Hola a todos. Me gustaría poder estar con ustedes hoy, en este aniversario número 40 de nuestros amados amigos, Kenneth y Gloria Copeland.
Hace cuarenta años, en realidad un año menos, treinta y nueve años atrás, ellos cruzaron la puerta de la Universidad Oral Roberts (ORU), atravesando las banderas que representan los distintos países de origen de nuestros estudiantes—más de 50 naciones. Kenneth se inscribió, siendo uno de los estudiantes de primer año de mayor edad que hayamos tenido. La primera vez que escuché de Kenneth, fue a través de mi socio en las cruzadas, Bob DeWeese, quien también era nuestro piloto. Él me dijo: “Oral, pienso que necesitamos otro piloto, y se acaba de inscribir uno formidable en ORU”.
“¿Cómo se llama?”
“Kenneth Copeland, oriundo de Fort Worth y creo que tu esposa Evelyn es conocida de su mamá”.
Después, descubrí que Evelyn efectivamente conocía a su mamá y que eran buenas amigas.
Entonces, contratamos a Kenneth para que volara con nosotros en nuestras cruzadas y a otros lugares, y Kenneth resultó haciendo mucho más que pilotear. Se convirtió en mi chofer personal desde el hotel hacia las cruzadas; si una ciudad era lo suficientemente cercana a Tulsa, viajábamos en auto. Kenneth también se convirtió en la persona que preparaba a los discapacitados en una carpa especial que teníamos, además de la carpa principal de 10.000 asientos, la cual estaba preparada para ambulancias y todo aquel que trajera a las personas más enfermas que alguna vez hayas visto para recibir oración.
El trabajo de Kenneth consistía en escuchar mientras yo predicaba. Y al final, mientras me alistaba para ir a la carpa especial e imponer manos sobre cada discapacitado, debía pararse y parafrasear mi mensaje en cinco minutos, como máximo diez, y explicarles lo que haría cuando llegara.
Yo los tocaría, a cada uno de ellos, en el Nombre de Jesús.
Con el pasar de los meses, observé que Ken estaba haciendo un muy buen trabajo; recuerda, esta era su primera experiencia haciendo algo por el estilo. Yo sabía que Kenneth siempre estaba a mi lado, algunas veces susurrándome algo al oído acerca de algún enfermo en particular. Recuerdo una ocasión en la que llegamos a una persona con un caso severo de cáncer; me di la vuelta hacia Kenneth y le dije: “Kenneth, imponle las manos a esta persona”. Kenneth nunca lo había hecho, pero se armó de valentía y en ese momento oró, de la mejor manera posible; yo no estaba complacido con la fortaleza ni con el entusiasmo de su oración. Así que él recuerda lo que sucedió a continuación: con una voz muy fuerte, exclamé: “En el Nombre del león de la Tribu de Judá, ¡levántate y sé sana!”
Él me dijo que esa fue una de las cosas más impactantes, tanto para su vida como para su futuro ministerio.
Kenneth era así. Cuando manejábamos del hotel hacia la cruzada y auditorios bajo la gran carpa, mis hombres le habían instruido: “No te dirijas al hermano Roberts, a menos que él lo haga primero”, porque yo tenía mi mente enfocada en el mensaje y en mi actitud. Algunas veces hablaba con él. Y si tenía algo ardiendo en mi corazón, y ya sabiendo que él estaría en el ministerio, lo compartía con él. Yo desconocía la memoria fantástica que este joven tenía. Creo que Ken tendría unos 28 o 29 años en ese momento.
Sin embargo, alcancé a conocerlos a ambos, Ken y Gloria. Al final de su temporada en la Universidad de Oral Roberts, entraron en contacto con diversos ministerios. El hermano Hagin tuvo una influencia tremenda en ellos. Recuerdo a Gloria contándome acerca de los casetes que había conseguido de este gran profeta de Dios; ellos los escuchaban durante largas horas, especialmente Gloria. Por lo tanto, ellos tenían una fusión de mi ministerio, el ministerio de sanidad y de la semilla de fe que yo le había presentado al mundo, y el fantástico ministerio de la fe y la Palabra de Dios del hermano Hagin. Y hubo también otros ministerios que marcaron sus vidas.
Cuando llegó el momento de que se fueran y comenzaran su ministerio propio, nos reunimos. En una ocasión, Evelyn y yo los visitamos en una pequeña casa que habían rentado, la cual estaba muy por debajo de los estándares en los que ellos habían vivido. Pero lograron atravesar esa situación porque tenían un propósito para sus vidas.
Hay tantas cosas que podría decir acerca de Kenneth Copeland y Gloria, pero no quiero quitarles mucho tiempo. Me gustaría decir un par de cosas, o probablemente tres antes de finalizar.
Pasaron unos dos o tres años desde su partida de la universidad, para que empezara a escuchar acerca de su ministerio. Él tenía una voz de oración muy fuerte. Los dos tenían una pasión por sanar a los enfermos. Su énfasis principal estaba en la Palabra de Dios. Si Dios lo había dicho, así era. Y él salió a cumplir la Palabra de Dios y a alcanzar tanta gente como pudiera.
