A principios de la década del 1900, durante el gran derramamiento del Espíritu Santo que dio origen al movimiento pentecostal moderno, los creyentes llenos del Espíritu fueron etiquetados con un apodo muy interesante. Además de ser llamados pentecostales, se les conoció como “personas de santidad”.
Se les llamó así, por supuesto, porque la palabra santo significa “separados o apartados para Dios”, y eso los describía con precisión. Ellos no se mezclaban con el resto del mundo. Se destacaban porque vivían un estilo de vida muy diferente. No solo el poder de Dios fluyó entre ellos y produjo milagros, señales y prodigios, sino que se separaron del pecado y vivieron vidas puras y santas.
En los últimos años, los cristianos no han sido especialmente famosos por esas características. Por lo tanto, no hemos sido reconocidos como “gente de santidad” con la misma frecuencia. Pero creo que lo seremos antes de que regrese Jesús, porque Él regresará por una iglesia gloriosa, y la santidad es lo que nos permite ser gloriosos.
¡Es cierto! Puede que no sea muy popular decirlo en nuestros días, pero el grado en que elijamos vivir un estilo de vida sagrado es el grado en que la gloria de Dios podrá manifestarse en nosotros.
Es por eso que, en nuestra generación, el diablo ha trabajado tan duro para darle a la santidad una connotación tan negativa. Él no quiere que la iglesia glorifique a Dios en la Tierra. Él no quiere que nosotros, como creyentes, mostremos a Jesús en nuestras vidas. Él quiere que sigamos siendo gobernados por la carne e ignoremos instrucciones como las de Romanos 12:1-2 donde el Espíritu Santo nos dijo a través del apóstol Pablo: «Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios! Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.»
¿Sabes lo que va a pasar en este planeta cuando la iglesia toda obedezca completamente esos versículos? ¡Atraeremos la atención de todo el mundo! Iremos irradiando el carácter de Dios y caminaremos en una medida tan tremenda de Su poder que la gente no podrá ignorarnos. Verán las señales, los milagros y los prodigios que siguen el evangelio que predicamos, las multitudes creerán y se salvarán, y la última gran cosecha de almas será arrastrada al reino de Dios.
¡Esa es la peor pesadilla del diablo!
Cuando todo esto suceda a gran escala, su día terminará. Por lo tanto, él constantemente trata de empujarnos, como creyentes, para que hagamos lo contrario. Él trata de evitar que nos ajustemos a la imagen de Dios, haciendo que nos metamos en el molde del mundo. Nos bombardea con influencias negativas y mensajes a través de la cultura secular que nos rodea y nos presiona a pensar, hablar y actuar como el mundo. Nos miente y nos dice que la santidad es legalista y obsoleta, y que nos perderemos toda la diversión de la vida si nos comprometemos a ella.
A veces, el diablo incluso llega tan lejos como para sugerirle a algunos creyentes crédulos que, debido a que Jesús ya pagó el castigo por nuestras transgresiones, lo que hacemos con nuestros cuerpos ya no importa, que en realidad está bien con Dios que pequemos.
¡Esa es una mentira mortal! Para Dios nunca estará bien que pequemos, porque la paga del pecado es mortal. Le abre la puerta de nuestras vidas a su autor, el diablo, quien, como dijo Jesús, es el ladrón que viene a: «hurtar, matar y destruir» (Juan 10:10).
¡Dios nos ama! Él no quiere que el ladrón tenga acceso a nosotros. Envió a Jesús para que nos librara de él para que: «tengan vida, y para que la tengan en abundancia.» (versículo 10). Él nos dio Su Palabra y Su Espíritu Santo que reside en nosotros para que podamos dejar atrás los caminos del pecado y el mundo y para que podamos caminar en los caminos más elevados de Dios, los caminos de la vida (Hechos 2:28).
Conforme a Dios, no al mundo
¡Dios está en el negocio de la vida! Cuanto más nos entreguemos a Él y hagamos lo que Él diga, disfrutaremos de más vida, salud, prosperidad y BENDICIÓN. ¡Si simplemente hacemos todo lo posible y nos entregamos a Él, podremos vivir días del cielo en la Tierra! Sin embargo, no podremos disfrutar de ese tipo de estilo de vida celestial si seguimos jugando con la mundanalidad y el pecado. No podemos conformarnos al mundo y a Dios al mismo tiempo, porque, como dice el Nuevo Testamento:
No se unan con los incrédulos en un yugo desigual. Pues ¿qué tiene en común la justicia con la injusticia? ¿O qué relación puede haber entre la luz y las tinieblas? ¿Y qué concordia tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo puede haber entre el templo de Dios y los ídolos? ¡Ustedes son el templo del Dios viviente! Ya Dios lo ha dicho: «Habitaré y andaré entre ellos, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.» Por lo tanto, el Señor dice: «Salgan de en medio de ellos, y apártense; y no toquen lo inmundo; y yo los recibiré. Y seré un Padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas.» Lo ha dicho el Señor Todopoderoso.
