De todos los beneficios que disfrutamos como creyentes, uno de los cuales deberíamos celebrar ahora mismo es este: no tenemos porqué caer presos en los esquemas de diablo. Él puede planear cosas en contra nuestra durante todo el día. Puede amenazarnos y tratar de atraparnos con toda clase de engaños. Pero no tenemos que caer en su trampa porque Salmos 91:3 dice esto acerca de nuestro Padre Celestial: «El Señor te librará de las trampas del cazador».
Detente por un momento y piensa en ese versículo y su redacción.
No dice: “de pronto el Señor te librará de las trampas del cazador”. Tampoco dice: “Ocasionalmente Él te librará”. Dice: “Te librará…”, lo que nos afirma que en lo que a Dios concierne, tu liberación está garantizada. Eso es algo que todos necesitamos recordar —especialmente en estos días, porque últimamente el cazador (alias el diablo, quien siempre está inventando cosas) realmente ha estado desbocado. Empeñado en cumplir su vieja misión de: «hurtar, matar y destruir» (Juan 10:10), ha estado tendiéndonos trampas las 24 horas del día.
Si conoces algo acerca del funcionamiento de una trampa, ya sabes cuán malas y desagradables pueden ser. Fueron diseñadas originalmente para atrapar animales; eran tan inhumanas que hoy en día son ilegales en gran parte del mundo. Se construyen con alambre muy fino (para que el animal no lo perciba) y están diseñadas para hacer caer a su presa y luego aprisionarla con tal intensidad que no puede escaparse. A medida que el animal trata de liberarse, luchando contra la misma, más se cierra y lo atrapa. Algunas veces el alambre termina cortando la pata del animal mientras este trata de escapar.
Lo sé, es algo horroroso de imaginar, pero muy valioso como ejemplo porque nos pinta una imagen adecuada de las estrategias del diablo. El usa trampas asesinas invisibles e insidiosas para atrapar a la gente y hacerles creer que no podrán escapar. Algunas de esas trampas son espirituales, diseñadas para llevar a las personas al pecado y la decepción. Pero el diablo también usa otra clase de trampas.
En Salmos 91 se describen algunas de ellas. Habla de cosas como el terrorismo, la violencia, pestilencias, plagas y armas de destrucción masiva. ¡Qué lista tan mortal! ¿Esas califican, no te parece? Son un asunto serio.
Pero, como creyentes, no tenemos que pasarnos la noche desvelados en nuestra cama, preocupándonos, porque la Biblia dice que Dios nos librará de ellas. Y, Él no tiene que esperar hasta que caigamos en ellas, si es que lo hacemos. Si lo buscamos con anticipación, Él nos guiará para que las evitemos. Él puede guiarnos a través de este mundo peligroso para que demos cada paso del camino en seguridad.
Salmos 91 = Ninguna pérdida
Si piensas que estoy exagerando, sólo busca en la Biblia y verás que Dios siempre ha provisto esta clase de protección para Su gente. Él lo hizo una y otra vez con los Israelitas en la época del
Antiguo Testamento.
Y también lo hizo con Jesús en el Nuevo Testamento. Dios lo libró de tormentas asesinas, hombres locos poseídos por demonios y aun de personas que querían matarlo. Lucas 4 nos relata acerca de una vez cuando un grupo de gente se enojó tanto con Él debido al sermón que había predicado, que lo llevaron a la cima de una montaña con la intención de arrojarlo al vacío. «Pero él pasó por en medio de ellos, y se fue» (Versículo 30).
Dios todavía provee esta clase de liberación a Su gente. Por ejemplo: durante la Primera Guerra Mundial, lo hizo por 300 hombres que formaban parte del escuadrón de infantería. Escuché acerca de esto hace algunos años. El comandante del escuadrón le pidió a cada hombre que estaba bajo su autoridad que memorizara Salmos 91. Cada hombre podía decidir por sí mismo si lo creería o no, pero todos se lo sabían a la perfección. Si el comandante les preguntaba cuál era el versículo 2, ellos debían responder: “¡Sí, Señor, sí! ¡Diré al Señor: Él es mi refugio y torre fuerte: mi Dios, en el confiaré! ¡Señor!”
Como resultado, ese escuadrón fue al combate y peleó toda la Primera Guerra Mundial sin sufrir una sola pérdida. Ni uno solo de sus integrantes fue herido. Jamás se ha visto ni oído algo similar—sin embargo, es una historia verídica.
