¿Qué pasaría si alguien te dijera que ha estado esperando mucho tiempo para que Dios lo salve? ¿Qué pasaría si dijeran: “Sé que el nuevo nacimiento es una promesa de las Escrituras, pero por alguna razón, Dios todavía no lo ha cumplido”?
¿Qué le responderías a alguien así?
Si conoces incluso los conceptos básicos del Evangelio, les explicarías que bajo la salvación del Nuevo Pacto no es una promesa; es un regalo. Es algo que Dios ya ha provisto. Lo aseguró para toda la humanidad hace 2.000 años a través de la muerte y resurrección de Jesús y, como resultado, nacer de nuevo es lo más simple que pueda obtenerse. Como dice Romanos 10:9: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.»
Cuando se trata del nuevo nacimiento, ese verso es fundamental, ¿no es cierto? Incluso si alguien intentara decirte que no siempre funcionó, no podrían disuadirte de ello. Confiesa con tu boca, cree en tu corazón, y serás salvo es el curso de “Salvación para principiantes”. Es la realidad espiritual sobre la cual todos nosotros, como creyentes, hemos construido nuestras vidas.
Sin embargo, de lo que muchos creyentes no se han dado cuenta, es que la realidad no incluye simplemente el nuevo nacimiento. También incluye algo más que Dios quiere que cada uno de nosotros tenga. Podrás ver lo que quiero decir en Marcos 5. Cuenta sobre la mujer con el problema del flujo de sangre. Antes de que el nuevo nacimiento estuviera disponible, ella escuchó sobre el ministerio de Jesús y creyó en su corazón y confesó con su boca que el poder de Dios que fluía a través de Él la sanaría: «Y es que decía: «Si alcanzo a tocar aunque sea su manto, me sanaré.» (versículo 28).
Seguro recuerdas la historia. Decidida a actuar de acuerdo con su fe, presionó a través de las multitudes y tocó el borde del manto de Jesús. Cuando lo hizo, sucedió exactamente lo que había dicho.
Y tan pronto como tocó el manto de Jesús, su hemorragia se detuvo, por lo que sintió en su cuerpo que había quedado sana de esa enfermedad. Jesús se dio cuenta enseguida de que de él había salido poder. Pero se volvió a la multitud y preguntó: «¿Quién ha tocado mis vestidos?»… Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién había hecho eso. Entonces la mujer, que sabía lo que en ella había ocurrido, con temor y temblor se acercó y, arrodillándose delante de él, le dijo toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, por tu fe has sido sanada. Ve en paz, y queda sana de tu enfermedad.» (versículos 29-30, 32-34)
La palabra sana que tanto Jesús como la mujer usaron para referirse a su sanidad se traduce de la palabra griega sozo. Significa “salvar, rescatar del peligro o la destrucción; rescatar de una lesión, o salvar a un doliente de perecer”. ¡Es la misma palabra que se usa en Romanos 10:9 para referirse al nuevo nacimiento!
¿Por qué usaría Dios la misma palabra tanto para el nuevo nacimiento como para la sanación? Porque Él no los separa. Él no los ve diferentes. Para Él, ambos son beneficios esenciales de la misma gran salvación. Ambos beneficios nos fueron entregados por Jesús al mismo tiempo.
Incluso antes de que Él entregara Su vida en la cruz, y descendiera al pozo del infierno para pagar el precio por nuestros pecados, Jesús comenzó a pagar el precio por nuestra sanidad. Se sometió al azote del látigo romano y llevó en Su cuerpo todas nuestras enfermedades y dolores, de modo que 1 Pedro 2:24 pudiera declarar audazmente a cada uno de nosotros como creyentes nacidos de nuevo: “Por Sus heridas fueron ustedes sanados.”
Un hecho que ya se ha cumplido
Ten en cuenta que es una declaración de tiempo pasado. No dice que Dios ha prometido sanarte, y uno de estos días cumplirá esa promesa. No; dice que fuiste sanado, porque bajo el Nuevo Pacto, la sanación no es solo una promesa. Es un hecho cumplido. Es parte de la obra terminada de Jesús.
No resucitó de entre los muertos hasta que destruyó por completo la autoridad de satanás y todas las obras malvadas que había escrito debido a su odio por la humanidad. Él no salió de Su tumba hasta que despojó al diablo de su dominio, y el pecado, la enfermedad, las dolencias, el dolor y todo otro tipo de enfermedad física se terminaron.
Cuando Jesús resucitó, había con-quistado la fuente satánica de esas cosas y la liberación de la humanidad de ellas había sido asegurada eternamente.
