No mucha gente visita el cielo y regresa para contarlo, pero mi amigo Gary Wood lo hizo. Después de tener un accidente automovilístico mortal a los 18 años, visitó el cielo y, mientras era escoltado, uno de los lugares que vio fue una habitación llena de partes del cuerpo físico nuevas: corazones, columnas vertebrales, tímpanos, pulmones, etc.; todo lo necesario para hacer un cuerpo humano pleno y perfecto.
“¿Qué es este lugar?” preguntó Gary.
“Esta es la habitación de partes”, le respondieron. “Cuando nuestra gente necesita nuevas partes del cuerpo y las llama por fe, los ángeles les llevan lo que necesitan.”
Resultó que Gary estaba en esa habitación por una buena razón. Mientras veía de primera mano en el cielo cuánto se ocupa Dios por el bienestar físico de Su pueblo, su hermana estaba en la Tierra, negándose a entregarlo. Ella había estado en el accidente con él, salió ilesa y estaba parada firme en LA PALABRA. No le importaba que él hubiera arribado muerto a la sala de emergencias. Ella no se rendiría.
Cuando el cuerpo de Gary comenzó a mostrar signos de vida, los médicos se dieron cuenta de que sobreviviría, pero dieron un pronóstico de gravedad. Luego de determinar que su laringe había sido comprimida y sus cuerdas vocales destruidas, le dijeron: “Nunca volverá a hablar.”
Como cantante que se adentraba en el ministerio, para Gary eso habría sido algo trágico. Pero, gracias a Dios, había estado en la habitación de nuevas partes celestiales. Entonces, cuando recuperó la conciencia, confundió a todos al exclamar: “¡Aleluya!” y finalmente terminó predicando, cantando y dando gloria a Dios con una voz maravillosa y resonante.
¿No es genial?
“Sí”, podrías decir, “pero debes recordar que los caminos de Dios son misteriosos. Cuando se trata de la sanación, nunca podemos saber realmente qué hará.”
¡Seguro que podemos! Pueda que no sepamos exactamente cómo lo va a hacer, pero podemos saber qué hará porque Santiago 1:17 nos confirma que en Él «no hay cambio ni sombra de variación.» Él no varía, tomando una posición sobre la sanación hoy y otra distinta mañana. No cambia de un día a otro, proveyendo de nuevas partes a una persona y a otra no.
Dios es siempre el Mismo. Su naturaleza no cambia. Su Nombre no cambia, y Su PALABRA no cambia. Lo que le haya dicho a una persona determinada acerca de la sanación, se lo dice a todos, porque Él es totalmente inmutable.
¡Así es Jesús! La imagen expresa del Padre, Hebreos 13:8 lo describe como: «el mismo ayer, hoy, y por los siglos.» Entonces, si Él sanó ayer, sigue siendo el Mismo sanador hoy. Ahora todavía nos está respondiendo de la misma manera que les respondió a aquellos que acudieron a Él para ser sanados en los Evangelios.
¿Recuerdas al leproso que vino a Jesús en Mateo 8? Cuando le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.», sin detenerse a pensar en ello, Jesús respondió sin dudar: «Quiero.» (versículos 2-3). Y con esas simples palabras resolvió para siempre el dilema para toda la humanidad: ¡La sanación es siempre la voluntad de Dios!
Ese es un hecho bíblico vital. Es fundamental para recibir sanación porque la fe comienza donde la voluntad de Dios es conocida. Si no sabemos lo que Dios ha dicho sobre un tema en particular, no importa cuánto lo necesitemos, no podremos tener fe para recibirlo. Pero, una vez que vemos en LA PALABRA que algo es Su voluntad, podemos creerlo y recibirlo.
Movido con compasión
Al narrar la sanación del mismo leproso en Marcos 1:40-41, obtenemos aún más información sobre la disposición de Jesús para sanar. Dice: «Un leproso se acercó a Jesús, se arrodilló ante él y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme.» Jesús tuvo compasión de él, así que extendió la mano, lo tocó…» En otras palabras, Jesús no solo le habló a este hombre de manera casual. No solo le dijo: “Lo haré”, y le dio un palmada en la cabeza y luego retrocedió. No; Su voz y Su toque estaban llenos de gran ternura y amor. Muy probablemente Su toque compasivo le dijo al leproso: “¡Por supuesto que te sanaré! Es por eso que estoy aquí. ¡Vine aquí por ti!”
¿Te imaginas esa escena? Según Lucas, que era médico, este hombre estaba “lleno de lepra” y estaba a punto de morir. Estaba cubierto de llagas abiertas y dolorosas, y su ropa estaba llena de la suciedad y el hedor de la carne en descomposición. No había sido tocado por nadie, excepto por otro leproso, en mucho tiempo.
