Cuando vi por primera vez en la Biblia el grandioso plan de Dios para la iglesia, no podía creer que jamás hubiera escuchado nada acerca de éste. Era tan maravilloso, que me parecía que era el secreto mejor guardado en todo el reino cristiano.
No hacía más que preguntarme: ¿Por qué los creyentes no hablan acerca de esto?
Con el pasar de los años, he entendido la razón. Muchos creyentes ni siquiera conocen acerca del tema. Todo lo que han escuchado acerca del plan de salvación de Dios es que éste los lleva al cielo y los mantiene por fuera del infierno. De hecho, algunos cristianos —Dios bendiga sus corazones— han oído tantos sermones acerca del pecado y el castigo eterno que están bajo la impresión de que el propósito principal del evangelio es literalmente (si me perdonas la expresión) “matarlos de miedo”.
ero, como lo descubrí hace más de 48 años, ese no es el caso. Cuando Dios ideó el plan de redención, Él no sólo lo diseñó para que sea un seguro de incendios para la vida eterna. Esa no es la totalidad de lo que obtuvo la Sangre de Jesús.
No. Dios tenía mucho más en mente. Él envió a Jesús a pagar el precio por el pecado para que Él pudiera ser nuestro Padre y nosotros pudiéramos ser Sus hijos. ¡Lo hizo para poder tener una familia! Una familia con la que pudiera tener una relación a Su nivel, ahora y por toda la eternidad. Una familia llamada la Iglesia. ¡Una familia llena de hijos e hijas que son nacidos en Su imagen y que crecen para ser como Jesús!
Dios dice que podemos. Nos lo dijo claramente en Efesios 4:11-13: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser un hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo».
Lee nuevamente ese último versículo. Éste deja muy claro que no nacemos de nuevo para que podamos vivir por siempre como bebés espirituales. O tan solo como viejos pecadores salvados por la gracia. Estamos destinados a ser perfectos, lo que significa “cristianos adultos o maduros” y «así creceremos en todo sentido hasta parecernos más y más a Cristo» (Versículo 15, Nueva Traducción Viviente).
De acuerdo con Efesios 5:25-27, este es el objetivo final de Dios para la Iglesia: «Cristo amó a la iglesia. Él entregó su vida por ella a fin de hacerla santa y limpia al lavarla mediante la purificación de la palabra de Dios. Lo hizo para presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni ningún otro defecto. Será, en cambio, santa e intachable».
Nota que no dice que Jesús va a presentarse una iglesia que tan solo ha sido salvada del infierno; no dice que Él regresará por una iglesia que tan solo busca ir al cielo. Dice que regresará por una iglesia gloriosa— una iglesia que está llena de la gloria manifiesta de Dios.
¿Sabes lo que pasa cuando la gloria de Dios se manifiesta? Las enfermedades y las dolencias se van de los cuerpos de la gente. Las personas inválidas saltan de sus sillas de ruedas. Los demonios que habían estado oprimiendo a la gente tienen que volar. Los milagros, las señales y los prodigios se manifiestan y hacen posible que la gente pueda ver el poder y la Gloria de Dios con sus propios ojos.
Es el momento para los creyentes del “ahora mismo”
Sé que puedes estar pensando: “Si Dios quiere manifestar Su gloria de esa manera a través de la iglesia, ¿por qué no ocurre con más frecuencia?”
¡Porque lo que está sucediendo entre nosotros es aquello en lo que creemos!
Cuando creemos por sanidad, ocurren sanidades. Cuando creemos para que la gente sea llena del Espíritu Santo, son llenos. Cuando creemos que veremos la misma clase de milagros que Jesús vio durante Su ministerio, estos empiezan a suceder.
Jesús mismo nos dijo en Juan 14:12-13 la manera en la que debía ser. Él dijo: «Les digo la verdad, todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún mayores, porque voy a estar con el Padre. Pueden pedir cualquier cosa en mi nombre, y yo la haré, para que el Hijo le dé gloria al Padre».
El diablo siempre tratará de convencernos que esos versículos están hablando acerca de alguna otra generación de creyentes que no es la nuestra—acerca de los apóstoles en Hechos, o un grupo de supersantos del futuro.
