Una cosa que siempre me emociona acerca de las enseñanzas de Jesús sobre la fe es lo maravillosamente simples que son. Nunca hizo que recibir de Dios por medio de la fe pareciera un proceso misterioso e incomprensible. Nunca presentó el proceso como complicado o difícil de llevar a cabo.
Por el contrario, Jesús expuso los principios básicos de la fe de manera tan sencilla que incluso un niño puede entenderlos. Los dejó tan claros que cualquiera puede poner la fe a trabajar en su vida, simplemente siguiendo los pasos que Él dijo.
Si has leído Marcos 11, probablemente recuerdes cómo lo hizo. Comenzó Su enseñanza declarando palabras de fe a una higuera. La higuera debería haber tenido fruto, pero ese no era el caso. Entonces, después de haberse acercado a buscar algo de comer y no haber encontrado nada, Jesús le dijo al árbol: «¡Nunca jamás coma nadie de tu fruto!» (versículo 14). Luego le dio la espalda y se alejó.
Sus discípulos presenciaron esta demostración y escucharon Sus palabras, pero en ese momento no observaron ningún cambio en el árbol. Al día siguiente, sin embargo, volvieron a pasar junto al árbol y vieron que había cambiado. Pedro le dijo a Jesús: «Rabí, he aquí la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús les dijo: —Tengan fe en Dios. De cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y que no dude en su corazón sino que crea que será hecho lo que dice, le será hecho.» (versículos 21-23).
¡Eso es sencillo! Es tan claro que hemos necesitado ayuda para malentenderlo. Jesús no dijo, como lo hace la tradición religiosa, que nunca se sabe lo que Dios va a hacer. Por el contrario, dijo que Dios lo hará por ti dependiendo de tu fe. Dijo «Tengan fe en Dios» (versículo 22, o como también se puede traducir, “Tener la fe de Dios” o “Tener el tipo de fe de Dios”). “Habla a las situaciones en tu vida que no se alinean con la PALABRA de Dios, tal como le dije a la higuera, creyendo que lo que dices sucederá, y obtendrás los mismos resultados que Yo”.
“Pero hermano Copeland”, podrías decir, “seguramente no podemos hacer lo que hizo Jesús. Él es el Hijo de Dios.”
Sí, lo es, pero cuando estaba en la Tierra, no operaba como el Hijo de Dios. Él operaba como un hombre. Es por eso que no hizo ningún milagro hasta que tuvo 30 años. No podía. Necesitaba ser bautizado en el Espíritu Santo con la unción para el servicio, tal como lo hacemos nosotros, antes de poder hacer las obras sobrenaturales de Dios.
¡Jesús nunca hizo nada en Su ministerio terrenal que no esté disponible para nosotros, como creyentes, hoy en día! Él nos lo dijo en Juan 14:12: «De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aun mayores obras hará, porque yo voy al Padre.» Aunque Jesús siempre será el Hijo primogénito de Dios, como creyentes, nosotros también somos hijos de Dios. Así como Él nació de la semilla de LA PALABRA, nosotros nacemos de la semilla de LA PALABRA. En nuestro espíritu, somos Sus duplicados exactos. Somos seres espirituales, creados en la clase de Dios.
Los no creyentes, aunque no han nacido de nuevo a imagen de Jesús, también son seres espirituales. Esa es la razón por la cual Jesús explicó la ley de la fe; Él dijo que funcionaría para «cualquiera». La fe es una ley espiritual y se aplica a todo ser espiritual. «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga… su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. (Marcos 11:23).
Vigila tu boca
Déjame repetirlo: esta es una ley espiritual. Siempre está operando. No importa quién eres, no hay forma de evitarlo: lo que tienes hoy es lo que dijiste ayer. Como dijo Jesús en Lucas 6:45, «El hombre bueno, saca lo bueno del buen tesoro de su corazón. El hombre malo, saca lo malo del mal tesoro de su corazón; porque de la abundancia del corazón habla la boca.»
Vivimos en un entorno creado por palabras, y confirmado por palabras. Dios usó palabras llenas de fe para traer a existencia todo en este mundo y ahora también estamos usando nuestras palabras para crear nuestro mundo. Ese ha sido Su plan desde el principio. No nos entregó las palabras para que nos comuniquemos como su propósito más importante. Nos dio las palabras para liberar el poder, y siempre están teniendo efecto.
La Biblia lo confirma una y otra vez: «La muerte y la vida están en el poder de la lengua.» (Proverbios 18:21, RVA-2015). Entonces, nuestras palabras son un asunto serio. Como Jesús lo dijo: «Pero yo les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado.» (Mateo 12:36).
