Cuando empecé el entrenamiento militar en aviación, comenzamos con ejercicios en el suelo. Primero teníamos que comprender las leyes que gobiernan la aviación en nuestros corazones y mentes, para que así pudiéramos hacer en la tierra lo que nos sería requerido en el aire. Esas leyes se arraigaron con tal fuerza en nosotros que podíamos obedecerlas mientras dormíamos.
Fue en el suelo que aprendimos lo que se requiere para que un avión se levante de la Tierra. Primero aprendimos las leyes básicas de la aerodinámica—la gravedad y la sustentación, el empuje y la resistencia. Aprendimos cómo es que esas leyes trabajan en conjunto para producir la acción de volar.
Antes de que los instructores nos permitieran subir al avión, ellos necesitaban saber que habíamos aprendidos los principios aerodinámicos básicos. Y nosotros también necesitábamos tener fe en las leyes que habíamos aprendido. Nosotros las vimos en funcionamiento todos los días mientras cientos de aviones despegaban y aterrizaban. Sin embargo, una vez ya en el avión, no podíamos tener ni la menor duda de que esas leyes trabajarían para nosotros.
Algunos de mis compañeros tuvieron que cultivar su fe en esas leyes y vencer algunos miedos.
Un muchacho estaba asustado de aterrizar el avión. Tal como el resto de nosotros, él conocía las leyes aerodinámicas y los mecanismos del avión, pero su fe en el proceso de aterrizaje no estaba afianzada. Con el instructor como acompañante, cada vez que comenzaba el proceso de aterrizaje, se asustaba de tal manera que sobrevolaba la pista de aterrizaje en cada ocasión. Tristemente, nunca logró sobreponerse al miedo de estrellarse aterrizando, y finalmente terminó abandonando el programa sin sus alas de piloto. Las leyes aerodinámicas no funcionaron para él.
¡Las leyes funcionan!
Ahora, existen algunas leyes espirituales que son tan básicas para nuestra fe como esas leyes lo son para volar. ¡Y tal como las leyes de la aerodinámica, te mantendrán avanzando en movimiento ascendente cuando las circunstancias estén tratando de hacerte caer o retroceder! El mismo Dios que creó este ámbito físico también creó el ambiente espiritual, y nos garantiza que esas leyes funcionan. Éstas funcionan tanto para el creyente como el no creyente de la misma manera.
Una de estas leyes espirituales básicas tiene que ver con las palabras. Y es llamada la ley de la confesión o declaración.
Dios diseñó las palabras para controlar la Tierra. Son ingredientes básicos para todo aspecto de nuestra vida. Las palabras de Dios crearon el cielo y la Tierra; establecieron Su intención para Su reino en el Jardín del Edén. El diablo usó palabras para convencer a Adán y Eva para que perdieran su autoridad.
Jesús, la Palabra Viva, vino para restablecer el reino de Dios y para demostrarnos cómo es que debemos actuar para vivir y operar en él. Él nos demostró con poder cómo usar la Ley de la declaración—nuestras palabras—para establecer la voluntad de Dios en esta Tierra.
En Mateo 12:34-37, Jesús nos demuestra este principio espiritual básico:
«¡Generación de víboras! ¿Cómo pueden decir cosas buenas, si son malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca cosas malas de su mal tesoro. Pero yo les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado. Porque por tus palabras serás reivindicado, y por tus palabras serás condenado».
En estos versículos, Jesús nos enseña que la Ley de la declaración funciona para todo el mundo. Cualquier cosa que abunde en nuestros corazones está destinada para salir de nuestras bocas y establecer cada aspecto de nuestra vida. Esa es la ley. Es así como Dios lo diseñó.
Puedes ver un buen ejemplo de esta ley en acción en Números 13, cuando Moisés envió 12 hombres de las tribus de Israel a espiar la Tierra Prometida.
Ellos trajeron pruebas físicas de lo que Dios había precisado que encontrarían allí (lee Éxodo 13 y Levítico 20). Ellos también trajeron reportes de lo que habían visto acerca de las personas que Dios les había dicho que estarían allí—los Jivitas, Hititas, Jebuseos, Amorreos y Cananeos. En realidad, ellos declararon parte de lo que Dios ya había dicho.
Sin embargo, el miedo los controló y fallaron en declarar la parte más importante de lo que Dios les había dicho: «Pero a ustedes les he prometido darles posesión de la tierra de esas naciones… y yo se la entregaré a ustedes para que la posean. Yo soy el Señor su Dios, que los ha apartado de los pueblos» (Levítico 20:24).