Él siempre trata de hacer que las personas se sientan incómodas cuando alguien empieza a declarar que podemos hacer ahora mismo las mismas obras que Jesús hizo.
Pero, por supuesto, el diablo hizo lo mismo hace 2000 años con la gente del pueblo de Jesús. Los alborotó como un montón de avispas cuando Jesús se paró en frente de ellos en la sinagoga y leyó en Isaías 61: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos» (Lucas 4:18).
Ese día todos en la sinagoga hubieran recibido esas palabras si Jesús hubiera dicho que pasarían algún día, en algún otro momento, en otro lugar. Pero no lo hizo. En lugar de eso, anunció: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes» (Versículo 21).
¡A la gente de Nazaret no les gustó para nada! Los ofendió. “Deja esas cosas en el pasado” dijeron. “Deja que pasen en el futuro. Pero no en nuestra época”.
En un pasado no muy lejano, tal actitud era común entre los creyentes nacidos de nuevo cuando se tocaba el tópico de los milagros, las señales y los prodigios. Sin embargo, en estos días, eso está cambiando. Más y más de nosotros conocemos la Palabra y creemos que Dios está apresurado por hacerlo (Jeremías 1:12)—no algún día, sino ahora mismo.
Personalmente, ¡estoy lista para que suceda! Cuando se trata de esperar que la Gloria de Dios se manifieste en la iglesia, yo soy una creyente del ahora mismo, ¿y tú?
El comienzo es el mejor lugar para comenzar
“Bueno, estoy tratando de serlo” podrías decir. “Me es un poco difícil entender en mi mente el concepto de que caminar en la gloria de Dios es realmente Su voluntad para mí”.
Entonces no sólo creas mi palabra. Pasa tiempo leyendo y meditando en lo que la Palabra de Dios dice al respecto. Su Palabra es Su sabiduría, y de acuerdo con 1 Corintios 2:7 (RVC) ha sido: «predestinada para nuestra gloria». Así que entre más lo entiendas, más verás en la Biblia el plan sabio y magnífico que Dios tiene diseñado para nosotros Sus hijos, y tendrás más fe para que Su gloria se manifieste en tu vida.
Sin embargo, no trates de entenderlo por ti mismo. Ésta no es la clase de sabiduría que puedes recibir con tus ojos y oídos naturales. No es la clase de sabiduría que viene del mundo. Tiene que venir de Dios mismo.
«Como está escrito: «Las cosas que ningún ojo vio, ni ningún oído escuchó, Ni han penetrado en el corazón del hombre, Son las que Dios ha preparado para los que lo aman» (Versículos 9-10).
Así que a medida que lees la Palabra, pídele al Espíritu Santo que ilumine tu corazón. Luego créele que te mostrará cuál es verdaderamente el plan de Dios para ti.
“Pero, Gloria, la Biblia es un libro muy grande. ¿Por dónde debería empezar?”
He descubierto que es mejor empezar por el comienzo. Como Dios nunca cambia, Su voluntad tampoco. Por lo tanto, el plan que escribió cuando creó al hombre, hoy todavía es Su plan para nosotros y para su pueblo.
Génesis 1:26-27 nos dice cuál era ese plan. Después de que Dios creara la Tierra y preparara el Jardín del Edén, Él dijo: «¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la tierra sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y las bestias, y sobre todo animal que repta sobre la tierra!» Y Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó».
Si estudias el significado de las palabras originales en hebreo en esos versículos descubrirás que cuando Dios creó a Adán a Su imagen, Él lo hizo tan igual a Sí mismo como le fue posible. Él puso Su vida eterna zoe (lo que significa que Adán tenía el mismo poder en su espíritu que Dios tenía) y puso Su propia gloria sobre él. (Por esa razón no fue hasta después de que Adán pecó que no se dio cuenta que no estaba usando ropa. Su cuerpo estaba cubierto con el mismo resplandor del Todopoderoso. Estaba vestido con una túnica de luz).
Dios también le confirió a Adán Su misma autoridad. Él le dio autoridad sobre la Tierra. Lo hizo soberano por debajo de Él. Puso el planeta entero bajo su dominio, y le dio a Adán la libertad de hacer en la Tierra cualquier cosa que decidiera—con una excepción: «no debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal».