¡Tu sanidad ya está en su lugar! Ya es tuya. Te pertenece, ahora. Cuando hiciste a Jesucristo el SEÑOR de tu vida, el cielo lo archivó y lo puso a tu nombre. Si te enfrentas a una enfermedad terminal o simplemente te lastimas al clavarte una puntilla, Jesús está presente en este momento, contigo y en ti, para librarte de ella. ¡Todo lo que tienes que hacer es creerlo en tu corazón, confesarlo con tu boca y recibirlo!
“Pero hermano Copeland”, podrías decir, “si ese es el caso, ¿por qué no hay más personas que reciban su sanidad? ¿Qué los está haciendo tropezar?”
Por lo general, son las mismas cosas que hicieron tropezar a las personas en el Nuevo Testamento. O bien, no están totalmente convencidas de que Dios puede sanarlas o no confían en que es Su voluntad.
Puedes ver un ejemplo de la primera de esas dificultades en Marcos 9, en la historia del padre cuyo hijo sufrió ataques demoniacos. Trajo a su hijo a Jesús y le dijo: «…Si puedes hacer algo, ¡ten compasión de nosotros y ayúdanos» (versículos 17-18, 22).
La forma en que elaboró su solicitud deja en claro que no estaba seguro de que Jesús pudiera manejar esta situación; sólo esperaba que pudiera. Quería que Jesús lo intentara. Pero después de ver que los discípulos no podían hacer nada, tenía dudas sobre si incluso el Maestro mismo podría lidiar con la condición del niño.
Jesús, sabiendo que tales dudas impedirían que el niño recibiera, trató con ellas inmediatamente. Lo hizo al remover la pregunta de “si podía” de la ecuación, y decirle al padre: «¿Cómo que “si puedes”? Para quien cree, todo es posible.» (versículo 23).
Más tarde, Jesús les dijo a los discípulos esencialmente lo mismo cuando le preguntaron por qué no habían podido expulsar a ese demonio. «Porque ustedes tienen muy poca fe.» les dijo. (Mateo 17:20)
¿Qué era lo que los discípulos no creían?
¡La palabra de Jesús!
Él ya les había dado autoridad sobre el demonio y el poder para sanar todas las enfermedades. Simplemente no estaban creyendo lo que Él les había dicho. Habían estado tan ocupados trabajando que no habían tenido comunión con Dios para alimentar su fe. Como resultado, la incredulidad se había colado y la única manera de sacarlo, dijo Jesús, era «con oración y ayuno.» (Mateo 17:21).
Por supuesto, seguro conoces el final de la historia. Jesús intervino en esa situación e hizo lo que se necesitaba hacer. Jesús reprendió entonces al demonio… y desde aquel mismo instante el muchacho quedó sano. (versículo 18).
“Pero, hermano Copeland”, podrías decir, “eso sucedió cuando Jesús estaba físicamente aquí en la Tierra. Él no está haciendo ese tipo de milagros hoy.”
¡Claro que los está haciendo! Él es el mismo ahora, y se está moviendo a través de los creyentes al hacer no solo las mismas obras que hizo cuando estuvo aquí, sino aún mayores (Juan 14:12). Los milagros que están sucediendo todo el tiempo en estos días son tan impresionantes como cualquiera de los que puedas leer en la Biblia.
Recientemente escuché sobre uno que fue particularmente espectacular. Ocurrió después de una de las reuniones de sanidad del hermano Billy Burke, en la que impuso las manos sobre una mujer que estaba en la etapa terminal de la leucemia. Esa noche, después de la reunión, ella se fue a su casa y se acostó a dormir en su cama y se despertó al día siguiente en un verdadero charco de sangre. Tanto su camisón como su cama estaban cubiertos de sangre.
Físicamente se sentía de maravilla. Pero su hija quería que fuera al médico que la había estado tratando para que la revisaran, así que ella accedió. Después de examinarla y de realizar algunas pruebas, el médico les dijo: “Ya no hay rastros de leucemia en sangre.”
“Haga una prueba de la sangre que está en el camisón que usaba esta mañana”, le solicitó la hija. Así lo hizo, y encontró que estaba lleno de leucemia.
¡A eso le llamo un milagro excepcional! Dios no solo sanó a esa mujer, sino que le hizo una transfusión sanguínea que médicamente puede ser documentada. ¡Él convirtió su sanidad en una señal y un recordatorio de que no hay absolutamente nada que Él no pueda hacer!