Jesús no estaba diciendo que nunca deberíamos reírnos y bromear. Nosotros, como creyentes, debemos estar riendo y alegres todo el tiempo. Solo tenemos que darnos cuenta de que las palabras pronunciadas con incredulidad no son una broma. Provienen de un corazón “malo” (Hebreos 3:12, RVA) o son más bien palabras ociosas porque no se alinean con la PALABRA de Dios.
No tenemos por qué andar diciendo cosas estúpidas como: “Sí, me verás si un tren no me arrolla primero. Jaja.” Ese tipo de palabras no son divertidas. Ya sea que lo digas en broma o con toda seriedad, le otorgan licencia al diablo para que busque manifestarlas. Entonces mantente alejado de ellas. Ora como lo hizo David: «Señor, pon un vigilante en mi boca; ¡ponle un sello a mis labios!» (Salmo 141:3), y toma una decisión de calidad ante Dios de hablar solo palabras de fe.
“Pero hermano Copeland, cuando estoy lidiando con situaciones difíciles, no siempre tengo ganas de hablar palabras de fe.”
No importa cómo te sientas. Si quieres cambiar esas situaciones difíciles, debes creer y decir solo lo que Dios dice sobre ellas. En lugar de hablar sobre cómo te sientes, debes seguir las sencillas instrucciones que Jesús dio en Marcos 11: Habla palabras de fe y cree que aquello que dices sucederá.
Sin embargo, déjame advertirte de antemano; para hacerlo, tendrás que tomar el dominio sobre ti mismo porque la carne simplemente es carne. Obtiene su información de este reino natural. Por lo tanto, demandará ver y sentir antes de querer creer y hablar.
Si se lo dejamos solo a tu carne (y la mía y la de todos los demás) se comportará como lo hizo Tomás en Juan 20. Cuando escuchó que Jesús había resucitado de entre los muertos, dijo: «Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos, ni meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré.» (versículo 25, énfasis del autor).
Tomás eligió ponerse del lado de sus sentidos naturales en lugar de la palabra que había escuchado. Eligió la duda sobre la fe como un acto de su voluntad. Unos días después vio a Jesús en persona y exclamó: «¡Señor mío, y Dios mío!» Él creyó lo que vio, pero debido a que su fe se basó en mera evidencia natural, Jesús le respondió que ese no era el tipo de fe de Dios. “Tomás”, le dijo: «Tomás, has creído porque me has visto. Bienaventurados los que no vieron y creyeron.» (versículo 29).
¡Es imposible recibir la BENDICIÓN de Abraham con la fe de Tomás! Entonces, no sigas el ejemplo de Tomás. No digas, como lo hizo él y como lo hace el mundo: “Ver para creer”. Tener la fe de Dios dice: “Creer es ver”. Sigue el ejemplo de Jesús y di como el apóstol Pablo: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo a lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos.» (2 Corintios 4:13).
Comienza con lo que está escrito
Observa que el versículo dice que el espíritu de fe es «de acuerdo a lo que está escrito». En otras palabras, obtienes fe yendo primero a LA PALABRA de Dios. «La fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios.» (Romanos 10:17). Entonces, comienza por encontrar una promesa o un hecho bíblico que te garantice lo que deseas y créelo a propósito como un acto de tu voluntad.
Haz lo contrario de lo que hizo Tomás y declara: “¡Creeré estas buenas nuevas! No me importa lo que siento o veo; al contrario, elijo poner mi fe en lo que Dios dijo y no dejarme conmover por las emociones o las circunstancias. Elijo ser movido solo por la PALABRA de Dios”.
Una vez que hayas tomado esa posición, da el siguiente paso y sigue las instrucciones que Jesús nos dio en Marcos 11:24-25: «Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá. Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas.»
Una vez que lo hayas hecho, mantén tu posición de fe. Sigue creyendo que recibes y sigue diciéndolo. Sigue declarando la PALABRA de Dios y creyendo que lo que dices sucederá… y sucederá. Tal vez no al instante, o en 24 horas, pero eventualmente si tan solo sigues el modelo, tendrás lo que dices.
Realmente disfruto algunos de los testimonios sobre este tema que el hermano Kenneth E. Hagin solía compartir. Uno era sobre un pastor que conocía que había sufrido diabetes durante 30 años. El hermano Hagin ministró varias veces en su iglesia así que, cuando él y su esposa estuvieron en el área un día, se detuvieron para visitar al pastor.
