¿Sabías que recibir sanidad de parte de Dios no es difícil?
La gente a veces lo hace lucir como si fuera. Hablan en términos religiosos que dan la impresión de que la sanidad divina es un fenómeno extraño y misterioso, raro y difícil de entender. Pero en realidad, lo cierto es que es todo lo contrario.
La sanidad divina es, realmente, simple. Es una de las manifestaciones más obvias y fáciles de comprender que existe del poder de Dios y es tan común que, tanto cristianos como no cristianos, la aceptan como un hecho de la vida. Incluso los escépticos que afirman no creer en la sanidad, lo hacen.
Cuando se cortan mientras se afeitan, creen que el corte sanará. Cuando se resfrían, creen que en pocos días se recuperarán.
Si se quiebran un hueso, cuando el médico les diga que se sanará en cuatro a seis semanas, lo creerán sin dudar.
“Bueno, eso no es realmente creer en la sanidad divina”, podrías decir. “Esos tipos de sanidades son simplemente acontecimientos naturales. No tienen nada que ver con Dios.”
¡Claro que Dios está involucrado! Él es la fuente de toda sanidad. Él es Quien, en primer lugar, creó el cuerpo humano e imaginó la sanidad. Incluso la sanación natural es, en cierto sentido, divina, porque la misma Divinidad la diseñó y la puso en funcionamiento.
Aunque los incrédulos no piensan en tales términos, nosotros, como creyentes, debemos hacerlo. En lugar de pensar en la sanidad divina como algo extraño, insondable e infrecuente, debemos renovar nuestras mentes para que podamos pensar en esto como un fenómeno normal.
Incluso, cuando la sanación se manifiesta de maneras sorprendentemente sobrenaturales, debemos entenderla como Dios haciendo lo que Él sabe hacer. Deberíamos interpretarla como Su Unción, habilitando al sistema natural de sanidad creada por Dios para operar en un nivel superior.
Por ejemplo, tomemos el caso de un hueso roto. Cuando la unción entra en escena en esa situación, en lugar de tomar de cuatro a seis semanas, el hueso podría sanar en cuatro a seis segundos. Desde una perspectiva natural, eso no es nada menos que milagroso. Pero fue producido por el mismo proceso de sanación que normalmente opera en el cuerpo. La unción simplemente aceleró el proceso.
La unción puede funcionar a la velocidad de la luz si la dejas libre para hacer lo que es completamente capaz de hacer. También puede funcionar progresivamente, con el tiempo. Sea como fuere, puede lograr lo que parece imposible. Y debido a lo que Jesús hizo, siempre está a nuestra disposición.
Todo lo que necesitamos saber es cómo activarla. ¿Cómo abrimos la puerta para que lo sobrenatural de Dios venga a nuestro mundo natural de modo que cada vez que surja la necesidad, podamos ser sanados sobrenaturalmente?
Como ya lo mencioné, es realmente muy simple. Dios nos lo detalló en la Biblia. Dijo en Proverbios 4:20-22: «Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo.»
Nota que esos versículos dicen que las palabras de Dios son las que activan Su proceso de sanación. Activamos ese proceso en nuestras vidas al prestar atención a lo que Él dice y al inclinar nuestro oído hacia esas palabras.
Prestarle atención a algo significa “darle nuestra atención y convertirlo en nuestra prioridad”. Inclinar significa “interesarse”. Por lo tanto, aplicar esos términos a la PALABRA de Dios significa que la convertimos en nuestra autoridad. No nos alejamos de ella cuando encontramos algo que no entendemos o que no se ajusta a nuestro estilo de vida. Por el contrario, nos inclinamos hacia ella.
Decimos: “Eso está en la Biblia, por lo que debe ser verdad. No importa si contradice lo que veo y siento en este reino natural. No importa qué sea lo que me obligue a cambiar. Lo voy a recibir. No voy a alterar la PALABRA para que se ajuste a mi estilo de vida. ¡Voy a cambiar mi estilo de vida para que se ajuste al Libro!”
La mejor vacuna contra la gripe que existe
Si esa es tu actitud, puedes aprovechar el poder de la sanación sobrenatural de Dios incluso si todavía no sabes mucho acerca de la Biblia. Eso lo comprobé muy temprano en mi vida cristiana. Incluso antes de que aprendiera lo más básico acerca de cómo caminar por la fe, en mis primeros años como creyente, me sané simplemente creyendo y recibiendo una escritura.