Algo parecido le pasó a un buen amigo mío, coronel de las Fuerzas Especiales. Me llamó el día anterior a ser asignado en la zona de combate y me pidió que orara con él. Me dijo: “Ya sabes, soy un soldado de Salmos 91 y te llamaré cuando regrese y te daré el reporte de como funcionó”.
Ciertamente, mi teléfono sonó meses más tarde alrededor de las 2:30 am; contesté y el empezó gritando: “Hermano Copeland, ¡funcionó! ¡Funcionó! Me pusieron a cargo de una unidad que estaba teniendo muchas pérdidas y bajo mi mando cada hombre aprendió el Salmo 91. Lo memorizamos. Nos mantuvimos firmes. Lo creímos y lo declaramos, y ni un solo perdió su vida. Solo algunos fueron heridos, pero nada serio, ¡y todos ellos fueron sanos!
Nos regocijamos juntos y alabamos al SEÑOR. Sin embargo, dos semanas más tarde me llamó otra vez y me dijo: “tengo una pregunta: me acaban de notificar que nuevamente están teniendo bajas en mi antigua unidad. ¿Qué pasó?”
“Te fuiste, y ellos volvieron a su vieja forma de hacer las cosas; eso fue lo que pasó. Dejaron de creer el Salmo 91 y dejaron que se les escapara su protección”.
Fue algo lamentable —y totalmente innecesario. Dios amaba a cada uno de esos hombres, y a través de Jesús, Su liberación estaba disponible para todos ellos. Aun después del regreso de mi amigo, cada soldado en esa unidad podría haber continuado caminando en protección divina.
Salmos 91 no deja duda alguna al respecto. En el primer versículo dice: «El que habita al abrigo del Altísimo» —en otras palabras, cualquier persona que decide vivir en ese lugar — «Morará bajo la sombra del Omnipotente».
Un día, mientras leía ese versículo, el Señor me lo dijo de esta manera: Mi lugar secreto está abierto para todos aquellos que decidan entrar. He dicho a todos: “cualquiera que crea”, puede entrar (Juan 3:16). Yo ya he tomado Mi decisión. Ahora es el turno de cada uno de ellos.
Viviendo en el campo de fuerza del poder de Dios
Quizás digas, “bueno, yo no entiendo lo que significa estar bajo la sombra del omnipotente. ¿No dice la Biblia en alguna parte que en Dios no existen sombras?”
Sí, lo dice. Leemos en Santiago 1:17 que Él es el: «Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación» y en Juan 1:5 vemos que: «Dios es luz, y en Él no hay tiniebla alguna».
¿Entonces, cómo Dios, quien es 100 por ciento luz, puede emitir una sombra?
Él lo hace—al menos no de la misma clase que es creada cuando algo bloquea la luz. La clase de sombra que Dios emite es una sombra de poder.Eso es a lo que Salmos 91 se está refiriendo. Dice que cuando te pones a la distancia de la sombra de Dios, estás cubierto por Su poder.
Puedes verlo ilustrado en Hechos 5:15. Allí dice que después de Pentecostés la gente: «en sus camas y lechos sacaban a los enfermos a la calle, para que al pasar Pedro por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos».
¿Por qué la gente quería estar bajo la sombre de Pedro? Ciertamente no era porque literalmente su sombre física estaba ungida; era porque cuando ellos se ponían a distancia de la sombra de Pedro, ellos entraban en contacto con el poder divino que emanaba de él, y eran sanados.
¡Si eso pasaba cuando la gente se acercaba a Pedro, piensa lo que podría pasar cuando estés a una sombra de distancia del Todopoderoso! ¡El campo de fuerza de Su poder es absolutamente incomparable! Él es más grande que la eternidad. Más grandioso que lo más grande. Él es el Alfa y el Omega, el principio, el fin, y todo lo que hay en medio. ¡Él va más allá de toda grandeza!
Sin embargo, para beneficiarte completamente de todo el poder que Dios tiene disponible para ti, debes aprender a cooperar con Él al escucharlo cuando habla. Si te está advirtiendo acerca de algún peligro, tratando de que lo esquives, y no le pones atención a lo que te está diciendo, puedes caerte al tropezar con una de las trampas del diablo.
“Sí, lo sé hermano Copeland, y obviamente no quiero que algo así me suceda, pero ¡el problema es que el Señor nunca me habla!”
Sí lo hace. Él nos habla todo el tiempo. Sólo que estamos tan espiritualmente densos que no discernimos ni Su voz ni Sus instrucciones.
