Ambos, Ken y yo, disfrutamos salir a comer. Sin embargo, los dos no disfrutamos la misma clase de restaurantes. A Ken le gustan las cafeterías, porque a él le gustan muchísimo los vegetales y las cafeterías ofrecen una gran variedad. A mí, por el contrario, me gusta ir a lugares que tienes distintas clases de comida, y ordenar usando un menú.
Hace unos años, esta situación se volvió un problema para mí. Un día estábamos subiéndonos al auto para salir a comer, y noté que me sentía molesta. Pensé: Oh no, ya sé a dónde estamos yendo. Vamos a terminar en la misma cafetería otra vez.
No lo dije en voz alta. Simplemente me quedé callada. Así que, Ken, sin saber lo que yo estaba pensando, me dijo: “Gloria, ¿a dónde quieres ir a comer?”
“No importa. Cualquier lugar está bien.”
“¿Qué tal la cafetería?”, me preguntó.
“Está bien”, le respondí.
Ese es uno de los restaurantes favoritos de Ken. Es un buen lugar dentro de su categoría; sin embargo, yo realmente no quería comer ahí. Quería ir a otro lugar, así que me fui en silencio todo el camino hacia el restaurante.
¿Has hecho eso alguna vez? ¿Te has sentido molesto alguna vez porque no lograste lo que querías y te has rehusado a hablar? No te lo recomiendo; sin embargo, eso fue lo que yo hice.
Por un tiempo, Ken no se dio cuenta. Pero, en el momento en el que nos sentamos a comer, se percató que algo estaba mal. “¿Cuál es el problema, Gloria?”, preguntó.
“Nada”, le respondí.
Él sabía que algo pasaba. Así que me preguntó de nuevo. “¿Cuál es el problema?”
“No quería comer aquí”, le dije.
“Bueno, ¿por qué no me lo dijiste antes?”, me respondió.
Ken me hubiera llevado a cualquier lugar al que yo quisiera, por lo tanto, parecía una pregunta obvia. Sin embargo, era demasiado profunda. De acuerdo con la Biblia, aquello que escogemos decir o callar, marca la diferencia por completo en cualquier situación. ¡Al final de cuentas, determinará aquello que tenemos y hacia dónde vamos, no solamente para comer, sino también en la vida!
Jesús lo explicó muy claramente en Marcos 11:23. Él dijo: «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá».
Declarar y creer es el plan de dominio de Dios. Esa es la manera en la que nosotros, los cristianos, nacemos de nuevo. Confesamos con nuestra boca al Señor Jesús y creímos en nuestro corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos (Romanos 10:9). Ahora que hemos sido salvos, se supone que recibamos todas Sus otras BENDICIONES usando el mismo proceso. Se supone que recibamos la sanidad, la prosperidad y el resto de las cosas buenas que Él ya nos ha provisto. “Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo con lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos” (2 Corintios 4:13).
Sin embargo, tristemente, muchos creyentes no lo han estado haciendo. Ellos no han estado diciendo por fe lo que desean tener. Al contrario, cuando las cosas no van como ellos quieren, se quedan callados al respecto. Ellos cometen el mismo error que yo cometí ese día, camino al restaurante. Han estado pasivos en el asiento del acompañante, infelices por lo que les sucede, y aun así no usan el poder de sus palabras para cambiarlo.
Cuando lleguen al cielo, me imagino que tendrán algunas preguntas al respecto. Probablemente dirán: “Jesús, ¿por qué no me cuidaste mejor cuando estaba en la Tierra? ¿Por qué no me ayudaste cuando estaba enfermo y quería ser sano? ¿Por qué no me prosperaste lo suficiente para que le pudiera comprar las cosas que quería a mis hijos? ¿Por qué no cumpliste los deseos de mi corazón?”
¿Sabes lo que Jesús responderá a cada una de esas preguntas?
Él les preguntará a esos creyentes lo mismo que Ken me preguntó a mí. Dirá: ¿Por qué no dijiste algo? Si querías recibir todas esas BENDICIONES, ¿por qué no fuiste a Mi Palabra, encontraste lo que ya había prometido y provisto para ti, y lo declaraste por medio de la fe?
La decisión es tuya
Podrías decir: “Bueno, nunca me ha gustado mucho ese asunto de las confesiones de fe. Me gusta dejarle todo a Dios. Él es quien realmente decide lo que sucederá en mi vida.”