Sin incluir esa regla, Adán tenía libertad total para disfrutar su comunión con Dios y de aprender de parte de Él cómo gobernar la Tierra siguiendo Su ejemplo en el cielo.
¡Realmente era un plan glorioso!
Pero, por supuesto, Adán y Eva se equivocaron. Escucharon todas las mentiras del diablo, hicieron lo que él les dijo, y se pusieron bajo su poder malvado. Como resultado, murieron espiritualmente, y perdieron la Gloria de Dios.
Sin embargo, aun así, permanecieron a cargo de esta Tierra. Dios no les revocó su dominio. ¿Por qué? Porque, como ya lo he dicho, ¡Él nunca cambia!
Algunas veces escucho a las personas diciendo cosas como: “Bueno, si Dios está a cargo de las cosas en la Tierra, sí que está haciendo un mal trabajo”. Y estarían en lo cierto si fuese Él quien estuviera gobernando las cosas terrenales. Pero no es así. Los hombres están gobernando la Tierra.
¿No es maravilloso? Hoy, casi 6.000 años después de que Adán y Eva pecaron en el Jardín, la voluntad de Dios todavía no se hace en la Tierra a menos de que un hombre comience a obedecerle. Aun ahora, este planeta está bajo el dominio de la humanidad porque esa es la manera en la que Dios lo diseñó. Y como Santiago 1:17 dice: ¡«en quien no hay cambio»!
Una oportunidad única
La verdad es que, gracias a la naturaleza inmutable de Dios —y por supuesto, también a Su amor— que tan pronto el pecado corrompió Su plan original, Él empezó inmediatamente a obrar para restaurarlo. Allí mismo en el Jardín del Edén, le habló a la serpiente, quien era el diablo disfrazado, y le dijo: «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón» (Génesis 3:15, Nueva Versión Internacional).
Con esas palabras, Dios implementó el plan de redención que pagaría el precio por el pecado del Adán. A Dios le costaría un precio muy alto. Pero era Su voluntad que el hombre volviera a tener comunión con Él, y quería que así fuera.
Por 4.000 años, Dios trabajó y trabajó y trabajó en el plan de redención (te lo digo, ¡la paciencia de Dios es algo para aprender!) hasta que un día, el Espíritu Santo se posó sobre una joven virgen llamada María, y Jesús fue concebido en su vientre. Con su nacimiento, el Hijo de Dios se convirtió en el Hijo del hombre. Él vino a esta Tierra como el “último Adán” (1 Corintios 15:25) para recobrar lo que el primer hombre había perdido.
Por esa razón tenía que nacer de una virgen; para que un hombre sin pecado pudiera ejercer la autoridad que Dios les había dado a los hombres para que fueran libres de la muerte espiritual y ¡así restaurar la familia de Dios para Él!
Durante la vida de Jesús en la Tierra, Él caminó perfectamente en la voluntad de Dios. Sanó a los enfermos, hechó fuera los demonios y obró milagros. Él hizo lo que vio a Su Padre celestial hacer y dijo lo que escuchó a Su padre decir.
En otras palabras, Él caminó, habló, he hizo la obra de Dios.
Después fue a la cruz, resucitó de entre los muertos, ascendió a los cielos, y envió el Espíritu Santo para que nosotros podamos hacer lo mismo. No sólo para que escapemos del infierno y lleguemos al cielo, sino para que podamos nacer de nuevo a la imagen de Dios, ser llenos del Espíritu Santo y hacer la obra de Dios aquí en la Tierra.
¡Piénsalo! Tenemos una oportunidad, desde ahora hasta el momento en el que el Señor nos lleve en el rapto, para hacer aquello que Dios ha estado planeando por miles de años. Tenemos la oportunidad de revelarle a Jesús a la gente en un mundo oscurecido por el pecado; de compartir con ellos el evangelio y dejarlos ver Su amor, Su personalidad y Su poder redentor en nosotros.
El cielo será maravilloso, y cuando llegue el momento de partir, estaremos emocionados. Pero tú y yo tenemos una oportunidad de servir a Dios ahora de una manera que nunca jamás nos será ofrecida. Démosle la importancia que se merece. ¡Creamos para que la Gloria de Dios se manifieste a través de nosotros! «Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 Juan 5:4).