Sin embargo, Jesús, en lugar de huir del hombre como lo hizo la mayoría de la gente, se agachó en donde el hombre estaba arrodillado con su «rostro en tierra», (Lucas 5:12). Extendió la mano con gran compasión, «lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio.» Y al instante se le quitó la lepra.» (versículo 13).
¿Es Jesús menos compasivo hoy en día?
Absolutamente no. Es el mismo ayer, hoy y siempre. Aunque ahora está sentado en el cielo a la diestra de Dios, sigue siendo un Sumo Sacerdote compasivo que es capaz de “comprender, simpatizar e identificarse con nuestras debilidades y dolencias…” (Hebreos 4:15, Biblia Amplificada, Edición clásica – AMPC).
Nunca caigas en la trampa diabólica de decirle a Jesús: “¿No te importa?” Se preocupa tanto que fue a la cruz por ti. Se preocupa tanto que no solo pagó el precio por tus pecados, sino que cargó tus enfermedades y se las llevó. Se preocupa tanto que dejó registrado en Su PALABRA escrita e inmutable que «por sus heridas fueron ustedes sanados.» (1 Pedro 2:24), para que puedas creerlo y recibirlo.
¿Cómo lo haces exactamente?
De la misma manera que lo hizo el siguiente hombre que vemos en Mateo 8.
Un centurión romano vino a Jesús buscando sanación para su sirviente que yacía en su casa gravemente enfermo.
«Iré a sanarlo.», dijo Jesús, y el centurión respondió:
«―Señor —le dijo entonces el capitán—, no soy digno de que vayas a mi casa. Desde aquí mismo puedes ordenar que se sane mi criado y se sanará. Lo sé, porque estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores; además, si yo le digo a alguno de mis soldados que vaya a algún lugar, va; y si le digo que venga, viene; y si le digo a mi esclavo que haga esto o aquello, lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló y les dijo a quienes lo seguían:
―¡En todo Israel no he hallado una fe tan grande como la de este hombre! … Entonces Jesús le dijo al soldado:
―Vete; lo que creíste ya se ha cumplido.
Y el criado se sanó en aquella misma hora.» (versículos 8-10, 13, NBV).
PALABRA de fe
Nota que Jesús dijo que el centurión tenía «una fe tan grande». ¿Qué clase de fe es esa? Es fe en La PALABRA. Es una fe que no requiere evidencia física más que la autoridad de La PALABRA de Dios.
La fe en La PALABRA no es la única forma de sanarse, pero es la mejor manera. Es mejor que tener que depender de manifestaciones especiales del Espíritu, como la operación de milagros o los dones de sanación porque, por maravillosos que sean, están rodeados de un aire de misterio. No siempre están en funcionamiento; los dones van y vienen como lo desea el Espíritu Santo.
La PALABRA de Dios, por otro lado, siempre está disponible. Siempre está “viva y llena de poder […activo, operativo, energizante y efectivo]” (Hebreos 4:12, AMPC), y está allí, lista para que puedas accederla cuando la necesites, a cualquier hora del día o de la noche, lo que es una gran ventaja.
Particularmente, si estás lidiando con una condición aguda, no puedes permitirte quedarte sentado y esperar a que aparezca el don de los milagros. Necesitas conectarte con el poder de Dios de inmediato, y puedes hacerlo al sumergirte en LA PALABRA. Abriendo tu Biblia o sintonizando la PALABRA predicada por tu medio favorito, puedes edificar tu fe y recibir tu milagro cuando no hay dones espirituales a la vista.
LaShae McKinney puede confirmártelo. Ella es una de nuestras colaboradoras en el ministerio, y le diagnosticaron cáncer linfático hace unos años. Con tan solo 30 días de vida, necesitaba un milagro… y lo necesitaba urgentemente.
Aunque estaba tan enferma que apenas tenía suficiente energía para respirar, recordaba haber escuchado a Gloria decir en la escuela de sanidad: “Toma la PALABRA como medicina, tres veces al día; y, si la situación empeora, duplica la dosis.” Entonces, ella usó eso como su receta. Tres veces al día, todos los días, sacaba su Biblia y caminaba por su casa declarando las escrituras de sanación sobre su vida.
Pasaron veintiocho días y, aun así, no podía notar ninguna diferencia en su cuerpo. Los síntomas del cáncer se mantuvieron y ella sentía exactamente lo mismo. “Pero, al final de esos 28 días, sucedió algo” relata. “La fe entró en acción y supe que estaba sanada.”
