¿Sabías que, si has nacido de nuevo, ya no eres ciudadano de este mundo? Por supuesto, todavía vives en él. En lo natural, operas en medio de un sistema natural y decadente. Sin embargo, aunque vivas en este mundo, no le perteneces.
¡Tu ciudadanía está en el cielo (Filipenses 3:20)! Has nacido de Dios y, espiritualmente, has sido trasladado a Su reino. En este mismo momento, mientras caminas en esta Tierra en tu cuerpo físico, el reino de Dios mora en ti; estás viviendo en él y tienes acceso a todos sus recursos, derechos y privilegios.
¡No tienes que preocuparte por nada en este mundo de locos!
Si tan solo caminaras en el poder de tu ciudadanía celestial, podrías superar cualquier desafío que el mundo te depare. Puedes triunfar sobre las circunstancias difíciles y sobre todos los problemas que el demonio suscita en este lugar. Puedes vivir tus días aquí en victoria y no en derrota, como todo un conquistador.
Sin embargo, para hacer eso, no puedes ir por la vida pensando y hablando como lo hace el mundo. ¡Tienes que mantener un espíritu de fe! Debes mantener tu corazón lleno de la Palabra de Dios para que, cuando te lleguen malas noticias, en lugar de someterte al miedo y al desaliento, puedas decir sobre la situación lo que Dios dice.
Él ya ha hablado de todas las necesidades que puedas tener y de todos los problemas que puedas enfrentar. Él ya ha dicho y registrado en la Biblia suficientes palabras de BENDICIÓN para que puedas experimentar “los días del cielo sobre la tierra” (Deuteronomio 11:21). Cada una de esas palabras se convirtió en una ley en el ámbito espiritual en el momento en que fueron declaradas, y aunque han estado en las Escrituras durante miles de años, todavía conllevan vida por el Espíritu de Dios en ellas.
Todo lo que Dios dijo alguna vez sigue siendo cierto, y cualquiera de nosotros puede creerlo, declararlo, actuar en consecuencia, y así sucederá.
Sin embargo, como creyentes, no siempre queremos hacerlo. Particularmente cuando estamos pasando por momentos difíciles, a veces sólo queremos dejarnos llevar por nuestra carne y hablar sobre el problema. En lugar de abrir nuestras Biblias y mantenernos firmes en la Palabra de Dios, queremos que Él haga por nosotros lo que nos ordenó hacer a nosotros.
Queremos que Él hable palabras de fe sobre nuestras vidas al enviar a alguien a profetizarnos que nuestro problema ha sido resuelto, que hemos sido sanados, o que nunca tendremos más dificultades financieras. Queremos que Él reprenda al diablo en nuestro nombre. Queremos que Él ordene a las montañas en nuestras vidas que se muevan, mientras nosotros nos sentamos a celebrar una fiesta de autocompasión llenos de incredulidad.
Pero así no es cómo funciona el reino de Dios. No está configurado para manifestarse en la Tierra simplemente en respuesta a las Palabras de Dios. Está diseñado para responder a nuestras palabras. De acuerdo con el Nuevo Testamento:
El diablo huye cuando lo resistimos al decir, de la misma manera como lo hizo Jesús cuando estaba en la Tierra, «Escrito está» (Santiago 4:7; Mateo 4:4).
La montaña en nuestra vida se mueve cuando “tenemos fe en Dios” y cuando nosotros mismos le hablamos. «Porque cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá.» (Marcos 11:22-23).
Atraemos el cielo a la Tierra no al quejarnos de las cosas que aquí nos están causando problemas, sino cuando tenemos un «espíritu de fe, y de acuerdo a lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos.» (2 Corintios 4:13).
Liberando el poder creativo de Dios
“Bueno”, podrías decir, “ustedes las personas de fe son extremistas cuando se trata de creer y hablar. Piensan que Dios hará lo que ustedes digan.”
No, nosotros no. Creemos que Él hará lo que decimos por fe; y la fe proviene de escuchar la Palabra de Dios.
Si Dios no ha dicho que una cosa en particular es Su voluntad, no tenemos ninguna base para esperar que lo haga. Pero si Él lo dijo, podemos creerlo, declararlo y sucederá. ¿Por qué?
Porque es Su Palabra, y “la Palabra que Dios habla está viva y llena de poder… activa, operante, energizante y efectiva” (Hebreos 4:12, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
¡La Palabra de Dios contiene Su poder creativo! Contenía ese poder cuando salió por primera vez de Su boca, y si la depositamos dentro de nosotros y la dejamos permanecer en nuestros corazones, saldrá de nuestras bocas con el mismo tipo de poder creativo y la fe que tuvo cuando Dios la declaró la primera vez.
