En 1979, el Señor me compartió seis palabras que nunca olvidaré. No me las dijo audiblemente. Si alguien más hubiera estado conmigo en ese momento, no creo que hubieran escuchado Su voz. Pero para mí, Sus palabras fueron claras y llenas de poder.
Nunca antes Dios, o desde ese entonces, ha lidiado conmigo con mayor fuerza en cualquier otra área. Ese día me encomendó agregar la “Escuela de Sanidad” a cada una de las Convenciones de Creyentes y las Campañas de Victoria. Me confirmó Sus instrucciones con escrituras en las que Jesús envió a Sus discípulos: «a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.» (Lucas 9:2); me dijo que enseñara en la Escuela de Sanidad y que, al finalizar, impusiera las manos sobre las personas.
No necesito decirte cuánto no quería hacerlo.
Aunque había aprendido de la Palabra cómo vivir sana y cómo criar a mis hijos sanos, yo no hablaba mucho en aquel entonces, incluso a nivel personal. Prefería quedarme en segundo plano, por lo que la idea de estar en la tarima frente a la gente no me atraía en absoluto.
Sin embargo, debido a que el Señor me habló enérgicamente al respecto, lo hice, y siempre me alegraré por los resultados.
Ha sido una de las mejores BENDICIONES de mi vida. (¡Siempre vale la pena obedecer a Dios! Nunca te arrepentirás de haber hecho lo que Él te diga que hagas). No tenía experiencia alguna en ese entonces en como armar un sermón; sin embargo, sabía que la fe viene del escuchar la Palabra de Dios. También sabía que Proverbios 4:20-22 dice: «Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo.»
Dado que la palabra medicina se menciona en estos versículos, decidí comenzar mis servicios de sanidad simplemente diciéndoles a las personas: “Hoy vamos a tomar una gran dosis de la medicina de Dios. Vamos a escuchar lo que nos dice, dejarlo entrar a nuestros corazones y creerlo; la sanación será el resultado.” Luego abría mi Biblia y revisaba las escrituras de sanidad una por una, agregando lo que el Espíritu Santo me incitaba a decir sobre ellas.
¡Oh, cuántas cosas maravillosas hemos visto en esos servicios a lo largo de los años! Milagros excepcionales. A menudo, mientras todavía estaba enseñando, antes de comenzar con la imposición de manos, la fe explotaría en los corazones de las personas y se sanarían, simplemente sentados en sus asientos.
Recuerdo en particular a un niño pequeño. Durante la parte del servicio donde se compartían distintos testimonios, su madre lo trajo al frente, y lo primero que noté era que seguía estornudando. Cuando su madre comenzó a compartir su historia, entendí por qué: ¡había nacido sin nariz!
Los médicos le habían diagnosticado que cuando tuviera 12 años y sus huesos estuvieran completamente formados, lo operarían y tratarían de solucionar el problema. Pero, ese día, la Palabra de Dios se hizo vida y salud para su carne. Recibió nuevas fosas nasales y se fue a casa con una nariz perfectamente normal.
En otro servicio, había una niña con dientes frontales salidos o “de conejo” y Jesús el Sanador los enderezó. Aunque no recuerdo los detalles, encontré en las notas que hice más tarde que a otra persona en la misma reunión también se le arreglaron los dientes.
¡Gloria a Dios! El poder del Señor siempre está presente cuando se recibe Su Palabra. Él siempre está allí para hacer milagros entre la gente. Ya sea que estemos en casa leyendo nuestra Biblia, en la iglesia o en una Convención de Creyentes, ¡Dios siempre está listo para sanarnos porque Él quiere a Su pueblo bien!
Un Padre bueno, realmente bueno
¿Por qué quiere que estemos bien?
¡Porque Dios es un buen Dios! Él es: «compasivo y lleno de ternura; lento para la ira y grande en misericordia. El Señor es bueno con todos, y se compadece de toda su creación.» (Salmo 145:8-9).
Nota que el versículo no solo dice que Dios tiene compasión; dice que está lleno de compasión. No dice que solo es misericordioso con algunas personas en algunas situaciones aquí y allá. Dice que se compadece de toda su creación.
¿Eso nos incluye a nosotros como creyentes? ¡Ciertamente! Efesios 2:10 dice: «Nosotros somos hechura suya.» Además, es nuestro Padre celestial.
Como padres terrenales, cuando nuestros hijos se enferman, ¿no queremos verlos bien? ¿No preferiríamos la mayoría de nosotros enfermarnos nosotros que ver sufrir a nuestros hijos? ¡Sí! Y la razón por la que somos así es porque nuestros instintos como padres fueron inculcados por Dios. ¡La tierna misericordia que tenemos por nuestros hijos es solo un tenue reflejo del amor que Él tiene por nosotros!
