Estoy por hacer una declaración que probablemente te parezca un poco alarmante—especialmente viniendo de un predicador de fe como yo. Sin embargo, mi intención es hacerte pensar en el asunto, así que lo voy a decir con franqueza: Se requiere más que fe en tu corazón para lograr que La PALABRA de Dios se haga realidad en tu vida. // Sí, lo leíste bien.
Aunque la fe es de vital importancia, tan solo porque Dios diga algo y tú lo creas, eso no garantiza que se haga una realidad en tu vida.
Ciertamente, creer es esencial. Escuchar La PALABRA de Dios hasta que llega la fe es un primer paso vital. Sin embargo, si realmente quieres ver todas las provisiones y promesas de Dios cumplirse en tu vida, no puedes detenerte en tan solo creerlas.
¡Debes convertir tu creer en declarar! Debes liberar la fe que está en tu corazón declarando palabras con tu boca. Como Romanos 10:10 lo dice: «Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación».
Esa es la manera en la que recibes todo de parte de Dios—desde nacer de nuevo, hasta la sanidad y la prosperidad financiera. Crees Su PALABRA con tu corazón y lo confiesas con tu boca.
¿Por qué es tan importante la parte de confesar o declarar?
Porque vivimos en un mundo creado por palabras, un universo dominado por las palabras. Fue creado por palabras llenas de fe y diseñado por Dios para responder a ellas desde el comienzo, y eso no cambiará.
Sin embargo, lo que sí puede cambiar son las palabras bajo las que escogemos vivir. Puedes escoger vivir bajo la PALABRA de Dios, o la del diablo. Puedes escoger palabras de muerte y duda; o puedes escoger palabras de vida y ser como el apóstol Pablo que escribió: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo a lo que está escrito: «Sin embargo, tenemos el mismo espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí; por lo tanto, hablé. Nosotros también creemos; por lo tanto, también hablamos» (2 Corintios 4:13, RVA-2015).
Podrías decir: “Pero hermano Copeland, ya probé eso de ‘declarar’ ¡y no funcionó!”
Seguro que lo hizo. Dijiste que no funciona, y lo que dices, sucede—de hecho, no funcionó.
No intento ser rudo, pero así es. Es una ley espiritual. Así como: “La ley de la fe” (Romanos 3:27) y “La ley del Espíritu de vida en Jesucristo” (Romanos 8:2), creer y declarar palabras todo el tiempo, funciona todo el tiempo. Está tan garantizado como la Ley de la gravedad.
¿Has escuchado alguna vez una alerta sobre la gravedad? Has prendido alguna vez las noticias matutinas y escuchado al presentador decir: “Debido a una fluctuación muy grande en la fuerza de la gravedad, hoy todos los niños que pesen menos de 10 kilos necesitan usar un cinturón especial para prevenir que salgan volando”. ¡Por supuesto que no! Nunca has escuchado algo así, y tampoco lo harás porque las leyes bajo las que la gravedad opera son constantes. El solo pensar que algo así pueda suceder suena ridículo.
Por la misma razón, es igual de tonto pensar que la ley de Dios de “creer y declarar” no funcione con la misma constancia. Es tonto decir que algunas veces ese “asunto de declarar” no funciona.
El Sistema de Dios siempre funciona. Él nunca se equivoca. Así que, si te has esforzado por aplicar lo que la Biblia te enseña acerca de declarar palabras llenas de fe, y no has recibido los resultados esperados, no lo culpes a Él. Di: “SEÑOR, ayúdame porque en algún lugar me estoy equivocando”.
No pienses en el alimento: ¡cómetelo!
Se lo he dicho muchas veces a Dios y Él siempre me responde. Recuerdo una ocasión en particular; estaba predicando una serie de reuniones en el estado de Luisiana. Durante las primeras reuniones empecé a sentir un dolor muy fuerte en mi pierna izquierda. Estaba ocupado con mis horarios de ministración, así que solamente declaré 1 Pedro 2:24, algunas otras escrituras, y finalicé con: “Creo que por las llagas de Jesús estoy sano”.