Moisés les había entregado el mensaje de Dios de esta manera: «Una vez que el Señor los haga entrar en la tierra de los cananeos y se la haya dado, conforme al juramento que les hizo a ustedes y a sus antepasados» (Éxodo 13:11, NVI). La tierra que habían espiado era su tierra. Dios se las había prometido a sus antepasados y a ellos mismos. Dios les había dicho que fueran y la tomaran. Pero ellos no tenían fe en la promesa de Dios. Ellos no le habían creído.
No sólo fallaron en confesar lo que Dios había dicho, sino que la mayoría de ellos confesaron lo contrario. Y esa falla resultó en que su generación recibió exactamente lo que habían confesado. Ninguno entró en la Tierra Prometida… excepto por dos—Josué y Caleb, quienes habían cultivado sus corazones para creerle a Dios y ponerse de acuerdo con Él. ¡Ellos declararon que lo que Dios había prometido podía hacerse, y ellos recibieron la promesa!
Tus palabras transforman cosas
Esta Ley de la Confesión, así como las leyes aerodinámicas, tiene el poder de llevarte a tu destino. Las leyes que gobiernan la aviación pueden hacer que vueles y aterrices con seguridad. Están diseñadas para funcionar todo el tiempo. La ley de la declaración funciona de la misma forma—llevándote a los lugares y las cosas que Dios tiene para ti. Si crees Su Palabra y llenas tu corazón con ella, puedes usar las palabras de la misma manera que Él lo hizo y recibir los mismos resultados. Jesús lo demostró durante Sus días en la Tierra.
Tú tienes el poder ilimitado como lo tenía Jesús. Y está contenido en lo que sale de
tu boca.
Nosotros fuimos diseñados para vivir esta vida en la carne por el poder del Espíritu—nuestro corazón—y lo que sale del mismo a través de nuestras palabras. Observa el estado de tu vida ahora mismo. Es el resultado directo de las palabras proclamadas por alguien. La mayoría de las veces son tus propias palabras, pero a veces esas palabras han sido sustentadas por las palabras de tus padres u otras personas.
Sí, las palabras han establecido tu vida. Pero no puedes culpar a otros, porque la Palabra de Dios y la Ley de la Confesión tienen el poder de deshacer y anular todo lo que se ha dicho acerca de ti.
Dios lo ha establecido así. Su Palabra puede cambiar nuestra vida, pero solo por lo que creemos y declaramos. ¡Nadie puede detener el avance de esta realidad en nuestra vida más que nosotros! ¡Nada puede detenernos de la vida que Dios tiene planeada para nosotros—excepto nosotros mismos!
¿Qué estamos esperando?
Desde el día en que Él creo la Tierra, Dios siempre ha buscado a las personas que van a creer Su Palabra, al sembrarla en sus corazones y confesarla con sus bocas—gente que simplemente se pondrá de acuerdo con Él. Está buscando personas que usarán la Ley de la Confesión para cambiar las cosas, no sólo en sus propias vidas sino también en el mundo a su alrededor.
Dios tiene un destino para cada uno de nosotros, tal como lo hizo para los hijos de Israel—una tierra prometida y un lugar seguro para vivir. Él tiene un plan para nuestras familias, iglesias y nuestra nación. ¿Estamos nosotros demorando llegar a nuestro propio destino, como los israelitas, debido a lo que ha estado saliendo de nuestra boca? ¿Estamos quejándonos demasiado y alabando en forma insuficiente?
¿Hemos dejado que nuestra confianza en la Palabra de Dios se resbale porque no la hemos construido en nuestro corazón en abundancia? ¿Hemos llenado nuestro corazón con cosas contrarias a la bondad y la misericordia de Dios, y hemos permitido que la contrariedad sea el patrón de nuestra declaración diaria? ¿Nos damos cuenta que la Ley de la declaración siempre funcionara en nuestra vida de acuerdo a la condición de nuestro corazón?
Si podemos responder “Sí” a cualquiera de esas preguntas, y no estamos experimentando las cosas que Dios nos ha prometido, es el momento de hacer un cambio.
Cuanto tomas la decisión de poner la Ley de la Confesión en funcionamiento para cambiar tu vida, nada podrá detenerte. ¡La Ley de la Confesión lo supera todo! Ningún principado o poder pueden detenerla. Ningún gobierno puede detenerla. Tu nivel de educación no puede detenerla.
Cuando tu corazón está alineado con la Palabra de Dios, la declaración de Jesús de mover montañas será tuya: «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá» (Marcos 11:23).
¡No esperes ni un minuto más! Créele a Dios, abre tu boca y habla de la abundancia de tu corazón. ¡Permite que la ley de la declaración empiece a cambiar tus circunstancias!