Romanos 5:8 dice: «Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.» Él nos amaba incluso cuando no éramos Sus hijos. ¿Cuánto más nos ama y nos quiere bien ahora que hemos nacido de Él?
“Pero Gloria”, podrías decir, “¿No nos pone Dios a veces enfermedades para nuestro propio bien? Cuando pecamos, o cuando hay algo que necesitamos aprender, ¿no nos enferma para enseñarnos una lección?”
¡No! Si lo hiciera, todos en el Cuerpo de Cristo estarían enfermos.
A veces todos pecamos. Todos tenemos lecciones que aprender. Pero Dios no envió enfermedades para que fueran nuestros maestros. Por el contrario, Él envió Su Palabra y Su Espíritu Santo para ser el Maestro de la Iglesia. Es más probable que nos enfermemos si salimos de la voluntad de Dios, pero Él no es el autor de esa enfermedad. Ese es el trabajo del diablo. ¡Dios siempre es bueno!
La Sanidad = Buena; La Enfermedad = Mala
Él también tiene en claro la diferencia entre lo bueno y lo malo. La tradición religiosa nos ha confundido al hacernos pensar que la enfermedad a veces es una “bendición encubierta”. Dios no piensa de esa manera. Él sabe, y nosotros también deberíamos, que la enfermedad nunca es una BENDICIÓN. Nunca será tu amiga. Siempre viene a robar, matar y destruir. Entonces, siempre es algo malo.
¡La sanación, por el contrario, siempre es buena! Dios resolvió este dilema para siempre a través del ministerio de Jesús. Como dice Hechos 10:38: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»
Jesús solo hizo lo que vio hacer al Padre, y siempre estuvo listo para sanar a las personas. Nunca le dijo a nadie: “Tendrás que mantener esa enfermedad por un tiempo porque Dios está tratando de enseñarte algo”. ¡Por el contrario! Multitudes de personas enfermas acudieron a Jesús en busca de ayuda, “y las sanó a todas” (Mateo 12:15).
¡Jesús incluso se esforzó por sanar a las personas en su ciudad natal de Nazaret, y rechazaron Su mensaje! Se negaron a creer que pudiera ser ungido porque lo habían conocido cuando estaba creciendo. Sin embargo, tuvo compasión de ellos de todos modos.
Él no se enojó y dijo: “Bueno, entonces quédate enfermo”. Aunque su incredulidad le impidió hacer “allí muchos milagros” (Mateo 13:58), hizo lo que pudo por esas personas. Él les impuso las manos, y algunos con dolencias menores se sanaron.
¡Eso debería ser un estímulo para nosotros! Nos muestra que Dios nunca quiere retener la sanación de nosotros. Quería que la gente de Nazaret estuviera bien, a pesar de que se resistían a Él y se apartaban de Su poder. Entonces, claramente Él quiere que todos nosotros hoy también estemos bien.
Sin embargo, el diablo quiere todo lo contrario. Él nos quiere enfermos, así que nos mentirá para tratar de mantenernos así. Nos dirá que no le importamos a Dios. Nos recordará algo malo de nuestro pasado, o de alguna manera que nos hayamos equivocado, e intentará convencernos de que no calificamos para recibir la sanación.
Pero, gracias a Dios, ¡no tenemos que creer sus mentiras! Debido a que tenemos una Biblia, podemos contrarrestar esas mentiras con la verdad. Podemos recordarnos que Dios es bueno con TODOS y que el Salmo 103:2-5 dice: ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona TODAS tus maldades, y sana TODAS tus dolencias. El Señor te rescata de la muerte, y te colma de favores y de su misericordia. El Señor te sacia con los mejores alimentos para que renueves tus fuerzas, como el águila.»
Nota que así como el Salmo 145 enfatiza la bondad de Dios para con todos, el Salmo 103 enfatiza todos o la totalidad de Sus beneficios. He descubierto en la enseñanza de la sanación a lo largo de los años, que eso es algo que la gente en algunos círculos religiosos no hace. He oído a algunos decir con gran orgullo: “No predicamos la sanación en nuestra iglesia. Predicamos el nuevo nacimiento. Creemos que es más importante.”
¡Ciertamente, el nuevo nacimiento es más importante! Es eterno. Podemos enfermarnos y aun así ir al cielo. Pero no podemos ir al cielo sin haber nacido de nuevo. Entonces, si tuviéramos que elegir entre los beneficios de Dios, el nuevo nacimiento sería el cual elegir.