Saludándolos con noticias sorprendentes, les compartió: “¡No he tenido que inyectarme insulina en dos años!” Le preguntaron qué sucedió y él les respondió: “Finalmente me di cuenta de lo que has estado predicando acerca de la fe, o más bien, de lo que Jesús enseñó al respecto en Marcos 11:22-24. Vi que lo que tenía que hacer era creer que recibía mi sanación, y Jesús se encargaría de que la tuviera.”
“Todas las mañanas, durante mi tiempo de oración, caminaba y decía: ‘Creo que recibo mi sanación de la diabetes.’ Cada vez que me inyectaba insulina, lo decía de nuevo. ‘Creo que recibo mi sanación de la diabetes.’”
El hermano Hagin volvió a Rhema y les contó a los estudiantes. Algunos de los que habían sido diagnosticados con diabetes hicieron lo mismo y obtuvieron los mismos resultados.
Una mujer que el hermano Hagin conocía que había nacido con los ojos cruzados tenía un testimonio similar.
Cuando nació, tenía los ojos tan cruzados que los médicos querían hacerle una cirugía. Sus padres habían dicho que no, así que a los 6 meses de edad, le ataron los anteojos a la cabeza para mantener los ojos alineados.
Después de convertirse en adulta, apareció en la fila de oración en una de las reuniones del hermano Hagin, todavía con gafas gruesas. Él le impuso las manos y luego ella se quitó las gafas como una forma de actuar según su fe. Ella tenía la idea correcta. Es de vital importancia actuar en LA PALABRA y no ser tan solo un oyente. Pero cuando trató de conducir sin sus lentes, porque su sanación aún no se había manifestado, resultó ser peligroso. Además, ella estaba violando la ley. Su licencia de conducir requería que usara anteojos.
“¿Qué debo hacer, hermano Hagin?”, le preguntó.
“Sigue usando tus anteojos”, le respondió el hermano Hagin, “pero todas las mañanas, mientras te los pones, di: ‘Creo que recibo la sanación para mis ojos.’ Luego, cada vez que lo pienses durante el día, dilo de nuevo. ‘Creo que recibo la sanación para mis ojos.’”
Se comprometió a hacerlo y, unos años después, cuando el hermano Hagin la volvió a ver, sus ojos eran perfectos. Él le preguntó qué sucedió y ella respondió: “Todos los días, muchas veces al día, lo dije y lo dije: ‘Creo que recibo la sanación para mis ojos’. Pasaron tres meses y no notaba ninguna diferencia. Pero seguí así y durante los siguientes tres meses comencé a notar cambios. Al final de otros tres meses fui al médico y me dijo que tenía una visión 20/20.’”
¡Piénsalo! Podría haberse rendido después de esos primeros tres meses, cuando no vio ningún resultado. Podría haberse rendido a los seis meses. Pero alabado sea Dios, ella no lo hizo. Y como resultado, lo que dijo sucedió: en nueve meses obtuvo la visión 20/20.
Recuerdo una vez que aparecieron los síntomas de la gripe y no podía permitirme esperar nueve meses para recibir mi sanación. Necesitaba tenerla de inmediato porque estaba a punto de ir a predicar. Me dolía tanto que solo quería quedarme en la cama, pero en lugar de eso caminé por la habitación diciendo una y otra vez: “Por las llagas de Jesús estoy sanado. Creo que recibo mi sanación. Por las llagas de Jesús soy sanado. Creo que recibo.”
Incluso hice un seguimiento de la cantidad de veces que lo dije. (No sé por qué, pero ahora estoy muy contento de haberlo hecho). Dije: “Creo que recibo mi sanación.” 229 veces, sintiéndome tan enfermo que quería dejar de decirlo todo el tiempo. Entonces, la 230ª vez que lo dije, el poder de Dios me golpeó justo detrás de mis talones, se disparó a través de mi cuerpo y cada síntoma desapareció al instante.
“¡Pero hermano Copeland, es difícil seguir con el programa de la fe en ese tipo de circunstancias!”
Lo sé. Pero vale la pena el esfuerzo. Entonces, ¡hazlo y no te rindas! Ya sea que se necesiten seis segundos, seis minutos, seis meses o seis años para que lo que creas se manifieste, ¡ten fe en Dios! Sigue creyendo Su PALABRA en tu corazón, diciéndola y creyendo que esas cosas que dices suceden; y la fe funcionará para ti tal como lo dijo Jesús.
La montaña se moverá.
La sanación vendrá.
El milagro sucederá.
Jesús Mismo se encargará.
Es tan simple como eso.