La mayoría de los cristianos saben que deben caminar en amor, pero luchan porque no saben cómo practicarlo.
A principios de la década de 1970, aprendí cómo hacerlo. Vino como una revelación. En un momento, me di cuenta de que no estaba caminando en amor.
Al mismo tiempo, Kenneth E. Hagin me mostró cómo hacerlo, y lo hice. En consecuencia, salvó mi matrimonio, mi ministerio, mi vida. Ahora puedo decirte cómo hacerlo, y obtendrás los mismos resultados.
Cómo sucedió
En 1967, una amiga recién nacida de nuevo me dijo que iba a recibir el Espíritu Santo y el don de lenguas.
“Oh, no, no lo harás”, le dije. “Eso es del diablo.” Simplemente estaba repitiendo el título de un artículo de nuestra revista denominacional, “Hablar en lenguas es del diablo.”
La semana siguiente, mi amiga y yo estábamos hablando en lenguas. Alguien nos llevó a un seminario donde Kenneth E. Hagin estaba enseñando sobre lo que dice la Biblia acerca del bautismo en el Espíritu Santo. Él había tenido una visión de personas de distintas denominaciones llegando a la plenitud del Espíritu Santo, y fue instruido para enseñarles.
En 1970, me convertí en la editora del hermano Hagin. Un libro que edité en mis comienzos era titulado: “La pregunta acerca de la mujer” (TheWomen Question). Sabía desde la infancia que había sido llamada a predicar, pero mi denominación no permitía que las mujeres lo hicieran. Sobre la máquina de escribir, clamé al Señor: “¿Quieres decir que puedo hacer lo que me he sentido llamada a hacer y no tener problemas en el tribunal de Cristo?”
Sí. Y un día saldrás de aquí y predicarás alrededor del mundo. Pero en este momento no sabes mucho. Esta es tu escuela bíblica.
Un seminario acerca del amor
Pensé que sabía más de lo que realmente sabía. Mi educación cristiana había proporcionado una buena base y me sentía calificada para guiar a mi esposo, Kent, a los caminos de la justicia. Kent y su padre habían nacido de nuevo cuando él tenía 16 años. Su familia, una familia amorosa, no había asistido regularmente a la iglesia. Lo presioné en el área del diezmo y la asistencia a la iglesia, a punta de ruegos y lágrimas.
El día que el hermano Hagin anunció que iba a enseñar acerca del tema “Caminar en amor” y que debía publicarlo por escrito, me sentí calificada. Libreta en mano, llegué al seminario con plena confianza.
En resumen, el hermano Hagin enseñó que, la clase de amor en el que debemos caminar no es natural, es decir, no es el amor humano. Se trata del amor de Dios. El amor humano o natural es egoísta. El amor de Dios es Dios mismo, porque Dios es amor (1 Juan 4:8).
En el nuevo nacimiento, la clase de amor de Dios es derramada en el espíritu renacido por el Espíritu Santo (Romanos 5:5). No está en la mente ni en el cuerpo, sino en el corazón, el espíritu. Para caminar en el amor, el espíritu debe doblegar la carne.
Recuerdo lo que enseñaba como si fuera una lista paso a paso.
1. Nace de nuevo. Caminar en el amor de Dios es posible solo para los hijos de Dios.
2. Aprende Romanos 5:5. «Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.» El amor en nuestros corazones es liberado por la fe a través de palabras y obras.
3. Aprende la definición del amor de Dios en 1 Corintios 13:4-8 (La Biblia Amplificada, Edición Clásica) que traduce la revelación completa del idioma original, el griego.
4. Júzgate a ti mismo para ver si estás caminando en el amor de Dios.
Casi puedo escuchar su voz mientras enseñaba de la Biblia Amplificada, Edición Clásica frase por frase: “‘El amor soporta mucho y es paciente y amable’ (versículo 4). Algunas personas soportan mucho tiempo, pero no son ni pacientes ni amables mientras lo hacen. Un esposo o esposa puede estar aguantando muchas cosas, sin embargo, quieren que todos sepan, incluyendo su cónyuge, lo que están sufriendo.”
Sus comentarios sobre cada frase fueron esclarecedores. Puedes leerlos en su libro “El Amor: El Camino a la Victoria” (Love: The Way to Victory).
Todavía me sentía bastante satisfecha conmigo misma hasta que lo escuché decir: “Ahora, este es el indicador del amor divino: el termómetro del amor. ‘El amor… no es susceptible, ni irritable ni resentido; no tiene en cuenta el mal que se le ha hecho [no presta atención a un mal sufrido]’ (versículo 5).”
¡Qué!, pensé para mis adentros. Mi querida abuela es susceptible, y ella es una santa. Mi madre es susceptible. A veces uno necesita darse cuenta de lo que otros hacen para que hagan lo correcto. Yo había practicado esto, particularmente con mi esposo.