No solamente puede, sino que quiere
Incluso las personas que confían en que Dios puede sanarlas a veces se ven obstaculizadas por la cuestión de Su voluntad. Son como el hombre de Marcos 1, que quería ser sanado de la lepra. No tenía dudas de que Jesús podía sanarlo, pero simplemente no estaba seguro de que lo haría. Entonces, él vino a Jesús: «se acercó a Jesús, se arrodilló ante él y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme.» Jesús tuvo compasión de él, así que extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio.» En cuanto Jesús pronunció estas palabras, la lepra desapareció y aquel hombre quedó limpio.» (Marcos 1:40-42).
¿No es esa una imagen maravillosa de nuestro amable Señor? Ese hombre estaba de rodillas con su cara en el suelo. Nadie lo había tocado en quién sabe cuánto tiempo, porque tenía esa enfermedad mortal y contagiosa. Pero Jesús se agachó allí a donde estaba, puso su mano sobre él y le dijo: “Lo haré.”
¡A nosotros nos está diciendo lo mismo!
Él no se está distanciando, tratando de decidir si eres digno de Su ayuda. Él está allí, contigo. Su mano de sanación ya se ha extendido hacia ti. Él sólo está esperando que la tomes.
“Bueno, no lo sé. Me he equivocado de muchas maneras y he hecho las cosas tan mal. Tal vez Jesús solo quiere dejarme en este lío por un tiempo para enseñarme una lección.”
No, Él no es así en lo absoluto. Se conmueve con compasión, que en muchos casos en las Escrituras se traduce como misericordia. ¿Recuerdas en el Salmo 23:6 cómo dijo David: “Sé que tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida”? Como hijo de Dios nacido de nuevo, tienes algo aún mejor. No solo tienes la misericordia que te sigue como a David, no solo la mueves hacia ti como lo hizo el hombre con lepra, sino que también tienes misericordia en tu interior. ¡Tienes la misericordia misma presente en ti, dispuesta a sanarte y librarte en cada momento de tu vida!
Puedes venir valientemente al trono de la gracia y encontrar misericordia cuando la necesites. La pelota está en tu lado de la cancha. Simplemente tienes que creer y recibir.
“Pero, hermano Copeland, ¿qué hay de los pecados que he cometido?”
¿Te has arrepentido de ellos?
“Sí.”
Entonces olvídalos. Dios ciertamente ya lo ha hecho. Él te dijo en la Biblia lo que Jesús le dijo al hombre que estaba enfermo de la parálisis en Mateo 9. No sé en qué clase de pecado había estado involucrado el hombre, pero sea lo que sea, cuando lo trajeron sus amigos acostado en su cama y lo pusieron frente a Jesús, ese pecado debe haber sido lo más importante en su mente porque fue lo primero que Jesús trató. Antes de dirigirse al hombre sobre su sanidad, le dijo: «Ten ánimo, hijo; los pecados te son perdonados.» (versículo 2).
Si Jesús pudo decir esas palabras en ese entonces, ¿cuánto más puede decirlas ahora? ¡Estás viviendo bajo el Nuevo Pacto! Eres una nueva creación en Cristo Jesús. Todos los pecados que has cometido, o que cometerás, han sido borrados por la sangre del Cordero. Dios te «ha perdonado todos sus pecados», borró el registro de ellos y lo quitó del camino clavándolo en la cruz.» (Colosenses 2:13-14).
Ahora tienes que hacer lo mismo. Borra ese pecado de tu conciencia. Sácalo de tu camino confesándolo, sin
importar lo que sea y recibiendo el perdón de Dios por medio de la fe. ¡Entonces, continúa y vive una vida sanada, BENDECIDA y abundante!
Eso fue lo que Jesús le indicó al hombre paralítico a hacer. Cuando las otras personas que estaban presentes ese día se preguntaban si Él realmente tenía la autoridad para perdonar los pecados del hombre, Jesús dijo: «¿Por qué piensan (eso)… ¿Qué es más fácil? ¿Que le diga “los pecados te son perdonados”, o que le diga “levántate y anda”? Pues para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, entonces éste le dice al paralítico: “Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa.” Entonces el paralítico se levantó y se fue a su casa.» (Mateo 9:4-7).
¡Piénsalo! El mismo poder que perdona es el mismo que sana, y ese poder fue liberado en tu espíritu en el momento en que naciste de nuevo. Así que sumérgete en él. Deja que fluya de tu espíritu a tu cuerpo. Declara lo siguiente con fe:
Jesucristo es el Señor sobre mi vida y soportó mi enfermedad, mi debilidad y mi dolor. Él compró integridad y sanación para mí, en espíritu, alma y cuerpo, y la recibo ahora. El poder de la enfermedad se ha roto para siempre sobre mi vida. Mis días de enfermedad, dolencias y dolor han terminado. ¡Estoy salvo! ¡Estoy sano! ¡Soy libre!