Nunca olvidaré ese día. Me estaba enfermando de gripe y realmente me dolía. Había llevado a Gloria a la tintorería y, sentado en el auto esperándola, me sentía tan mal que pensé: “Ella tendrá que manejar a casa.”
Tenía mi Biblia allí junto a mí en el asiento y estaba abierta en 1 Pedro 2:24, que dice que por las llagas de Jesús “fuiste sanado”. Aunque ciertamente no me sentía sanado en ese momento, concentré mi atención en ese versículo. Me “incliné” hacia él y pensé: si me sané, entonces estoy sano. Si Jesús compró mi sanidad por medio de Sus llagas, entonces la sanación ya me pertenece. Es mía ahora mismo.
Tomando la Biblia en mi mano, puse el dedo en esa escritura y la leí nuevamente en voz alta, diciendo: “Señor Jesús, elijo creer esto. Por tus llagas fui sanado. Así que, estoy sanado ahora mismo. Me quedé allí sentado unos minutos, pensando en eso y alabando al SEÑOR; cuando Gloria volvió al auto, me di cuenta de que tenía la energía suficiente como para manejar a casa.
Cuando arribamos, en realidad estaba bien como para cenar. A la hora de dormir esa noche, me sentía muy bien. A la mañana siguiente me levanté sin ningún síntoma.
En ese momento yo era tan principiante espiritualmente que ni siquiera sabía exactamente lo que había hecho. No sabía que había seguido la receta de Dios para la sanidad. Sólo estaba siguiendo la guía del Espíritu Santo. Me atrajo a LA PALABRA y mi espíritu instintivamente supo cómo responder. Recibí lo que Dios dijo, lo creí y produjo vida.
Dios diseñó al espíritu nacido de nuevo para producir exactamente eso. Jesús lo enseñó en Marcos 4, y es como la tierra en un jardín. En lo natural, cuando la semilla se siembra en el suelo terrenal, si es buena semilla y la tierra es fértil, si tienes agua y luz solar, la semilla crecerá automáticamente.
No tienes que tomar una clase de botánica para que esto suceda. La semilla sabe qué hacer y también el suelo. Solo tienes que combinar los elementos y el proceso funcionará. Puedes poner un poste de madera en el suelo y la tierra tratará de hacerlo crecer. Confundirá a ese poste con una semilla y tratará de pudrir la cáscara externa. Intentará liberar la vida encerrada en ese poste y hacerlo crecer como si fuera un árbol, porque para eso está diseñada.
Lo mismo es cierto acerca de tu corazón. Tomará todo lo que le siembres y lo hará crecer. Ese es el sistema que Dios ha establecido y, para bien o para mal, seguirá funcionando. «El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca cosas malas de su mal tesoro.» (Mateo 12:35). Así que tu corazón seguirá extrayendo lo que siembres en él.
Por eso Proverbios 4:23 dice: «Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente [o fuerza] de la vida.» ¡Tu espíritu es donde tu vida reside! Cuando se debilita, cuando las fuerzas espirituales como la fe y la sanidad que se supone fluyan desde él comiencen a secarse, tu alma y tu cuerpo también se debilitan.
Por el contrario, cuando tu espíritu es fuerte y sano, tu alma y tu cuerpo están animados. La parte física de ti se acelera porque tu corazón está produciendo las fuerzas de la vida.
No la recuerdes solamente—aliméntate de ella
¿Qué es lo que mantiene a tu espíritu fortalecido y saludable para que esas fuerzas puedan seguir brotando?
¡La PALABRA de Dios! Es la comida del espíritu. Nutre a tu hombre interior, así como la comida física nutre a tu cuerpo. Cuanto más te alimentas de LA PALABRA, cuanto más le das tu atención e inclinas tu oído hacia ella, más abundantemente fluyen las fuerzas de la vida. Cuanto más mantengas LA PALABRA ante tus ojos y en medio de tu corazón, más vida y salud podrán ser ministradas a tu carne.
Jesús dijo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios… El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida.» (Mateo 4:4; Juan 6:63). Entonces, la PALABRA es la respuesta a cada situación.
Es el primer lugar al que acudes cuando te llegan los síntomas de la enfermedad. Incluso antes de comenzar a orar, abre tu Biblia. Lee lo que dice sobre la salud y la sanidad. Luego, órale la Palabra de Dios a Él. Recuérdale lo que ya ha dicho y recíbelo por fe.
