«¡Pequeño rebaño, no se alarmen ni se dejen impactar por el miedo, porque para su Padre es un placer darles el Reino!» —Lucas 12:32, Biblia Amplificada Edición Clásica
¿No amas el tono de Jesús en ese pasaje? Él es tan amable y alentador.
“No tengan miedo”, nos dice. Pero, ¿no pareciera extraño que Él tuviera que decirnos que no tengamos miedo? ¿Que el Padre quiere que tengamos el Reino? ¿Por qué eso produce tanto miedo?
Como pastora, he percibido al miedo en forma de intimidación cuando llega y cubre a la congregación, muchas veces en los momentos más inesperados. Mientras el predicador comience a revelar alguna verdad maravillosa sobre la bondad de Dios, la gente se emocionará. A todos les encanta escuchar acerca de las bendiciones que el Señor tiene para ellos. Pero, cuando el predicador comienza a explicar que hay cosas espirituales que deben suceder para recibir Sus bendiciones, literalmente puedes sentir cómo la decepción y el desaliento comienzan a inundar los corazones de las personas. Me he sentido de esa manera en el pasado, y estoy segura de que tú también.
¿Por qué? Quizás, en parte, porque no estamos acostumbrados a localizar y utilizar los recursos espirituales internos. Algunas personas, tal vez incluso la mayoría de ellas, rara vez aprovechan la parte eterna de su ser. Pero creo que la causa principal de ese miedo es no conocer a Dios lo suficientemente bien como para entenderlo. Hebreos 11:6 nos dice: “Quienquiera que se acerque a Dios debe [necesariamente] creer que Dios existe y que Él es el que recompensa a los que lo buscan con diligencia y presteza” (AMPC). Para algunas personas, Dios es demasiado grande, demasiado impresionante y demasiado inalcanzable. Él y Sus bendiciones son intocables. Para otros, Dios es demasiado pequeño. Él posiblemente no sabe nada acerca de ellos ni de su situación personal. Él puede ser tan pequeño en sus ojos que Él ni siquiera existe. Entonces, cuando escuchamos a Jesús decir: “No tengan miedo. El Padre quiere darles el Reino”, debemos darnos cuenta de que no hay nada que justifique nuestra intimidación, a menos que no entendamos a qué se estaba refiriendo cuando dijo: “el Reino”.
¡Ni muy grande, ni muy pequeño!
¿Qué es exactamente el Reino? Romanos 14:17 declara que no es ni comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. La palabra justicia asusta a algunas personas. “Eso es demasiado difícil de entender”. Entonces, para ellos, el Reino es demasiado grande. Otros ven la justicia, e incluso la paz y el gozo, como palabras irrelevantes, solo dignas de los feligreses. Para ellos, el reino es demasiado pequeño. ¡Pero, en realidad, el reino de Dios es perfecto!
Primero, es lo suficientemente pequeño como para ser comprendido.
Estudiemos entonces la justicia, la paz y el gozo. En pocas palabras, la justicia es la rectitud perfecta. Cuando las cosas están bien, funcionan y producen un buen resultado. Son buenas. No existe justicia ni bondad en ningún lugar fuera de Dios. Él es todo lo que es correcto y todo lo que es bueno. Cuando Él nos hizo justos con Su justicia, Él nos hizo tan justos como Él lo es. No habría otra manera de acercarnos a Él. Su justicia es tan poderosa que, en Su presencia, las cosas que están mal se corrigen, o se destruyen.
¿No te alegra saber que Dios eligiera hacernos rectos con Él en lugar de destruirnos? Esta fuerza de la justicia no solo nos hace estar bien con Él, sino que es lo que hace que las cosas estén bien para nosotros y con nosotros. Y gracias a que somos la justicia de Dios, es que nuestros cuerpos pueden ser corregidos, o lo que llamamos la sanidad. Es la razón por la que nuestra vida financiera puede ser corregida, lo cual llamamos prosperidad. Piensa en ello como el maestro del colegio que regresa a un aula llena de caos. De repente, cuando la fuerza de la justicia se hace presente en la habitación, todos se enderezan y comienzan a actuar correctamente.
El significado de la raíz hebrea de la palabra paz, es “sin faltantes, sin roturas. Completo.” «El Señor es la paz» (Jueces 6:23-24). Jesús es el príncipe de paz (Isaías 9:6). La paz es más que un escenario sereno. La fuerza de la paz tomó el mando de la tormenta y calmó al mar cuando Jesús la liberó con su mandato: “¡Paz, cálmate!”
La paz no significa que no habrá problemas. Significa tener seguridad en medio de problemas. Significa la habilidad de dominar el resultado del problema. ¡Significa que los problemas ya no te molestan!
Después, tenemos el gozo. Es nuestra fortaleza (Nehemías 8:10). Es una fuerza espiritual que nos sostiene en los peores momentos. «Quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz» (Hebreos 12:2). La tristeza y el dolor no conocen fronteras. Pueden llegar a cualquiera y estar relacionados a cualquier cosa. Sin embargo, el gozo flota. Te eleva por encima de cualquier cosa que te agobie para que siempre puedas ver el horizonte. La vida nunca pierde su brillo cuando el goza está presente. El gozo mantiene nuestros ojos en el premio que, en Dios, siempre será bueno. El Salmo 16:11 nos dice que hay plenitud de gozo en Su presencia. Sin lamentos. Sin desesperanza. En cualquier lugar.
Por lo tanto, el Reino es lo suficientemente pequeño o, en otras palabras, lo suficientemente simple para ser comprendido y relevante para cada vida. También es lo suficientemente grande como para cubrir todo tipo de situaciones. La justicia te permite estar cara a cara con Dios y se pone a trabajar para hacer las cosas bien. La paz toma el mando de las situaciones tormentosas para mantener una vida de plenitud. Finalmente, el gozo nos da la fuerza para avanzar hacia las bendiciones del Señor y la posibilidad de ¡disfrutar del proceso!
