Habiendo crecido en sur de Luisiana, Greg G. Green no tuvo que esforzarse mucho para convertirse en una estrella del baloncesto. Fue algo que surgió naturalmente. Desde el momento que mostró interés por el deporte en tercer grado, hasta el bachillerato y la universidad, para casi todos aquellos que lo vieron jugar cuando niño era obvio reconocer que había algo especial en él.
lamar ese “algo” un regalo de Dios hubiera sido algo muy difícil ya que su familia no era religiosa. Pero cualquiera que había visto a ese jovencito experto de Baton Rouge manipular la pelota, reconocía el talento.
Recordando el pasado, Greg es rápido para reconocer la presencia de Dios en su vida —que Su mano estaba sobre él aun cuando era un niño. Greg también sabe que el Señor tenía un plan para su vida, y aunque ese plan no incluyera una carrera de baloncesto, requeriría de aprendizaje y la aplicación de una de las mismas disciplinas—enfrentar el fracaso.
“No crecí en un hogar cristiano”, nos relata Greg, quien era uno de los 6 hijos y 3 hijas de James W. “Penu” y Ruby Green. “Pero nos amábamos los unos a los otros; éramos una familia muy unida, y mis padres hicieron lo mejor que pudieron con el conocimiento que tenían”.
Aunque la relación con su padre era buena en la mayoría de los aspectos, especialmente el deportivo, Greg sabía muy poco acerca de la vida militar de su papá.
“Años más adelante me enteré acerca del rol de mi papa en el ejército, pero él nunca habló al respecto. “Creo que en ese tiempo el acababa de regresar de la Segunda Guerra Mundial y que los efectos de la guerra sobre el fueron tremendos. Sé que nos proveía con lo mejor que podía”.
Greg había escuchado acerca de las proezas atléticas de su padre, como la que le compartió el legendario entrenador Eddie Robinson, acerca de cómo “Penu” Green hizo un touch down, ¡atrapando la pelota por detrás de su espalda!
Greg nos cuenta: “Después de eso hicieron un canto que decía: ‘Un gran viva por el equipo de futbol, y tres gran vivas por Penu Green’ ”.
Todo el mundo en el barrio sabía que a pesar de ser un niño, Greg era un muy buen jugador de baloncesto, y muchos lo animaron a tratar de entrar a los equipos profesionales del baloncesto en el bachillerato, a lo cual accedió. “Me llamaban ‘Pop’ Green, porque me conocían por siempre ‘volcar’ (del inglés popping) la pelota en la cesta [al hacer los lanzamientos]”. Greg nos explica: “El sobrenombre se originó con mi papá, quien llamaba a su hijo ‘Pop’ por su afinidad con un cereal que se llamaba Rice Krispies (crispetas de arroz). Habían tres mascotas asociadas con el cereal que se llamaban: Snap, Crackle y Pop”.
Greg continúa: “Cuando empecé a jugar el baloncesto, el nombre me caía perfecto”.
James Green murió en 1974, cuando Greg tenía sólo 17 años y estaba en el último año del bachillerato. En los siguientes años, la ausencia de su padre tendría un mayor impacto en Greg.
El primero de muchos clavos
A pesar de que Greg sabía que su padre estaba profundamente orgulloso de sus logros durante los primeros años en los que jugó baloncesto, el anciano Green tenía dificultad para expresarle esos sentimientos a su hijo. En realidad, fueron unas palabras que una vez su padre le dijo las que mortificaron a Greg en los siguientes años de su vida—haciendo que acarreara consigo una mentalidad de derrota.
Un día después del regreso a la casa después del colegio, Greg se quedó dormido mientras esperaba que llegara la hora para irse a jugar un juego de baloncesto en la tarde. Cuando se despertó, era muy claro que llegaría tarde al juego. Su papá, en vez de animarlo para que se apresurara para llegar a tiempo al juego, empezó a compararlo con otros jugadores del equipo.
“Deberías ser como esta persona, el será un gran éxito”. Greg recuerda a su papá diciéndole: “esas personas, lo van a lograr”.
Greg nos dice: “Hoy en día me doy cuenta lo que quería decirme; estaba tratando de ayudarme a ser más responsable, pero esas palabras fueron como un clavo en el ataúd. Se convirtieron en una semilla que me hizo sentir rechazado. Empecé a verme a mí mismo como un fracaso”.
Y este no sería el “único clavo” con el que Greg se encontraría.
Durante la mayoría de sus años en el bachillerato, él había entrado al equipo y tenido mucho éxito. Pero en su último año, la pasó en el banco de suplentes. Greg recuerda: “A pesar de que tenía el talento, por alguna razón no me ponían en el juego. ¡Me sentí relegado—rechazado! Y lo vi como otro clavo en el ataúd”.
