Hace varios años, cuando comencé a enseñar nuevamente sobre los principios básicos de la fe, sabía que esto ayudaría a las personas nuevas en el mensaje de la fe. Lo que no sabía, sin embargo, era cuánto me ayudaría a mí.
He estado inmerso en el mensaje de fe por más de 50 años. Por lo tanto, pensé que tenía un buen manejo de los principios básicos. Sin embargo, al comenzar a enseñarlos otra vez, inicialmente me hallé luchando y llegué a una conclusión sorprendente: en cuanto a los principios fundamentales de la fe, ¡estaba dejando pasar muchas cosas!
Es fácil caer en ese error y, sin importar cuán experimentados podamos ser como creyentes, es uno que no podemos darnos el lujo de cometer. Al fin y al cabo, nuestra fe «es la victoria que ha vencido al mundo.» (1 Juan 5:4). Es la fuerza por la cual triunfamos sobre los desafíos de la vida. Entonces, para que podamos terminar nuestra carrera espiritual como campeones, debemos practicar continuamente los fundamentos de la fe porque, en todos los ámbitos de la vida, eso es lo que hacen los campeones.
Por ejemplo, piensa en los campeones de fútbol. ¿Qué estás viendo cuando los ves en la cancha? Estás presenciando a los expertos de los principios básicos de ese deporte. ¿Qué ves cuando juegan los campeones de la NBA? Jugadores que se han convertido en expertos de los conceptos básicos del juego.
En 1961, después de que los Green Bay Packers perdieran el campeonato de fútbol americano, el gran entrenador Vince Lombardi se dirigió a su equipo el primer día del entrenamiento de primavera. Sosteniendo un balón en alto, los reintrodujo al deporte. “Señores”, comenzó, “esto es una pelota de fútbol americano.”
¡Los Packers eran profesionales! Esperaban que su entrenador les dijera algo que aún no sabían. Esperaban que los guiara en una estrategia secreta que les diera una ventaja sobre la competencia y los pusiera nuevamente en la cima. Pero, en cambio, el entrenador se centró en el A-B-C de bloquear, pasar, recibir y abordar. Como resultado, y bajo su liderazgo, nunca más perdieron un campeonato.
Como creyente, bajo el liderazgo del Señor Jesucristo, quiero tener el mismo tipo de récord ganador, ¿y tú? Quiero vivir como un vencedor mundial, pelear la buena batalla de la fe y vencer al diablo todas las veces.
Por eso me gusta comparar la vida cristiana con los atletas exitosos y campeones olímpicos. Antes de que cada uno de ellos llegara a la cima, tuvieron que responder algunas preguntas. Debieron decir: “¿Tengo este cuerpo; ahora, qué voy a hacer con él? ¿Hasta dónde voy a llegar en este deporte?” Tuvieron que tomar una decisión de calidad para ir por el oro. De lo contrario se habrían emocionado y, después de dos semanas de entrenamientos demandantes, cuando descubrieran una ampolla en la punta del dedo del pie, habrían reconsiderado. En lugar de seguir adelante, habrían retrocedido y dicho: “Sabes, no creo que esto sea realmente lo que quiero hacer.”
El mismo principio se aplica en nuestras vidas espiritualmente hablando. Del mismo modo, si vamos a buscar el oro en el reino de Dios, todos tendremos que responder algunas preguntas. Cada uno de nosotros deberá decidir por sí mismo: ¿Qué voy a hacer con La PALABRA de Dios? ¿Hasta dónde voy a llegar con mi fe?
“Sí, hermano Copeland, pero nunca llegaré tan lejos como Ud. porque Ud. es un predicador. Dios le dio más fe que a mí.”
No, no lo hizo. Nos dotó a todos con la misma medida de fe en el momento en que nacimos de nuevo (lee Romanos 12:3). El desarrollo de esa fe depende de nuestras elecciones personales, pero no hay tal cosa como la fe del predicador, o alguien que obtenga una medida extra. ¡Todos comenzamos con la misma fe, y sabemos que ésta funcionará porque es la fe del Señor Jesucristo!
El autor y consumador de la fe
Hebreos 12:2 llama a Jesús «el autor y consumador de la fe». Él es su fuente y su consumador. Sin embargo, muchos creyentes no le dan la oportunidad de completar Su obra. Lo reciben como Su Salvador, pero no lo reciben como Su SEÑOR. Obtienen la medida de Su fe, pero luego siguen sin pensar su mismo camino.