Una vez que lo hayas hecho, sigue poniendo LA PALABRA ante tus ojos. Deja de enfocarte en los síntomas y practica imaginándote libre de ellos. En particular, si es una situación con la que has estado lidiando durante un tiempo, dedica un tiempo para simplemente sentarte y meditar en las Escrituras de sanación. Toma versículos como 1 Pedro 2:24 y di: “SEÑOR, yo creo esto. Ahora ayúdame con mi imaginación para que me vea disfrutándolo. Ayúdame a verme sano.”
Tu imaginación es algo muy poderoso, y Dios es Quien te la ha dado. Así que no le tengas miedo. Deja que Él te entrene para usarla de la manera correcta. En lugar de sólo leer a las corridas algunos versículos de sanación, conversa con El Señor sobre ellos y deja que Él te ayude a profundizar en su verdad. Mastica esos versículos e imagina lo que están diciendo hasta que de repente un día digas: “¡Sí! ¡Puedo verlo! ¡Soy sano!”
Gloria se refiere a ese fenómeno como el momento en que la fe desborda. Es el momento en que la fe fluye desde tu corazón con tal fuerza que expulsa toda duda.
“Pero hermano Copeland”, podrías decir: “Conozco las Escrituras de sanación de memoria. Prácticamente puedo citarlas a todas sin ayuda, y mi fe por la sanación no se está desbordando.” Eso se debe a que la fe no proviene del conocimiento ni el recuerdo. Viene «…del oír, y el oír … de la palabra de Dios.» (Romanos 10:17). Viene de alimentarse realmente de la PALABRA.
Puedes saber a qué sabe una papa, pero no es lo mismo que alimentarte de ella. Puedes recordar lo que comiste ayer, pero ese recuerdo no te alimentará hoy.
Lo mismo se aplica a la PALABRA. Si bien conocer la PALABRA y memorizarla es maravilloso, no es lo mismo que alimentarse de ella. Para alimentarte, debes hacer lo que dice Proverbios 4 y prestarle atención, mirándola y escuchándola. Tienes que ingerirla de nuevo en ti mismo y tomar la decisión: elijo creer esto.
Algo sucede dentro de tu espíritu cuando lo haces. Cuando decides creer en algo, especialmente cuando lo dices en voz alta, tus jugos espirituales fluyen, por así decirlo. Es como cuando decides comer algo en lo natural. Una vez que tomas la decisión, tus papilas gustativas se despiertan. Tu boca comienza a aguarse y tus jugos digestivos comienzan a fluir. No tienes que ordenarle a tu cuerpo que haga esas cosas, porque es una reacción involuntaria.
Del mismo modo, cuando decides creer en LA PALABRA y declararla, tu espíritu se pone en marcha involuntariamente. Se prepara para producir la fuerza de la fe y liberar el poder de Dios que reside en La PALABRA para que esa palabra se convierta en vida y salud para ti.
¿Puede ser realmente tan simple?, podrías preguntarte.
Por supuesto. Eso es lo que Dios quería. Nunca quiso que la sanación fuera difícil de recibir. Nosotros somos quienes la hemos complicado con nuestras tradiciones religiosas. La religión arruinó el sistema de Dios al decir cosas como que la sanidad no es siempre la voluntad de Dios y que a veces nos enferma para enseñarnos algo. Pero nada podría ser más inexacto.
Jesús compró nuestra sanidad cuando fue a la cruz con la misma seguridad con la que compró nuestra salvación. A través de Su muerte y Resurrección, Él nos “redimió de la maldición” y esa maldición es triple. Incluye la muerte espiritual, la enfermedad y la pobreza.
El diablo es el autor de todas esas cosas. Él es el autor de todo el sufrimiento humano, toda la enfermedad, todo el dolor, todo el estrés, y Jesús ya lo derrotó. Destruyó las obras del diablo y nos aseguró una triple redención. Una redención que incluye la vida eterna, la sanación y la prosperidad.
Al proporcionarnos esa redención, Dios resolvió de una vez por todas que la sanación es Su voluntad para ti. Ya es tuya en Cristo. Todo lo que tienes que hacer para recibirla es seguir la receta de Dios. Así que, adelante, hazlo.
Trata a la PALABRA de Dios como si fuera una receta de tu médico para salvar vidas. No la dejes en tu mesita de noche. No la mires de vez en cuando, diciendo: “Me pregunto por qué no funciona para mí.” Tómala según lo prescrito.
Préstale atención. Inclina tu oído hacia ella. Mantenla delante de tus ojos, en medio de tu corazón y en tu boca. Cree y declara, no aquello que ves o sientes, sino las Palabras de Dios.
¡Porque son vida para los que los encuentran, y salud para toda su carne!