El día 30 regresó a su cita médica y volvieron a tomar radiografías. Trajeron a dos especialistas… luego trajeron a tres más. Pero ninguno de ellos pudo encontrar ningún cáncer. “¿Dónde está?” se preguntaban. “¡No está aquí!”
Aférrate a la Palabra sin importar lo que pase
¿Puedes ver la similitud entre el centurión y LaShae? Al igual que él, ella puso su fe tan solo en la autoridad de la Palabra de Dios. Sin evidencia física en la cual confiar, y en medio de circunstancias negativas que se le burlaban en la cara, ella siguió adelante y creyó que solo con la PALABRA ella sería sanada.
Ella tampoco lo hizo acostada en su cama. Se levantaba y caminaba mientras declaraba la PALABRA de Dios. Ella le dio acción a su fe y, aunque una y otra vez tuvo la oportunidad de darse por vencida, se negó a hacerlo.
Todos tenemos la oportunidad de rendirnos cuando estamos firmes en la fe, y todos debemos recordar hacer lo que hizo LaShae: tomar la decisión de calidad de permanecer en la PALABRA de Dios, negarnos a ser movidos por lo que vemos o lo que sentimos en lo natural, y aferrarnos a LA PALABRA pase lo que pase.
“Pero hermano Copeland, eso suena difícil y estoy adolorido. ¿Por qué Jesús no hará algo por mí?”
¡Él ya está haciendo algo! Él está ahí mismo en ti, y contigo. Como autor y consumador de tu fe, está allí presente cada vez que la PALABRA sale de tu boca. Cada vez que dices: “Por Sus llagas fui sanado”, Él te está edificando. Cada vez que lees y declaras escrituras de sanación, la fe está llegando.
La fe proviene de la PALABRA
La fe es una fuerza espiritual. No puedes sentirla con tu cuerpo físico. Pero, cuando escuchas la PALABRA de Dios, siempre viene. Cuanto más PALABRA recibas en tu corazón, más fe llegará, y alcanzará su “punto de hervor” y experimentarás una profunda sensación de que sabes… y sabes… y sabes : “¡Esto me pertenece! ¡Es mío! Jesús lo compró y lo pagó, y yo tengo LA PALABRA del Dios viviente al respecto. ¡En el nombre de Jesús, ESTOY SANO!”
Recuerdo cuando eso me sucedió hace unos años después de que los médicos me diagnosticaran placa en mis arterias. Me estaba preparando para predicar la mañana del 12 de agosto de 2016 y, en comunión con El Señor, creí que había recibido mi sanación. Al abrir mi Biblia en Marcos 11:23, dije: “Placa, eres removida.” Dirigiéndome a Efesios 5:26, continué: “Recibo la limpieza de mis arterias en el lavamiento del agua por la Palabra”. Luego lo escribí en mi pequeño libro de escrituras de sanación y lo guardé.
En enero de 2017 volví a los médicos para un examen físico de pies a cabeza. Después de examinarme a fondo y medir el grosor de mis arterias, ¿sabes lo que encontraron? ¡Cero placa!
He tenido muchas experiencias similares, así que tengo muchas otras personas que conozco que aprendieron a caminar con fe en la PALABRA. Uno de los más destacados de los que he oído hablar fue el del hermano Kenneth E. Hagin. Cuando era un adolescente, estaba paralizado y tendido en una cama con una enfermedad cardíaca incurable.
En aquel entonces, nunca había escuchado a nadie predicar sobre la fe, pero solo por la guía del Espíritu Santo, todos los días durante 16 largos meses, hora tras hora, leía y citaba las escrituras de sanación que había encontrado. Un día, mientras leía Marcos 11:22-24, recibió la revelación: ¡Tengo que creer que lo tengo antes de tenerlo, para así poder obtenerlo!
Decidido a actuar de acuerdo con esa revelación, empujó sus piernas a un lado de la cama. Cuando cayeron al suelo como dos palos de madera inanimados, se aferró al poste de la cama, se levantó y declaró: “Quiero anunciar a Dios en el cielo, al Señor Jesucristo, al Espíritu Santo, a todos los ángeles en esta habitación y a todos los demonios del infierno. ¡Estoy sanado desde la coronilla hasta las plantas de los pies!”
¡Él era alguien que necesitaba partes nuevas! Había nacido prematuro con graves deformidades internas, y necesitaba una restauración total… y la recibió. En un abrir y cerrar de ojos, no solo sus piernas volvieron a la vida, sino que su corazón, su esófago y su sangre fueron reemplazados.
¿Cómo ocurrió?
Por fe en la PALABRA viva de Dios, el Señor Jesucristo, Quien es ¡el Mismo ayer, hoy y siempre!