Vivimos en Los últimos tiempos. Jesús vendrá pronto, y el mayor derramamiento espiritual de la historia tendrá lugar antes de Su llegada. Señales, maravillas y milagros se manifestarán en nuestros días como nunca, y tendremos la oportunidad de cosechar para el reino de Dios una cantidad de almas nunca antes vista en otra generación.
Ya está empezando a suceder a nuestro alrededor. Como cualquiera que haya estado prestando atención puede decirte: ¡el último mover de Dios está en marcha!
Sin embargo, para que éste llegue a su plenitud, algo más deberá suceder. La Iglesia en su conjunto, y cada uno de nosotros, como creyentes individuales, debemos llegar a un nivel más alto de santidad.
Para que la gloria de Dios fluya a través de nosotros al máximo, debemos limpiar nuestras vidas de cualquier cosa que sea contraria a Su voluntad, tener nuestra carne bajo control y hacer todo lo posible por Dios. Debemos dejar todo lo que nos aleja de Él para que vivamos como lo indica 2 Timoteo 2:21: «Si alguien se mantiene limpio, llegará a ser un vaso noble, santificado, útil para el Señor y preparado para toda obra buena.» (Nueva Versión Internacional).
Dios no llevará Su obra a un clímax en esta era a través de creyentes a medias que tienen un pie en el mundo y un pie en Su reino. Él establecerá en la línea frontal de su gran final a los cristianos que estén ejecutando sus carreras espirituales por completo. Él derramará Su poder a través de una Iglesia que rechaza la mundanalidad, el pecado y que se da a sí misma 100% (espíritu, alma y cuerpo) para Él.
Ese es el tipo de Iglesia que Jesús pretende que seamos en estos últimos tiempos. Eso es lo que tenía en mente cuando dio Su vida por nosotros. Según Efesios 5:25-27: «…Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla. Él la purificó en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante.»
Esos versículos no nos dicen que Jesús se entregó a Sí mismo por la Iglesia para que podamos vivir como el resto del mundo y luego ir al cielo cuando muramos. No nos dicen que Él nos dio Su Palabra para que pudiéramos ser antiguos pecadores salvos por la gracia. No; lo que nos dicen es que Jesús se entregó por nosotros para poder presentarse a Sí mismo una Iglesia que es gloriosa, santa y sin mancha.
“Bueno”, podrías decir, “este asunto de la santidad me suena a esclavitud. Suena como legalismo, y yo estoy en la dispensación de la gracia.”
¡Yo también estoy en la gracia! Me gusta todo lo referente a ella.
La gracia hace que el favor inmerecido de Dios se manifieste en mi vida, y yo amo eso. Me gusta que sea por gracia que somos salvos por medio de la fe y no por nuestras propias obras. Lo amo porque por la gracia de Dios, todas Sus promesas y bendiciones son mías en Cristo Jesús.
Pero, ¿sabes qué más amo de la gracia? Me gusta la manera en que se expone en Tito 2: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para la salvación de todos los hombres, y nos enseña que debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa, mientras aguardamos la bendita esperanza y la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.» (versículos 11-13).
No estoy segura de que hablemos lo suficiente en estos días sobre ese aspecto de la gracia. Pero deberíamos hacerlo, porque todos los aspectos de la gracia trabajan en conjunto. Para que el favor divino de Dios obre en nuestras vidas, la gracia de Dios que nos enseña a negar la impiedad también debe estar en funcionamiento. Para que experimentemos la gracia que nos permite ser bendecidos y ser de bendición, también debemos abrazar la gracia que nos permite vivir en santidad.
Sin miedo al respecto
Entiendo que la palabra santidad asuste a algunos creyentes, pero realmente no debería hacerlo, porque para nosotros no hay nada que pueda asustarnos. No representa un estándar increíblemente alto que seguramente no podamos alcanzar. La palabra santo simplemente significa: “estar separados para Dios, extraídos del resto del mundo y apartados para Él”. La santidad simplemente se refiere a la conducta que se corresponde con esa separación.
Fuiste santificado cuando naciste de nuevo; por lo tanto, vivir en santidad debe ser normal para ti. Sólo debes vivir lo que Dios ya ha hecho en ti. Debes actuar en el exterior lo que ya eres en el interior. Debes tomar dominio sobre tu carne, sometiéndote a tu hombre interior y viviendo en armonía con el Espíritu Santo.