Sin embargo, mi pierna en vez de mejorar, siguió empeorando. Para el momento en el que terminé de predicar en la última reunión, el dolor era tan insoportable, que regresé a mi habitación en el hotel y me acosté en la cama. “SEÑOR”, oré: “Esto no está bien. ¿En qué lugar me estoy equivocando? Sé que pagaste por esta victoria y quiero saber por qué no estoy consiguiéndola”.
Mientras estaba allí recostado, en silencio, escuchando en mi interior, escuché al SEÑOR responderme: Kenneth, has estado declarando escrituras, pero no has abierto tu Biblia. No las has mirado. Tan solo las has recitado de memoria. El recuerdo de una papa no te alimentará. Puedes recordar cómo sabe, huele y luce, pero para que te alimente y te nutra, debes comerla.
Instantáneamente capté lo que quería decirme. Su PALABRA es un alimento espiritual. Es lo que alimenta la fe y la hace fuerte; y en esa situación en particular yo no me había alimentado como correspondía. Realmente no había hecho lo que Dios dice en Proverbios 4:20-22: «Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo».
Inmediatamente lo corregí. Esa tarde invertí tiempo en La PALABRA, buscando escrituras de sanidad y alimentando mi espíritu con ellas. Para el momento en el que me subí al avión para regresar a casa, tenía fe en mi corazón y declaraba con mi boca: “¡Soy un hombre sano!”
Aun así, cuando aterricé en Dallas, mi pierna todavía me dolía tanto que difícilmente podía caminar. Como una tentación para que olvidara mi confesión, un hombre con una silla de ruedas me esperaba a la salida del avión (hasta el día de hoy, no sé quién era o qué hacía allí). A pesar de que en ese momento la silla de ruedas era tentadora, dije: “Muchas gracias. Sin embargo, los hombres sanos no necesitan sillas de ruedas”, y procedí a caminar casi un kilómetro y medio hasta el auto.
Saliendo del aeropuerto, Gloria y yo nos dirigimos a la casa de mis padres y dormí con mi mamá a mi lado orando por mí. Repentinamente, me desperté a las 3:00 am y me senté. Mamá, le dije: ¡Funcionó! Gloria a Dios: ¡Todo el dolor en mi pierna se ha ido!
El Sistema de Dios había hecho su trabajo.
La fe en las Palabras de Dios y en las tuyas
“Hermano Copeland, ese es un testimonio maravilloso, sin embargo, yo no he podido conseguir esa clase de resultados. A pesar de que invierto tiempo en La PALABRA y la creo con todo mi corazón, parece que mis palabras no tienen esa clase de poder”.
Quizás porque realmente no tienes confianza en ellas. Probablemente estás creyendo bien las palabras de Dios, pero no crees las tuyas. Cuando se trata de operar en la clase de fe de Dios, eso puede ser un problema muy real.
Mira Marcos 11:23 y verás a lo que me refiero. Allí Jesús dijo: «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá».
Nota que para que la fe haga lo que ha sido diseñada a hacer, tienes que empezar con La PALABRA hasta que creas en tu corazón que lo que dices sucederá. Tienes que llegar al punto donde tu confianza no solo se halla en el poder de las palabras de Dios, sino en el poder de tus palabras.
¿Cómo desarrollas esa clase de confianza?
De la misma manera que desarrollas tu fe por cualquier otra cosa. Te alimentas de lo que la Biblia dice al respecto al leer y meditar en escrituras como:
• «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36-37).
• «El hombre bueno, saca lo bueno del buen tesoro de su corazón. El hombre malo, saca lo malo del mal tesoro de su corazón; porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6:45).
• «El hombre de bien se nutre con sus palabras… El que cuida su boca se cuida a sí mismo; el que habla mucho tendrá problemas» (Proverbios 13:2-3).
• «La lengua apacible es árbol de vida; la lengua perversa daña el espíritu» (Proverbios 15:4).
• «Hay quienes, con lo que dicen, logran satisfacer su hambre. El que ama la lengua comerá de sus frutos; ella tiene poder sobre la vida y la muerte» (Proverbios 18:20-21).
• «Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos» (Hebreos 3:1).