En Louisiana hicieron que un joven llamado Jerry fuera salvo, quien después se unió a su ministerio. El alcance de sus cruzadas al comienzo era pequeño, tal como las mías en sus orígenes. Sin embargo, comenzaron a crecer, y después de un tiempo se convirtieron en una pareja formidable para la gloria de Dios.
Alcancé a conocer a sus hijos, Terri, quien se graduó más tarde de la Universidad Oral Roberts y se casó con unos de nuestros jóvenes estudiantes, George Pearsons, quien ahora es miembro de la Junta Directiva de ORU. Él es un amigo muy, muy cercano del presidente Richard Roberts. Kenneth me llamó para que fuera a la Convención de Creyentes del Suroeste en un auditorio en Fort Worth, el cual estaba lleno hasta el tope. Fui y prediqué y además lo observé mientras hacía esta reunión por cuatro o cinco días. No me tomó mucho tiempo descubrir que estaba en presencia de un hombre de Dios en crecimiento. Y Gloria estaba creciendo para transformarse en una mujer de Dios, muy callada y conservadora, que podía tomar para sí lo que escuchaba, lo que leía en la Biblia, y lo que oía en los casetes del hermano Hagin, y muchos más, mientras crecía en el Señor. En ese momento no me percaté que un día, ella tendría su ministerio poderoso y tendría escuelas de sanidad en las cruzadas y las conferencias.
Creo que un momento crucial en la vida de Kenneth sucedió después de que su ministerio era muy fuerte y él todavía no había comprendido el poder de una carta—escribirle una carta a las personas que se han hecho sus colaboradores, algo que yo he hecho durante muchos años; él había recibido mis cartas y las apreciaba. Pero, en una ocasión en la que él y Gloria estaban pasando unos días con Evelyn y conmigo en el desierto, lo llevé a una habitación, lo hice sentar y abrí mi Biblia. Le dije: “Kenneth, todavía no has entendido el poder de compartir tu vida y tu ministerio con la gente que está involucrada en tu ministerio”.
Él dijo: “Así es”.
“Bueno”, le respondí mientras hojeaba el Nuevo Testamento: “¿Entiendes lo que son estos libros?”
Me respondió: “¿Qué quieres decirme?”
Le dije: “Son cartas. Son cartas que el apóstol Pablo escribió, y conforman 12, 13 o 14 de los libros. Pedro, Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron varias más. Ellos se sentaban y escribían, y esas cartas eran leídas en iglesias y otros lugares. Y eso es lo que hoy en día tenemos como nuestro Nuevo Testamento”.
Yo podía observar que Kenneth no lo estaba absorbiendo; continuamos hablando y me di cuenta que de veras no lo entendía. Me he reído acerca de esto tantas veces. Yo tenía mi Biblia en mis manos y se la arrojé. Él se agachó y la recogió del suelo y yo se la entregué nuevamente. Le dije: “Kenneth, está mal tener un ministerio tan ungido como el que ustedes tienen y no escribirle cartas a tu gente, compartiendo tu corazón, tu fe y tu compasión. Está mal”.
“Bueno”, me respondió, “oraré al respecto”.
Pasaron unos meses y recibí una carta, lo cual fue especial. Se parecía a Kenneth—era como escucharlo predicar o sentarse a hablar con él. Y hasta el día de hoy, se lo he dicho muchas veces. No hay ninguna carta de ningún hombre de Dios que yo haya recibido que sobrepase la suya. Aquellos de ustedes que reciben su carta en el correo saben a lo que me refiero. Es especial, está ungida y está elevando su ministerio a nuevas alturas.
Bien, amo a Kenneth y Gloria. Amo a sus hijos—John, Terri y Kellie. Amo a sus nietos, y la mayoría de ellos ahora estudian en la Universidad Oral Roberts. Los amo como familia. Kenneth es una de las columnas vertebrales de la Junta Directiva de la Universidad Oral Roberts y también su yerno, George. Kenneth tiene una fortaleza, solidez, carácter y conocimiento de la Palabra de Dios, una fidelidad espiritual y un gran amor fraternal. Y Gloria, con su manera de ser callada y hermosa, es fuerte, amorosa y abierta al Espíritu Santo.
Kenneth y Gloria, los amo. Creo en ustedes. Estoy orgulloso de que empezaran su ministerio y su vida en la Universidad Oral Roberts. Kenneth, estoy orgulloso de que fueras mi copiloto. Mi chofer. Que fueras tú el que manejara mi salón de discapacitados. Estoy orgulloso de que seas mi amigo. Y Gloria, estoy tan orgulloso de que tú y este hombre de Dios sean tan fuertes en su generación. El Señor los bendiga y el Señor los unja más y más en el Nombre de Jesús. Amén y amén.