Muchos creyentes no se dan cuenta de esto, pero una de las principales misiones del Espíritu Santo es guiarnos a “mortificar” las tendencias pecaminosas de nuestra carne y vivir vidas santas. Constantemente nos ayuda a hacerlo porque entiende (incluso si a veces no lo sabemos) la importancia del asunto. «Porque si ustedes viven en conformidad con la carne» comienza Romanos 8:13-14, «morirán; pero si dan muerte a las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán. Porque los hijos de Dios son todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios.»
En tu vida cristiana, cada vez que te metiste en problemas al rendirte a tu carne, tuviste que anular la guía del Espíritu Santo para hacerlo. Cada vez que te equivocaste y caíste en pecado, tuviste que ignorar Su voz tranquila y apacible, la misma que te estaba hablando y diciendo constantemente que no lo hicieras.
Pero no solo estaba hablándote. Él también estaba poniendo a tu disposición el poder que necesitabas para hacer lo que Él te estaba diciendo. Sin embargo, por algún motivo, no elegiste usarlo. Ya sea por inmadurez espiritual o porque sólo querías hacer las cosas a tu manera, elegiste el pecado.
Todos lo hemos hecho a veces, y como todavía estamos creciendo y madurando espiritualmente, lo haremos nuevamente de vez en cuando. Cuando eso ocurre, gracias a Dios, podemos arrepentirnos y recibir el perdón del Señor, el cual está siempre a la espera por nosotros, sin importar lo que hayamos hecho.
Aun así, no queremos volvernos frívolos al respecto. No queremos empezar a pensar que el pecado no es un gran problema, o que podemos persistir voluntariamente en él y que no habrá que pagar ningún precio por hacerlo.
Eso no es cierto.
El pecado es un destructor. La Biblia lo dice, y lo he comprobado una y otra vez. Recuerdo un ministerio que visité hace muchos años. Estaba bastante bien cuando estuve allí, pero durante mi visita me preocupé por ellos. Aunque no vi nada que fuera flagrantemente pecaminoso, una actitud casual hacia la santidad se había infiltrado entre los líderes. Parecían estar inclinándose hacia el espíritu del mundo.
Después de regresar a casa, me di cuenta de que esos líderes no tenían a nadie a su alrededor que los alertara del problema. Se habían rodeado de un equipo que cobraba su sueldo y que solo les decían lo que querían escuchar. Era una situación peligrosa, tal como lo sería para cualquiera de nosotros como creyentes.
Todos necesitamos de personas a nuestro alrededor que nos digan la verdad en nuestras vidas. Todos necesitamos amigos y mentores cristianos que nos amen lo suficiente como para decirnos cuando nos vean retroceder en nuestra relación con el Señor. Cuando todos los que nos rodean están de acuerdo con nosotros, podemos vanagloriarnos. Podemos convertirnos en leyendas en nuestras propias mentes y pensar que ya no estamos sujetos a los mandamientos de la Biblia. Podemos creer que somos tan especiales, y que no seremos afectados negativamente por el pecado.
Lamentablemente, los líderes de este ministerio en particular cayeron en esa mentalidad. Con el tiempo, se involucraron en comportamientos inmorales y el ministerio fue destruido. Cuando todo salió a la luz, la gente se horrorizó. “¿Cómo podría un ministro tan reconocido caer en un pecado tan impactante?”, se preguntaban. “¿Cómo suceden ese tipo de cosas?”
Suceden poco a poco. Un pequeño pecado aquí, del cual no se arrepintió, lleva a un poco más de pecado allí, del cual tampoco se arrepintió. A medida que los pecados se acumulan, el corazón se endurece. Deja de hacer sonar la alarma, y el creyente en pecado sigue alejándose cada vez más de la luz y hacia la oscuridad.
No importa cuán lejos en la oscuridad llegue el creyente; si se arrepiente, Dios lo recibirá con los brazos abiertos y lo ayudará a volver a encarrilarse. Y en el caso de estos queridos líderes cristianos, así es como terminó la historia. Pero la verdad de la que debemos aprender es que ese no siempre es el caso. A veces los creyentes que voluntaria y persistentemente eligen pecar llegan al lugar donde sus corazones están tan endurecidos, que ya no tienen ningún deseo de arrepentirse. Podrían arrepentirse si tan solo lo hicieran… pero no quieren.