¡Pero Dios no nos dijo que eligiéramos!
Él quiere que recordemos y recibamos TODOS Sus beneficios. Como Sus hijos, todos nos pertenecen, y Él no quiere que nos olvidemos o nos vayamos sin uno solo. Él quiere que recibamos el perdón de TODOS nuestros pecados, la sanación de TODAS las enfermedades; y liberación de TODAS las destrucciones del diablo.
Desde la redención, hasta una vida coronada de misericordia y bondad, hasta una juventud renovada: ¡Dios quiere que lo tengamos TODO!
Colmados de Beneficios todos los días
Lee la Biblia y verás que ésta siempre ha sido la intención de Dios para Su pueblo. Está detrás de todo lo que dijo, incluso en el Antiguo Testamento. No les dio los Diez Mandamientos a los israelitas para poder dominarlos y evitar que se divirtieran.
No, Moisés dijo: “El Señor nuestro Dios nos mandó cumplir todos estos estatutos, y temerlo, para que nos vaya bien siempre y él nos conserve la vida, como hasta el día de hoy…[Nos dijo] Sigan por el camino que el Señor su Dios les ha ordenado seguir, para que les vaya bien y vivan muchos años en la tierra que van a poseer.» (Deuteronomio 6:24, 5:33)
Ese era el corazón de Dios para Israel y es Su voluntad para nosotros hoy. Él quiere hacernos el bien. Él quiere que estemos bien y que nuestros días se prolonguen. Él quiere que liberemos nuestra fe todos los días diciendo lo que dice el Salmo 68:19: «Bendito sea el Señor, el Dios de nuestra salvación, que todos los días nos colma de beneficios.»
¡De veras! Si queremos vivir una vida bendecida, saludable y larga, ¡ese es el tipo de cosas que deberíamos decir todo el tiempo!
No deberíamos estar hablando como la gente en el mundo. Han sido entrenados por el diablo para hablar negativamente. No saben que la lengua: «tiene poder sobre la vida y la muerte.» (Proverbios 18:21). No saben que: «de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca cosas malas de su mal tesoro. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.» y que por las palabras « El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca cosas malas de su mal tesoro.» (Mateo 12:34-35, RVC).
Pero, como creyentes, ¡lo hacemos! Así es como nacimos de nuevo. Creímos la Palabra de Dios en nuestros corazones y la dijimos con nuestra boca.
Debemos caminar en la sanación de la misma manera. Como dice Romanos 10:10: «Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación.»
No podemos vivir bien y saludables mientras andamos por ahí diciendo: “Estoy enfermo.” No podemos renovar nuestra juventud como el águila mientras decimos cosas como: “Me estoy poniendo viejo y olvidadizo. ¡Ja, ja!”
O estamos cavando nuestras tumbas o levantándonos con nuestras palabras. Debemos decir: “Jesús llevó mis enfermedades y mis dolencias, y por Sus llagas fui (y soy) sanado” (lee Isaías 53:4-5). Debemos decir: “Mi cuerpo y mi mente estarán sanos e intactos todos los días de mi vida. Con larga vida, Dios me satisface y me muestra Su salvación” (1 Tesalonicenses 5:23; Salmo 91:16).
“Pero, ¿qué pasa con estos síntomas en mi cuerpo?” te puedes preguntar. “Parece que simplemente siguen ahí.”
Entonces duplica la medicina de la Palabra de Dios. Tómala en dosis más grandes y con mayor frecuencia. Eso es lo que hizo la madre de Joel Osteen, Dodie. Cuando le diagnosticaron cáncer de hígado hace muchos años, estaba tan avanzado que los médicos dijeron que no podían hacer nada por ella. Estaba tan enferma y débil que apenas podía hacer algo. Entonces, ella fue al Dr. Jesús. Ella puso su fe en Él y tomó las escrituras de sanación diariamente, varias veces al día, al igual que la medicina.
¿Qué pasó? Ella recibió su sanación. La Palabra la liberó del cáncer, y hoy todavía está viva y bien, sirviendo al Señor.
La medicina de Dios hará lo mismo por ti si la tomas según lo recetado. Jesús lo garantizó. Él dijo: «Si ustedes permanecen en mi palabra… conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.» (Juan 8: 31-32).
Puedes mantener tu corazón y tu boca tan llenos de la Palabra de Dios que puedes vivir absolutamente libre y bendecido en esta vida; y por experiencia propia, eso es exactamente lo que Dios desea para ti. Él no quiere que estés atado por la enfermedad.
¡Él es bueno todo el tiempo, te ama y te quiere bien!