El Dr. Avery Jackson ajustó la brillante luz que iluminaba el quirófano. Escudriñando la herida, procedió a suturar con mucho cuidado.
El tintineo suave de los instrumentos y el sonido apagado de las palabras detrás de las máscaras de protección le eran tan familiares como el tic tac de un reloj. En su calidad de cirujano residente de último año, Jackson estaba siendo aún más meticuloso de lo habitual. Este paciente tenía un caso grave de SIDA.
Deteniéndose por unos instantes, Jackson respiró hondo, deseando que el médico a cargo dejara de apurarlo. Él no apresuraba ninguna cirugía, sin importar el caso. Ciertamente, más aún en un paciente que padecía una enfermedad transmisible de carácter mortal.
Jackson se sentía tan cómodo en el quirófano como la mayoría de las personas se sienten al tomar un café matutino. La cirugía era la profesión que había elegido. Mejor aún, tal vez esa era la profesión que lo había elegido a él. Era tan solo un niño de primer grado cuando su abuela sufrió un derrame cerebral. Al preguntar qué le pasaba, le dijeron que había un problema con su cerebro.
Desesperadamente, queriendo ayudar a su abuela, el joven Avery había orado: “Dios, muéstrame cómo ayudar a las personas con problemas cerebrales.”
Un año después, cuando Avery estaba en segundo grado, Dios le habló.
Serás un neurocirujano.
A los 8 años, Avery nunca había escuchado la palabra neurocirujano. Al buscarla en el diccionario, rápidamente decidió: Está bien, lo haré.
Un día en el colegio, Avery les dijo orgullosamente a sus maestros: “Seré un neurocirujano cuando sea grande.”
“Eso probablemente cambiará la próxima semana”, le respondieron.
Pero no fue así.
En el colegio, Jackson tomó clases avanzadas. En decimo grado asistió a una escuela para estudiantes dotados. Centrado en su objetivo, asistió a la Universidad de Chicago y se graduó con un título en biología. También asistió a la Facultad de Medicina de la Universidad Estatal de Wayne.
Ahora, como médico cirujano residente, su objetivo estaba a la vista.
Sentencia de muerte
“Apresúrate…” instó el médico a cargo, ansioso por pasar al siguiente caso.
Jackson sintió un pinchazo agudo.
Al bajar su mirada, vio sangre en su mano enguantada. Se había clavado una aguja, una contaminada con el virus del SIDA. En un instante, supo que su carrera podría haber terminado. Peor aún, su vida también.
“El SIDA era una sentencia de muerte”, relata Jackson. “Serían necesarios dos análisis y un periodo de seis meses para saber si había contraído el virus y cuán grave era.” Reflexionando en el pasado, Jackson se dio cuenta de que este era su tercer encuentro cercano con la muerte.
La primera vez había sido el verano previo a su segundo grado.
“Varios de nosotros, los niños, estábamos jugando en el barrio cuando llegó un automóvil lleno de universitarios”, recuerda. “¡Ven acá!” lo llamaron. “Mira todos los juguetes que tenemos en el auto. ¿Por qué no participas de nuestro concurso?”
“Sus amigos recordaron que les habían enseñado acerca del ‘peligro de la gente extraña’, una advertencia para tener cuidado o no hacerse amigo de extraños porque pueden ser personas peligrosas y secuestradores”, comenta Jackson. “Pero, lleno de curiosidad, fui directo al auto.”
“Un vecino vio lo que estaba sucediendo y gritó: ‘¡Jackie! ¡Ven aquí!’ Me di vuelta y corrí hacia él, y eso los asustó.”
“Mi segundo encuentro cercano con la muerte ocurrió cuando estaba en la escuela de medicina. Estaba en casa visitando a mi madre cuando me despertaron partículas de yeso que caían sobre mi cara. Alguien que intentaba matar a mi hermano había disparado a través de la pared. Una bala impactó una barra metálica al lado de mi cabeza. Si se hubiera desviado tan solo tres centímetros hacia cualquiera de los dos lados, me habría matado.”
“Ahora, me había contaminado con el virus del SIDA. Afortunadamente, conocía el poder de Dios para sanar.”
Nacido y criado en Detroit, Jackson había sido introducido a ese poder cuando era niño. Sus abuelos, que una vez habían sido Unitarios, comenzaron a llevarlo con ellos a una nueva iglesia en la ciudad, establecida por un joven de 23 años llamado Keith Butler. Fue en el Centro Cristiano Internacional Palabra de Fe (Word of Faith International Christian Center) donde Avery y su hermana aceptaron a Jesús.
Su madre nació de nuevo a los 30 años, y pronto aprendió sobre el poder sanador de Dios. Cuando Jackson fue diagnosticado con trastorno por déficit de atención con hiperactividad, ella se negó a dejar que los médicos lo medicaran.
“En cambio, ella me inscribió en artes marciales y me hizo pasar más tiempo en la Palabra de Dios”, recuerda Jackson.