Jesús no puede desarrollar algo que no hayas puesto en Sus manos. No puede terminar algo a lo que no le estás prestando atención. Si deseas caminar por fe en la plenitud de Su maravillosa voluntad para tu vida, debes tomar la decisión de someterte a Su señorío. Debes ponerlo en primer lugar en tu vida, hacer de Su PALABRA tu autoridad final y esforzarte el 100% del tiempo para hacer todo lo que Él diga.
Cuando lo hagas, te sorprenderá lo que Jesús puede y hará contigo. Él te abrirá los ojos a las verdades en la PALABRA de Dios y desarrollará tu fe de manera que afecte cada área de tu vida.
Por ejemplo, veamos cómo desarrolló mi fe hace un tiempo en lo que respecta a la longevidad. Recordándome que Génesis 6:3 dice que el hombre: «Vivirá hasta ciento veinte años.», me llevó a través de las Escrituras y me mostró que ese es el único estándar escrito para la longevidad. Excepto por el límite de 70 u 80 años establecido para los israelitas en el desierto como resultado de su desobediencia, no hay otro límite de edad mencionado en la Biblia. Cada vez que se refiere a una larga vida, se trata en efecto de 120 años.
El SEÑOR no me ordenó liberar mi fe para vivir por ese tiempo. Él solo me hizo la pregunta. ¿Harás esto por mí? y le respondí: “Sí, lo haré.”
¡Hablando de volver a entrenar! Pronto comencé a darme cuenta: ¡Esto tiene un precio! No puedo lograrlo cargando por todas partes alrededor de 30 o 40 libras extra, y aun así alcanzar los 120. Tengo que mantenerme en mejor forma.
No me gustaba hacer ejercicio cuando tenía 23 años, y puedo decirles que a los 83 no es más fácil. Pero Dios había puesto en mi corazón ir por el oro para Su gloria. Entonces, tomé la decisión de calidad.
Me puse de rodillas ante el Señor y le dije: “Señor, estoy a tu disposición. En el Nombre de Jesús, me comprometo a partir de este momento a hacer lo que sea necesario para estar en la mejor condición espiritual, mental y física que pueda estar.”
El compromiso, por supuesto, fue solo el comienzo del proceso. Una vez tomado, tuve que aplicarme a él, y mi carne protestó sin pensarlo dos veces. “¡No quiero hacer esto!” me gritó. “Estos entrenamientos son difíciles para mí. ¿No podemos ignorarlos?”
¡Ya sabes cómo es eso! Tienes un cuerpo de carne y hueso igual que el mío, y realmente puede quejarse cuando le demandas esfuerzo. Cuando eso ocurra, Jesús se encontrará contigo y podrás ponerlo «bajo disciplina» (1 Corintios 9:27, RVA-2015). Pero tendrás que hacerlo por fe.
Nuestra fe es la victoria que vence al mundo y todo lo que hay en él, incluida nuestra carne y el diablo. Es por eso por lo que nuestro consumador de fe nos ha estado recordando últimamente que debemos mantenernos firmes en los fundamentos de la fe. Es por eso que una y otra vez nos lleva nuevamente a Marcos 11 y nos recuerda que Él dijo: «Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: ì¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá» (versículos 22-24).
Lo que los griegos entendieron y nosotros no
Esos versículos revelan la primera y más básica ley de la fe: cree en tu corazón y dilo con tu boca. «Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación.» (Romanos 10:10).
La palabra griega sozo, que se traduce como salvación en ese versículo, se refiere a algo más que el nuevo nacimiento. La misma abarca todo lo necesario para que seamos sanos: espíritu, alma y cuerpo. Cubre no solo la recreación de nuestro espíritu humano sino también cosas como la liberación y la sanación.
Las personas de habla griega en la iglesia primitiva lo entendieron. Recibieron a Jesús como Sanador al mismo tiempo que lo recibieron como Salvador porque cuando se les predicó sozo, eso es lo que escucharon. Nosotros, como personas que hablan español, no lo hicimos. Como resultado, separamos LAS BENDICIONES de la salvación en diferentes facetas.
¡Pero no son diferentes! Todas son parte del mismo paquete y todas fueron recibidas de la misma manera: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo a lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos.» (2 Corintios 4:13).
Por supuesto lo que queremos creer y hablar es la PALABRA de Dios. Queremos decir lo que Él dice de nosotros. Sin embargo, realmente, aquello que digas es tu fe en voz alta. Puede ser fe en algo que desearías no tener, como la enfermedad. De todas maneras, siempre crees y confiesas algo, para bien o para mal, y la ley de la fe estará en funcionamiento.
