválidos tras cuarto de inválidos!
Recuerdo a una niña de más o menos 12 años que trajeron en una silla de ruedas, atada a una tabla, totalmente paralizada. Cuando impusimos nuestras manos sobre ella, el hermano Roberts ya había predicado esa tarde. Le dijo: “Aun si sólo puedes mover nada más que tu dedo pequeño, empieza a moverlo en el Nombre de Jesús. Haz algo que antes no podías hacer”.
Al comienzo, todo lo que ella podía hacer era mover sus ojos, así que por un momento eso fue lo que hizo. Después empezó a gritar: “¡Desamárrenme! ¡Desamárrenme! ¡Sáquenme de aquí! ¡Estoy sana!”
Su madre la desató, y ella saltó de esa tabla y empezó a correr alrededor de la habitación gritando. Cuando lo hizo, casi todo el mundo en ese cuarto empezó a también a correr.
La campana de llamada para la cena del evangelio
Estuve en tres de las cuatro últimas reuniones de carpa que el hermano Roberts hizo. La unción que allí experimenté —la cual he entendido con el pasar de los años que era la unción de evangelismo del Nuevo Testamento—es la campana de llamada para la cena del evangelio. Cuando empiece a manifestarse, las personas de todos los lugares de mundo vendrán a ella.
Después de experimentarla en el cuarto de inválidos, la encontré nuevamente unas semanas después en el Cobo Hall de Detroit. El hermano Roberts estaba teniendo una serie de reuniones de sanidad en ese lugar y Bob DeWesse, su evangelista asociado, estaba predicando los servicios durante el día. En ese entonces, el hermano DeWesse era mi jefe, y se me acercó después de una de las reuniones y me dijo: “Kenneth, no será posible que oremos por todas estas personas sin ayuda adicional. Voy a hacer una fila de oración y dejaré que tú ores por algunos de ellos”.
Esta vez no me acobardé, y pensé: ¡Oh, sí, déjame hacerlo!
Esa tarde impuse manos sobre unas 500 personas. Mi madre (quien era una mujer poderosa en oración) se paró detrás mío, orando por mí todo el tiempo. Una mujer en la fila tenía un tumor canceroso que cubría medio lado de su cara y parte de su ojo. Cuando dije: “En el nombre de Jesús” y lo toqué—¡desapareció!
Mi madre respiró y dijo: ¿A dónde se fue?
Yo no tenía idea. Solamente sabía que había desaparecido.
Como puedes imaginarte, esas experiencias me marcaron para toda la vida. Me dejaron con un hambre permanente de ver al cuerpo de Cristo operar en esa clase de unción. Por muchos años, he visto destellos aquí y allá en mi ministerio. Recuerdo una ocasión en particular.
Hace muchos años estaba predicando en el Auditorio Kiel de Saint Louis y El SEÑOR me dijo que invitara a la plataforma a las personas que necesitaban sanidad para que orara por ellas. Usualmente no impongo manos sobre las personas en la plataforma, pero ese día el Señor me dijo claramente: Quiero que las personas en la congregación puedan ver lo que está pasando.
Una joven de unos 25 años se acercó usando soportes de acero desde su cuello, bajando por su espalda y todas sus piernas. Inicialmente, después de que le impuse mis manos, cojeó mientras se retiraba. Pero después de caminar unos 5 metros, se sentó en la plataforma y comenzó a desabrocharse, quitándose los soportes.
Al comienzo sus piernas estaban tan débiles por haber estado amarradas a esos soportes; estaban fláccidas como fideos. Lo mejor que pudo hacer fue gatear con sus manos y rodillas alrededor de la plataforma. Se las arregló para alcanzar el muro y se levantó por sí misma. Dio un paso cuando se lo ordené. Débil y tambaleante, comenzó a dirigirse hacia mí, y caminamos juntos. Para el momento en el que dejo la plataforma caminaba con fortaleza y tan emocionada que no podía detenerse.
Más adelante, me enteré que había llegado a la reunión en un autobús con un grupo de personas, y que cuando llegó el momento de irse, se rehusó a subir. Ella siguió caminando en el estacionamiento con el autobús andando muy despacio a su lado, divirtiéndose.
El año siguiente, ella vino a la Convención de Creyentes del Suroeste y testificó acerca de su sanidad. ¡Estaba usando zapatos de tacón muy altos!
Treinta y Cinco años… Esperando
Con el transcurso de los años solo he visto esa clase de unción en pocas ocasiones—al menos en el grado que la experimenté en las reuniones del hermano Roberts. Pero al comienzo del 2014, mientras estaba en Tennessee asistiendo a la celebración de aniversario del ministerio de T.L. Lowery, sucedió algo que me puso en alerta.
Antes de que te cuente, debería explicarte que el hermano Lowery es uno de esos viejos guerreros de la fe que solía hacer reuniones en carpas durante los años 50 y 60. Él ministró principalmente fuera del país y vio la misma clase de milagros maravillosos en su ministerio de los que nosotros vimos en los Estados Unidos en los ministerios de hombres como Oral Roberts, A.A. Allen and Jack Coe. En esos días todos ellos predicaban en carpas y la unción frecuentemente era tan poderosa que las personas, con solo entrar a la carpa, eran instantáneamente bautizadas en el Espíritu Santo. Sin que nadie les impusiera las manos, ellos caían de espaldas y empezaban a hablar en otras lenguas.