Greg dice: “cuando el equipo estaba perdiendo, o la multitud gritaba: ‘queremos a Pop’, el entrenador me metía al juego”.
El último año de la secundaria, Greg recibió una beca de baloncesto para la Universidad en Baton Rouge. Irónicamente, al mismo tiempo que hacia la transición a la Universidad, su entrenador del bachillerato empezó a trabajar en la misma Universidad. Y el rechazo continuó.
No fue hasta años más adelante, durante una reunión con uno de los asistentes de formación de entrenadores, que Greg descubrió la verdadera razón de su marginalización.
Greg relata: “Este hombre me dijo de que el entrenador estaba celoso de mi popularidad. Yo no podía creerlo, y quería preguntarle: ‘¿Entiendes que toda mi habilidad jugando lo beneficiaría como entrenador?’ ¿No lo entendía?”
“Pensé acerca de la historia de la Biblia de Saúl y David y cómo las personas gritaban “Saúl ha matado mil, y David diez mil”. Saúl estaba tan lleno de celos por David que no se dio cuenta que David estaba matando a sus enemigos (de Saúl). Ese espíritu tomó control de Saúl y se llenó de celos y envidia de la popularidad de David.
¡El clavo final!
En 1978, Greg fue convocado por los New York Knicks de la NBA. A pesar de que parecía como si finalmente hubiera tenido éxito, que el rechazo y todo lo que vino con él había terminado, Greg rápidamente descubrió que este no era el caso. A pesar de estar en la NBA, haciendo lo que más amaba y disfrutando de todo lo que traía esa nueva popularidad, no se llenaba ese vacío que Greg sentía en su interior.
Greg recuerda que pensaba: “estoy jugando con los Knicks de Nueva York, estamos en la pretemporada y soy el primero al que llaman de la banca. En un juego contra los Boston Celtics convertí casi 16 puntos en muy poco tiempo. Los locutores estaban diciendo cosas como: ‘Este joven va a tomar el lugar de alguien’ La multitud estaba emocionada, los niños corrían hacia la cancha para pedir autógrafos. Pensé: ‘finalmente lo logré’ ”.
Pero en lo más profundo de su ser, Greg sabía que no lo había logrado.
Al final de la pretemporada, el equipo lo despidió.
Greg recuerda: “Dijeron que no tenía nada que ver con mi talento. Que necesitaban más diversidad en el equipo”.
“En ese momento, escuche nuevamente esas palabras: Un clavo en el ataúd. A pesar de que poseía todo el potencial, todo el talento, para los estándares humanos no era lo suficientemente bueno. Todavía era un fracaso. Esta cosa sencillamente me perseguía”.
Greg nos cuenta: “Me hallé en el mismo lugar en el que estuve después de la muerte de mi padre—un periodo de transición, sin poder ver una dirección segura. Fue en ese momento en el que me di cuenta la magnitud del impacto emocional y mental que la muerte de mi padre había tenido en mí. También me di cuenta que estaba buscando aceptación, afirmación y aprobación en los lugares incorrectos, incluyendo el tiempo que pasaba en los clubs”.
Después de regresar a mi casa en Luisiana, Greg conoció una joven con la que esperaba una relación. Y se sorprendió cuando ella le dijo: “¡Tu no necesitas una mujer, necesitas a Jesús!”.
“Luego, ella empezó a hablarme acerca del amor de Dios”. Poco tiempo después, Greg nació de nuevo.
El vacío se llena, Jesús lo logra
Greg nos dice: “Recibí a Jesús como mi Señor y Salvador, y por primera vez en mi vida ese vacío se llenó y esa falta de algo desapareció. Sabía que había sido aceptado, afirmado, aprobado por Dios y podía escuchar el murmullo del Espíritu Santo diciéndome: ‘Ya no estás solo’ ”.
Años más tarde, en 1986, Greg encontró un libro de Kenneth E. Hagin titulado “El ministerio del Profeta”. Inspirado por lo que había leído, decidió inscribirse en el Centro de entrenamiento Bíblico del Hermano Hagin en Tulsa, Oklahoma. En 1988 Greg se graduó y un año más tarde, mientras ministraba en una iglesia en Lafayette, Los Ángeles, conoció a Mandy Wilturner. Al siguiente año, se casaron.
“Durante los primeros cinco años de nuestro matrimonio, hubieron muchas peleas y falta de perdón que crearon contienda. Estábamos al filo del divorcio”.
Sin embargo Dios tenía un plan diferente para ellos, y su matrimonio.
Greg comenta: “Un día, Mandy y yo estábamos justo en el medio de una discusión acalorada cuando el Señor empezó a hablarme respecto de Su llamado en nuestras vidas. Él dijo: ‘No estoy complacido con los matrimonios en el cuerpo de Cristo’ ”.
“Y agregó: Mi gente ha tomado Mi pacto, y lo han hecho común y corriente”.