No. No es Él. Él nos ha dado a nosotros la elección. Él nos ha dado Su Palabra, que es Su voluntad para nuestra vida, y nos ha dicho lo mismo que les dijo a los israelitas: «A decir verdad, la palabra está muy cerca de ti: está en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas. Fíjate bien: hoy he puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan.» (Deuteronomio 30:14-15, 19).
“Pero Gloria, esos son versículos del Antiguo Testamento.”
Lo sé, pero también están en el Nuevo Testamento. Son citados en Romanos 10 por el apóstol Pablo. Él escribió: «Pero la justicia que se basa en la fe dice así: «No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (Es decir, para hacer que Cristo baje.) ¿O quién bajará al abismo? (Es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos.)» Lo que dice es: «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» Ésta es la palabra de fe que predicamos.» (versículos 6-8).
Pablo dijo en ese pasaje esencialmente lo mismo que Dios dijo en Deuteronomio. Él dijo que, como creyente, no tienes que esperar a que Jesús baje del cielo y te sane. No tienes que esperar que Él escoja visitarte y suplir a tu necesidad financiera. Él ya se ha encargado de esas cosas.
A través de Su muerte, resurrección y ascensión, Jesús proveyó cada cosa buena que alguna vez pudieras desear. Él dio todo lo que tiene, y a través de Su Palabra, te ha dado acceso a todo. Lo que suceda, es tu elección.
Puedes decidir quedarte callado (o continuar hablando incredulidad) de la misma manera que el mundo lo hace, sujeto a la enfermedad, la escasez y los esquemas del diablo. O puedes poner la Palabra de Dios en tu corazón y en tu boca y recibir la sanidad, la prosperidad y la victoria sobrenatural que como creyente ya te pertenece.
¡Personalmente, prefiero esta última! Me gusta hablar fe y caminar en victoria. Por esa misma razón, me gusta estudiar los héroes de la fe en la Biblia. Me inspiran a seguir su ejemplo.
Por ejemplo, piensa en Caleb. Leer acerca de él siempre me anima. Aun a pesar de que él vivió en la época del Antiguo Testamento, él poseía un espíritu tremendo de fe. Él declaró la Palabra de Dios aun cuando era muy impopular hacerlo, al punto que sus compañeros israelitas amenazaron con apedrearlo.
Probablemente recuerdas la historia. Caleb acababa de regresar de espiar la tierra prometida. Todos los espías (excepto Josué) que también habían ido con él habían regresado con “un mal reporte”. Ellos reconocieron que la tierra era buena y que en ella fluía la leche y la miel, pero reportaron que sería imposible conquistarla.
«La tierra que recorrimos para explorarla se traga a sus habitantes. Toda la gente que allí vimos son hombres de gran estatura. Allí vimos también gigantes. Son los hijos de Anac, esa raza de gigantes. Ante ellos, a nosotros nos parecía que éramos como langostas; y a ellos también así les parecíamos.» (Números 13:32-33).
Cuando los israelitas escucharon las noticias, comenzaron a llorar y a lamentarse. Sin embargo, Caleb los interrumpió.
“¡Esperen un momento!”, les dijo.
«Si el Señor se agrada de nosotros, él mismo nos introducirá a esta tierra y nos la entregará; ¡es una tierra que fluye leche y miel! Así que no se rebelen contra el Señor, ni tengan miedo de la gente de esa tierra. ¡Nosotros nos los comeremos como si fueran pan! No les tengan miedo, que el dios que los protege se ha apartado de ellos, y con nosotros está el Señor… «Subamos, pues, y tomemos posesión de esa tierra, porque nosotros podremos más que ellos.» (Números 14:8-9, 13:30).
Sigue citando al Señor
Dios ya había prometido darles a los israelitas esa tierra. Así que Caleb no dijo esas cosas solamente para ser positivo. Él no solo estaba diciendo: “Creo que podemos hacerlo”. Él estaba declarando la Palabra de Dios y diciendo por fe: “¡Nosotros podemos hacerlo!”
Por otro lado, los llorones y quejones estaban hablando incredulidad. No solamente dijeron: “¡No podemos hacerlo!” Ellos dijeron: «¡Cómo quisiéramos haber muerto en Egipto, o morir en este desierto!».
¿Cómo les respondió Dios? Él dijo: “Vivo yo, que voy a hacer con ustedes lo mismo que ustedes me han dicho al oído. En este desierto quedarán tendidos los cadáveres de todos ustedes… Ninguno de ustedes entrará en la tierra…» (Números 14:28-30). En el versículo 24, Él dijo: «Sólo a mi siervo Caleb lo llevaré a la tierra donde él entró. A él y a su descendencia les daré posesión de la tierra, porque en él hay otro espíritu y porque ha decidido seguirme.»