“En la escuela de medicina desarrollé sarcoidosis, una enfermedad autoinmune que hace que el sistema inmunológico del cuerpo se ataque a sí mismo. Oré para que Dios me sanara, y Él me dijo: Necesitas controlar el estrés y la presión. Me dio instrucciones de pasar más tiempo en la Palabra, más tiempo con mi familia y hacer ejercicio. Lo hice y me sané. Ahora, después de estar contaminado con el SIDA, oré y me sané.”
El siguiente paso
Ser aceptado en una residencia de neurocirugía no fue nada fácil. Cuatrocientas personas compitieron por menos de 100 puestos. Pero una vez más, Dios favoreció a Jackson, y fue aceptado en un programa de residencia neuroquirúrgica de seis años en el estado de Pensilvania. Parte de la certificación requería que los participantes pasaran su cuarto año investigando. Jackson decidió realizar una investigación sobre lesiones infantiles en la cabeza.
Su investigación casi llegó a un fin prematuro cuando le solicitaron que llenara una vacante creada por un residente que se fue de manera intempestiva.
“Sabemos que este es su año de investigación, pero necesitamos que nos ayude a cuidar a los pacientes”, le dijeron los funcionarios.
Jackson regresó para ayudar con el cuidado de pacientes, seguro de que le permitirían recuperar el tiempo perdido en su investigación. Pero Dios tenía un plan diferente.
Jackson escuchó al Señor decirle: Continúa tu investigación por la noche. ¡No te detengas!
“Estaba bastante cansado”, recuerda Jackson. “Comenzábamos a ver pacientes entre las 5 y 6 cada mañana. Luego operábamos todo el día. Después, cuidábamos a los pacientes hasta alrededor de las 10 p.m. Sólo a esa hora comenzaba con mi investigación durante dos o cuatro horas todas las noches.”
“Trabajé con uno de mis mentores y obtuvimos aprobación para una beca por parte de gente en el mismo campo. Eso demostró que estábamos muy activos en la investigación. En ese momento no sabía lo importante que sería eso.”
A medida que Jackson se acercaba el final de su residencia en neurocirugía, se le abrió una oportunidad para asistir a una residencia de columna vertebral de alta complejidad, donde aprendería las distintas patologías de la columna vertebral y cómo operarla.
“No te puedes ir”, le dijo uno de los directores. “Para cumplir con los requerimientos, deberás graduarte un año antes, algo sin precedentes. Además, todavía tienes que hacer tu investigación.”
Debido a su obediencia al impulso del Señor de continuar con la investigación todas las noches, Jackson cumplió con todos los requerimientos y logró lo que nadie había alcanzado hasta ese entonces.
Se graduó un año antes.
Tras mudarse a Chicago, Jackson completó su último año de residencia en un centro de columna de alta complejidad.
Después de la beca, trabajó durante un año en Winchester, Virginia.
En el 2002, aceptó un trabajo en una práctica en el Centro Médico Regional Genesys en Grand Blanc, Michigan. Dos años más tarde, Jackson adquirió el centro.
Hónrame delante de los hombres
Después de regresar a Michigan, la familia de Jackson le presentó a una mujer llamada Andrea, una ministra que trabajaba en la iglesia a la que asistía, el Centro Cristiano Internacional Palabra de Fe. Dos años después, Jackson y Andrea se casaron.
Habiendo transcurrido cuatro años en su nueva práctica, Jackson escuchó al Señor decirle que comenzara a orar por sus pacientes.
“Señor, sabes que Andrea y yo oramos por mis pacientes todas las mañanas antes de irme de casa”, le respondió Jackson.
Quiero que ores con tus pacientes. Si no me honras ante los hombres, no te honraré ante el Padre.
A partir de ese día, Jackson comenzó a preguntarle a cada paciente: “¿Te importa si oro por ti antes de la cirugía?”
“La mayoría se emociona, y el 99.9% dice que sí”, relata Jackson. “Ruego que Dios los proteja, que su cobertura de protección los rodee y que guíe mis manos para hacer exactamente lo que necesitan para mejorar. Siempre he escuchado decir que no hay ateos en las trincheras, y creo que hay algo de cierto en eso.”
Durante la cirugía, Jackson sigue consciente de la paz de Dios.
“En el momento en que siento que se levanta, me detengo de inmediato y espero que Dios me muestre lo que está mal y lo que Él quiere que haga. Él siempre es fiel para hacerlo.”
A lo largo de su entrenamiento médico, Jackson dijo que desarrolló una gran fascinación por las células madre.
“Son un mecanismo de sanación que Dios incorporó en nuestros cuerpos para ayudarnos cuando estamos enfermos”, explica Jackson. “Por ejemplo, cuando te cortas, las células madre hacen que en la herida se forme una costra y cicatrice. Piénsalo: el órgano más grande del cuerpo es tu piel. Las células madre pueden rehacerlo. Estas increíbles células pueden convertirse en muchos tipos de células en el cuerpo. Todas las células madre pueden hacer copias de sí mismas. También pueden convertirse en células más especializadas. Dios puso células madre en nosotros para que podamos llamarlas cuando necesitemos sanación.”