Siempre he amado muchísimo al hermano Lowery, así que estaba emocionado de haber sido invitado a la celebración de su aniversario. Pero cuando llegué allí, tuve una emoción todavía mayor. Cuando atravesaba el salón en el que el evento se efectuaba, experimenté la unción de la carpa. ¡Estaba allí!
En el momento en el que la sentí, El SEÑOR me dijo: La unción de la carpa está de regreso—a lo grande.
Esas palabras todavía estaban frescas en mi corazón en diciembre del año pasado cuando Gloria y yo estábamos sentados una mañana del domingo en nuestra casa en Colorado. Habíamos tomado un receso como siempre lo hacemos durante ese mes, para descansar, orar y alistarnos para el nuevo año. Por varios días habíamos estado predicándonos el uno al otro y discutiendo acerca de las cosas que recientemente habían sido profetizadas acerca del año 2015: el año de la puerta abierta, un tiempo de manifestaciones, visitaciones y demostraciones, el año del ganador.
También habíamos estado hablando acerca de lo que El SEÑOR me dijo durante el año 1970. Él me dijo la primera vez que di un paso en la propiedad en Eagle Montain, donde está la sede de nuestro ministerio, que allí habría un derramamiento del Espíritu Santo. En el futuro, en algún momento, la gloria de la sanidad de Dios residiría allí y se manifestaría a tal escala y en formas tan inusuales que la gente haría filas indias con sus autos para llegar a la propiedad y ser sanados.
Desde que El Señor me dijo esto hace unos 40 años, he estado esperándolo—y esa mañana en Colorado finalmente lo vimos.
Prendí la televisión para que Gloria y yo pudiéramos ver el servicio en iglesia Eagle Mountain Church y, mientras mi hija Terri recibía la ofrenda de la mañana del domingo, la gloria de Dios vino sobre ella y empezó a predicar como esos predicadores de carpa. ¡Supe exactamente lo que era! Después, impactó a la iglesia completa y la gente empezó a ser sanada. Ese día, el servicio se extendió hasta las 2:00 de la tarde porque el poder de Dios estaba en tal manifestación que la gente no quería irse.
Mientras veíamos, El SEÑOR me dijo: ¡Esto es de lo que hablaba! Y continuará, y continuará, y continuará. Luego me dijo que leyera Éxodo 34:10: «Mira, yo hago un pacto delante de todo tu pueblo. Voy a realizar maravillas nunca antes vistas en toda la Tierra, ni en nación alguna. Todo el pueblo, en medio del cual tú estás, verá las obras tan sorprendentes que yo, el Señor, haré contigo».
Cuando leí esas palabras, supe exactamente cómo responder. Dije: “Querido SEÑOR, entro en este pacto contigo; Señor lo recibo, camino en él. ¡Soy tu colaborador de pacto por la Sangre de Jesús, así que lo tomo como mío… ahora mismo!”
Desde ese día hasta hoy, lo que empezó esa mañana en ese domingo ha continuado, cada servicio, desde ese momento. Sin embargo, sin importar lo bueno que haya sido, lo mejor todavía está por venir; tal como El SEÑOR me dijo, la unción que hemos experimentado continuaraá incrementando —no solo aquí en Eagle Mountain, sino también en todas las iglesias que se han comprometido con Dios y están listas, esperando.
¡He estado en el ministerio 48 años y ahora estoy más a la expectativa de lo que alguna vez he estado! En un futuro muy cercano, va a llegar un momento cuando la gloria de Dios vendrá a nuestros servicios como una nube. Será tan densa que las personas en la congregación no podrán verse entre ellas. Cuando venga, cada persona en ese lugar recibirá los milagros que necesitan de Dios.
Ahora mismo, estamos tan sólo en el comienzo del derramamiento que ha sido profetizado durante años. ¡Está sonando la campana para la cena del evangelio! Y mientras continúa sonando, más fuerte y más fuerte, no solo los enfermos serán sanados y los mutilados restaurados, tal como en el ministerio de Jesús (Mateo 15:31).
Lo he experimentado. En los días en los que comenzaba mi ministerio oré por un bebé pequeño que tenía sus pies tan torcidos que sus dedos tocaban la parte interna de sus piernas. Cuando tomé esos pequeños pies en mis manos y dije “en el Nombre de Jesús”, sentí cómo se enderezaron y se movieron perfectamente a su lugar correcto.
Ahora, esa misma clase de unción de obrar milagros está de regreso. Esta vez, no decaerá. Continuará creciendo hasta que nosotros, como creyentes, crezcamos como la iglesia sobrenatural del SEÑOR Jesucristo y el mundo diga acerca de nosotros lo que dijo en Hechos 17:6: «¡Esos que están trastornando el mundo entero, ya han llegado acá!».
Antes de que esto se termine, en vez de que las noticias estén dominadas por extremistas violentos, las personas estarán hablando acerca de Cristianos extremistas. Estarán maravillados por nuestro amor extremo, misericordia y poder. Correrán a las carpas, iglesias y lugares de reuniones alrededor del mundo donde, en el Nombre de Jesús, los cristianos están aterrorizando los demonios del infierno—predicando el evangelio con fortaleza, sanando al enfermo, haciendo que los mutilados sean completos y liberando a los cautivos.
¡A lo grande!