Piensa en ello como un ciclo. Dios nos envía Su Palabra, después renovamos nuestras mentes con ella y aprendemos a pensar sobre las cosas de la manera en que Él lo hace. A medida que aprendemos a pensar como Él, comenzamos a hablar como Él. Creemos y hablamos Sus palabras, y éstas producen Sus resultados.
«Porque mis pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos son mis caminos, dice el Señor. Porque como los cielos son más altos que la Tierra, así son mis caminos más altos que tus caminos y mis pensamientos que tus pensamientos. Porque como la lluvia y la nieve bajan de los cielos, y no vuelven allí otra vez, sino que riegan la Tierra y la hacen crecer y germinar, para que pueda dar semilla al sembrador y pan al que come, así será Mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía [sin producir ningún efecto, inútil], sino que cumplirá lo que me complace y su propósito, y prosperará en aquello para lo cual la envié.» (Isaías 55:8-11, AMPC).
Así es como te deshaces de la enfermedad cuando llega e intenta apegarse a tu cuerpo. Piensas al respecto y le hablas como lo hace Dios. En lugar de simplemente aceptarla, te mantienes firme en lo que dice la Palabra acerca de la sanidad y le dices a esa enfermedad: “¡Sal de aquí, en el Nombre de Jesús! Eres parte de la maldición de la ley, y Jesús me ha redimido de esa maldición” (Deuteronomio 28:61, Gálatas 3:13). “Él llevó todas las enfermedades, para que yo pudiera ser liberado de ellas, y por Sus llagas fui sanado” (Isaías 53:4-5).
Si, después de decir estas cosas, los síntomas no desaparecen inmediatamente, simplemente te quedas con la Palabra. Caminas por fe y no por vista, sigues diciendo lo que Dios dijo y actúas como si fuera cierto, ¡porque es la verdad! Si lo haces, eventualmente las circunstancias naturales se ajustarán y esos síntomas de enfermedad desaparecerán de tu cuerpo.
“Pero Gloria, ¿y si estoy luchando con algo más que la enfermedad y no sé lo que dice la Palabra de Dios al respecto?”
¡Entonces averígualo! Dedica tiempo a leer tu Biblia y a escuchar una buena predicación basada en la Palabra y que edifique tu fe. Busca a Dios en la Palabra y en la oración hasta que sepas cuál es Su voluntad y qué promesas ha provisto para que puedas aplicarla a esa situación. Luego, recíbelas y aprópiatelas; ponlas en tu corazón en abundancia y continúa declarándolas por fe hasta que se manifiesten.
¡Así es como Dios quiere que todos nosotros, como creyentes, vivamos todos los días! Él tiene la intención de que hagamos de Su Palabra nuestra prioridad N°1 y pasemos tiempo en ella diariamente. Él tiene la intención de que descubramos lo que Él ha dicho sobre cada área de nuestras vidas y meditemos en ella continuamente. Porque como dijo Jesús: «Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan todo lo que quieran, y se les concederá.» (Juan15:7).
La Palabra que permanece en ti es la Palabra que te habla. Es la Palabra que aparece en ti cuando el mundo o el diablo trata de robarte los privilegios del Reino.
Cuando el diablo ataca tus finanzas, si lo primero que dices al respecto es: “Mi Dios suple todas mis necesidades según Sus riquezas en gloria por medio de Cristo Jesús”, sabes que la Palabra permanece en ti porque así salió de tu boca. Por el contrario, si lo primero que dices es: “No vamos a poder pagar nuestras cuentas”, es una señal de que todavía no te has apropiado de lo que Dios dice al respecto.
Cuando llegue la crisis, está listo
Recuerdo una carta que recibimos de uno de nuestros colaboradores hace varios años acerca de una palabra que había permanecido en ella y que salió de su boca cuando se enfrentaba a una situación muy peligrosa. Un incendio forestal estaba a punto de consumir su casa. El incendio ya había consumido los bosques adyacentes a su jardín, y al darse cuenta de que necesitaba salir, tomó su diario de oración y su Biblia. (Eso es un indicador de cuáles eran sus prioridades). Entonces, de repente, tuvo un pensamiento: ¡Necesito tomar autoridad sobre este fuego!
Ella recordó que la Palabra dice que no te sobrevendrá ningún mal, ni que ninguna calamidad se acercará a tu morada (Salmo 91:10, AMPC); por lo tanto, ordenó a que ese fuego se fuera. Inmediatamente el viento cambió de dirección, y el fuego tomó una dirección diferente. Se apartó de su propiedad y dejó intacta su casa.