“No entendí lo que quería decir, pero el Señor me recordó Hechos 10:28, donde Pedro dijo: «Como ustedes saben, para un judío es muy repugnante juntarse o acercarse a un extranjero, pero Dios me ha hecho ver que no puedo llamar a nadie gente común o impura». La unión del matrimonio ha sido limpiada y resguardada por Dios. El factor común y corriente debe ser removido para que el peso y el valor de nuestro matrimonio pueda ser horado a través de nuestra relación de pacto”, relata Greg. “A medida que empecé a aplicar esta revelación en mi propio matrimonio, me di cuenta que Dios estaba desarrollando el ministerio al que nos había llamado”.
En el 2004, Greg y Mandy lanzaron el Ministerio Pacto de Dominio en el Matrimonio (Dominion Covenant Marriage Ministry) y empezaron a enseñar acerca del matrimonio. Solo dos personas asistieron a su primera reunión. Pero pocas semanas después eran 30. Y en las siguientes semanas los números crecieron tanto que tuvieron que rentar un lugar en un hotel.
Poco tiempo después, Greg escuchó al Señor decirle: Ahora voy a enviarte a nivel local y al extranjero, y te daré favor con pastores.
“Nosotros nunca llamamos a ningún ministerio para preguntarles si podemos ir a ministrar”, reitera Greg. “Pero con el favor de Dios, las puertas se abrían. Mandy y yo hicimos un compromiso de siempre dejarnos guiar por el Espíritu Santo y mantenernos comprometidos en una iglesia local y a una autoridad competente. También era mi deseo estar bajo la cabeza de un padre espiritual para rendirle cuentas acerca del ministerio”.
En oración, Greg presentó su petición al Señor, e instantes más tarde escuchó al Señor decirle: Elías y Eliseo. Ve a ver al Hermano Hagin. Sin saber exactamente lo que el Señor quería decir, Greg viajó a Tulsa para asistir al seminario Bíblico de invierno en Rhema. “De repente, Kenneth E. Hagin y un ujier venían caminando por el mismo corredor en el que él estaba parado esperando a un amigo. Se detuvo y me miró fijamente mientras yo lo miraba. Yo sabía que esta reunión había sido orquestada divinamente. En ese momento, supe lo que debía hacer y decir, y aun así, fallé en hacerlo. En septiembre de ese año, Kenneth E. Hagin se fue al cielo”.
“Me arrepentí y le pedí al Señor perdón, y luego le pedí que me diera otra oportunidad”.
Una segunda oportunidad, ¡un nuevo comienzo!
En el 2006, Mandy había estado orando acerca de un padre espiritual para su esposo cuando escuchó al Señor preguntarle: ¿Y qué acerca de ti? ¿Te gustaría ser como Gloria Copeland?
Mandy le respondió: “¡Claro!”.
Desde ese momento, Mandy empezó a escuchar en la red las enseñanzas de Gloria Copeland. Varios meses después, ella estaba en la página web del ministerio cuando vio que el Hermano Copeland ministraría en la penitenciaria del estado de Luisiana, también conocida como Angola.
Greg comenta: “Por haber servido como capellán en ese lugar por siete años, nos otorgaron permiso para asistir a esa reunión, la cual era privada”. Al finalizar la reunión, Greg y Mandy vieron al hermano Copeland en el estacionamiento y decidieron hablarle.
Greg recuerda: “A medida que nos acercábamos, el hermano Copeland me miraba; miró en otra dirección y luego me miró nuevamente; luego, se me acercó, me saludó y me dijo: “la misma unción que esta sobre mi vida, matrimonio y ministerio, esté sobre ti hoy”.
Habiendo dicho eso, el hermano Copeland se metió en su auto y se fue.
Sorprendido por lo que acababa de pasar, Greg tomó aliento y se fue a visitar la casa del guardia de la prisión.
Greg cuenta: “Para mi sorpresa, el hermano Copeland arribó al lugar. Esta vez, el hermano Copeland me invitó a atender a la próxima Convención de Creyentes del Suroeste en Fort Worth, TX. Como no le respondí inmediatamente, me preguntó una segunda vez. Luego, antes de que pudiera responderle, me apuntó con el dedo y me dijo: ‘Te estoy diciendo que quiero que vengas a la Convención de Creyentes del Suroeste. Y no me importa si tienes que pararte en una silla para captar mi atención, quiero saber que estás ahí’ ”.
La respuesta de Greg fue clara y directa: “Si Señor, allí estaré”.
En Julio del 2007, Greg y Mandy manejaron desde Luisiana a Fort Worth para asistir a su primera Convención de Creyentes del Suroeste. Admiten que esa mañana en la primera reunión se sentaron en la parte trasera del auditorio. Pero para la sesión de la tarde, Greg se movió cerca del frente.