El último versículo de esa lista es particularmente poderoso para edificar la fe. Dice que Cristo Jesús es el apóstol y el sumo sacerdote de nuestra confesión. La palabra apóstol significa: “enviado por Dios”. La palabra Cristo se refiere al hecho de que Él está ungido con el poder de Dios. La palabra sacerdote habla de un ministro o administrador, y la palabra profesión o confesión significa “decir lo mismo”.
Combina todas esas palabras y verás que Jesús está ungido y enviado por Dios para servir como administrador acerca de lo que dices. Él está prestándole atención a tus palabras para que cuando digas lo mismo que Él dice, pueda involucrarse y asegurarse de que tus palabras se cumplan.
¡Ese es Su trabajo como Comandante en Jefe del Cuerpo de Cristo! Él es el presidente de toda esta operación. Él es el SEÑOR director de la Iglesia y tiene responsabilidad personal de prestar atención y hacer que cuando tus palabras se alineen con Sus palabras, ¡se hagan realidad!
La verdad cambiará los hechos
Sin embargo, quiero advertirte que cuando alinees tus palabras con lo que Jesús dice, sonarás muy distinto a los incrédulos de este mundo. Prácticamente todo lo que saben hacer es hablar de cómo se sienten y de lo que ven en el ambiente natural. Si se sienten débiles, lo dicen; si se sienten enfermos, hablan de lo enfermos que están.
Tú, como creyente, debes hacer lo contrario. Debes obedecer Joel 3:10: «diga el débil: Fuerte soy» (RVR-1960).
“Pero hermano Copeland, ¿no estoy mintiendo al decir que soy fuerte cuando me siento tan débil que difícilmente me puedo mantener en pie? ¿No es negar la verdad decir que estoy sano cuando mis ojos están inflamados y mi nariz congestionada?”
No, porque esos sentimientos de debilidad y enfermedad no son la verdad. Tan solo son hechos físicos. La PALABRA de Dios es La verdad (Juan 17:17), ¡y si crees la verdad en tu corazón y te mantienes declarándola con tu boca, ésta cambiará los hechos! Jesús respaldará Su PALABRA en tu boca. La debilidad y la enfermedad se doblegarán, y tus palabras se harán una realidad.
Hace años leí un libro de John Osteen en el que él lo decía de esta manera: “¡Hay un milagro en tu boca! La primera vez que leí esa frase mi espíritu se disparó como un cohete. Me emocioné tanto que llamé al hermano Osteen por teléfono y le dije: ¡John, me hubiera gustado haber dicho eso!”
Todavía no puedo pensar en nada distinto para mejorarla. Es una de las declaraciones más emocionantes que jamás haya escuchado y es más cierta hoy que nunca: ¡Hay un milagro en tu boca! Lo que decides hacer acerca de ese milagro depende de ti. Como Dios dijo en Deuteronomio 30:19: «…os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida…».
¿Cómo escoges la vida?
¡Al escoger palabras llenas de fe! Lo haces al tomar la PALABRA de Dios, alimentando tu espíritu con ella, creyéndola y aferrándote a ella sin importar lo que pase. Jesús dijo, Mis Palabras: «son espíritu y son vida» (Juan 6:63).
Ese es el Sistema de la BENDICIÓN de Dios y funciona todo el tiempo. Así que aprovéchalo. Deja de hablar palabras de incredulidad y de confesar la maldición sobre tu vida. Deja de decir tonterías como: “me emocioné tanto que casi me muero” o “estoy tan cansado y enfermo”.
Si te levantas una mañana estornudando y adolorido, no digas: “Oh, creo que me estoy enfermando. Hay epidemia de gripe y seguro se me prendió igual que a todo el mundo”. ¡No! Haz lo que Proverbios 4:24 dice y: «Aparta de tu boca las palabras perversas; aleja de tus labios las palabras inicuas». Di: “He sido liberado de la maldición. ¡He escogido la vida y Su Nombre es Jesús! Él es mi SEÑOR. Él es mi Salvador. Él es mi Sanador y el Sumo sacerdote de mi profesión de fe y confieso que estoy BENDECIDO en todas las formas—¡en espíritu, alma y cuerpo!”
Créelo. Decláralo y nunca te des por vencido.
Nunca cambies tu confesión y nunca te olvides: ¡Hay un milagro en tu boca!
kcm