Pero ¿es el Reino lo suficientemente grande como para enfrentar todas tus situaciones actuales? ¡Sí, claro que sí! Y también para enfrentar tu futuro. ¿Cómo puedo estar tan segura? Bueno, “el reino de Dios” no sólo se refiere a algo que Dios posee de la manera en que un rey terrenal poseería tierra y todo lo que hay en ella. “El reino de Dios” es el reino de Sí mismo. Si vuelves a mirar las referencias bíblicas que ya hemos dado, verás que, escondido en ellas, está la realidad de que Él no tiene justicia, ni paz, ni gozo. Él es la justicia. Nada funciona bien aparte de Él y no hay nada en Él que no funcione bien. Él es la paz. No existen problemas en Dios y no existe paz fuera de Él. Él es nuestro gozo. La única manera de experimentar gozo es conocer a Dios. La única forma de experimentar el gozo es estar en Su presencia porque ése es el único lugar donde lo encontrarás. Y para hacerlo aún más majestuoso en su alcance, el reino de Dios no son solo partes aisladas de Dios, sino que es la totalidad de Dios. Y si Dios es Dios, por definición debería poder enfrentar cualquier cosa, en el tiempo presente y en la eternidad por llegar.
Disfrutando el Reino
Lo único que ahora podría causarnos temor es pensar que no podemos recibir o, para decirlo más simplemente, participar de ese Reino. Es una cosa asombrosa el poder comprender con nuestra mente que Dios quiere que yo lo tenga a Él, todo lo que es Él. ¿Cómo recibimos, vivimos, tenemos y disfrutamos ese Reino? Por el Espíritu Santo. Efesios 2:18 (AMPC) dice: «Nosotros… tenemos entrada (acceso) por un Espíritu [Santo] al Padre…» Y Jesús nos aseguró que nuestro Padre celestial entrega el Espíritu Santo a aquellos que se lo piden (Lucas 11:13). Y, ¡Él no estaba bromeando! Cuando el Padre dio el Espíritu, ¡Él lo dio a lo grande!
«Cuando llegó el día de Pentecostés, todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar. De repente, un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos. Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a expresarse.» (Hechos 2:1-4).
Todo el poder del Espíritu Santo fue liberado en plenitud. No hubo contención alguna. El fuego del cielo ya no caía sobre el altar ni había nube de gloria sólo en el templo. Por el contrario, ahora Dios mismo, que es un fuego desde sus lomos hacia arriba, como de sus lomos hacia abajo (Ezequiel 1:27) llegó a los 120 en ese aposento alto y luego los llenó de Él mismo; y ellos también fueron un fuego, de pies a cabeza, por dentro y por fuera. Este fuego de Dios no se quedó en el aposento alto, sino que se extendió a las calles y comenzó la operación del Espíritu, entre y a través de los hombres.
Por supuesto que el Espíritu Santo se había movido entre los hombres en el pasado. A lo largo del Antiguo Testamento hay ejemplos de las asombrosas manifestaciones del Espíritu: la manifestación de milagros; dones de sanación; señales de gran fe; palabras de sabiduría y conocimiento que estaban más allá del recurso humano y el intelecto; y profecías que predijeron el futuro con precisión milimétrica. Pero todas estas demostraciones fenomenales del poder y las habilidades de Dios solo fueron evidentes a través del profeta, el sacerdote o el rey. Y pasarían décadas, incluso siglos, con expresiones mínimas de lo sobrenatural en cualquier parte de la Tierra.
Pero, en el día de Pentecostés, la promesa del Padre a través de Jesús el Hijo se cumplió y el Espíritu vino a permanecer con ellos y en ellos para siempre. Todo el poder de los profetas, para visiones y sueños, la capacidad de salir a este mundo y hablar con los ángeles y vencer a las bestias salvajes, se combinaron y recayeron desde el cielo al mismo tiempo. Hubo tal explosión del poder sobrenatural que el sonido se escuchó dondequiera que hubiera oídos humanos para escucharlo. Como una violenta explosión de viento, la presencia de Dios llenó la habitación, inundó la Tierra y llenó a la gente, provocando un desborde nunca antes experimentado. En tan solo un momento, toda la fuerza, el poder y el dominio del cielo fueron devueltos al hombre. Lo que Adán perdió en el Jardín y lo que los hombres habían pervertido en la torre de Babel fue totalmente restaurado.
¿Cómo eligió Dios liberar esta fuerza atómica entre los hombres? ¿Fue al entregar más profecía? ¿Más visiones? ¿Más milagros? ¿Qué cosa era lo suficientemente grande como para contenerlo todo? ¡Las lenguas! Al hablar y orar en lenguas que no provenían ni eran comprendidas por medios humanos. Dios, usando un método que solo Él mismo podría haber concebido, restauró la conexión entre el cielo y la Tierra y la capacidad del hombre para expresar la voluntad de Dios. Ahora, la plenitud de Su poder podría ser liberada a través de cualquier vasija que se entregara voluntariamente, no solo el sacerdote, el profeta o el rey. Adicionalmente, cada operación previa del Espíritu que los hombres habían experimentado, ahora había sido elevada a una dimensión mayor de lo que cualquier pensamiento humano podría haber razonado. Los profetas de la antigüedad profetizaban cosas que no podían entender, y los sacerdotes no podían soportar el peso de la nube de Su gloria. Pero ahora, incluso los hijos y las hijas pueden profetizar. Los ancianos sueñan sueños y los jóvenes tienen visiones. La criada y los sirvientes ahora fluyen en la demostración del trono del cielo.