Eso significa que, si no quieres recibir algo, mejor deja de decirlo con tu boca. Deberás confiar en el vocabulario del silencio hasta que puedas llenar tu corazón con la PALABRA de Dios en esa área. Como dijo Jesús: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca… Pero yo les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado. Porque por tus palabras serás reivindicado, y por tus palabras serás condenado.» (Mateo 12:34, 36-37).
¿Qué son exactamente las «palabras ociosas»? Son palabras que no proceden de la fe en LA PALABRA de Dios. Palabras sin sentido. Palabras de miedo. Palabras de preocupación que se basan en la muerte, tales como: “Casi me muero de la vergüenza”, “me muero de las ganas”, “me muero por ir.”
Ese tipo de palabras son peligrosas y proceden de un espíritu de condenación. Te debilitarán y te robarán los beneficios de la salvación. Si sigues diciéndolas, pueden lograr que tu fe sea tan débil que tendrás que luchar para aferrarte a la vida.
“Bueno, hermano Copeland, no lo digo en serio cuando digo ese tipo de cosas.” A Satanás no le importa si lo dices en serio o no. Te acusará por lo que sale de tu boca, porque conoce la Biblia. Él sabe lo que Dios dijo acerca de las palabras ociosas, y sabe que sus propias palabras fueron las que lo arruinaron, lo destronaron y lo condenaron para siempre.
Nuestras palabras ociosas nos habrían hecho lo mismo, sino fuera por la salida de escape de la que disponemos. Tenemos un Redentor, por lo que podemos acercarnos con valentía al trono de la gracia de Dios, arrepentirnos de nuestras palabras negativas e incrédulas, y la sangre de Jesús las borrará. Podemos recibir el perdón de Dios y Su poder para mantener nuestras bocas en línea.
¡Puedo dar testimonio de eso! Antes de nacer de nuevo, tenía la boca más sucia que jamás hayas escuchado. Maldecía sin siquiera pensarlo. Pero en la primera semana de noviembre de 1962, cuando le di mi vida a Jesús, me pareció como si alguien me hubiera puesto una pastilla de jabón en la boca. Desde entonces, me he negado a expresarme usando palabras y frases que le abren la puerta a Satanás y a sus obras.
¿Estoy diciendo que tienes que ser tan exigente cuando se trata de tus palabras? Bueno, eso depende de los resultados que esperas. Lo harás si quieres vivir como vencedor. Lo harás si quieres perseguir el oro porque las palabras que dices son fundamentales para la operación de la fe que vence al mundo.
Si eres quisquilloso con tus palabras en los pequeños asuntos de la vida, entonces las palabras correctas saldrán de tu boca cuando se trate de algo grande. En momentos de crisis, cuando te enfrentes a algo importante, las palabras de fe serán lo primero que declararás.
¡Las primeras palabras que dices son cruciales! Proverbios 18:21 dice: «La muerte y la vida están en el poder de la lengua», así que siempre quieres que tus primeras palabras sean palabras de vida. Cuando recibas un mal diagnóstico del médico, o el meteorólogo diga que un tornado se dirige en dirección de tu casa, o te despidan del trabajo, lo primero que querrás hacer es gritar tan fuerte como puedas:
“¡Gracias, Jesús, estoy sano!” “¡Gracias a Dios, estoy en el lugar secreto del Altísimo, y ningún mal se acerca a mi vivienda!” “El SEÑOR es mi pastor y no me faltará. ¡Él suple todas mis necesidades de acuerdo con Sus riquezas en gloria, y siempre me hace triunfar!”
Sin embargo, para que esas palabras sean las primeras que digas, tu corazón debe estar lleno de ellas en primer lugar. Deben estar en ti en abundancia porque has tomado una decisión de calidad para hacer de la PALABRA de Dios el foco central de tu vida.
Déjame preguntarte: ¿qué es lo último que tienes en mente cuando apagas la luz por la noche? ¿Son las noticias, o el clima? ¿Es la PALABRA de Dios? Puedo decirte qué es en nuestra casa. ¡Es la PALABRA! Especialmente desde que comencé a volver a enseñar los fundamentos de la fe. Gloria y yo comenzamos a llevar mi iPhone y ocasionalmente mi iPad a la cama con nosotros y escuchar y ver los servicios a los que asistimos cuando comenzamos a aprender sobre la fe. Hemos intensificado nuestro juego espiritual. Nos estamos enfocando nuevamente en dominar lo básico. ¡Porque, al igual que tú, estamos entrenando para ser campeones en el reino de Dios!