Amados míos, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, y perfeccionémonos en la santidad y en el temor de Dios. (2 Corintios 6:14-18, 7:1)
“Pero Gloria, en nuestros días, no estoy segura de que sea realista apuntar a ese tipo de santidad”, podrías decir. “Parece algo inalcanzable.”
Sería inalcanzable si tuviéramos que hacerlo en lo natural. Pero, como creyentes, no estamos limitados a lo natural. Tenemos el poder sobrenatural del Espíritu Santo dentro de nosotros. Tenemos a Dios mismo viviendo y trabajando en nosotros quien nos da «lo mismo el querer como el hacer, por su buena voluntad.» (Filipenses 2:13).
¡Cuando se trata de la santidad, Dios ya ha hecho la parte imposible! A través del nuevo nacimiento, Él recreó nuestro espíritu y nos hizo tan santos por dentro como lo es Él. Él hizo posible que nuestro viejo hombre interior pecador muriera y que nosotros nos convirtiéramos en una nueva creación que ha sido justificada con la misma justicia de Dios. (2 Corintios 5:21).
No tenemos que hacer nada más para ser santos y apartados del mundo en el interior. Dios ya ha terminado esa obra. Como dice 1 Corintios 1:30: «Pero gracias a Dios ustedes ahora son de Cristo Jesús, a quien Dios ha constituido como nuestra sabiduría, nuestra justificación, nuestra santificación y nuestra redención.»
Lo que tenemos que hacer ahora es tener fe en esa obra interna de santidad y cooperar con Dios al darle una expresión externa.
¿Cómo lo hacemos?
Nos fortalecemos en el Señor al pasar tiempo con Él en la Palabra y en la oración, resistimos al diablo y nos negamos a someternos a las influencias de este mundo natural caído. Crucificamos nuestra carne y vivimos en el exterior como quienes realmente somos en el interior, obedeciendo escrituras como estas:
«En cuanto a su pasada manera de vivir, despójense de su vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; renuévense en el espíritu de su mente y revístanse de la nueva naturaleza, creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad.» (Efesios 4:22-24).
«liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia.» (Hebreos 12:1).
«Que se aparte de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.» En una casa grande hay no sólo utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, quien se limpia de estas cosas será un instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.» (2 Timoteo 2:19-21).
Mira de nuevo ese último pasaje. ¿Quién decide si serás un recipiente de oro o una vasija de barro en la casa de Dios? ¡Tú lo haces! Tú eres el que toma la decisión de apartarse de la iniquidad. Tú eres el que decide controlar tu carne. Tú eres el que quita la mundanalidad de tu vida para que pueda usarla el Maestro. Nadie más puede hacer eso por ti.
Tu cónyuge no puede hacerlo.
Tu pastor no puede hacerlo.
Aun Dios no puede hacerlo.
Tomar dominio sobre tu cuerpo es tu responsabilidad, y como hijo santo nacido del Santo Dios Todopoderoso, ¡PUEDES hacerlo!
Cuando el diablo y el mundo intenten penetrar en tu vida, puedes cerrarles la puerta. De verdad puedes considerarte muerto para el pecado y vivo para Dios. Puedes presentar tu cuerpo a Él para que lo use como un instrumento de justicia y decirle al diablo, a tu carne y a cualquier otra persona que necesite escucharlo: “¡El pecado ya no tendrá poder sobre mí!” (Lee Romanos 6:6-14.)
Deshazte de esas cargas pesadas
Tampoco tienes que detenerte allí. Puede continuar, como se dice en Hebreos 12:1, y dejar de lado todo peso. ¿Qué define exactamente un peso? Es cualquier cosa que te detenga espiritualmente. Es cualquier cosa que te empuja al reino de la carne hasta el punto en que dificulta tu caminar en el espíritu.
