Hace unos meses, mi nieto Jeremy Pearsons estaba predicándole a nuestro equipo en el ministerio acerca de la fe victoriosa, cuando dijo algo que, a modo personal, se convirtió en una especie de cohete. Él dijo: “¿Sabes lo que estás mirando cuando ves a dos equipos enfrentarse por un título? Estás disfrutando de los expertos en lo básico.”
Recuerdo haber pensado: Guau, ¡eso es absolutamente cierto!
Ya sean jugadores de béisbol compitiendo en la Serie Mundial, jugadores de fútbol luchando en el Mundial, o golfistas participando en un torneo por el campeonato PGA, los campeones son siempre aquellos que se han centrado en dominar los principios básicos del juego. Son el tipo de atletas que les dicen a sus amigos cuando termina la práctica: “Ustedes sigan y regresen a casa si es lo que quieren. Voy a quedarme y practicar otras dos o tres horas.”
¡Esa es la actitud que debemos tener los creyentes cuando se trata de vivir por fe! Querer vivirla como auténticos campeones.
Deberíamos querer estar tan decididos a caminar en esa victoria que Jesús nos proveyó, que haríamos lo que fuere necesario: repasaríamos las mismas escrituras que edifican nuestra fe. Apagaríamos el desorden incrédulo de la televisión y sintonizaríamos la cadena “La Voz de Victoria del Creyente” (The Believer’s Voice of Victory Network®, o BVOVN por sus siglas en inglés) o desempolvaríamos nuestros viejos audios de fe. Diríamos: “Voy a sumergirme en la PALABRA de Dios. ¡Quiera o no, seguiré practicando y dominando los principios básicos de la vida de la fe!”
¿Por qué son tan importantes estos fundamentos? Porque toda la vida cristiana depende de ellos. ¡No podemos llegar a ningún lado como creyentes sin fe!
No podemos ser salvos sin ella porque, como dice Efesios 2:8: «Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe.»
No podemos vivir la vida cristiana sin ella porque, como dice Hebreos 10:38: «…el justo vivirá por la fe.»
No podemos caminar con Dios sin ella porque, como dice 2 Corintios 5:7: «…vivimos por la fe, no por la vista».
No podemos ganar batallas espirituales sin ella porque, como dice 1 Timoteo 6:12, se trata de: «la buena batalla de la fe.»
No podemos agradar a Dios sin ella porque, como dice Hebreos 11:6: «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe, y que sabe recompensar a quienes lo buscan.»
No podemos recibir el cumplimiento de las promesas de Dios en nuestras vidas sin la fe porque, como dice Romanos 4:16: «Por tanto, la promesa se recibe por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia.»
De acuerdo con esa última escritura, es por fe que recibimos la gracia de Dios. Entonces, donde no hay fe, no hay gracia. Esa es la razón por la que no puedes agradar a Dios sin fe. ¡Cuando se trata de Su relación con el hombre, la gracia lo es todo!
¿Exactamente, qué es la gracia?
Esta es la definición que Dios me dio: “La gracia es Su abrumador deseo de tratar a la humanidad como si el pecado nunca hubiera existido”. En otras palabras, es Su deseo de restaurarnos a la forma en que estaban las cosas en el Jardín del Edén.
El Edén reflejaba el plan original de Dios para la humanidad. Incluía todo lo bueno, y nada malo. Era un lugar donde el hombre podía disfrutar de una comunión sin impedimentos con Dios y caminar en la plenitud de Su BENDICIÓN. Un lugar lleno de alegría y amor, donde Dios y Su familia podrían estar juntos y pasar un tiempo maravilloso.
Recuerdo una experiencia que tuve hace unos años que me dio una idea de cómo debe haber sido el Edén. Estaba sentado en una reunión, esperando predicar, y desde la plataforma observaba a la gente de la congregación. Todos alababan a Dios y disfrutaban de Su presencia. Todos cantaban, saltaban, gritaban y se alegraban.
De repente, oí que el SEÑOR me hablaba con toda claridad. Si no hubiera sido por el pecado, me dijo, ¡nunca hubiera tenido un pensamiento serio!
Me di cuenta al escucharlo, que Dios no es sombrío por naturaleza como la mayoría de la gente piensa. Él es alegre y le gusta divertirse. Si hubiera dependido solamente de Él, la vida en la Tierra habría sido una gran fiesta del Jardín del Edén.
Sin embargo, Satanás entró y echó a perder las cosas. Trucó a Adán y Eva y ellos cayeron, perdiendo LA BENDICIÓN y abriendo la puerta a la maldición. Sin embargo, eso no cambió el deseo original de Dios. Todavía quería tratarnos como si el pecado nunca hubiera existido, y tenía un plan que le permitiría hacerlo. Su plan de redención nos pondría en medio de Su BENDICIÓN y satisfaría Su gran corazón de amor.