Kenneth E. Hagin solía contar una historia sobre una mujer a la que le ocurrió precisamente eso. Ella era la esposa de un pastor con una hermosa voz que había pasado años cantando en la iglesia. Un día, el diablo comenzó a susurrarle al oído, diciéndole que se estaba perdiendo algo mejor. “Eres una mujer hermosa”, le dijo. “Podrías tener cualquier cosa que quisieras. Podrías ser una estrella de cine. Tu vida está siendo totalmente desperdiciada en este lugar.”
Por un tiempo ella resistió las mentiras del diablo, pero él siguió regresando y hablándole, y finalmente ella le prestó el oído. Comenzó a pensar en lo que estaba diciendo, y se arraigó en su mente. Lo recibió a tal punto que dejó a su esposo y le dio la espalda al Señor. Ella rechazó las súplicas del Espíritu Santo y de los otros creyentes que intentaron ayudarla, se comprometió a una vida de pecado y nunca se arrepintió.
Busca las cosas de lo alto
Tales historias son tristes de escuchar. También son relativamente raras porque el pecado es demasiado ajeno a nuestra naturaleza como creyentes. En nuestros corazones, realmente no queremos caminar en la oscuridad porque literalmente hemos nacido de la Luz.
Sin embargo, eso no significa que no tengamos que tomarnos en serio las advertencias del Nuevo Testamento. Si vamos a brillar intensamente en este mundo oscurecido por el pecado, cuando el diablo nos tiente a que nos parezcamos un poco más a ellos, debemos recordar que el Señor dice en 2 Corintios 6: «…¿qué tiene en común la justicia con la injusticia? ¿O qué relación puede haber entre la luz y las tinieblas?… «Salgan de en medio de ellos, y apártense; y no toquen lo inmundo…» (versículos 14, 17).
Apartarse significa “desconectarse”, y eso es lo que debemos hacer para vivir una vida santa en este mundo impío. Debemos desconectarnos no solo de los comportamientos pecaminosos que se consideran aceptables, sino también de su mentalidad impía. Debemos desconectarnos de los pensamientos pecaminosos.
No creas la idea de que puedes fantasear en tu mente acerca del pecado y que eso no te afectará físicamente. No pienses, “sólo voy a imaginar cómo sería, pero no voy a actuar en consecuencia.” No puedes tener una mente inmunda y un cuerpo limpio. Si piensas en algo por suficientemente tiempo… lo terminarás haciendo.
Por lo tanto, ni siquiera vayas a ese lugar en tu mente. En el momento en que captas pensamientos impíos que intentan controlarte, toma autoridad sobre ellos y dirige tu mente en una dirección diferente. Sepárate de ellos y elévate por encima de ellos, así como la crema se separa de la leche y se eleva hasta la cima.
“Pero Gloria, no estoy seguro de poder hacer eso. A veces mi carne y las tentaciones del diablo son demasiado fuertes para mí.”
¡No, no lo son!
Eres un hijo de Dios Todopoderoso. Tu naciste de Él y el Espíritu Santo habita en ti.
«Porque mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo.» (1 Juan 4:4).
Los pensamientos profanos y los deseos carnales no pueden conquistarte. Tienes la santidad misma viviendo dentro de ti. Tienes la Santa Palabra de Dios para guiarte, y un suministro ilimitado de Su poderosa gracia que te otorga todo lo necesario para vencer. Todo lo que necesitas hacer es aprovecharla y hacer lo que Dios dice en la Biblia:
«Busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra.» (Colosenses 3:1-2)
«Que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. … Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente.» (Romanos 12:1-2)
«Liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe.» (Hebreos 12:1-2)
Por supuesto, hacer esas cosas requiere de esfuerzo y compromiso. Pero las recompensas valdrán la pena, especialmente en estos tiempos.
Este es el momento de la gran final de Dios. El mayor mover de Dios que este mundo haya visto está comenzando a ocurrir. Jesús está a punto de presentarse a Sí mismo “una iglesia gloriosa, … santa y sin mancha”, y tienes la oportunidad de ser parte de ella.
No te desanimes y desperdicies esa maravillosa oportunidad. Entrégate a Dios al 100%: espíritu, alma y cuerpo. Deja todo lo que te aleja de Él y dirígete hacia la meta de esta era, como si la forma en que la cruces sea importante para la eternidad, porque lo será.
Como escribió el apóstol Pablo en 1 Corintios 9:24: «¿Acaso no saben ustedes que, aunque todos corren en el estadio, solamente uno se lleva el premio? Corran, pues, de tal manera que lo obtengan.» ¡Por el poder de la gracia de Dios, corre tu carrera para triunfar!