Tratar con esas cargas o pesos es un poco más complicado que tratar con el pecado, porque los pesos son diferentes para cada uno de nosotros en diferentes temporadas de nuestra vida. Algo que califique como un peso para ti en esta temporada de tu vida, podría ser completamente legítimo para alguien más que esté atravesando otra temporada. O, algo que estaba bien para ti hace unos años, podría necesitar ser apartado a medida que progresas y creces en Dios.
Por ejemplo: cuando volví a nacer, por algún tiempo no se me ocurrió que debía dejar de fumar cigarrillos. Solo pensé que eso era una parte normal de la vida. Cuando era una bebé cristiana, y escuché por primera vez acerca del Bautismo en el Espíritu Santo, salí a la calle después del servicio para fumar un cigarrillo y orar al respecto, porque no estaba segura de que hablar en lenguas fuera de Dios.
¿Puedes imaginarlo? Ni siquiera estaba pensando en si fumar cigarrillos era de Dios o no. El Señor todavía no había tratado conmigo al respecto. Un poco más tarde, sin embargo, lo hizo, y dejé de fumar.
¡Alabado sea el Señor, he recorrido un largo camino desde entonces! Pero, aun así, el Señor todavía me está llamando a subir más alto, a mayores grados de santidad. Él todavía me está hablando de las cosas que quiere que haga y de los ajustes que puedo hacer para que me ayuden a acercarme más en Él.
Crecer en santidad es una progresión continua. Dios nunca espera que ninguno de nosotros seamos perfectamente santos en el exterior en un solo salto. Él nos lleva a través de un proceso de desarrollo. Somos cambiados a su imagen en etapas, a lo largo del tiempo «de gloria en gloria» (2 Corintios 3:18), mientras mantenemos nuestros ojos en Él y Su Palabra y seguimos obedeciendo Sus indicaciones.
Esas indicaciones pueden no ser dramáticas. Posiblemente no vengan como algo escrito en la pared o una zarza ardiente. Pero, si eres un cristiano serio, siempre aparecerán en tu espíritu. Simplemente sentirás en el interior que el Señor te está guiando a dejar algunas cosas de lado para que puedas ir a un lugar más grande de gloria.
¿De qué tipo de cosas podría hablarte?
No lo sé. Como ya lo mencioné, pueden ser diferentes cosas para diferentes personas. Depende de dónde estés en tu caminar con Él.
Una de las áreas de las que es probable que te hable, es tu caminar en amor. Ya que el amor es nuestro principal mandato, Él podría llamar tu atención sobre ciertos hábitos o conductas que no aman y que no habías notado previamente. Él podría tratar contigo acerca de cambiarlos o dejarlos de lado.
Otra área de la que Él podría hablarte es acerca de cómo pasas tu tiempo. Él podría llevarte a aumentar tu tiempo en la Palabra y en la comunión con Él y disminuir la cantidad de tiempo que pasas viendo la televisión secular. En nuestra generación, creo que, aparte del pecado absoluto, el entretenimiento secular es probablemente el mayor agotador del poder de Dios en nuestras vidas.
Solo piensa en cómo la televisión y las películas están diseñadas para desensibilizarnos al bien y al mal. Piensa en todas las comedias que retratan el pecado como algo divertido e inofensivo. ¡Ese es el espíritu del mundo!
Como creyentes, no queremos que ese espíritu llegue a nuestros hogares todo el tiempo. No necesitamos sentarnos a mirar el adulterio y escuchar la profanación. Eso contamina nuestras mentes. ¡Dios tiene tanto reservado para nosotros en esta hora! Él no quiere que malgastemos nuestro tiempo en ese tipo de cosas carnales y lamentables. Comparado con la gloria que Él tiene para nosotros, eso no es más que basura.
¿Por qué perderíamos nuestro tiempo buscando desperdicios en la basura del mundo cuando podemos estar caminando con Dios en lugares celestiales? ¿Por qué pasaríamos nuestras vidas satisfaciendo los deseos de nuestra carne y dejando que nuestra naturaleza carnal nos robe la manifestación del poder de Dios en nuestras vidas? Eso ni siquiera tiene sentido.
¡Somos la generación de los últimos días! Tenemos la oportunidad de revelar la gloria de Dios en un mayor grado, uno que nunca se ha visto en la Tierra. Hagámoslo. Dejemos a un lado los pesos y el pecado que tan fácilmente nos asedian.
¡Seamos famosos una vez más por ser personas de santidad y seamos esa iglesia gloriosa que Dios nos ha llamado a ser!