Comprender esa clase de amor es parte del dominio de los principios básicos de la fe. Dado que «la fe… obra por el amor.» (Gálatas 5:6), cuanto más conoces y crees en el amor que Dios tiene por ti, más fuerte será el fundamento de tu fe.
Olvídate de los Sentimientos y ¡Cree La PALABRA!
“Sí, pero hermano Copeland, allí es exactamente donde radica mi lucha. Me cuesta mucho sentir que Dios realmente me ama. He pecado tantas veces y me he equivocado tantas otras, que siento que debe estar enojado conmigo”.
Entonces, deja de prestarle atención a tus sentimientos y comienza a creer en la PALABRA de Dios. Según la PALABRA, Dios te ama tanto, que borró todos tus pecados. Los puso sobre Jesús cuando fue a la cruz y derramó sobre Él toda Su ira a causa del pecado. Él se deshizo de toda Su ira para poder decirle a la humanidad toda lo que Él quería decirle todo este tiempo:
«volveré a recogerte con grandes misericordias volveré a tenerte compasión y misericordia eterna. Lo digo yo, que soy tu Señor y Redentor.» Esto será para mí semejante a los días de Noé, cuando juré que nunca más las aguas del diluvio volverían a cubrir la tierra: Ya he jurado que no volveré a enojarme contra ti, ni te reñiré. Podrán moverse los montes, podrán temblar las colinas, pero mi misericordia jamás se apartará de ti, ni se romperá mi pacto de paz contigo. Lo digo yo, el Señor, quien tiene de ti misericordia.» (Isaías 54:7-10, énfasis del autor).
¡Dios no está enojado contigo por tu pecado! Él no podría estarlo. Dejó toda Su ira al respecto en la cruz. Ya no queda rastro. Todo lo que Él tiene para ti ahora es misericordia.
Es más, ¡Él quiere que lo sepas! Él quiere que puedas descansar completamente en el hecho de que Él nunca se enojará contigo. Él lo estableció en un juramento que es tan irrevocable como el juramento que le hizo a Noé después del Diluvio. Seguro lo recuerdas: el mismo fue instituido después de que las aguas de la inundación habían retrocedido, cuando Dios le dijo a Noé y a sus hijos:
«Estableceré mi pacto con ustedes, y no volveré a exterminar a ningún ser con aguas de diluvio, ni habrá otro diluvio que destruya la tierra.» Dios también dijo: «Ésta es la señal del pacto que yo establezco con ustedes, y con todo ser vivo que está con ustedes, por los siglos y para siempre: He puesto mi arco en las nubes, el cual servirá como señal de mi pacto con la tierra. Cuando yo haga venir nubes sobre la tierra, entonces mi arco se dejará ver en las nubes y me acordaré de mi pacto, el pacto que he hecho con ustedes y con todo ser vivo, de cualquier especie; no volverá a haber un diluvio de aguas que destruya a todo ser vivo. El arco estará en las nubes, y yo lo veré y me acordaré de mi pacto perpetuo. Es el pacto entre Dios y todo ser vivo, con todos los seres que hay sobre la tierra.» (Génesis 9:11-16).
¡A eso le llamo un pacto sólido e implacable! Marcó de tal manera la conciencia de la humanidad, que la mayoría de la gente todavía hoy conoce al respecto. Puedes ir a cualquier iglesia en cualquier lugar y hacer la pregunta: “¿Destruirá alguna vez Dios la Tierra con un diluvio?” Y todos en la congregación tendrán la respuesta correcta. Ellos responderán con un rotundo e inequívoco “¡No!”
Como cristianos, deberíamos responder de la misma manera si alguien se atreve a insinuar que Dios podría estar enojado con nosotros a causa de algo. Sin siquiera tener que pensarlo, deberíamos decir: “¡De ninguna manera! Dios nunca estará enojado conmigo. El SEÑOR Jesús, Comandante en Jefe y el SEÑOR Abogado General del Cuerpo de Cristo, me ha dado Su PALABRA al respecto. ¡Me juró, tal cual juró que las aguas de Noé ya no inundarían la Tierra, que nunca más se enojaría conmigo!”
Lo que Dios No Quiere Recordar
Sin embargo, tristemente muchos creyentes no tienen ese tipo de certeza. Creen que Dios está irritado con ellos y probablemente quiera castigarlos. Temen que, si hacen algo mal, en lugar de recibir Su misericordia, Dios estará más inclinado a golpearlos con la maldición.