¡Esa es una buena ilustración de cómo se debe vivir como un ciudadano del cielo! También es un recordatorio de lo importante que puede ser alimentarse continuamente de la Palabra y mantener un espíritu de fe. Cuando un incendio forestal se te acerca, no tienes tiempo para escuchar un CD con las promesas de protección de Dios. En tiempos de emergencia, no tienes tiempo para tomar tu concordancia y comenzar a buscar los versículos de la Biblia que te indicarán qué hacer.
No; en esos momentos, lo que saldrá de ti es lo que ya tienes en tu corazón: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca.» (Mateo 12:34).
¡Tu vida depende de lo que tienes en tu corazón! Por lo tanto, mantenlo todo el tiempo lleno hasta rebosar con la Palabra de Dios. Luego, cuando el problema llegue, estarás listo. Tendrás la costumbre de hablar como Dios y no serás presa fácil del diablo.
Como un bandido que viene a robar, matar y destruir, el diablo conoce muy bien cerca del poder de las palabras. Él sabe, incluso si muchos cristianos no, que la lengua «tiene poder sobre la vida y la muerte.» (Proverbios 18:21). Entonces, él siempre está tratando de hacer que nosotros, como creyentes, hablemos palabras que, en lugar de trabajar para nosotros, vayan en nuestra contra. Él siempre está tratando de tomar nuestras lenguas, para que caigamos en el error que los israelitas cometieron la primera vez que comenzaron a entrar en la Tierra Prometida.
Seguro recuerdas la historia. Diez de los espías que Moisés había enviado a la tierra regresaron e informaron que los gigantes allí eran demasiado grandes para ser conquistados. Dos de los espías, Caleb y Josué, creyeron en la Palabra de Dios y dijeron que los gigantes no eran un problema. “¡Subamos de una vez! ¡Podemos conquistarlos!”, dijeron.
Los israelitas, en lugar de escuchar a los espías de la fe, se asustaron y se pusieron del lado de los detractores que decían que los gigantes los aplastarían como saltamontes… «Toda esa noche la congregación comenzó a gritar y llorar. Todos los hijos de Israel se quejaron… ¡Cómo quisiéramos haber muerto en Egipto, o morir en este desierto! ¿Para qué nos ha traído el Señor a esta tierra? ¿Para morir a filo de espada, y para que nuestras mujeres y nuestros niños sean tomados prisioneros?» (Números 14:1-3).
Por supuesto, los israelitas no le dijeron esas cosas directamente a Dios. La mayoría sólo lo murmuró en sus tiendas (Deuteronomio 1:27). Pero Dios los estaba escuchando de todos modos, y Él les respondió diciendo a Moisés:
¡Ya he escuchado las protestas de los hijos de Israel, y cómo se quejan de mí! Pues diles de mi parte: “Vivo yo, que voy a hacer con ustedes lo mismo que ustedes me han dicho al oído. En este desierto quedarán tendidos los cadáveres de todos ustedes, los mayores de veinte años que fueron contados, los cuales han murmurado contra mí. Ninguno de ustedes entrará en la tierra que, bajo juramento, prometí que les daría para que la habitaran. Sólo entrarán Caleb hijo de Yefune y Josué hijo de Nun.” (Números 14:27-30).
¡Esas fueron serias repercusiones! ¡Las palabras incrédulas que los israelitas hablaron en sus tiendas les costaron la Tierra Prometida!
Como creyentes, no queremos que eso nos suceda. No queremos permitir que el diablo use nuestras lenguas y nos engañe para que hablemos duda e incredulidad. No queremos decir palabras llenas de fe cuando nuestros amigos cristianos nos escuchan y luego cuando estamos acostados en la cama por la noche con nuestro esposo o esposa hablando sobre el problema, decir: “¿Qué vamos a hacer? Esta situación es desesperada. No tenemos salida.”
¡Dios escucha esas palabras! Él no sólo escucha lo que decimos en oración, o las confesiones de fe que hacemos en la iglesia. Él está escuchando todo el tiempo y está obligado a tomar en serio nuestras palabras porque es una ley espiritual. Está escrito en la Biblia: lo que decimos determina el curso de nuestras vidas (Santiago 3:4-5).
Hagamos que esa ley funcione para nosotros y no contra nosotros. Vivamos como los hijos amados de Dios y caminemos en la plenitud de Sus BENDICIONES tomando nuestras palabras tan en serio como Él mismo lo hace.