Por ejemplo, Kent nunca recordó mi cumpleaños. Casi todos los años, comenzando con nuestro aniversario, el cual lo precedía por no mucho tiempo, pasaron ignorados, y eso me hizo acumular resentimiento. Una mañana de un 6 de diciembre recuerdo arrojarle su desayuno en la mesa; él no pareció percatarse. Cuando llegó a casa al mediodía, el almuerzo estaba en la mesa, pero yo estaba en nuestra habitación con la puerta cerrada. Esa noche, no hubo cena. Todavía estaba en la habitación a oscuras donde había llorado todo el día, diciendo: “Él no me ama. Si lo hiciera, recordaría mi cumpleaños.”
Entonces Kent, abriendo la puerta, me dijo: “¿Qué te pasa? ¿Es tu cumpleaños o algo así?” Luego utilizó la misma excusa de siempre: “Pensé que era el 8 de diciembre.”
El espacio no me permite contar otros incidentes similares, o compartirte cuán amable, generoso y fiel fue mi marido. Pero hasta el momento que escuché al hermano Hagin predicar sobre el termómetro del amor, pensé que yo era la que tenía la razón y que Kent estaba muy equivocado. Cuando llegó la luz, descubrí que estaba equivocada por el solo hecho de darme cuenta. Mi corazón me convenció. Quería caminar en el amor. Quería que mi fe funcionara (Gálatas 5:6). Así que escuché atentamente lo que dijo el hermano Hagin, y lo puse en práctica.
Victoria
Él dijo: “Encontrarás tu área problemática en uno de estos versículos. Cuando lo hagas, escribe ese versículo en tarjetas de 9 por 15 y ponlas en las puertas de tus gabinetes”.
Escribí varias tarjetas y las coloqué estratégicamente. Una la coloqué en la cara interior de la puerta de uno de los gabinetes de la cocina.
Nuestra antigua casa tenía una gran cocina rural donde se desplegaba gran parte de nuestras actividades familiares. Fue precisamente allí donde mi caminar en amor se encontró con el frente de ataque. Te compartiré dos incidentes en particular.
Una tarde, cuando Kent entró por la puerta trasera, una olla de sopa de verduras estaba cociendo a fuego lento sobre la hornalla. Después de probarla, arrugó la nariz y preguntó: “¿Qué pusiste en esta sopa?”
Mi carne quería reaccionar, pero me controlé. Abrí la puerta del armario y leí en silencio. El amor no es susceptible… no le presta atención a un mal sufrido. Entonces, le respondí con una sonrisa. ¡Victoria!
Probó otro bocado y exclamó: “Me gustaría que llamaras a mamá y le preguntaras qué pone en su sopa.” ¡Contra ataque! Abrí la puerta del armario, volví a leer la tarjeta y le aseguré que lo haría. ¡Victoria!
Especialmente recuerdo otro ataque que llegó una fría noche invernal. Yo había cocinado chile. Kent pensaba que mi chile era mejor que el de su madre. También preparé pan de maíz, vertiendo la masa en una sartén de hierro caliente para que la corteza fuera marrón oscuro. Lo programé para que saliera del horno cuando Kent cruzara la puerta.
“¡Oh, qué bueno, chile!”, exclamó. Estaba a punto de salir por la puerta para ir a dar una clase en el Instituto Bíblico de la Victoria, cuando Kent me llamó: “¿Dónde están las galletas?”
“No tenemos galletas”, dije amablemente, “Hice pan de maíz caliente. Ese te gusta con el chile”.
“Bueno”, me respondió, “simplemente no siento que quiera comer pan de maíz hoy.”
¡Qué! ¿Cómo podría alguien no querer pan de maíz? Mi carne quería decirle que tenía dos piernas sanas y un auto nuevo. Si quería galletas, podía ir por galletas. Pero no lo hice. Corrí hacia la puerta del armario, la abrí y leí en silencio lo que había escrito allí.
Cuando me volví hacia Kent, sucedió algo sobrenatural; El Señor me dejó sentir amor. Desde lo profundo, sentí que el amor se elevaba como lava caliente en un volcán. Surgió de mi espíritu, y fluyó a través de mi carne, de mis brazos, de mis piernas, de mis ojos. Mientras miraba a Kent, estaba totalmente poseída con amor divino hacia él. Vencida por el deseo de conseguir galletas para ese hombre, proclamé dramáticamente: “Te conseguiré algunas galletas.”
Ignorante de lo que estaba sucediendo en mi ser interior, me dijo: “Oh, por cierto, nos hemos quedado sin café.”
Cuando llegué a la tienda, vi un letrero de papel de carnicería pegado a la ventana. Ofrecían dos artículos en súper descuento, promocionados por debajo del costo para atraer clientela. Eran galletas y café. ¡Una señal de Dios!
Victorias de la vida
He puesto en práctica estos simples pasos muchas, muchas veces. Aprender a caminar en el amor ha bendecido a mi familia, ha salvado mi ministerio y me ha ayudado a caminar con salud y fortaleza. No he alcanzado la perfección, pero sé cómo hacerlo. ¡Gracias a Dios!