“Pero hermano Copeland, ¿hay alguna escritura para fundamentarlo? ¿No menciona la última parte de Deuteronomio 28 la maldición con la que Dios golpeará a la gente?”
No, eso no es de lo que habla Deuteronomio 28. Ese es Dios diciéndole a Su pueblo del Antiguo Pacto cómo caminar en LA BENDICIÓN. Es Dios quien dice: “Si me escuchas y haces lo que te digo, todas estas BENDICIONES vendrán sobre ti y te alcanzarán.”
Leemos algunas advertencias muy serias en la última parte del capítulo. Comenzando en el versículo 15, Dios les dijo que, si se negaban a escucharlo e insistían obstinadamente en vivir en desobediencia, la maldición los alcanzaría. Sin embargo, Él no tenía que golpearlos con eso. A causa del diablo y la caída del hombre, la maldición ya está en efecto. Todo lo que los israelitas tenían que hacer era salir de la protección sobrenatural de Dios, y ¡plof!, allí estaría.
Sin embargo, la maldición no era lo que Él deseaba para ellos, y ciertamente no es Su deseo para nosotros. Él envió a Jesús para redimirnos de la maldición, para que LA BENDICIÓN pudiera venir sobre nosotros. Él restituyó el plan del Edén lavando nuestro pecado con la sangre de Jesús, para que Él pudiera decirnos: «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados. Hazme recordar, entremos en juicio juntamente; habla tú para justificarte.» (Isaías 43:25-26, RV-1960).
Las primeras veces que leí esos versículos me desconcertaron. No pude entender por qué dicen que Dios borró nuestros pecados por amor de Sí mismo. Me parecía obvio que lo hubiera hecho por nuestro bien, o por amor nuestro, no Suyo. Cuando le pregunté al respecto, me dijo: Kenneth, ¿quieres recordar cosas malas sobre tus hijos?
“No, por supuesto que no”, le respondí.
Bueno, yo tampoco. No quiero recordar los pecados de Mis hijos. Quiero recordarme de Mi PALABRA. Es por eso que puse tus transgresiones sobre Jesús. Lo hice por Mi propio bien porque, si recuerdo tus pecados, no puedo BENDECIRTE.
“Bueno”, podrías decir, “Dios no puede tener esa misma actitud hacia mí, hermano Copeland. He hecho cosas realmente malas.”
Tal vez así sea. Pero, entonces, también lo hizo Steven Moran, y Dios no tuvo nada más que amor y misericordia para con él. Él era un asesino serial que había matado a 21 personas, a quien me tocó bautizar en la cárcel del condado de Bexar en San Antonio, Texas.
Había nacido de nuevo luego de secuestrar a una mujer que era colaboradora de KCM. La había mantenido como rehén a punta de pistola durante horas en su automóvil y la había amenazado repetidamente con matarla, pero su respuesta lo había detenido.
“Steven, no me matarás”, le dijo. “No matarás a la única persona que te ha amado.” Él le dijo que se callara, y ella le prometió que se callaría si él la dejaba escuchar su casete en el auto. Él estuvo de acuerdo, y ella puso una cinta con uno de mis mensajes. Cuando terminé de predicar, ella apagó el reproductor de cintas y él escuchó a Jesús hablarle desde el asiento trasero del automóvil. Steven, hijo, esta es tu última oportunidad.
Se dio vuelta para ver quién estaba hablando, pero no había nadie allí. “¿Quién habló?”, le preguntó a Marty.
“Steven, ese era Jesús”, le respondió ella.
Él le creyó y fue salvo ese mismo día. Unas horas más tarde se rindió ante las autoridades. Después de confesar todos sus crímenes a la policía, finalmente renunció a su derecho de apelación, y eligió pasar sus últimos años en prisión orando, alabando a Dios y ganando a todos en el pabellón de la muerte para Jesús. Yo estuve presente cuando partió con El Señor, y lo último que hizo fue mostrarme sus dos pulgares en alto para comunicarme que, hasta el final, la gracia de Dios era más que suficiente.
Piensa en eso: aunque Steven había sido un asesino serial, Jesús nunca estuvo enojado con él… ¡y tampoco está enojado contigo!
Él te ama con todo Su ser y con todo lo que posee. Él te ama tanto que no hay nada tan horrible que puedas hacer que haga que Él te ame menos… y no hay nada tan maravilloso que puedas hacer que haga que Él te ame más.
Él simplemente te ama. Completamente. Sin reserva. Por siempre.
Ese es uno de los principios más básicos de la fe. Es la base de una vida victoriosa. Entonces, no importa lo bien que pienses que ya lo sabes: sigue meditando al respecto, amigo mío. Practica caminar en la revelación de esa verdad. Sigue amaestrándote y vivirás como el campeón que Dios te creó para ser.