¡En otras palabras, cada uno recibió lo que había dicho! La generación completa de los que dudaron se quedó en el desierto. Caleb fue a la tierra prometida junto a Josué, y una nueva generación de israelitas que todavía declaraban la Palabra de Dios.
Caleb reclamó la parte de la tierra que él deseaba. Él citó al Señor una y otra vez. Él dijo:
«Ahora bien, he aquí que el SEÑOR me ha conservado la vida, como él dijo, estos cuarenta y cinco años desde el día que el SEÑOR habló estas palabras a Moisés, cuando Israel caminaba por el desierto. Ahora, he aquí que tengo ochenta y cinco años; pero aún estoy tan fuerte como el día en que Moisés me envió. Como era entonces mi fuerza, así es ahora mi fuerza para la guerra, tanto para salir como para entrar. Dame, pues, ahora esta parte montañosa de la cual habló el SEÑOR aquel día, porque tú oíste aquel día que los anaquitas viven allí y que hay ciudades grandes y fortificadas. ¡Si el SEÑOR está conmigo, yo los echaré, como el SEÑOR ha dicho!» (Josué 14:10-12, RVA-2015).
¡Caleb era un hombre de Palabra!
Dios dijo que mantendría a Caleb vivo. Caleb lo creyó, y lo dijo.
Dios dijo: “Puedes tener la montaña que quieras.” Caleb lo creyó, y lo dijo.
Dios dijo: “Echarás a tus enemigos.” Caleb lo creyó, y lo dijo.
Durante 45 años, Caleb mantuvo su confesión de fe. Por 45 años, no cambió su manera de creer o sus palabras de victoria. Él fue al desierto en fe, con la Palabra de Dios en su boca, y salió de allí de la misma manera. Él salió de allí manteniéndose firme en lo que Dios había dicho de él, todavía diciendo: “¡El Señor está conmigo y yo puedo hacer esto!”
De esa manera es que tú y yo debemos ser con nuestra posición de fe. No podemos permitir que las temporadas de desierto en nuestra vida nos muevan de las promesas de Dios. No podemos dejar que el diablo use los días difíciles o las épocas de presión para convencernos de que Dios no está obrando. Debemos continuar creyendo y diciendo lo que Dios dice. Tenemos que mantener el espíritu de fe y mantener Su Palabra en nuestra boca.
Si lo hacemos, volaremos como Caleb. Él recibió cada cosa buena que Dios le había prometido. Él no lo recibió de la noche a la mañana; sin embargo, Dios eventualmente hizo que lo que Caleb había estado creyendo y confesando, sucediera.
El hermano Kenneth Hagin solía decir: “Dios no salda cuentas todos los sábados por la noche; pero Él salda cuentas.” Es muy cierto. Dios nunca se olvida de tu fe. La honra cuando crees Su Palabra y te rehúsas a moverte por las circunstancias contrarias, y Él siempre honra a los que lo honran.
No tienes que preocuparte porque ha pasado el tiempo y aquello por lo que has estado creyendo no se ha manifestado todavía. No tienes que preguntarte si Dios te ayudará. Él lo hará. Sólo tienes que permanecer firme. Mantén tus palabras de acuerdo con Su Palabra y recibirás aquello que dices.
¿Cómo puedo estar tan segura?
Primero, porque Dios es fiel y no puede mentir. Segundo, porque: «la Palabra que Dios habla esta viva y llena de poder [haciéndola activa, operante, energizante y efectiva]» (Hebreos 4:12, AMPC). Esta no volverá a Él: «vacía [sin causar un efecto, sin uso], sino» como Él dijo en Isaías 55:11: «hará o cumplirá lo que me complace y lo que me propuse; y deberá prosperar en aquello para lo que la envié.» (AMPC).
La Palabra de Dios contiene Su propia habilidad creativa. No existe ningún problema en esta vida que no pueda resolver. La Palabra de Dios cambiará tu cuerpo, tus finanzas, tus circunstancias o cualquier otra cosa que necesite cambio en tu vida. Esta conquistará cada “gigante” que amenace con bloquearte la entrada a tu tierra prometida. Todo lo que tienes que hacer es ponerla en tu corazón y mantenerla en tu boca.
Mientras haces eso, los gigantes que alguna vez lucían tan grandes comenzarán a lucir cada vez más pequeños. En lugar de verte como un saltamontes en sus ojos, como lo hicieron los israelitas incrédulos, comenzarás a verte como Caleb. ¡Dirás lo que Dios dice acerca de ti y tu situación… y vencerás!