Greg nos cuenta: “Puedo recordar que pensaba: si me levanto en una silla, y grito: ‘hermano Copeland, estoy aquí’, puedo imaginarme a los ujieres sacándome del edificio. Pero, sabía las palabras que el hermano Copeland me había dicho; eran ordenes de Dios, y no quería desobedecerlas”.
En lugar de pararse en una silla, Greg habló con uno de los ujieres y le comentó acerca de las instrucciones del hermano Copeland.
Greg recuerda: “Él nos dijo que el hermano Copeland usualmente no ve a nadie durante el tiempo en el que ministra, pero me dio instrucciones de sentarme en la misma silla al día siguiente en caso de que el hermano Copeland quisiera verme”. Al día siguiente, después del servicio, Greg y Mandy fueron escoltados a la parte trasera del escenario para reunirse con el hermano Copeland, quien oró con ellos.
Dos años después, el Señor instruyó a Greg para que viajara a Fayetteville, Carolina del Norte, para asistir a otra convención de KCM—Explosión de la Palabra. Cuando la reunión culminó, Greg nuevamente fue llevado a la parte trasera del escenario para encontrarse con el hermano Copeland. Esta vez, Greg compartió con él lo que el Señor le había instruído decirle al hermano Hagin, y cómo había fallado en seguir esa instrucción.
“Esta vez, el oró por mí y después dijo: ‘yo me hago tu padre espiritual’. Y luego me dijo: ‘Y no fallarás nuevamente. Esto no sucederá nunca más’ ”.
Poco y nada sabía el hermano Copeland de ese espíritu de fracaso que había acechado a Greg Green por una gran parte de su vida. Pero a través de esas palabras, Dios le confirmó a Greg que Él había removido ese espíritu de fracaso y lo había remplazado por Su favor abundante.
Greg agrega: “Ser un colaborador y un nuevo hijo espiritual de Kenneth y Gloria Copeland ha ayudado a formar el destino que Dios ha ordenado para mi esposa y para mí en nuestras vidas, matrimonio y ministerio. Consideramos un honor y un privilegio estar conectados con los Ministerios Kenneth Copeland. Nos damos cuenta que a través de la colaboración, las bendiciones, la unción y la gracia que está en sus vidas ha sido impartida sobre nosotros”.
Hace pocos años, Greg ha llegado a entender mejor a su padre, y porqué esas palabras que le dijo hace tantos años le parecieron más una crítica que un apoyo. Todo empezó en el 2012, cuando su hijo de 15 años, Aaron, y su hija de 12 años, Desiree, empezaron a hacer preguntas acerca de su abuelo.
Cuando Greg, Mandy y sus hijos, visitaron la tumba de James Green, que queda a tan solo 10 minutos de su casa en Baker, Luisiana, Greg estaba sorprendido de ver lo que estaba inscrito en la lápida: James Green Jr. Cabo de la Marina de los Estados Unidos.
Greg nos cuenta: “Yo sabía que mi papa había servido en las fuerzas militares, pero no sabía que era un Marín. Su servicio militar era algo de lo que él nunca hablaba”.
Fui al internet para hacer una búsqueda más amplia. Greg y Mandy descubrieron muy rápidamente, que como parte de un grupo elite, el pelotón militar negro conocido como ‘Los Marines del Punto Montford’, James W. Green era un héroe de guerra. Este grupo de hombres no solo jugó un rol significativo en la integración de los marines, sino también fue instrumental en la pelea de la guerra.
Desde 1942 hasta 1949 más de 20.000 hombres recibieron entrenamiento básico en un campo segregado en Montford Point en Jacksonville, Carolina del Norte. La mayoría de las unidades negras sirvieron como soporte o unidades de guardia, pero solo pocas como la de James Green, Pelotón 279, estuvieron en combate. Sin embargo, a diferencia de los famosos hombres del aire en los soldados de Búfalo, las acciones históricas de los marines de Punto Montfort habían pasado inadvertidas y no se hicieron públicas hasta Junio del 2012, cuando un grupo fue premiado con la medalla de oro del Congreso, el honor civil más alto de la nación.
En octubre del 2013, cuando habría sido el cumpleaños 97 de James Green, Ruby Green recibió la medalla, en honor a su esposo y en favor de su familia, durante una ceremonia especial en Luisiana.
Hoy, Greg Green recuerda ese día, y los años que lo precedieron, no solo con una sensación de orgullo hacia su padre, sino también con un mejor entendimiento de su propia vida. Greg comenta: “Estoy agradecido con el Señor por Su gracia y el favor con el que ha establecido un derramamiento de restauración en nuestras vidas”.
“Hoy saludo a mi padre, lo honro y le agradezco a Dios por él y por el rico legado que dejó para nuestra familia. Tres vivas por “Penu” Green”.