Yo tenía ese problema cuando era un piloto joven, hace 53 años, al empezar a volar. Me subía al pequeño Cessna 150 en el que entrenaba, prendía la radio y me daba cuenta que no podía entender ni una sola cosa de lo que el controlador terrestre estaba diciendo. Él estaba dándome instrucciones desde la torre de control, pero yo era tan novato que no podía entenderlas. A pesar de que podía escucharlo perfectamente, no tenía idea de lo que quería que hiciera.
Sin embargo, después de un tiempo, a medida que continué escuchando la voz del controlador y aprendí de mi instructor, empecé a entender de qué se trataba la conversación. Después, ésta ganó en claridad. Pero las primeras veces no lo entendía. Tuve que mantenerme escuchando.
Qué bueno que lo hice, porque mi avión no es el único que está volando en el cielo. Hay mucho tráfico aéreo, y la mayoría está fuera de mi alcance visual. Todo lo que yo puedo ver por la ventana de la cabina es un pedacito de cielo, y tampoco me ayuda si estoy atravesando una zona nubosa.
Por el contrario, el controlador de tráfico aéreo tiene acceso al radar, y puede ver el cielo en su totalidad. Él sabe dónde están todos los aviones, dónde están las zonas peligrosas, y me está cuidando. Me está dando instrucciones. Mi trabajo solo es escuchar, y responder.
No entres en pánico. Ve a tu interior.
Lo mismo es cierto en tu relación con el Señor. Lo único que tienes que hacer para tener todos los beneficios de Sus promesas de protección es encender tu radio espiritual, repetir y hacer todo lo que Él te diga.
Si no escuchas algo de lo que te dice y te metes en problemas, inmediatamente acude a Él y recibe Sus instrucciones. Haz lo mejor que puedas para mantener tu boca cerrada hasta que escuches exactamente lo que quiere que digas,y hagas.
Esto suena bastante simple, pero usualmente no es la manera en la que reaccionamos por instinto ante una emergencia. Lo que hacemos normalmente cuando tropezamos con alguna trampa del diablo es entrar en pánico y lanzar versículos bíblicos en todas las direcciones, sin pensar.
Por ejemplo: algún miembro de tu familia podría llamarte y mencionarte acerca de algunos síntomas de enfermedad que ha estado experimentando. Podría decir algo como: “¡Me han salido en el cuello varias pelotas grandes y feas!; creo que necesito ir al médico, ¡pero tengo miedo que me digan que tengo cáncer!”
Sin ni siquiera pensarlo, comienzas a gritar en el teléfono: “Oh, no, ¡por las llagas de Jesús estás sano! ¡Le hablo a ese tumor!, ¡Reprendo el cáncer! ¡Te cubro con la sangre de Jesús! ¡Tomo autoridad!”
A pesar de que tu corazón tiene la intención correcta y no hay nada de malo en decir esas cosas, lo estás haciendo por miedo, y no por fe. Por lo tanto, no estás logrando nada. En realidad, si no te deshaces de ese temor, harás que la situación empeore.
Lo sé porque yo lo he hecho. El SEÑOR me corrigió al respecto, y esto fue lo que me enseñó. Ante una emergencia, la primera cosa que deberías hacer —deliberadamente— es calmarte. Toma el control y rehúsate a dejar que el temor heche raíces en tu interior. Si es posible, toma tu Biblia, y aunque sólo tengas 30 segundos, detente y ve a tu interior.
Como creyentes, somos personas del interior hacia el exterior, y no lo contrario. Ve hacia tu interior, conéctate con tu espíritu y escucha al SEÑOR. En ese momento, Él te dirá lo quede debes decir y hacer. Él te dará las instrucciones que necesitas.
Esa era la manera en la que Jesús operaba cuando estaba acá en la Tierra, y es la manera en la que nos dijo que viviéramos. Él no tenía ninguna clase especial de trato con Dios que nosotros no tenemos. Él tenía que caminar por fe en el Salmo 91, mantenerse conectado a Su Padre celestial y obedecer Sus mandamientos de la misma manera que nosotros.
Él dijo: “Yo solamente digo lo que escucho a Mi Padre decir, y solamente hago lo que veo a Mi Padre hacer”.
Como resultado, cuando ese grupo de personas trato de arrojarlo desde el barranco porque no les gustó lo que predicaba, Él solo caminó en medio de ellos con total seguridad. Cuando la tormenta amenazó con hundir su barca, Él simplemente habló y dijo: “cálmate”. Cuando llegó el momento para que muriera en la Cruz, Él tuvo que entregar Su vida con Su propia voluntad porque nadie podía arrebatársela. En un mundo lleno de trampas, el diablo nunca podría haberlo atrapado porque él vivía cada segundo en el lugar secreto, bajo la sombra del Omnipotente.