“Me preguntaba por qué Dios tomó una costilla de Adán para crear a Eva. Podría haberla creado a partir de una uña del pie. Ahora entiendo que elegir la costilla de Adán fue una decisión muy lógica. Es porque la mayor concentración de células madre en el cuerpo está en la médula ósea de las costillas.”
“Con el pasar de los años, mientras estudiaba medicina y la Biblia, descubrí que ambas encajan a la perfección. Por ejemplo, en Proverbios 17:22 (RVA-2015) nos dice: «El corazón alegre mejora la salud, pero un espíritu abatido seca los huesos.» Sabemos que la risa aumenta y mejora el sistema inmunológico. La depresión afecta a las células madre. Debilita el sistema inmunológico y seca la médula ósea, que abunda en células madre. Por consiguiente, reseca los huesos.”
Los pensamientos son importantes
“Es por eso que Filipenses 4:8 nos dice: «Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello.» Lo que nos permitimos pensar afecta nuestra salud.”
“La investigación que hice sobre la risa y cómo afecta el cuerpo realmente comenzó cuando mi pastor, el obispo Keith Butler, me impuso las manos el 22 de marzo de 2015.”
“Tus manos se utilizarán para ayudar a las personas con problemas para los que no hay respuestas”, profetizó el obispo Butler sobre Jackson.
Después de irse a casa, Jackson dijo que comenzó a recibir grandes descargas de conocimiento revelado de parte del Señor, las cuáles escribió. Esto continuó por días y días. En un momento, nos comenta que Dios le mostró cómo es que la investigación y el estudio se relacionan entre sí y cómo encajan las distintas piezas:
Te voy a mostrar que realmente no hay diferencia entre Mi Palabra, la ciencia y la medicina, recordó que Dios le dijo. Mi Palabra es más grande que la ciencia y la medicina, porque éstas salieron de Mi Palabra. Utilizo a la ciencia como un vehículo para explicar las leyes físicas en la Tierra y en tu cuerpo, las cuales creé. Voy a descargar en ti el plan de cómo hago lo que hago con las propiedades físicas de la Tierra.
“Cuando te ríes, te guste o no, tu cuerpo reacciona de la misma manera”, nos explica Jackson. “Se producen endorfinas y otras reacciones que disminuirán los distintos niveles químicos de sustancias en tu cuerpo que ayudan a crear cáncer, trastornos autoinmunes y problemas estomacales. Te decides reír al usar el lóbulo frontal del razonamiento y éste afecta a tu glándula maestra, el hipotálamo. A partir de ahí, a modo cascada se propagará a los 50 billones de células en tu cuerpo. Es simplemente fenomenal; Dios lo creó de esa manera.”
“Al principio no comprendí que Dios quería que pusiera lo que estaba aprendiendo en un formato de libro. Sin embargo, Él lo hizo, y yo lo escribí: “La receta de Dios: El plan de nuestro Padre Celestial para la salud espiritual, mental y física (The God Prescription: Our Heavenly Father’s Plan for Spiritual, Mental and Physical Health.)”
Avery y Andrea eran colaboradores de KCM antes de casarse en el 2006. Hoy, más de 20 años después, todavía disfrutan de esa colaboración.
“El Salmo 126:1 dice: «Cuando el Señor trajo a los cautivos a Sion (Jerusalén), éramos como aquellos que sueñan [parecía tan irreal]» (Biblia amplificada)”, comenta Jackson. “Eso es lo que significa la colaboración con KCM para nosotros. Es surrealista, como si estuviéramos soñando.”
Después de que Kenneth Copeland escuchó a Jackson hablar en una conferencia organizada por el obispo Butler, le profetizó y le dijo: “Tú eres el apóstol de los médicos.”
“Cuando dijo eso, me di cuenta de que no lo había pensado de esa manera, pero ya estaba educando a médicos de todo el mundo por teleconferencias en grandes rondas. Desde entonces, el hermano Copeland me pidió que apareciera en 10 programas de su transmisión televisiva, La Voz de la Victoria del Creyente. Pienso en todas las veces que mi hermana y yo, cuando éramos niños, tomamos un autobús para escucharlo hablar, y siento que estoy soñando.”
Hasta la fecha, Jackson ha tratado a más de 100.000 pacientes y realizado más de 10.000 cirugías. Si existe alguna confusión, quiere aclararlo: “Los médicos no pueden sanar”, dice. “Un neurocirujano puede quitar una bala y coser una laceración, pero no podemos sanar. Cristo es nuestro sanador. Ganó nuestra sanación a través de Sus llagas en el Calvario. Sólo Jesús sana.”